Garth llegó a proponerle a Jack que considerara la posibilidad de ir a trabajar a Nabotavia para ellos. La idea provocó una inicial excitación en Karina.
Más tarde, le preguntó a Jack sobre ello.
– ¿Has pensado sobre la propuesta de Garth de ocuparte de la seguridad en el castillo de Nabotavia?
Él se volvió hacia ella lentamente y la miró con los ojos cargados de emoción.
– No -dijo simplemente.
No tuvo que aclarar más. Ella supo inmediatamente lo que quería decir. Tenerla a su lado sin poder estar juntos sería una pesadilla. Karina sabía que tenía razón. Por supuesto, la respuesta debía ser «no».
La presencia de sus hermanos hacía que el regreso a Nabotavia resultara mucho más próximo y real. Toda su vida había escuchado lo hermoso que era su país, con aquellas montañas nevadas y bellas cascadas de agua. Su tío le había contado que la capital, Kalavia, había sido como una ciudad de cuento antes de la revolución. ¿Sería aún así?
Esperaba que lo fuera. Y, si no lo era, daba igual. Sus hermanos y ella se encargarían de devolverle su esplendor. Ese era su cometido en la vida.
EL día de la gran fiesta estaba cada vez más próximo. Pocos días antes, Karina se levantó una mañana con un pensamiento totalmente nuevo.
– ¿Por qué tengo que casarme? Vivía en una nueva era en la que las mujeres no estaban obligadas a actuar como lo hacían cientos de años atrás. Solo porque fuera a regresar a un país con costumbres atrasadas no implicaba que ella tuviera que atenerse ciegamente a ellas. Quizá podría planteárselo así al resto de la familia y ver cómo reaccionaba.
Pero no, no lo admitirían. No obstante, tendría que recapacitar sobre ello.
Cuando llegó la noche ya había concluido que no se trataba de negar el matrimonio, sino que el único hombre con el que se querría casar era Jack. Pero eso era absolutamente imposible. Su vida era tan diferente a la de ella.
Karina no podía aspirar a vivir en una pequeña casa con un diminuto jardín como una persona normal. Siempre necesitaría protección, porque siempre habría gente dispuesta a secuestrarla.
Tampoco podría llevarse a Jack a Nabotavia. El sistema no admitiría que la princesa se casara con su guardaespaldas.
Así que la única opción que le quedaba era no casarse. ¿Qué opinaría su familia de semejante propuesta? Podía imaginárselo y no le gustaba la respuesta.
Tenía que encontrar una solución y solo le quedaban dos días.
Karina acababa de salir de la piscina cuando Jack se presentó ante ella. Se sorprendió de su repentina aparición y se ruborizó ligeramente. No tenía ni la toalla a mano para cubrirse.
Pero la apasionada mirada de él le dejó patente que le gustaba mucho lo que veía.
Esperó a que ella se pusiera el albornoz y le mostró una carta que acababa de recibir.
– Acaban de confirmarme que el juicio tendrá lugar mañana. Estaré fuera durante la mayor parte del día.
– Mañana -dijo ella-. Pero es el día antes de la fiesta. Habrá mucho que hacer.
– Lo siento -respondió él-. Sé que no es el mejor momento, pero no está en mi mano cambiar eso.
Ella asintió.
– Así que mañana por la tarde sabrás si recuperas tu placa o no.
– Sí.
Ella lo miró fijamente durante unos segundos y, finalmente, sonrió.
– Será un alivio para ti -dijo ella, mientras lo conducía hacia un lugar más reservado-. ¿Cuáles son tus posibilidades? -se sentaron en el banco que los había acogido su primera noche.
– Me gustaría pensar que muchas, porque soy inocente -le tomó la mano-. También sabes que si soy absuelto volveré al cuerpo de policía al día siguiente de la fiesta.
Ella sintió que el corazón se le paralizaba en el pecho.
– ¡Oh, Jack!
– Ya no me necesitarás más porque, para entonces, ya sabrás quién se ocupará de ti el resto de tu vida.
