– Creo que es una apisonadora cuando le viene bien -dijo ella.
– Y cree que me viene bien muchas veces, ¿no?
– Puesto que es virtualmente mi jefe ahora, no sería muy propio contestar a esa pregunta.
– ¿Y siempre hace lo que es propio? -preguntó él.
– Sabe que no. Es por eso por lo que tengo problemas en el trabajo… Porque me he excedido.
De pronto, él sonrió.
– Diga lo que quiera. No lo diré.
Ella no pudo remediar sonreír. Luego dijo:
– Voy a acostar a Joey. ¿Por qué no hace esa llamada?
– Lo que usted diga.
Gina bajó a la media hora. Joey se había dormido contento. Carson la estaba esperando.
– ¿Podemos hablar?
– Me temo que tendrá que ser más tarde. Si voy a quedarme aquí, tengo que ir a casa y traer ropa.
– ¿Va a tardar mucho?
– Intentaré no tardar. Un par de horas, quizás.
– La llevaré en mi coche… No, no puedo dejar solo a Joey, ¿verdad? Es una pena, puesto que ya está en la cama…
– Carson, tarde o temprano tendrá que aprender estar solo con él.
– Sí. No se me da muy bien esto, ¿verdad?
– Está intentando hacer lo que puede.
– Al parecer no puedo más que agarrarme a usted Me parece que no solo Joey se agarra de su mano.
– Bueno, yo tengo una mano muy firme. Vendré en cuanto pueda.
Su pequeño piso estaba lejos de ser la lujosa mansión de Carson, pero era suyo. Y cuando hizo la maleta miró alrededor con pena.
«Solo un par de días», se dijo. «Luego, volveré».
Las calles estaban vacías y ella hizo el viaje muy rápido. A pesar de ello, se encontró con Carson esperándola, ansioso, en el porche.
– Joey se despertó y descubrió que se había marchado -dijo él-. Pensó que lo había abandonado. He intentado tranquilizarlo, pero… No me hace caso.
Gina oyó unos gemidos por detrás de Carson. Corrió deprisa hasta el niño, que estaba en las escaleras, abrazado a sus rodillas, llorando. Y al principio ni ella pudo tranquilizarlo.
Gina le sujetó los hombros, y al final logró que la mirase.
– Estoy aquí, Joey. Estoy aquí. No me he marchado.
Joey empezó a hacer señas, pero estaba demasiado afectado y finalmente lo dejó. Luego intentó hablar. Gina lo escuchó cuidadosamente mientras él repetía las palabras una y otra vez.
– ¿Qué está diciendo? -preguntó Carson desesperadamente.
– Dice que se despertó y que yo no estaba allí -le tradujo Gina.
– Pero yo sí estaba -gritó Carson.
Ella hizo las señas.
Toev agitó la cabeza violentamente, señalando a Gina.
– No me lo diga. Supongo que eso lo puedo entender.
– Lo llevare nuevamente a la cama.
Le llevó tiempo tranquilizar a Joey, pero al final escuchó la explicación de dónde había estado. Cuando se enteró de que había ido a buscar ropa para quedarse, se puso contento.
«Quédate», le dijo Joey por señas.
– Solo por unos días.
«Quédate», repitió el niño.
Gina suspiró y dejó la conversación. No era el momento de contarle que se marcharía cuando volviera la señora Saunders. Que estuviera contento mientras pudiera.
Esperó a que se durmiera, le dio un beso y salió de la habitación.
Carson estaba esperando fuera.
– Se puede quedar en este dormitorio, cerca de Joey. Es un poco pequeño, pero tiene una puerta que se comunica con él.
– Es ideal.
La cama estaba sin hacer. Pero Carson abrió el armario y sacó sábanas y mantas para ella, y para su sorpresa, incluso la ayudó a hacer la cama.
– Tiene talento para esto -dijo ella, observando lo bien que había dejado la cama en los ángulos del colchón.
– Mi madre no nos libraba de hacerla. Y si no, nos tiraba de las orejas. También me enseñó a hacer café. Prepararé uno cuando termine.
Gina bajó unos minutos más tarde y lo encontró en el salón, con café recién hecho.
