Jill Shalvis - Cura de amor

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¿Cuál sería la mejor cura para los síntomas del amor?
El doctor Luke Walker vivía entregado a su trabajo y, salvo a sus pacientes, trataba a todo el mundo con exagerada severidad y rigor, hasta que sus superiores lo trasladaron temporalmente a una clínica de remedios alternativos. Allí, la aromaterapia, la acupuntura y el yoga parecieron causar un efecto extraordinario en él… ¡pero no tanto como el efecto que Faith McDowell, la directora del centro, provocaba en su libido!
Luke y Faith estaban enfrentados en todo, excepto en su pasión por curar a los pacientes… y en la pasión que sentían mutuamente. El problema era que Luke Walker, que había hecho todo lo posible por no necesitar a nadie, empezaba a depender de ella. De modo que se vio obligado a usar sus dotes más persuasivas para convencer a Faith de que la pasión tenía que durar.

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– ¿Por qué? ¿Hay alguna urgencia esperándome?

– Hmm…

– ¿Necesitáis atención médica de algún tipo ahora mismo?

– Bueno, no, pero…

– Entonces iré yo. Por mis propios medios. Pronto -se volvió para entrar en la casa.

Sin pararse a pensar, Faith colocó la mano en la puerta para evitar que la cerrara.

– Prefiero esperarte.

Sin volverse a mirarla, el doctor Walker tomó aire y suspiró despacio, haciendo que la parte superior de su cuerpo se hinchara resaltando los músculos de su espalda.

Por desgracia, se volvió en ese mismo instante y pilló a Faith boquiabierta. Ella tragó saliva y trató de ignorar que se estaba sonrojando. Otra maldición de las pelirrojas.

– Comprendes que la clínica está llena…

– Sí -él cerró los ojos y se llevó las manos a las sienes.

Los pantalones se le cayeron una pizca, dejando su vientre plano al descubierto.

Faith sintió que una ola de calor recorría su cuerpo. «Otra vez el maldito virus tropical», pensó.

– No lo comprendo. ¿Por qué me queréis allí? Sabes que yo me dedico a la medicina convencional. A las cosas buenas, tradicionales y científicamente demostradas. Así que…

– De hecho, la medicina alternativa que utilizamos nosotras es la buena y tradicional, miles de años de antigüedad en muchos casos. Así que tu medicina convencional, con sólo unos doscientos años, es un bebé.

– Todavía no entiendo qué tiene que ver conmigo todo eso del masaje, la aromaterapia, el yoga y las hierbas.

– Las prácticas alternativas pueden combinarse con las convencionales, y con eso, podemos ofrecerle a la gente algo más. Algo mejor.

– Pero no sé cómo tratar a la gente de esa manera.

– Es sólo una forma de vida -dijo ella-. Al principio, credibilidad, pero… -se calló al ver que él ponía las manos en las caderas.

Ella se fijó en sus pantalones y se quedó sin aliento. Si se le caían medio centímetro más…

– Mira, he tenido una noche muy larga. Y creía que tenía unas horas más. Me daré prisa, pero no necesito público, así que si no te importa…

– Bueno, de hecho, yo…

Luke cerró la puerta en sus narices.

Capítulo 2

Carmen apareció en el pasillo de la casa de Luke. Acababa de entrar por la puerta trasera y le bloqueó el paso hasta las escaleras, mirándolo con una expresión que le dejaba claro que no lo dejaría en paz hasta que le dijera lo que pensaba.

– Cielos -dijo ella-. Es difícil imaginarse cómo un hombre con tus encantos sigue estando soltero.

Ignorándola, él la esquivó y se dirigió a las escaleras. Había estado despierto toda la noche tratando de enfrentarse a las pesadillas que lo hacían revivir la muerte de Johnny García, el pequeño de seis años que había sido herido en el campo de batalla en que se había convertido Los Ángeles.

– Despiértame dentro de diez minutos, ¿de acuerdo? -si conseguía dormir diez minutos estaría bien, volvería a ser humano y sería capaz de recordar los días en que le gustaba su vida, y amaba su trabajo.

– Era una chica simpática -dijo Carmen, disgustada-. Vino a buscarte. Y tú la asustaste.

– Era una mujer, no una chica.

– Así que te diste cuenta.

Sí, se había dado cuenta. La sexy dulzura de Faith McDowell contrastaba con la frialdad de su tono de voz y de sus ojos verdes, y cualquier hombre con sangre en las venas se habría dado cuenta.