– Jack -dejó su dolor salir en tono de súplica.
– Lo siento -dijo él bajando la mano y apartando la mirada-. Decir eso era totalmente innecesario.
Ella se aproximó a él y deslizó la mano por debajo de su brazo.
– Nunca has llegado a contarme cuál fue el motivo de la suspensión.
Él volvió a cubrir su mano y asintió.
– Lo sé -dudó un segundo-. Pero no estoy precisamente orgulloso de lo que hice. No fue nada ilegal, pero sí completamente estúpido.
Ella esperó a que continuara sin decir nada.
– Fui demasiado cobarde como para enfrentarme a mi compañera por unas actividades ilegales en las que estaba implicada. El afecto que sentía por ella me cegó respecto a su verdadera naturaleza. No quería ver la realidad. Para cuando terminé de admitir que estaba delinquiendo, ya era demasiado tarde.
– ¿Qué hacía exactamente?
– Robaba droga. Hacíamos redadas y no todo el material llegaba a su destino pata ser usado como prueba.
– ¿Ella vendía esa droga?
– No. Era más complicado que eso. Tenía un hermano adicto y se la daba a él para que pudiera mantenerse. Cuando decidí denunciarla ya habían captado las irregularidades y pensaron que yo era cómplice de los robos. No había ninguna prueba contra mí, solo las pruebas circunstanciales -se encogió de hombros-. Espero que la verdad salga a la luz.
– Yo también lo espero.
Él sonrió. ¿Cómo era que no abrigaba ni la más mínima sospecha sobre él? Podría haberse inventado toda la historia. Pero lo creía sin más.
– Para ser una princesa, tienes una nariz muy graciosa, ¿lo sabías?
– Gracias -dijo ella-. Para ser un policía tienes una boca muy sugerente.
Él se rio.
– Eso hace referencia al tema del beso otra vez, ¿verdad?
Karina asintió.
– Siento que me falta por saber algo importante -dijo ella-. Una sola lección no fue suficiente.
Su enorme mano se deslizó por la tersa mejilla de ella.
– Dime, ¿has tenido que hacer uso de tu única lección?
Ella se rio a carcajadas.
– Ha habido algún que otro patoso intento por parte de mis pretendientes. ¿Te acuerdas de aquel empresario bigotudo? No hacía más que susurrarme cosas eróticas al oído y, luego, trató de besarme en el jardín.
Jack sintió ganas de buscar al tipo en cuestión y partirle la cara. A pesar de todo, mantuvo su furia bajo control.
– Pero al sentir la cercanía de aquellos pelos erizados del bigote, le di un empujón y él maldijo en todos los idiomas que conocía -se encogió de hombros-. Luego, el hijo del nuevo ministro de salud me besó también. Pero me resultó totalmente idiota. Yo no paraba de reírme y él pareció muy ofendido. Creo que soy un fracaso total en el arte del beso. Quizá necesite más lecciones.
Él la tomó en sus brazos.
– Quizá.
Finalmente, ocurrió lo inevitable. Sus labios se encontraron y la lengua de él se abrió paso dentro de su boca. Ella suspiró suavemente y respondió como una mujer que necesitaba desesperadamente ser amada.
– ¿Qué estamos haciendo? -preguntó él momentos después, apartándose de ella tras el mejor beso que jamás había sentido-. ¡Estamos en mitad del jardín y a plena luz del día! Cualquiera puede habernos visto…
Ella suspiró y apoyó la cabeza amorosamente sobre el hombro de él.
– Ha sido incluso mejor de lo que había esperado que fuera -dijo ella candidamente-. La próxima vez que me beses…
– No habrá próxima vez -dijo él con firmeza.
Ella sonrió.
– Sí que la habrá y entonces seré yo la que decida cuándo paramos -depositó un suave beso en su cuello y se levantó-. Adiós, Jack. Se encaminó a la casa, más feliz de lo que jamás se había sentido.
El móvil de Karina sonó a primera hora de la tarde del día siguiente. Ella respondió a toda prisa.
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