Jessica Steele - Pronto llegará el mañana

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La penosa experiencia de Devon apenas empezaba.
Devon se sintió plena de felicidad cuando su padre le anunció que había conseguido suficiente dinero para pagar la costosa operación que terminaría con sus días de inválida.
La felicidad se transformó en horror cuando él le confesó que había desfalcado ese dinero a su jefe, Grant Harrington.
Al enterarse del desfalco, Grant exigió que se le reintegrara el dinero, y el terror de Devon aumentó cuando se dio cuenta de que lo que él planeaba no era cobrar en efectivo.

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Lleno de alegría añadió que, aunque Grant le dijo que tenía que pensarlo muy bien antes de volver a darle su antiguo trabajo, había algo que podía hacer por él, para mantenerlo en la nómina y que nadie pudiera pensar que había dejado la empresa por algún problema.

Naturalmente su padre había aceptado la oportunidad; se trataba de un estudio de factibilidad en una zona alejada de Escocia. La idea era que después de que él terminara los estudios de costos, se decidiría si se montaba una planta allí. En apariencia Grant había pensado en él para el trabajo debido a su habilidad con las cifras.

– Por supuesto que esto es totalmente secreto -le había dicho Charles Johnston y Devon se vio obligada a sonreír. Sabía muy bien que Grant Harrington nunca abriría una planta en ese pueblo lejano de Invercardine.

Su padre siguió diciéndole las cosas que tendría que llevar con él y eso le hizo recordar que tendría que buscarle ropa de más abrigo. Pero, mientras lo escuchaba, en su mente se repetía la pregunta: ¿por qué era ese interés de Grant Harrington de enviar lejos a su padre?

– ¿Cuánto tiempo tendrás que estar por allá? ¿Te dijo algo sobre ello el señor Harrington? -le preguntó, sospechando algo.

– Grant piensa que puedo terminar el trabajo en un mes -maldito canalla, pensó, confirmando con su respuesta, lo que había sospechado-. Estuve a punto de preguntarle si podías venir conmigo, pero en el transcurso de la conversación él mencionó que quizá tuviera que quedarme un poco más de tiempo; entonces recordé que pronto tendrás que ir a ver por última vez al doctor McAllen, así que decidí no preguntarle.

– ¿No le hablaste de la cita que tengo con el doctor McAllen?

Él le sonrió, tranquilizándola antes de contestarle.

– ¿Por quién me tomas?

Ella le sonrió de nuevo, pues tenía mucha importancia para ella que no sospechara sus problemas. Después lo escuchó, mientras le hablaba sobre lo intensamente que iba a trabajar para hacer todo lo posible para estar de regreso para acompañarla a la cita con el médico.

Él la había acompañado a todas las citas anteriores y parecía justo que la acompañara ahora en que era casi seguro que recibirían buenas noticias. Al pensar en todo lo que él había hecho por ella, tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.

– Tengo que buscarte ropas de abrigo, así que mejor me dices para cuándo piensas marcharte.

– Tengo que partir el viernes por la mañana -le contestó y ella no se sorprendió-. Aunque sólo Dios sabe cuándo llegaré allá; por lo que parece es un lugar en los páramos.

Observando cómo se alejaba de la estación el tren que llevaba a su padre, Devon se sintió contenta recordando su apariencia y pensando cómo era posible que se hubiera recuperado tanto desde el pasado martes. Sin embargo, se sintió furiosa cuando regresó a la casa y comenzó a guardar en la maleta las prendas que se llevaría con ella, aunque comprendió que todo ese enfado era inútil, pues cumpliría su parte del terrible convenio que le había obligado a aceptar Grant Harrington.

Canalla, pensó maldiciéndolo, mientras cerraba la segunda de las maletas, sin agradecerle la facilidad con la cual le había quitado del camino a su padre. Sin duda alguna que a Harrington le sobraban los expertos que podían hacer el tipo de estudio que había encargado a su padre.

Después de la comida, pensando que ya no podría aplazar más lo que tenía que hacer, Devon comprobó que llevaba la llave que Grant le había dado y salió con las maletas. No pudo conseguir un taxi y tuvo que hacer el viaje en autobús y después caminar casi un cuarto de kilómetro cargando las maletas.

