– Yo… este… -se pasó la lengua por los labios secos-. Estaba… confiando… que lo que habías dicho… significaba que tú… sentías algo por mí.
– ¿Confiando? -le preguntó él y de repente la expresión dura en el rostro desapareció dando lugar a una amplia sonrisa, mientras le preguntaba-: ¿Estaba en lo cierto cuando creí ver una mirada de amor en tus ojos? ¿Estaba en lo cierto cuando pensé que había escuchado un tono celoso en tu voz?
Le duró muy poco la sonrisa, mirándola tenso al ver que Devon no le contestaba, dominada por una inesperada timidez. Pero, al fin, al observar que había desaparecido la sonrisa de su rostro y que la expresión era tensa, como la de un hombre preparado para escuchar lo peor, pudo contestarle.
– No, Grant, no estabas equivocado.
De inmediato la abrazó.
– ¿Y me amas? -le preguntó-. ¿Aun cuando sólo te he dado motivo para odiarme?
Le hablaba con voz tan baja que casi no pudo escucharle.
– Te amo, Grant -le dijo sin aliento.
Su nombre fue la última palabra que se escuchó en la habitación durante largo rato, mientras Grant la atraía hacia él. Después, la miró a los ojos llenos de amor, observándola como si no pudiera creerlo y, por último, la besó.
Juntos se reclinaron en el sofá intercambiando besos y caricias.
– Mi querida y dulce Devon -murmuró al fin, mientras su mano la acariciaba desde el cuello hasta el rostro-. No es de extrañar que te ame, eres todo lo dulce e inocente que nunca creí que fueras.
Sus caricias habían sido ardientes, sentía tantos deseos como él de apretarse contra su cuerpo; tenía el vestido desabotonado, al igual que la camisa de él.
– Cada momento que pasa me siento menos y menos inocente -le dijo con voz muy baja y escuchó cómo reía encantado.
– Aún nos falta mucho -le contestó, mientras con la otra mano recorría la curva desnuda del seno.
– Oh, Grant -dejó escapar un suspiro tembloroso-. Cuando me tocas así dejo de pensar.
– Por lo cual tengo que hacerlo yo -le respondió él, obligándose a retirar la mano de su seno, tomándole el rostro entre las dos manos-. Tengo que pensar por los dos. Por lo tanto, creo que será mejor que nos sentemos para que pueda pensar con calma.
Con su ayuda, Devon se sentó a su lado y, a su pesar, Grant le arregló el vestido y después su propia ropa.
– Ahora -le dijo él, incapaz de soportar otro beso más de sus labios tentadores-, ¿qué te estaba diciendo?
– Este… creo que me dijiste que ibas a pensar con calma. Él le sonrió y Devon sintió que la sangre le corría agitada por las venas, sonriéndole a su vez y alzando hacia él los labios entreabiertos.
– Basta -replicó él, pero se veía tan feliz que Devon se rió a carcajadas. Apartó la vista de ella para poder recuperar la calma, pero no le quitó el brazo que tenía sobre sus hombros-. Aunque preferiría mucho más que pasaras la noche en mi casa, creo que tenemos que ir a tu casa para que le acuestes temprano.
– Sí, Grant -le contestó, enamorada de él, segura de que él también la amaba, para protestar de cualquier cosa que dijera o hiciera. Sin embargo, como el médico acababa de darla de alta, le preguntó-: ¿Por qué acostarme temprano esta noche en particular? Sé que no es lo normal que a una joven se le concedan en un día los dos deseos que tiene su corazón… uno de ellos: estar tan sana como cualquier otra joven y el otro que el hombre que ama la ame a ella -le dijo mirándolo con timidez-, pero…
– Tampoco es normal para una joven comprometerse un día y casarse al siguiente.
– ¿Casarme?
– Espero que no tengas objeción alguna en casarte conmigo mañana.
Enseguida ella hizo un ademán negativo con la cabeza.
– No, pero… pero… ¿no se necesitan tres días para obtener… un permiso matrimonial?
– Hace ya mucho que yo tengo el permiso -le dijo, observando cómo abría enormemente los ojos por la sorpresa-. Pero al verte tan terca y decidida a no casarte hasta que te dieran de alta por completo y amándote como te amo, decidí esperar hasta este día para hacerte saber lo mucho que te amo.
– Oh, Grant -susurró y se inclinó hacia él para besarlo.
El beso se alargó y amenazó con dejarlos fuera de control, hasta que de repente Grant se apartó de ella, diciéndole con tono de burla, intentando recuperar parte del control perdido.
– Bésame así mañana y verás las consecuencias -le dijo haciéndola levantar y dirigiéndola hacia la puerta.
– Vámonos, querida -le dijo-, vámonos de aquí, de regreso a dónde nos espera tu padre.
– ¿Mi padre? -exclamó Devon sintiéndose de repente culpable por haberse olvidado de él durante tanto tiempo-. No tengo la menor idea de lo que me dirá…
– Nos dirá -la interrumpió Grant sonriéndole-. No creo que lo encuentres muy sorprendido, pues anoche le dije que hoy te iba a pedir que te casaras conmigo.
Él había bajado los escalones, pero regresó de nuevo a su lado al ver que se había quedado inmóvil, mirándolo.
– ¡No lo hiciste! -exclamó.
– ¿Por qué crees que no te acompañó hoy? -le preguntó. Se rió divertido al ver la expresión de aturdimiento en su rostro y la besó. Él estaba seguro de que yo iría a esperarte a la salida del consultorio y que en ese mismo momento me declararía -al ver que ella seguía inmóvil y mirándolo con los ojos muy abiertos, la tomó del brazo diciéndole-: ¿Vamos a darle las buenas noticias, querida?
– ¿Buenas noticias? -repitió aún aturdida.
– Te casarás conmigo mañana, ¿no es cierto?
¿Qué podía contestarle? Sólo lo que el corazón le decía.
– Oh, sí exclamó con el rostro resplandeciente de amor, alegría y felicidad-. Oh, Grant -suspiró-, ¡te amo tanto que deseo que ese mañana llegue pronto!
Al subir el último escalón frente a su casa, Grant la tomó en sus brazos y la apretó contra él. La besó con ternura en la frente y le dijo con voz ronca:
– Todas tus mañanas van a ser muy felices, mi amor, te lo prometo -le juró.
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