– No, no podía.
– ¿Y con tus padres tampoco?
– Sería muy pesado ir y venir desde Lake Geneva a la ciudad. Y no quiero hablarle a mi madre de nuestros problemas. Siempre ha querido que renuncie a mi negocio y busque un marido. Si se entera de que estamos a punto de quebrar, tendrá a todos los médicos solteros de Chicago haciendo cola en mi puerta.
– Tiene que haber otra solución.
– ¿Qué alternativa tengo? Si me mudo con él, gano tiempo.
– Jane, éste no es un hombre con el que deberías vivir. Tú sabes cuánto te costó olvidarlo la otra vez. ¿Estás dispuesta a saltar de nuevo al fuego?
– Ahora soy una persona diferente. Lo veo como es en realidad.
– ¿Y cómo es? ¿Un hombre guapo, sexy y triunfador? -Lisa se llevó las manos a las mejillas con fingido horror-. ¡Oh! Comprendo que te vaya a repeler. ¡Qué pesadilla!
Jane sonrió.
– Sí, es sexy, pero nada a lo que no pueda resistirme.
– Nunca pudiste -dijo Lisa-. Pero seamos sinceras, Jane. Will McCaffrey siempre te hizo sentir como plato de segunda mesa. Él se dedicaba a conquistar a otras y tú esperabas las migajas que quisiera arrojarte.
Jane suspiró con suavidad. Sabía que su amiga tenía razón, su instinto le decía que estar cerca de Will era peligroso, pero sentía la necesidad de probarse que no era la misma chica de seis años atrás, que ahora era una mujer y sabía que las cosas habían cambiado. Los sentimientos fraternales que Will hubiera podido albergar por ella en el pasado ya no estaban allí. Se notaba en su modo de mirarla. Había algo más que amistad y ella quería saber qué era exactamente.
– Ya no soy aquella chica tonta -musitó.
– Y él no es el estudiante guapo que vive abajo. Imagínate esto. Te despiertas por la mañana, entras en el cuarto del baño y te lo encuentras saliendo de la ducha mojado y desnudo. O te levantas por la noche a por un vaso de agua y él está dormido en el sofá en calzoncillos con el pecho desnudo y brillando a la luz de la televisión. Sí, has madurado. Eres una mujer y él, un hombre. Y no me digas que no lo has imaginado desnudo y… excitado – Lisa se llevó una mano al corazón y suspiró-. La cercanía puede destruir hasta las resoluciones más firmes.
– Pero yo tengo un plan -dijo Jane.
– ¿Cuál? ¿Llevar una venda en los ojos y un cinturón de castidad durante tres meses?
– No. Me entregaré a mi papel de esposa y le demostraré que soy la última persona con la que quiere casarse. Tal vez ni siquiera necesite abogado. Después de tres meses, estará más que contento de enseñarme la puerta.
Lisa lanzó un gemido y se cubrió el rostro con las manos.
– Eso no funcionara. Te conozco y sé que serías una esposa excelente -se tumbó de espaldas en la cama y miró el techo-. Sabes cocinar y hornear y eres una buena decoradora. Hasta sabes hacer cortinas. No tengo dudas de que podrás preparar una cena para doce personas con sólo veinticuatro horas de aviso.
– ¿Ves? Todo el tiempo que pasó mi madre entrenándome sirvió para algo -se burló Jane. Se subió a la cama y cruzó las piernas ante sí-. Sé cómo ser la esposa perfecta, pero también sé cómo ser una mala esposa, un esposa horrible y gruñona que no cocina ni limpia y que cree que el rosa chillón es el mejor color para la decoración de interiores.
– ¿Qué? -Lisa frunció el ceño, pero no tardó en comprender lo que tramaba su amiga-. ¡Oh! -se sentó en la cama con una sonrisa-. ¡Oh, eso sí que es un plan!
Jane sonrió.
– Lo sé. Es sencillo y brillante, ¿verdad?
– Hazlo desgraciado y no tendrá más remedio que prescindir de ti. No sabía que fueras tan retorcida.
– Cree que me conoce, pero no es cierto. Seré una prometida infernal, la mujer que le haga la vida imposible. ¿Quieres que hagamos apuestas sobre el tiempo que tarda en echarme?