Cuando llegó a la casa, se sintió agotada y dejó las maletas junto a la puerta, mientras tocaba el timbre. Como ya se lo había imaginado nadie le abrió, por lo que, usando la llave entró a la casa.

Con expresión decidida en el rostro, subió las maletas hasta la planta alta y revisó varios de los dormitorios. El que por lógica era el de él era una habitación grande, de techo alto y en la que había la cama más enorme que nunca hubiera visto. Salió de la habitación e hizo un esfuerzo para no pensar en la enorme cama, diciéndose que necesitaba una cama tan grande por ser un hombre muy alto, pero que ella no iba a dormir… dormir ahí con él.

El siguiente dormitorio le pareció mucho mejor, con su cama sencilla, y ahí dejó sus maletas.

Pasó la siguiente hora ocupada en encontrar ropa de cama para preparar la suya y después vaciar las maletas y colgar la ropa. Cuando terminó, se sentó en un pequeño sillón de la habitación para descansar. La cadera comenzaba a molestarla, lo cual no era sorprendente pues en ningún momento había descansado como le había ordenado el doctor Henekssen. Además hoy había cargado las maletas.

Dejó escapar un sollozo y, de súbito, sintió que no podría soportar estar en esa casa extraña durante más tiempo. Recogió su bolso de mano y salió a la calle.

Caminó un kilómetro aproximadamente y en el primer café que se encontró se sentó a descansar. Cuando bebió la segunda taza de té ya se había tranquilizado y se sintió lista para regresar; aunque no deseaba vivir con Grant Harrington, al menos se sentía más calmada, pensando que al hacerlo, su padre podría disfrutar de un futuro lleno de tranquilidad.

Al llegar a la parada del autobús se percató de que acababa de pasar uno, pero no se preocupó, pues Grant Harrington no le había dicho una hora específica a la cual regresaría y, suponiendo que cuando lo hiciera pasaría primero por la oficina, no debería llegar a la casa antes de las cinco y treinta. Miró su reloj y vio que aún eran las cuatro y cuarenta y cinco.

No había muchos autobuses en esa zona de la ciudad y como era la hora de más tránsito no fue sino hasta casi las seis cuando llegó a la casa de Grant Harrington.

Vio el automóvil largo y elegante estacionado frente a la puerta y se detuvo un momento, pensando si debería llamar y esperar a que le abriera. Al fin se decidió por abrir con su llave… ahora vivía aquí, ¿no era así?… temporalmente. Durante muy poco tiempo, si podía lograrlo.

Entró en la sala pensando que, como él con seguridad acababa de llegar, no estaría molesto con su tardanza. Pronto se dio cuenta de que estaba equivocada, al ver la expresión sombría en el rostro de Grant Harrington, mientras la miraba acercarse. Comprendió que estaba bastante furioso y no perdió el menor tiempo en hacérselo saber.

– ¡En dónde demonios ha estado! -exclamó con violencia, antes de que pudiera explicarle que había perdido un autobús-. ¡Le dije que estuviera aquí cuando yo regresara -le gritó lleno de ira.

Capítulo 6

– Si ésta es la forma en que usted cumple sus promesas -añadió Grant Harrington furioso-, entonces, ¡valen tan poco como usted!

Eso le dolió y te contestó con vehemencia.

– No tengo una bola de cristal… usted no me dijo a qué hora regresaría, por lo que me imaginé que…

En ese instante pensó que al no estar allí a su llegada como le había ordenado, Grant podía considerarlo como una cancelación de lo convenido y también él podía hacerlo, a su vez.

– Lo siento -se disculpó-. Perdí un autobús y tuve que esperar…

– ¡Autobús! -de nuevo apareció el sarcasmo en su voz-. Hubiera pensado que era más apropiado para usted un taxi -oh, cómo lo odiaba, cómo lo odiaba por obligarla a tomar una posición a la defensiva-. ¡Quiere decir que en realidad caminó un cuarto de kilómetro desde la parada del autobús! -hizo un esfuerzo para contenerse y pensó en la forma de calmarlo, pero no le dio la oportunidad-. ¿En dónde está su equipaje? Le dije que viniera preparada para permanecer aquí durante un tiempo.

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