– De eso nada. No sé por qué dices eso. No estás nada gorda, estás preciosa. ¿Y por qué te dice la doctora lo de las caderas? ¿Es que puede eso suponer algún riesgo durante el parto?
– Oye, Mac, no tienes que mentir y decir que estoy preciosa. No necesito que me adules.
El se levantó a ayudarla a recoger los cacharros.
Viéndola de espaldas a él, pensó que ella quizá no tenía el tipo de belleza de las modelos, pero es que ese tipo de belleza era demasiado frío. Los enormes ojos azules de Kelly podrían dejar pasmado a cualquier hombre, sus labios recordaban dos fresas y su piel era blanca como una perla. Y además, ella estaba llena de vida y era una mujer de lo más sensual. Una mujer así debería de ser consciente de lo. atractiva que era. A cualquier hombre le volvería loco imaginar esa piel suave desnuda apretándose contra él… De pronto, Mac recuperó la consciencia, arrepintiéndose del curso que habían tomado sus pensamientos.
– O sea, ¿que no tendrás problemas durante el parto? -insistió Mac, recuperando la calma.
– No, estoy perfectamente. Oye, por cierto, me acabo de acordar de… ¿Sabes si mañana por la noche hará buen tiempo?
– ¿Qué sucede mañana por la noche?
– Mañana a las seis y media tengo que ir a la clase de preparación del parto. No es que me apasione la idea de ir mañana, pero es que sólo va a haber cuatro y he ido nada más a la primera…
– No te preocupes, yo te llevaré. ¿Y estabas pensando en ir sola?
– Sí, Mollie se ofreció a venir conmigo como ayudante. Y también Amanda, la que trabaja con tu primo en marketing. E incluso tu tía Kate insistió en que estaría encantada de acompañarme, pero yo les dije que preferiría ir sola.
– ¿Que no quieres que nadie te ayude?
– No, me conozco y sé que tengo poco aguante para el dolor, pero también sé que puedo manejar mejor la situación si estoy sola. Estaré más tranquila.
A él no le gustó la idea de que ella prefiriera estar sola en ese momento, y lo que menos le gustó fue que no se le ocurriera pensar que él, como marido, querría estar allí ayudándola.
De pronto ella le puso una mano sobre el estómago. Y Mac notó que el pulso se le aceleraba de manera increíble. Luego se dio cuenta de que ella lo único que quería era apartarlo para poner en marcha el lavavajillas.
– Si quieres estar sola durante el parto, de acuerdo -dijo él, dejándola pasar-. Pero si no te importa, me gustaría acompañarte a las prácticas.
– ¿Es que quieres aprender a gruñir y a gemir?
– se burló ella.
– Me gustaría saber por lo que vas a pasar, si no te importa.
– No, claro que no. Por cierto, ¿te gustan las galletas con miel y pasas?
– ¿Qué?
– Es que me a mí me apetecen. Y me parece que es un buen día para hacerlas. Por cierto, que he decidido que podemos poner el cuarto del niño arriba, al lado del baño.
– Muy bien -asintió él, echándose una taza de café. Iba a necesitar la cafeína para seguir charlando con la «señorita eficiencia».
– ¿Te parece bien si pinto las paredes de ese cuarto?
– No.
– ¿Cómo que no? Ya sé que el color azul oscuro es bonito, pero no me parece adecuado para un bebé. Creo que un niño preferiría un color más alegre…
– No me refería a lo de pintar la habitación. Puedes hacer los cambios que quieras en la casa, pero lo que no quiero es que lo hagas tú sola.
Estuvieron un buen rato discutiendo; Ella argumentó que estar embarazada no era lo mismo que estar enferma. También le dijo que le encantaba pintar y que podía hacerlo sola. Luego, en un momento de la conversación, le puso un bol en el regazo y le ordenó que batiera la crema que había dentro. El se dio cuenta de que llevaba horas sin preocuparse del trabajo, y al verse allí sentado con el bol entre las manos se le escapó una sonrisa.
