Rebecca Winters - Entre el amor y el deber

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El doctor Raúl Cárdenas fue el primero en descubrir las consecuencias de la noche de pasión que había compartido con Heather Sanders. Al examinarla después de un accidente se dio cuenta de que se había quedado embarazada.
Raúl no tenía la menor duda de que él era el padre y estaba dispuesto a reclamar sus derechos… eso significaba que tenía dos noticias que dar a Heather: que estaba embarazada y ¡que estaba a punto de convertirse en su esposa!

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– No te volverá a molestar -le indicó Raúl entrando y tirando a la basura la mascarilla y el gorro de quirófano.

– ¿Qué le pasa a su ayudante?

– Richter tala árboles para una maderera que hay a unos veinte kilómetros de aquí. Ha talado árboles que estaban en tierra de los indios y que no tenía permiso para tocar, así que ellos se han defendido como han podido. Su ayudante ha recibido un dardo envenenado en el pecho.

– ¿ Y es mortal?

– Sí. Le he quitado el dardo, pero está paralizado y no respira bien. Supongo que está noche entrará en coma y morirá -contestó mirándola-Estás guapísima. No me extraña que Richter perdiera los papeles.

Si Raúl hubiera estado enamorado de ella, aquel cumplido habría significado mucho para Heather.

– Gracias -contestó evitando mirarlo-Como había una pequeña celebración en tu honor, decidí arreglarme un poco. Por cierto, ¿dónde puedo echar estas cartas?

– Déjalas en mi mesa. Nos están esperando -le dijo abriéndole la puerta.

Heather tomó aire y salió al pasillo. Él le puso la mano en la cintura. Así parecería que estaban en una verdadera luna de miel, pero Heather sabía que aquellas muestras de afecto formaban parte de su papel.

En cuanto entraron en el comedor, los que los estaban esperando comenzaron a aplaudir. Estaban Marcos, Elana y otras cuatro personas a las que Heather no conocía. Habían dispuesto una mesa con comida, champán y una tarta.

– Enhorabuena -los saludó Marcos con una gran sonrisa. Bienvenida a nuestra familia. No sabéis lo contentos que estamos por vosotros y por el pequeño que está en camino, Heather. Todo el poblado está deseando que nazca.

– Sí porque aquí nacen muchos niños, pero este es el primero del doctor -sonrió Elana-. Eso lo convierte en una ocasión especial. Prepárate para ser el centro de atención del poblado.

A Heather, aquel momento se le hizo un tanto agridulce porque había mal interpretado la relación que había entre Raúl y Elana y, para colmo, su matrimonio no pasaba por un buen momento.

– Gracias por tomaros todas estas molestias -Dijo. Sois muy amables.

Raúl también les dio las gracias y le presentó al resto del personal. Cuando se sentaron, le sirvió zumo de fruta.

– Lo siento, querida, pero tú no podrás tomar champán hasta pasados unos meses tras el parto.

Todos rieron.

– ¿ Vas a atenderla tú en el parto? -preguntó E1ana.

– Por supuesto -contestó él dando un beso a Heather en la mejilla-Todavía queda mucho. No te preocupes.

– No estoy preocupada -contestó Heather preguntándose por qué se veía obligado a decir nada.

Si supiera que la quería, tal vez aquel comportamiento proteccionista no la agobiara, pero no puedo evitar pensar que no era una niña sino una futura madre y que no le apetecía hablar de su embarazo con todo Zocheet1, ni siquiera con ellos, que eran médicos.

– La cena está deliciosa, Eduardo -le dijo al cocinero-. ¿Has marinado los filetes?

– Sí, es una receta secreta. Quería preparar algo especial para usted.

– Pues has triunfado. Ojala algún día me des esa receta secreta.

– ¿Le gusta cocinar? -preguntó el hombre encantado.

– Me encanta. Incluso llegué a plantearme estudiar en una escuela de cocina francesa para ser chef.

Raúl le agarró la mano.

– Por suerte para el mundo, acabó siendo pianista. No sabéis como toca. Algún día, os dará un concierto y, entonces, sabréis de lo que os estoy hablando.

«Solo le interesa mi profesión». Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no retirar la mano.

