Rebecca Winters - Casarse por deber

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Ella quería casarse… él necesitaba hacerlo
Piper Duchess se sentía como si el mundo entero se hubiera olvidado de ella. Sus dos hermanas estaban felizmente casadas con dos hombres maravillosos, mientras que Piper vivía en Nueva York con la sensación de que su vida era todo trabajo y nada de placer. Tenía que hacer algo, así que decidió que si no podía vencerlos… ¡debía unirse a ellos!
Sabía con quién quería casarse, el aristócrata Nic de Pastrana, que por cierto parecía necesitar su ayuda… De hecho, el futuro de su familia dependía de ello.

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– No. Se trata de un peine con incrustaciones preciosas.

Piper se había olvidado de la colección. Si ella y sus hermanas no hubieran lucido sus colgantes de la duquesa en su primer viaje, nunca habrían sabido que existía un colgante idéntico al suyo que había sido robado del museo y nunca habrían conocidos a los tres primos.

Y ella nunca habría conocido a Nicolás de Pastrana.

No importaba que él le hubiera roto el corazón, pensar que no lo hubiera conocido era un hecho tan incomprensible que se puso a temblar.

Furiosa por su reacción, le dijo:

– Si por casualidad mis hermanas te dijeron que te dejaras caer por aquí para convencerme de que vuele a Europa para visitarlas, estás perdiendo el tiempo.

Él permanecía allí, con las piernas ligeramente separadas y con los brazos cruzados.

– Tus hermanas no tienen idea de que estoy aquí.

Ella le lanzó una gélida sonrisa.

– Ya que tu luto no termina hasta febrero, apuesto a que la familia de Nina tampoco sabe dónde estás.

Piper había introducido a la prometida de Nic en la conversación a propósito para recordarle la forma en la que él la había rechazado aquella tarde, después de la boda de Max.

Cuando ella había intentado ayudarlo a quitarse la chaqueta de su esmoquin y le había sugerido que, para refrescarse, se echaran una siesta en el césped al lado del viejo molino de agua, él la había agarrado de las manos y la había empujado hacia atrás.

Después de reírse de ella por no saber comportarse en sociedad con un hombre que llevaba una banda en señal de luto, dijo que la excusaría por ser una de las notables trillizas Duchess.

El daño que le había causado nunca desaparecería. Ella nunca lo perdonaría.

El pareció haberle leído la mente, porque con un gesto tremendamente masculino se quitó la chaqueta, haciendo que la atención de Piper se dirigiera a sus anchos hombros. Tampoco había señal de la banda negra en las mangas de su camisa de color gris claro.

– Como puedes ver ya no guardo luto.

– No me digas. Tienes que encargarte de algún asunto en Nueva York y has tenido que quitártela antes de tiempo. ¿No será que has decidido echarte una siesta conmigo antes de regresar a Marbella, verdad? Eso es lo que yo llamo hacer trampas, y es algo que yo no hago.

Las arrugas ensombrecieron las duras facciones de Nic. Bien. Ya le había asestado el primer golpe y seguiría presionándolo hasta deshacerse de él.

– He venido a pedirte un gran favor.

– ¿En serio?

Las mejillas le ardían.

– ¿Sabe Camilla algo de esto? Supongo que estará esperando que llegue el próximo mes para convertirse en tu prometida.

Una pequeña vena latía en la tensa mandíbula de Nic. Tenía que frustrarlo el hecho de que, ahora que sus primos estaban casados con sus hermanas, no hubiera secretos entre ellos en cuanto a su vida privada.

– Estoy aquí para hablar sobre nosotros.

– ¿Nosotros? -estalló ella-. ¡No hay ningún nosotros! Me comprometí estando en Sydney y ahora ya sé lo suficiente como para saber que debo pasearme por ahí con mi prometido y nadie más.

Una aplastante calma invadió la atmósfera.

– No te creo.

A Piper el corazón casi se le salía del pecho.

– ¿Qué es lo que no te crees? ¿Que tengo principios o que ahora soy una mujer comprometida?

Disfrutando de su momento triunfal, llamó por teléfono a Don. Corría un gran riesgo, pero él sabía toda su historia de desamor con Nic. Todo dependía de que él le siguiera el juego.

– ¿Don?

– Hola. Iba a preguntarte ahora mismo si quieres que vayamos comer a Alfie’s.