Hacía años que no se sentía tan relajado. A él le gustaba llevar un ritmo fuerte de vida con poder y responsabilidades, pero lo que nunca se le había ocurrido era que ese matrimonio sería tan sencillo. No pensaba que vivir con Kelly sería tan divertido. Se trataba de una mujer que charlaba sin cesar y que llenaba por sí sola toda la casa de luz y alegría. No paraba de bromear ni un momento, era una mujer increíble.
Por un momento, deseó que no dejara nunca de nevar. Le hubiera gustado que todo excepto ellos desapareciera durante un tiempo.
Por un momento, se sintió como un verdadero esposo Y pensó que ella le pertenecía y que era normal que estuvieran allí juntos.
Pero entonces, como no podía ser de otra forma, el teléfono sonó.
De ese modo, el mundo real se impuso a la sensación de ilusión que había invadido a Mac. El se recordó a sí mismo que estaba allí para protegerla. Al fin y al cabo ella no había elegido vivir con él, y sena peligroso pretender otra cosa.
Treinta horas más tarde, Kelly se estaba poniendo un top rojo modelo prenatal y considerando la posibilidad de divorciarse. La luna de miel se había acabado en el momento que sonó el teléfono mientras preparaban las galletas la mañana del día anterior. Mac le dijo que se trataba de un tal Gray McGuire, con el que tenía que resolver unos asuntos. Así que veinte minutos después, él se fue destino a Nueva York.
Se sentó en la cama y se puso las medias como pudo. Cada vez le resultaba más difícil debido al tamaño de su barriga. Y lo peor era que tenía prisa. Debería de salir en cinco minutos si quería llegar a tiempo a la clase de ejercicios para el parto. No le importaba tener que ir sola. Sabía que Mac era un hombre muy ocupado y no se había terminado de creer que él quisiera acompañarla.
De pronto oyó el ruido de un motor afuera. Miró por la ventana y vio una furgoneta allí abajo. Luego bajó corriendo al vestíbulo.
– Martha, ¿has visto esa furgoneta que…?
El ama de llaves de Mac ya estaba abriendo la puerta.
– Sí, no se preocupe por nada. El señor Fortune ordenó que trajeran el resto de sus cosas. Pero usted tiene que ir a su clase, así que deje que yo me encargue de todo…
– Pero, ¿qué cosas? -preguntó asombrada Kelly.
Justo en ese momento la mujer abrió la puerta y
Kelly pudo ver su cama allí fuera. El color rosa del mueble contrastaba de un modo curioso con el paisaje nevado.
– ¿Será posible? Pero si eso no va a caber aquí…
– Señora, ahora dese prisa. Benz ya ha caldeado el coche para que se puedan marchar.
– Benz, no me vas a llevar -protestó ella, volviéndose hacia él, que estaba al pie de las escaleras.
– Por supuesto que sí voy a llevarla. El señor Fortune me ordenó que cuidara de usted. Y ahora, debemos marcharnos para que llegue usted a tiempo.
Kelly fue todo el camino algo enfurruñada. Martha y Benz eran una pareja encantadora, pero no paraban de repetir «el señor Fortune ordenó», y esa frase la sacaba de quicio.
– Si este matrimonio sigue adelante, voy a tener que cambiar muchas cosas -murmuró ella con enojo.
– ¿Qué dice, señora?
– Digo que es absurdo que tengas que llevarme a la ciudad con el frío que hace, que no debe ser nada bueno para tu artritis.
– Pero usted no debe sentirse culpable. El señor Fortune ordenó que…
– Ya sé, ya sé.
Kelly comenzó a pensar en que Mac debía de sentirse muy solo con todo el mundo llamándole el señor Fortune. Durante el tiempo que había pasado en la casa, todo el mundo que llamaba preguntaba por el señor Fortune, como esperando que éste hiciera algo por ellos, pero nadie había llamado para decir simplemente: «Hola, Mac».
Claro, que se veía que Martha y Benz le estimaban y seguro que su familia también se preocupaba por él, pero era como si no tuviera ninguna relación verdaderamente íntima.
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