Se daba cuenta de que tenía razón. Se le nublaron los ojos. Hiciera lo que hiciera estaba abocada a herir a alguien, quizás incluso a sí misma. A pesar de todo, forzó una sonrisa en sus labios temblorosos y le devolvió la mirada. El rostro de Rafe se dulcificó mientras la atraía hacía sí.
– ¡Dios, Shelley! -dijo con voz baja y ronca-. ¿Por qué tenías que convertirte en una mujer tan condenadamente atractiva?
Apenas podía respirar, pero no pudo evitar dirigirle una mirada traviesa.
– Supongo que para fastidiarte. Parece que no me sirve para ninguna otra cosa.
Rafe dudó por un momento, la buscó con la mirada y la besó.
La sorpresa del abrazo inundó todo su cuerpo. No era la primera vez que la besaban. De hecho, había estado con algunos hombres de lo más competentes, pero no había nadie que besara como Rafe. El beso le hizo recordar el anterior, durante la última fiesta de Nochevieja. Pero éste estaba siendo mucho más intenso. Su boca desprendía un calor irresistible que inundaba la de ella y le hacía desear más y más. El apasionado juego de ambas lenguas provocó escalofríos de placer en todo su ser. Estaba tan excitada que sólo podía pensar en cuerpos desnudos, bailando juntos entre sábanas de satén. Rafe tenía magia. Eso era indiscutible.
Cuando finalmente Rafe se separó de ella, murmurando disculpas y sacudiendo la cabeza arrepentido, Shelley tuvo que contenerse para no gimotear pidiendo más.
N0 DEBERÍA haberla besado.
Rafe observó el gráfico que Candy Chang había colgado para decirles cuando tenían que presentar su informe. Lo observaba pero su mente estaba en otra parte, aún en la boca de Shelley. Estaba participando en una de las reuniones de trabajo en la habitación de ella. Era una reunión fundamental para la competición y, aún así, no podía pensar en otra cosa que no fuera en besarla de nuevo.
Para él era obvio que Shelley no pensaba lo mismo. Le había faltado tiempo para librarse de él y de sus brazos. Y él había hecho lo que había podido para salvaguardar su maltrecha dignidad masculina.
Estaba enfadado consigo mismo por lo que le estaba pasando… No estaba acostumbrado a ser así. Tenía que conseguir concentrarse. La competición era importante. Y besar a Shelley, desde su punto de vista, no lo era.
Era su turno en la presentación de propuestas individuales para la elección de un plan de acción común. Estaba convencido de la idoneidad de su idea y sabía que ganarían la competición si se hacían las cosas tal y como él las tenía planeadas. Su estrategia era buena y tenía que funcionar.
Shelley ya había presentado la suya. Una idea que le hizo sentir compasión por ella. Consistía en una especie de guardería o algo parecido. Ella lo había denominado «Cambio en los objetivos del departamento de Recursos Humanos para hacer posible que los empleados con hijos puedan compartir su jornada laboral con otros empleados». Según lo que Rafe había entendido, el fin era que los empleados con hijos, normalmente mujeres, no tuvieran que abandonar sus puestos de trabajo al no poder conciliar vida laboral y familiar.
La verdad era que no había estado muy atento a su discurso. Por un lado, el tema no lo seducía y, por otro, estaba obsesionado con sus labios y con cómo se movían al formar palabras. Demasiado obsesionado para fijarse además en el contenido.
Sus labios eran gruesos y carnosos. Tan seductores que Rafe no podía pensar en otra cosa que no fuera en besarlos otra vez.
Se arrepintió de no haberle dicho que no se molestara en presentar su idea. Todo el mundo estaba haciéndole preguntas y, con ello, perdiendo el tiempo. Rafe estaba convencido de que todos quedarían encantados con su plan y olvidarían rápidamente el de ella.
Miró el reloj. Pensó que quizás pudieran terminar pronto la reunión, echar a todo el mundo de allí y disfrutar de un rato juntos antes de que comenzaran las sesiones de tarde. No pudo evitar mirar hacia la cama de forma involuntaria. Se imaginó los dos cuerpos deshaciendo el lecho y arrugando las sábanas. No pudo controlar una sonrisa. Cuando levantó la vista, Shelley lo estaba mirando. Se sonrojó ligeramente y se maldijo por ello. Al lado de ella se sentía como un adolescente de nuevo, a pesar de que, durante esos años, nunca se habría sentido atraído por Shelley Sinclair.