– ¿Está bien Joey? -le preguntó él.
– Sí, profundamente dormido.
– Ahora, que usted está aquí.
Ella se sentó y tomó la taza de café que le ofreció Carson. Este la observó.
– Perfecto -dijo ella.
– Se lo dije. Me han entrenado bien.
Hubo un silencio incómodo entre ellos.
– Yo siempre me jacté de estar por encima de todo. En los negocios no es duro. Pero esto… -suspiró-. No lo sé.
– ¿Cómo ha llegado a este punto? ¿Por qué no lo conoce mejor?
– No hace falta que me diga que yo tengo la culpa…
– No intento echarle la culpa. Solo quiero ayudar a Joey. Él cree que yo lo sé todo, pero no es así.
– Estábamos tan orgullosos de él cuando nació -recordó Carson-. Pasaron unos años hasta que empezó a perder oído.
– Entonces, ¿ha tenido oído?
– Sí. El médico le puso un tratamiento, y pensamos que con ello sería suficiente. Yo creí que Brenda era una buena madre, hasta que las cosas empezaron a ir mal. Su carrera estaba empezando a tomar vuelo, y ella no pasaba mucho tiempo con Joey, pero cuando estaba aquí parecía adorarlo, y teníamos una niñera excelente.
– ¿Cuánto tiempo pasaba usted con él? -preguntó Gina.
– Yo solía pasar mucho tiempo fuera, formando mi negocio. Pero cuando volvía, él crecía tan rápidamente… ¡Si lo hubiera visto entonces! Era un niño tan fuerte, tan inteligente. Todos nos envidiaban… -balbuceó Carson.
Carson cerró los ojos de pronto. Gina contuvo la respiración y no dijo nada. Evidentemente él estaba recordando un tiempo en que el mundo resplandecía y estaba lleno de esperanza.
– Solía acordarme de él cuando conducía a casa. Era mi pequeño, mi hijo, más fuerte y mejor que yo. Tenía la sensación de que había un entendimiento entre ambos, una especie de promesa para el futuro.
Carson abrió los ojos y la encontró mirándolo, consternada.
– Estoy diciendo algo malo, ¿verdad? No sé por qué.
Ella agitó la cabeza. Era demasiado largo de explicar.
– ¿Qué pasó entonces?
Carson se echó atrás en el sillón y miró el techo.
– Durante un tiempo iba bien. Empezó a emitir sonidos, algunos incluso parecían palabras. Luchaba por vencer el obstáculo, pero estaba perdiendo audición. Cuando volvimos al médico, hubo que ayudarlo más. Y siguió perdiendo más y más audición. Hasta hace un año, en que se transformó en un sordo profundo. Ahora no oye nada, y parece haber perdido los progresos que había hecho.
– Así que usted dejó de considerarlo una promesa para el futuro. Y empezó a avergonzarse de él -no pudo resistir decirlo.
– ¡Maldita sea, no! Jamás me he avergonzado de él.
– ¿Se siente orgulloso de él?
– ¿Cómo podría estarlo…? Siento pena por él.
– No la sienta. ¿Por qué tiene que sentir pena por él? Es un niño con un cerebro privilegiado. Cuando se comunica por señas, jamás comete un error. ¿Qué edad tiene, ocho?
– Casi. Los cumple dentro de unas semanas.
– Tiene una edad de doce años, para la lectura.
– Sí, sus profesoras dicen lo mismo. Todas me dicen lo inteligente que es, como si eso lo enmendara todo. ¿No ven que eso es peor aún? El mundo es despiadado, y él tendrá que sobrevivir en él, ¡Dios sabrá cómo!
Gina suspiró, comprendiendo su confusión. Aquel hombre estaba acostumbrado a imponer su voluntad en el mundo, a tener éxito, pero en ese caso no lo había logrado.
– ¿Por qué no me cuenta cosas sobre el niño en la escuela? -preguntó Gina.
– Va a una escuela especial, cerca de aquí, es para niños con deficiencias. Le enseñaron a hablar por señas y a leer los labios, y se supone que también le enseñan a hablar, pero no progresa mucho.
Ella asintió.
– Habla como alguien que jamás hubiera oído una voz humana -le explicó ella.
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