Rebecca Winters - Una sirena atrapada

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Cuando Andrew Cordell vio a una hermosa sirena nadando hacia él, supo que había caído bajo su hechizo. Su alarmante descubrimiento resultó ser la futura bióloga marina Lindsay Marshall. Ella estaba ensayando un anuncio, vestida de sirena, y descubrió que esa actuación había conseguido encantar a algo más que a los peces. ¡Andrew se había quedado completamente prendado! Pero si el atractivo viudo no creía en cuentos de hadas marinas, ¿qué esperanza había de que se produjera un final feliz?

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– Gracias por el cumplido. Pero ese hombre era diferente de alguna manera. Es fuerte y sus acciones parecían… premeditadas, si se puede decir. Oh, no sé.

Entonces se tapó la cara con las manos. La imagen del buceador rubio, la forma en que se había hecho cargo de la situación en la misma crisis que él había precipitado, le vino a la mente y se estremeció.

– No me gusta la idea de que me tenga grabada en una cinta. La madre de mi mejor amiga es actriz, y una vez se vio acosada por un admirador masculino. Fue una época horrible para ella y su familia.

Don asintió.

– Te diré una cosa. Cuando bucees mañana voy a estar en el agua contigo. Si Ken o yo vemos a alguien cerca que se aproxime a la descripción de ese hombre, se lo diremos a los guardacostas, que lo detendrán y comprobarán, así que ya no tendrás que preocuparte más por él.

Lindsay suspiró aliviada.

– Gracias, ya me siento mejor.

– Puede que sea una buena idea alertar también a los de seguridad del hotel -sugirió Ken.

– Pretendo hacerlo tan pronto como me haya cambiado -le dijo ella.

– De paso, podemos llamar a las demás tiendas de buceo y descubriremos quién era el que iba en ese barco. Nos darán su nombre y dirección. Si ese hombre es un lunático, la policía sabrá dónde encontrarlo. Un movimiento equivocado hacia ti y lo detendrán por acoso. Le confiscarán la cinta y todo se habrá acabado.

– Empezaré a llamar tan pronto como volvamos -afirmó Ken-. No podemos permitir que Lindsay tenga pesadillas antes de transformarse en una estrella.

Lindsay les sonrió agradecida.

– Gracias. Por todo.

– Te llamaremos dentro de un rato.

Lindsay se puso un albornoz y se dirigió al hotel. Lo que necesitaba era una ducha y algo frío para beber.

Normalmente solía relajarse un poco en la terraza de su habitación pero ahora tenía como una premonición de que el buceador anónimo podía aparecer de nuevo cuando menos se lo esperara y quería estar preparada.

No olvidaba que había ido en su rescate a tiempo como para evitar un accidente potencialmente fatal. Pero el enfado se imponía a la gratitud, provocado por esa atención no solicitada que había despertado en él. Aún podía sentir sus manos sobre el cuerpo. Tembló al recordar la forma experimentada con que le había quitado el vestido. Como si estuviera acostumbrado a ser una autoridad haciéndose cargo de las cosas.

Después de ducharse llamó a seguridad del hotel y les contó el caso. El encargado de seguridad le sugirió que bajara para darles una descripción.

Aliviada, se puso una blusa y una falda frescas, se arregló el largo y rubio cabello, un poco de maquillaje y estuvo lista. Pero antes de que pudiera salir de la habitación, sonó el teléfono. No le pareció normal que fueran Ken o Don, ya que no debían haber tenido tiempo de volver todavía. Pensó que debían ser sus padres, que la estaban llamando todos los días desde su llegada.

– ¿Diga?

– ¿Señorita Marshall? Soy Leanne, de recepción. Lamento molestarla, pero hay aquí un caballero que desea verla. Dice que tiene algo suyo. ¿Quiere hablar con él por teléfono?

El corazón empezó a latirle a toda prisa a Lindsay.

– ¿Puede describírmelo sin hacerle ver lo que está haciendo?

– Muy bien -dijo la recepcionista después de aclararse la voz-. Es uno de los hombres más atractivos que he Visto en mi vida. Me recuerda a Robert Redford. Diría que unos treinta y tantos años. Más de metro noventa, rubio, ojos azules, lleva un traje gris claro y camisa de cuello abierto.

Lindsay se humedeció los labios.

– ¿Le ha dicho su nombre?