Don se merecía un sobresaliente por haber empezado de esa forma.

– Me encantaría. Pero primero, ¿puedes venir un minuto a mi despacho? Tengo una visita procedente de España, Nicolás de Pastrana, el primo de Greer y Olivia. Ha venido a pedirme un favor. Como tú y yo nos comprometimos en Sydney, me gustaría presentártelo.

– Voy enseguida -dijo Don sin rechistar.

Bendito hombre.

Al instante, su socio entró a través de la puerta que conectaba sus despachos. Piper se dirigió hacia él y le dio un cariñoso abrazo.

– ¿Cariño? Estaba poniendo a Nic al corriente.

Al girarse hacia Nic, expuso a propósito su mano izquierda para que él pudiera ver el anillo. Una amenaza de alarma recorrió su cuerpo al ver la violenta expresión de él y que ponía de manifiesto el ardor mediterráneo que corría por sus andaluzas venas.

– Este es mi prometido, Don Jardine.

Nic lo saludó con la cabeza para no hacer el esfuerzo de estrecharle la mano.

– Jardine. ¿No eras tú quien salía con Greer?

Piper se tambaleó por un momento.

– Quedamos algunas veces.

Al oír la respuesta de Don, los labios de Nic expresaron desagrado antes de atravesar a Piper con una oscura y penetrante mirada.

– Una para todas y todas para una. El lema de las Duchess -dijo arrastrando las palabras.

Antes de que pudiera reaccionar, Nic la agarró de la mano izquierda.

– Un anillo muy bonito, pero te queda un poco grande, ¿no?

Con la habilidad de un mago, lo sacó de su dedo y lo alzó en el aire para examinarlo.

– Para Jan, por siempre -leyó la inscripción en voz alta.

Antes de volver a su oficina Don le dio a Piper un apretón en la cintura.

– Buena suerte, vas a necesitarla.

Cuando escuchó que la puerta se hubo cerrado, Nic dijo:

– Me da pena. Se comporta como un calzonazos con las hermanas Duchess.

Ella se puso tensa.

– Has sido muy cruel al hacer eso en presencia de él.

– No más cruel que tú al pedirle a tu asistente que te cediera su anillo de compromiso simplemente porque eres su jefa. Me di cuenta de que ella lo llevaba cuando me atendió en el mostrador.

Y, cerrando el puño, metió el anillo en su bolsillo. Piper debería haber imaginado que alguien tan astuto sería capaz de descubrir su descarada mentira. A Nic nada se le escapaba.

– Has echado a perder tu vocación como agente secreto.

– Iba a decir lo mismo sobre ti. Ahora más que nunca estoy convencido de que eres la única persona que puede ayudarme.

Ella dejó escapar una carcajada furiosa y el movimiento hizo que algunos mechones de su dorada cabellera se posaran en su mandíbula.

– Apuesto a que Camilla no tiene ni idea de que has venido hasta Kingston para coquetear con la única trilliza Duchess que sigue soltera.

– Camilla y su familia lo sabrán a su debido tiempo -aquellas enigmáticas palabras cayeron como carámbanos de hielo desde un tejado.

Aunque estaba temblando por la mezcla de emociones, Piper preferiría morir antes que dejar que él se diera cuenta de ello.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Necesito tu ayuda. Es importante.

– Eso ya lo has dicho antes.

– Te recompensaré por ello.

– Si estás hablando de dinero, olvídalo. Tú y tus primos habéis podido sobornar a signore Tozetti para atraer a Olivia hacia Europa, pero ese tipo de treta sólo funciona una vez. Don y yo tenemos nuestro propio negocio. Prefiero ganar mi dinero a la antigua usanza.

Él se acercó a ella, dificultándole respirar.

– Yo estaba pensando en un bebé.

– ¿Un bebé?

– Sí. Tus dos hermanas están esperando uno en un futuro próximo, así que quizá tú también querrías…

Piper pestañeó asombrada intentando desesperadamente atar cabos. ¿De dónde demonios se había sacado eso?

– Si estás insinuando que me he acostado con Don, estás muy equivocado. En primer lugar, ninguno de nosotros ha estado nunca atraído el uno por el otro en ese sentido y además nunca le haríamos eso a Greer. En segundo lugar, si estuviera esperando un bebé de Don, no necesitaría dinero. Me las arreglo muy bien yo solita.

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