Tenía el pelo largo y rizado, del color de una preciosa puesta de sol y llevaba los pantalones del uniforme y un suéter que se ceñía a su cuerpo y dejaba al descubierto parte de su piel. Disgustado consigo mismo, Luke se agarró a la barandilla y comenzó a subir.

Sin duda, llevaba mucho tiempo sin mantener relaciones sexuales si unos pantalones de uniforme lo habían excitado.

Pero, con un poco de suerte, podría cerrar los ojos y dormir un rato. Dormir era más importante que el sexo en días como ese. Después, se daría una ducha, se tomaría un café cargado, y se sentiría mejor.

– ¿Cómo se supone que vas a formar una familia si asustas a las mujeres? -gritó Carmen-. ¡Contéstame! -él contestó con una palabra concisa-. Fuiste maleducado con ella, y ¿no es tu jefa en la clínica?

Sí, y justo lo que él necesitaba, otra burócrata políticamente correcta diciéndole lo que tenía que hacer. Aun así… quizá Carmen tuviera razón. Si hacía un esfuerzo, si sonreía y utilizaba el encanto que empleaba para tranquilizar a los pacientes… quizá consiguiera reducir su condena.

Luke se imaginó la melena rojiza de aquella mujer ondeando con la brisa marina. El brillo de sus ojos. Pensó en cómo había respirado hondo justo antes de soltarle la reprimenda, como si estuviera tan enfadada, que apenas pudiera pensar.

No. Dudaba que pudiera reducir su condena como voluntario. Había firmado su propia condena de muerte.

Sonó el timbre.

– Diablos, ¿y ahora qué? -miró a Carmen-. He dormido cinco horas en dos días.

– Sí, cariño. Trabajas demasiado.

– Sólo necesito cerrar los ojos unos minutos más. Tú puedes echarla, ¿de acuerdo?

– ¿Y si es una emergencia?

– No lo es. Sólo es la pelirroja tratando de sacarme de mi escondite por no haber ido a mi hora.

– Sí que parecía una pelirroja con carácter, ¿verdad? Sabes, los rumores decían que eras capaz de calmar a las mujeres. Dicen que incluso te gustaban las mujeres.

Y todavía le gustaban. En la cama. Pero en esos momentos estaba demasiado cansado como para pensar en compartir su colchón, además, dudaba de que Faith McDowell estuviera interesada en ello. Faith parecía esperar más de una persona de lo que él tenía en mente.

Él no podía ofrecerle más. Se lo daba todo a su trabajo y a sus pacientes, así que al final del día, no tenía nada que ofrecer.

Quizá era así como lo habían criado, con unos padres que no le dedicaban tiempo ni a su hermano, Matt, ni a él, dejándolos con cualquiera que estuviera dispuesto a acogerlos. Quizá había pasado tanto tiempo desde la última vez que se tomó un descanso, que ya no recordaba quién era. Y tampoco le importaba. Quería dormir.

Sonó el timbre otra vez.

– Dile que estaré allí enseguida.

– Está claro, te necesita.

Con un gruñido, Luke bajó de nuevo y miró a Carmen, quien, al contrario que el resto de la gente, no se achantaba ante él.

– Te contraté para esto. Se supone que debes asustar a la gente.

– Deja de ser tan cascarrabias.

– ¿Cascarrabias?

– Es alguien gruñón y…

– Sé lo que significa, yo no soy… Olvídalo.

Agarró el picaporte de la puerta y, al abrir, se encontró mirando a los ojos humeantes de la mujer inteligente que se suponía sería su jefa durante los sábados de los tres meses siguientes.

«Incluso te gustaban las mujeres».

Y seguía siendo así. Sólo que no estaba acostumbrado a que lo miraran como si fuera basura, y menos una mujer salvajemente atractiva a la que le salía humo por las orejas.

Sin duda, llevaba mucho tiempo sin mantener relaciones sexuales.

– Todavía no estás preparado -dijo ella, enojada.

Él negó con la cabeza. Decidió que debería estar prohibido enfrentarse a una mujer furiosa sin haberse tomado una taza de café. La pregunta era, ¿estaría preparado alguna vez para pasar un día lleno de aromaterapia y yoga?

– Necesito más de sesenta segundos.

– No tenemos más de sesenta segundos -murmuró, sin dejar de mirarle el torso desnudo.

Él había salido medio desnudo de la cama para abrir la puerta pero, por cómo lo miraba, tuvo que bajar la vista y comprobar que los pantalones le cubrían sus partes más íntimas. Sí estaban cubiertas, pero si ella seguía mirándolo como si fuera un vaso de agua y ella estuviera sedienta, sus partes más íntimas iban a hacerse notar a pesar de su enfado.

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