– No. Cuando se lo pregunté sonrió y me dijo que su nombre no era importante, pero que usted ya sabría quién era.

Lindsay ya tenía la frente perlada de sudor. ¿Cómo había descubierto él dónde se estaba hospedando?

– Leanne, escucha con cuidado. Ese hombre me ha estado siguiendo y molestando. Ya he alertado a la seguridad del hotel y estaba a punto de bajar a su oficina ahora mismo. Cuando dejemos de hablar por teléfono, actúe tan naturalmente como le sea posible y dígale que bajo enseguida. Cualquier cosa para entretenerlo. Ya sé, dígale que me espere en el jardín de atrás. Que me reuniré con él para tomar algo.

Entonces se produjo una larga pausa.

– De acuerdo. ¿Cree que es peligroso?

– No lo sé. Eso es lo que van a averiguar los de seguridad. ¿Puede hacer como si todo fuera bien? Depende de usted que no sospeche nada. Quiero que le paren los pies ahora, antes de que la cosa vaya a más.

– Haré lo que pueda, pero estoy nerviosa.

– Y yo también. Recuerde que los de seguridad se van a ocupar de esto.

Nada más despedirse, Lindsay llamó a seguridad y le dijeron que fuera a la suite del jefe de seguridad tan pronto como pudiera.

Colgó y así lo hizo. Llamó a la puerta e, inmediatamente, le abrieron.

– Entre, señorita Marshall -le dijo el señor Herrera, jefe de seguridad, mientras le daba la mano.

Luego le indicó que se sentara y ella lo hizo tratando de mantener la calma.

– Esto es cosa de la policía, así que ya me he tomado la libertad de pedirle a uno de los camareros que le indique a ese hombre que usted tardará unos minutos. Eso nos dará tiempo suficiente para que llegue la policía.

– Pero, ¿y si se marcha antes de que lleguen?

– Bajaré al jardín para mantenerlo vigilado, pero no puedo hacer nada basándonos en meras sospechas. El plan es que, cuando llegue la policía, yo se lo señalaré y ellos serán los que se ocupen de él. Lo llevarán a la oficina que hay detrás de recepción, donde harán unas cuantas llamadas para averiguar su identidad. No tardarán mucho en averiguar si lo buscan. Le harán algunas preguntas y averiguarán a qué se dedica y lo que estaba haciendo allí esperándola y siguiéndola.

– No me gustaría nada que se marchara antes de que pudieran hacerlo. La madre de mi mejor amiga, que es actriz, nunca pudo atrapar al hombre que la acosaba.

– Le he dicho a la policía que se dé prisa. Este hombre, sea quien sea, probablemente sólo quiera verla, es usted una mujer hermosa, señorita Marshall. Pero no podemos dejar a un lado la posibilidad de que pueda tener problemas emocionales, incluso aunque fuera en su rescate. Así que mientras espera aquí y escribe un informe para la policía, yo bajaré a ver cómo está la situación. No salga de aquí hasta que yo vuelva.

Ella agitó la cabeza.

– No lo haré. Gracias por su ayuda.

– Para esto me pagan.

Una vez se hubo marchado, a Lindsay le costó trabajo concentrarse en el informe. Se preguntó si alguno de los hombres con los que había estado ese día se tomaba en serio la sensación de amenaza que había sentido cerca de ese buceador.

Mientras pensaba, pasó media hora. Luego otra media. Lindsay hacía ya tiempo que había rellenado el impreso con la declaración y no dejaba de pasear por la habitación. Más de una vez tuvo que contenerse para no llamar a recepción a ver qué estaba sucediendo.

Por fin se abrió la puerta y el señor Herrera entró. Inmediatamente, Lindsay se dio cuenta de que se comportaba de una forma diferente. Sus ojos oscuros le brillaban y animaban todo el rostro.

– ¿Qué ha pasado?

– Mucho más de lo que cualquiera se podría imaginar -dijo él riéndose amablemente como si se hubiera contado un chiste a sí mismo-. Lo siento si le parezco enigmático, señorita Marshall. Parece que ha habido un serio malentendido. Le aseguro que no tiene nada de qué preocuparse, el agente de la policía responderá a todas sus preguntas. Traiga el informe que ha rellenado.

Lindsay acompañó aliviada al jefe de seguridad.

Las tres personas que había en recepción le sonrieron con la misma expresión del señor Herrera. Algo parecía divertirles y ella se sintió levemente incómoda.

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