Lisa dejó de sonreír.
– Eso no es lo que me preocupa -contestó-. Me preocupa que, cuando veas lo que es vivir con Will McCaffrey, tú no quieras irte.
Will deambulaba delante de la puerta, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el suelo. Esperar a que llegara Jane se había convertido en una agonía. Para pasar el tiempo, había decidido limpiar la casa, pero la tarea no había servido para tranquilizarlo.
Si alguien le hubiera dicho unas semanas atrás que le ocurriría aquello, se habría reído en su cara. Vivir con una mujer alteraría necesariamente sus costumbres, sin tener en cuenta lo que implicaba aceptar estar con la misma persona día tras día.
Sin embargo, estaba deseando tener cerca a Jane. Recordaba sus conversaciones del pasado, lo divertido que era hablar con ella, cómo valoraba sus consejos sensatos. Además, podía ser divertido discutir con ella. En los últimos días había percibido asomos de mal genio y sabía que era una mujer terca y… apasionada.
Apasionada y muy hermosa. Eso tampoco podía olvidarlo. No se cansaba nunca de mirarla. Su belleza no era obra de la química y la cirugía, era una belleza sencilla, natural, de las que mejoraban con el paso del tiempo.
Will estaba delante de la puerta cuando sonó el timbre de seguridad. Thurgood saltó desde el sofá de la sala, donde había estado durmiendo, y empezó a ladrar.
– Silencio -Will se secó las manos sudorosas en la camiseta y respiró hondo-. Y sé bueno con la señorita. No saltes sobre ella ni la chupes.
Hizo una pausa antes de abrir la puerta. Lo natural habría sido que sintiera más temor. Después de todo, la suya era una casa de soltero, cómoda y funcional, y ella querría hacer cambios.
– Por el rosa no pasamos -le dijo al perro-. Si trae algo rosa a esta casa, yo elevo una protesta formal y tú lo destrozas a mordiscos.
La casa tenía todo lo que un hombre podía desear: televisor de pantalla plana, una cadena de música de primera, una máquina de pesas y dos tumbonas de cuero. Y Will estaba dispuesto a añadir algunos toques femeninos… paños de cocina de colores, cortinas, algunos cojines…
– Que no se diga que no soy flexible – musitó.
Thurgood estaba sentado delante de la puerta y golpeaba el suelo con la cola.
El timbre volvió a sonar y Will abrió la puerta frontal. Jane estaba en el umbral con una maceta en la mano. Will la tomó y se hizo a un lado.
– Entra -dijo.
Dejó la palmera en el suelo y miró a la joven, que a pesar de ir vestida con vaqueros y un suéter y llevar el pelo recogido con un pañuelo, estaba extraordinariamente hermosa. Era increíble que hubiera cambiado tanto y siguiera pareciendo al mismo tiempo la chica de diecinueve años que había conocido.
Jane vaciló un momento antes de entrar. Thurgood se colocó ante ella, que lo miró nerviosa. Pero luego avanzó unos pasos y Will respiró aliviado.
– Te enseñaré esto -dijo-. Te presento a Thurgood.
– Es grande -musitó ella-. Muy… grande.
– ¿No te gustan los perros? ¿Nunca tuviste perro de pequeña?
– A mi madre no le gustaban los animales, decía que ensuciaban mucho. Yo tenía plantas -ella forzó un sonrisa y señaló la palmera-. Voy por el resto de mis cosas. Regina es sensible al frío y Anya está envuelta en plástico, pero seguro que sufre el efecto del shock.
– ¿Regina? ¿Anya?
– ¿No te acuerdas de ellas? Regina es una sedum morganíanum y Anya es una pellaea rotundifolia. Conocidas vulgarmente como cola de burro y helecho de botón.
Will le tomó la mano y la apretó con fuerza.
– ¿Sigues poniendo nombre a tus plantas?
– Son las mismas plantas.
Jane salió por la puerta y Will la siguió y bajó corriendo los escalones hasta la calle.
– Te ayudaré. Levantar peso es responsabilidad del marido.
– ¿Insinúas que no puedo llevar mis cosas?
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