– ¿Te has mirado últimamente en el espejo? -comentó Ven con sequedad. Fabia sintió la más agradable sensación pensando que debía ser un halago, pero desapareció, cuando comprendió la realidad quería decir que Lubor Ondrus seduciría a cualquier mujer que fuera más o menos presentable.
– No trató de coquetear conmigo todo el tiempo -se defendió y deseó haberse callado-. Charlamos mucho -prosiguió-. Me recomendó ir a admirar el paisaje, pero empezó a llover y…
– ¿Qué más te dijo? -por ese hábito que se le había olvidado a ella, Ven Gajdusek la interrumpió de nuevo.
Sorprendida por el tono, la joven lo miró atónita, pero de inmediato se percató de que él pensaba que ella había interrogado a su secretario sobre él y se ruborizó.
– ¡Nada! -exclamó la chica acalorada y relajada a la vez al comprender que ésa había sido la razón de su ira cuando los vio juntos-. ¡Por Dios! -exclamó de nuevo irritada, ya que creía que sospechaba de ella-. ¡Jamás me hubiera atrevido a interrogarlo acerca de usted!
– ¿De veras? -le preguntó con frialdad mirándola a los ojos.
– Claro que no -replicó y, aunque furiosa y sintiéndose presa de su fija mirada hubiera dado cualquier cosa por averiguar qué estaba él pensando.
No pudo insistir en el tema porque entró de nuevo el ama de llaves para llevarse los platos del entremés y mientras Ven intercambiaba con ella unas palabras, les sirvió el platillo principal.
Fabia probó un bocado de la chuleta de puerco rellena de hongos y, en un intento de recobrar el equilibrio inicial, le preguntó:
– ¿Cómo se llama este platillo?
– Me imaginé que lo querías saber por eso se lo pregunté a Edita -replicó él-. Me temo que no es más que un simple "veprové rízky plnené zampióny"
Sencillo o no, Fabia reconoció que le llevaría más de una semana aprender el nombre, pero, sin parpadear, lo miró.
– ¿Y el vino? -volvió a preguntar, esa vez respecto a la bebida transparente y fría que acompañaba al platillo.
– Rülander , un producto de Moravia -le informó él y preguntó-. ¿Te gusta?
– Mucho -aseguró, pero de todas maneras ella todavía estaba alterada porque él creía que era capaz de interrogar a su secretario a espaldas suyas y se lo hizo saber unos segundos después, al estallar diciendo-: La única vez que mencionamos su nombre fue cuando yo señalé que había venido a Checoslovaquia a entrevistarlo a usted.
– No sé si debería sentirme halagado o no -bromeó su anfitrión y Fabia decidió en ese momento que odiaba a los hombres con genio sofisticado, ¿estaba diciéndole que en verdad era un halago o que se sentía enfadado de que sólo lo hubieran mencionado una vez durante el almuerzo?
– De todas maneras -prosiguió ella, sin darse tiempo para pensarlo-. Lubor Ondrus, pareció muy sorprendido cuando le revelé que usted me había concedido una entrevista. Luego, de pronto, cambio de actitud y me dijo que la entrevista con usted estaba registrada en el diario de su escritorio, pero que la habían pasado por alto -se sintió mejor cuando terminó de decírselo. Sin embargo el hombre de ojos negros, frente a ella, tenía una expresión inescrutable y de nuevo Fabia deseó poder adivinar sus pensamientos.
– Lubor Ondrus es un secretario de primera -fue su único comentario. Y luego haciéndola estremecer, añadió-: Y estoy seguro de que tú, Fabia, eres una reportera de primera -santo cielo, pensó la chica y sospechó que había llegado el momento de iniciar su interrogatorio-. ¿Hace mucho que te dedicas al periodismo?
"Ayúdame Dios, por favor", pensó deseando con toda su alma no haberle revelado que tenía veintidós años.
– Sí, desde que dejé la escuela -expreso y sintió que se acaloraba temiendo que él le pidiera con detalle su experiencia en el mundo del periodismo.
– ¡Utilizas taquigrafía!