Quizás ése fuese el antídoto. Si pudiera rebobinar y pensar en la Shelley Sinclair de su adolescencia, cuando no la aguantaba, podría dejar de pensar en ella y enterrar su obsesión.
Entrecerró los ojos recordando el último verano antes de que ella se fuera a la Universidad. La primera imagen que se le vino a la mente fue la de Shelley durante la merienda que celebraron el cuatro de julio, la fiesta nacional. Llevaba un precioso vestidito de tirantes, el pelo recogido sobre la cabeza con adorables tirabuzones. Pero todo se fue al traste cuando alguien la empujó al agua mientras estaba en el muelle y salió del lago escupiendo agua. Parecía una rata a punto de ahogarse.
El recuerdo le trajo una sonrisa. Todos se habían partido tido de risa al verla así. El también había reído con ganas hasta que algo llamó su atención y se le congeló la sonrisa. La tela del vestido, completamente empapada, se había pegado a su joven cuerpo dibujando su anatomía. Por primera vez, Rafe se dio cuenta de que ya no era una niña. Recordaba su pecho, la estrechez de su cintura y su cadera, sensual y redondeada. Él seguía considerándola una mocosa, pero Shelley se había convertido en una mujer atractiva y muy bien proporcionada.
– ¿Rafe?
– ¿Qué? -contestó con cara de culpabilidad.
– ¿No tenías una propuesta que hacer para el concurso?
– ¡Ah! ¡Sí! ¡Claro!
Se levantó, preparándose para hablarles. Los conocía a todos, a algunos bastante bien, y estaba seguro de que les gustaría su idea. Así que se dispuso a soltarles su discurso e intentar convencerlos, como buen vendedor que era.
– Espero contar con vuestra discreción en lo que os tengo que decir -dijo mirándolos con seriedad-. He recibido una información hoy mismo que no será anunciada hasta el lunes. El rancho Quarter Season está a la venta.
Rafe observó con satisfacción la sorpresa en la cara de sus empleados. Ese rancho era uno de los más grandes y antiguos de la comarca. ' Su dueño, el nonagenario Jake Quartermain, nunca había querido deshacerse de él. Pero las cosas parecían haber cambiado y el deseo de sus nietos había prevalecido después de todo.
– ¿Qué implicaciones tiene eso para nosotros? -preguntó Candy.
Rafe sonrió y permaneció callado, deleitándose con la expectación creada. Les explicó entonces que esa noticia los debería empujar a trabajar más duro, creando las presiones necesarias para hacerse con ese terreno. Deberían diseñar cuanto antes planes para el uso de esa tierra. Se trataba de una gran extensión de terreno que podría dar cabida a un enorme número de viñedos. La orografía y la composición del suelo eran perfectos para ese tipo de cultivo, donde hasta entonces sólo había habido vacas. Tenían que conseguir que Industrias Allman se hiciera con el rancho, bloqueando así el crecimiento de sus competidores directos.
– Va a ser una lucha encarnizada -advirtió Jerry Pérez, el director de fábrica, algo escéptico-. Habrá un montón de promotores inmobiliarios deseando hincar el diente a esos terrenos.
– Por eso tenemos que ser rápidos consiguiendo apoyo entre las autoridades, para lograr que respalden nuestro proyecto. He estado hablando con algunos contactos míos en Austin esta misma mañana. Pero lo que es importante que sepáis por el momento es que tenemos que ponernos a elaborar nuestro plan de ataque ahora mismo. Y ese mismo plan será el que presentemos como nuestra particular aportación a este concurso -se calló un momento, sonriendo con satisfacción a los presentes-. Es buena idea, ¿verdad? Ya que tenemos que hacer este curso, al menos aprovecharemos el tiempo para adelantar el trabajo. Y, cuando lleguemos el lunes a nuestros despachos, la mitad de la labor estará ya hecha.
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