Morgan Raye - Jack y la Princesa

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Jack y la Princesa: краткое содержание, описание и аннотация

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Sólo él podía protegerla…
Jack Santini pensó que la mejor manera de demostrarle a la familia real que él era el único candidato adecuado para convertirse en jefe de seguridad era romper el sistema de seguridad del estado de Roseanova. Pero no había contado con despertar a la bella princesa de cabellos de oro.
Nada más ver a aquel hombre que entró por su balcón, Karina Roseanova pensó que él la liberaría de su torre de marfil y le enseñaría el mundo real. Y aquella fantasía no tardó en convertirse en un amor que no se detendría ante nada. Pero, ¿qué tendría que hacer un plebeyo como él para entrar a formar parte de la familia real?

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– Pues a mí me parecía encantadora.

Ella sonrió de un modo que le alteró las pulsaciones.

– Adulta o no-continuó él-, no deberías estar aquí.

– Lo sé. Pero tenía que venir. Quería darte las gracias por haberme enviado a Donna. Creo que nos vamos a hacer buenas amigas -cambió de tono-. Sobre todo quiero agradecerte que te preocupes por mí.

Sus palabras conjuraron un montón de nuevas emociones dentro de él, emociones agradables pero que le provocaban un miedo también desconocido.

– ¿Cómo podría no hacerlo? -dijo él suavemente.

Estaba tan cerca de él, que su perfume lo embriagaba.

– ¡Oh, Jack! -dijo ella-. Ojalá…

– Sí -dijo él, controlando la emoción del momento-. Ojalá.

A Karina se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Vete a la cama, princesa -le rogó él-. Necesitas dormir.

Ella asintió y se secó las mejillas.

– Hasta mañana -dijo ella y se marchó.

Jack cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre la pared. Iba a ser otra noche larga, muy larga…

El conde Boris llegó unos días más tarde y la duquesa recibió a su hermano pequeño con todos los honores.

La primera impresión que tuvo Karina de él fue buena. Era un hombre alto, guapo, rubio, la típica estampa del noble nabotavio. Era amigable y atento y Karina se sentía bien con él

– ¿Qué piensas del conde Boris? -le preguntó a Jack aquella noche en un encuentro casual.

Él la miró fijamente unos segundos y luego se encogió de hombros.

– Es el protagonista de todo este plan.

Ella parpadeó sorprendida por su tono cínico.

– ¿Qué quieres decir?

– Que es muy obvio que tu tía lo ha preparado todo para que sea el elegido.

– ¿Insinúas que quiere que me case con el conde Boris? ¡no creo! – Karina frunció el ceño-. ¿Para qué, entonces, habría organizado las fiestas con todos esos hombres?

– Para cubrir las apariencias.

Ella negó con la cabeza.

– Como siempre, sospechando de todos.

Él se encogió de hombros.

– Quizá. ¿Cuántos años tiene ese conde?

– Treinta y cinco. No es mayor -dijo ella-. ¿Por qué? ¿Es que piensas que me van a juntar con un viejo?

– Se me había ocurrido pensarlo, sí.

Ella se rio a carcajadas.

– ¡Antes me escaparía! -dijo impulsivamente.

– No me digas. ¿Y adonde te irías?

Ella suspiró.

– Como no sé nada sobre el mundo, tendrías que ayudarme.

El problema era que la idea le sonaba demasiado atractiva a Jack. Tenía la certeza de que todo estaba arreglado para que Karina se casara con aquel conde. El tipo parecía estar bien, pero no le gustaba el enredo, el modo de llevar a Karina al redil. No le habría importado echarle una mano para huir de allí.

Sabía, no obstante, que aquella clase de pensamiento era absurdo. El futuro de Karina le pertenecía a ella y nada más que a ella. No era asunto suyo lo que decidiera hacer con su vida. Había sido adoctrinada para cumplir con una serie de obligaciones y él no era quién para intervenir. Además, hacer algo tan descabellado como eso no haría sino agravar definitivamente su situación y garantizarle la expulsión del cuerpo de policía.

A pesar de todo, le importaba y mucho la felicidad de Karina. No podía negarlo. Simplemente no sabía cómo ayudarla.

La idea de que acabara casándose con aquel hombre lo hería. Claro que aún lo heriría más que ella acabara enamorándose del conde.