– Ahora voy a ser madre -dijo intentando no hablar de música. Sin embargo, Raúl se pasó buena parte de la cena hablando del tema, contándoles lo del premio Bacchauer y su gira por Europa.

Sintió gran alivio cuando un enfermero entró corriendo para avisar que había una urgencia.

Raúl y Marcos se disculparon y se levantaron de la mesa. Todos hicieron lo propio, excepto Elana.

– Elana, ¿la cabaña de invitados se suele utilizar? -le preguntó Heather aprovechando que se habían quedado a solas.

– No, suele estar vacía. ¿Por qué?

– Porque me gustaría darle una sorpresa a Raúl-contestó. Sí, iba a ser una gran sorpresa aunque no sabía si le iba a gustar-¿La podría utilizar? -Claro.

– Cuánto me alegro. Voy a necesitar aproximadamente una semana. ¿Me ayudarás a que nadie, ni Raúl, se acerquen por allí?

Elana sonrió.

– Cuenta conmigo.

– Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí, sobre todo después del accidente.

– La verdad es que creía que no me ibas a caer bien, pero me he dado cuenta de que no hay motivos para que sea así.

– Para ser sincera, me alegro de que estés aquí. Siempre se agradece poder hablar con otra mujer. -Mientras Raúl se ocupa de la urgencia, vamos a su consulta a buscar la llave de la cabaña de invitados -dijo Elana levantándose.

Encantada de la cooperación de Elana, Heather la siguió y en pocos minutos tenía la llave en sus manos.

– Si no necesitas nada más, me voy a ir a dormir.

– Me voy contigo -dijo Heather.

– No sé si tu marido creerá que lo estás esperando en el comedor.

– Mi padre es tocólogo, como tú.

– ¿De verdad?

– Sí, y hace tiempo que aprendí a no esperarlo.

– Muy inteligente por tu parte.

«No te creas. Si fuera inteligente, no me habría liado nunca con Raúl».

– Buenas noches, Elana. Gracias por todo.

– De nada. Una cosa. Te hablo como tu ginecóloga. Procura beber mucha agua y no dudes en preguntarme cualquier cosa.

– De acuerdo. Buenas noches.

Se separaron y Heather llegó a su cabaña sin necesidad de linterna al estar las luces del hospital encendidas.

Una vez dentro, se puso el camisón, se lavó los dientes, apagó las luces y se metió en la cama.

No sabía lo que iba a tardar Raúl en llegar. Era inútil rezar para estar dormida cuando llegara el momento. Era la primera noche que pasaban como marido y mujer en Zochteel y estaba demasiado nerviosa para relajarse.

Pasó cerca de una hora hasta que oyó ruidos en la puerta.

– ¿Heather? -dijo él en voz baja.

– ¿Sí? -contestó ella intentando sonar somnolienta.

– Siento haber tardado tanto -dijo él poniéndose el pijama.

– No pasa nada. Estoy acostumbrada a vivir según los horarios de mi padre.

– Habría terminado antes, pero el hombre del dardo envenenado ha muerto.

– Por mucho que tú quisieras salvarlo, hay cosas, como dice mi padre, que solo están en manos de Dios.

– Tienes razón -dijo Raúl tras un largo silencio-, pero hay algo que puedo hacer para que esto no se repita. Mañana me vaya Formosa. El cadáver de este hombre es lo que necesito para demostrar que Richter está talando árboles en tierras en las que no puede entrar. Puede que esté varios días fuera hasta que logre hablar con las autoridades.

Aquello fue un gran alivio para Heather. Podría trabajar tranquilamente en la cabaña de invitados.

– Me alegro de que luches por la tribu -le dijo con voz temblorosa.

– Tú no te preocupes. Ya he hablado con Marcos y con Elana.

– No me va a pasar nada -contestó ella agobiada.

– ¿Qué vas a hacer mientras yo esté fuera?

– Voy a preparar tu regalo de bodas.

– Heather…

– No te preocupes -lo interrumpió intentando no sonar demasiado irritada- No vaya hacer nada que ponga en peligro al bebé. Que no se te olvide echar mis cartas al correo, ¿de acuerdo?

– Ya lo he hecho -contestó Raúl-. ¿Quieres que te traiga algo de la ciudad?

– No, gracias. Tengo todo lo que necesito -contestó ella. «Menos tu amor».

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