– La mía propia -¿no debería ella haber hecho esa pregunta? Estaba lista para iniciar su trabajo e hizo una pausa para sonreír y descubrió que él volvió a adelantarse.
– ¿Escribes a máquina, me imagino? -preguntó Ven y Fabia sintió que el pánico hacía presa a su estómago. Si él le ofrecía una de sus máquinas de escribir, estaba arruinada.
– Claro -logró afirmar, pero añadió al instante-: De todas maneras prefiero escribir mi trabajo primero a mano. Fabia todavía se estaba preguntando si debía agregar algo más al respecto, cuando él cambió el tema tomándola por sorpresa.
– ¿Eres casada?
– No -contestó con rapidez y de inmediato comprendió su error.
Se suponía que ella era Cara y su hermana era casada, debió haber contestado que sí. Demasiado tarde, pensó comprendiendo que Cara la mataría si arruinaba el trabajo. Y pensándolo bien, su hermana todavía utilizaba su nombre de soltera en la profesión, no creía que ese error importaría tanto, trató de olvidarlo y, aunque estaba en su cuestionario, le preguntó sin pensar en la lista, y por voluntad propia:
– ¿Y usted es casado?
– Nunca he tenido la tentación -expresó él, y mientras Fabia reconocía que eso podía apenar a muchas mujeres, él preguntó-:
– ¿Novios?
– Ninguno en especial.
– Esa debe ser la razón por la que puedes venir sola a Checoslovaquia en vacaciones de trabajo -reconoció él con encanto. Y mientras ella quedaba de pronto hipnotizada por esa renovada actitud, él preguntó-: Le mencionaste a mi secretario que te gustaría conocer algunas partes de mi país, ¿tienes en mente algún sitio en particular?
– Bueno, Praga, claro está -respondió ella, descubriendo que no lo odiaba a él ni a su sofisticación, al contrario, te fascinaban-. Y pensé en manejar hasta Karlovy Vary para… -se detuvo. ¿Cómo había podido olvidar algo tan importante?-. ¡Mi auto! -exclamó.
Sin embargo en ese momento entró el ama de llaves a la habitación y suspendieron la conversación mientras la señora Novakova cambiaba los platos; por otros limpios. Fabia notó que Ven le dirigió unas palabras amables a la trabajadora mujer antes que ella saliera sonriendo de la habitación.
Con la intención de no volver a olvidar su auto, Fabia sumergió la cucharita en el postre, lo probó, y descubrió que era una tarta soberbia de ciruela, diferente a la que ella conocía.
– ¿Qué…? -empezó a decir y tuvo que reír cuando, sin esperar a que terminara la pregunta, Ven le dijo el nombre del platillo.
– Svestkovy kolác na plech -y ella hubiera jurado que cuando fijó la vista en su boca sonriente, él esbozó también una sonrisa. Fabia bajó la vista, tomó un par de cucharadas del postre, y recordó:
– Quería preguntar acerca de mi auto. Yo…
– Ah, sí, tu auto -la interrumpió -llamé por teléfono al taller en tu nombre esta mañana -le informó e hizo una pausa y esa vez, ella lo interrumpió:
– ¿Y…?
– Y -replicó él-, me temo que tienen dificultades en conseguir el repuesto que necesitan.
– ¡Qué horror! -ella suspiró, pero preguntó esperanzada-. ¿Le dijeron mas o menos cuánto tiempo…?
– Parece que una semana… o más -él adivinó su pregunta.
"¡Qué mala suerte!", pensó Fabia, viendo perdida toda esperanza de poder conocer Karlovy Vary y Praga. Sin embargo comprendiendo que era de mala educación quedarse allí lamentándose, hizo un esfuerzo para sobreponerse a su desilusión y declaró:
– Bueno, quizá sea afortunada por estar en un sitio tan hermoso como Mariánské Lázne.
Ella percibió que estaba mirándole las manos y levantó la vista para sonreír. Creyó notar un signo de admiración en sus ojos, pero se percató de que estaba muy equivocada cuando él dijo:
– ¿Quieres tomar el café en la sala?
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