No entendía de dónde procedían aquellos celos. Nunca antes los había sentido. Tampoco nunca le había importado nadie de verdad. ¿Por qué en aquella ocasión tenía que ser diferente? Karina no era suya ni nunca podría serlo. A pesar de todo, sentía que se pertenecían el uno al otro.

La verdad era que aquel trabajo lo estaba llevando a confundir lo personal y lo profesional.

Quizá había llegado la hora de marcharse de allí, de buscar otro empleo.

¡Ojalá el juicio llegara pronto y pudiera solucionar su vida!

Mientras tanto, solo le quedaba admitir que Karina se casaría con alguien antes del final del verano, y no sería con él.

Durante las siguientes semanas las cenas, fiestas y meriendas se sucedieron una tras otra, con numerosos pretendientes que asistían esperanzados.

Al principio resultó divertido, pero poco a poco se fue haciendo agotador.

De todos los hombres que la cortejaban el único a considerar era el conde Boris. No obstante, no producía en ella la misma excitación que provocaba Jack.

Entretanto, seguía aprendiendo a cocinar y continuaba con la biografía de su madre, dedicando las dos últimas horas del día exclusivamente a esa tarea. Recopilaba datos que luego introducía en el ordenador. Sabía que la tarea le llevaría años, pero aquel verano habría de ser particularmente fructífero.

Su verdadero entretenimiento consistía en escaparse con Jack por las mañanas para que la llevara a diversas bibliotecas. Encargaba que les dejaran preparado un almuerzo el día anterior y salían a primera hora de la mañana, para evitar que su tía la detuviera con alguna excusa.

No hablaban mucho durante el trayecto en coche. Pero, en cuanto llegaban a su destino, pedía al señor Barbera que se marchara y no volviera hasta pasadas tres horas. Una la dedicaba a buscar documentación y dos a pasear tranquilamente con Jack por el parque.

Jack disfrutaba también de aquellas escapadas, aunque, a la larga, resultaban más una agonía que un éxtasis. La relación iba haciéndose cada vez más profunda y compleja.

El modo en que sus cuerpos reaccionaban cuando estaban cerca lo instaba a ir cada vez un poco más lejos y tenía que luchar desesperadamente por no cometer ninguna tontería y acabar besándola.

Hablaban de todo con total compenetración y Jack tuvo que reconocer que nunca se había sentido tan próximo a nadie.

Solo necesitaba hablar con ella para que esa cercanía se hiciera patente.

También deseaba su cuerpo, con una fuerza a veces difícil de controlar. Pero sabía que tenía que poner freno a sus impulsos. Dejarse llevar no haría sino complicar las cosas aún más.

Un día, en el parque, Jack estuvo contándole cómo al regresar de un campamento de verano, se había encontrado con que la familia que lo acogía se había mudado sin decirle nada. Había dormido en la calle durante semanas hasta que los servicios sociales le buscaron otro hogar. Era curioso, pero hacía muchos años que no había pensado en aquello y, desde luego, no se lo había contado a nadie. Por algún motivo, Karina lo incitaba a abrirle su alma.

Generalmente, la conversación siempre acababa volviendo al tema del matrimonio.

– ¿Tu tía y tú ya habas decidido quién va a ser el afortunado? -preguntó él una mañana, mientras estaban tranquilamente sentados bajo un roble-. ¿Va a ser Boris?

Ella se sentó y suspiró.

– No lo sé. Sé que todo el mundo quiere que elija al conde. Pero jamás podré amarlo.

– ¿No?

– No.

Jaek no pudo evitar una profunda satisfacción al oír sus palabras. En el silencio quedaba dicho quién era la persona a la que ella podía amar. Él miró al horizonte, secretamente feliz, pero pronto lo conmovió una esperada melancolía. El verano estaba a punto de terminar. En cuestión de pocas semanas aquella mujer había despertado en él sentimientos desconocidos hasta entonces. Era especial para él y, probablemente, siempre lo sería. «Y, sin embargo, pronto acabaría aquel sueño.

Solo días antes había recibido la notificación de que el juicio tendría lugar el día antes de la última fiesta. Sus respectivos futuros serían decididos casi a la vez.

Él sabría si sería readmitido en el cuerpo de policía y ella quién sería el hombre que, finalmente, la hiciera suya, dejando a Jack de lado.

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