Un fuerte jadeo llegó desde la puerta de los establos. Andrew se volvió y el corazón a punto estuvo de dejar de latirle en el pecho. Catherine estaba de pie en el umbral, a menos de siete metros de él y con el horror reflejado en sus ojos abiertos como platos.
– A menos que quiera que dispare al señor Stanton, sacará ahora mismo la mano de su falda, lady Catherine. -Sin apartar los ojos de ella, Carmichael prosiguió-: Y si se mueve usted un solo centímetro, señor Stanton, la mataré. Y ahora tienda las manos al frente, lady Catherine… sí, así, y acérquese al señor Stanton… no, no tanto. Deténgase ahí mismo.
Catherine se detuvo a un par de metros de Andrew. Mientras hablaba a Catherine, un ligero movimiento detrás de Carmichael captó la atención de Andrew. Spencer, con los ojos como platos, atisbaba por encima de la puerta del establo situada justo detrás de Carmichael.
Los ojos de ambos se encontraron y Andrew ladeó bruscamente la cabeza, rezando para que Spencer entendiera el mensaje y se mantuviera oculto. La cabeza del joven desapareció.
La mente de Andrew empezó a pensar a toda prisa. ¿Cómo podía sacar a Spencer, a Catherine y a él mismo con vida de aquel lío? Carmichael estaba a menos de dos metros, directamente delante del establo donde se ocultaba Spencer. De pronto le llegó un golpe de inspiración y se aclaró la garganta.
– Sabe que le colgarán por esto.
– Al contrario. Sydney Carmichael simplemente desaparecerá y nunca volverá a saberse de él.
– No contaría con ello. Apuesto a que no tardará en verse colgando de la horca. -Acompañó su afirmación chasqueando la lengua-. Sí, balanceándose, exactamente como la puerta de un viejo establo, como solía hacerlo mi viejo amigo Spencer. Y como probablemente estaría encantado de hacerlo de nuevo. En este preciso instante.
Oyó la afilada inspiración de Catherine, pero no se atrevió a mirarla. Un destello de confusión asomó a los ojos de Carmichael, cuya mirada se endureció de inmediato.
– Extraña elección para sus últimas palabras, aunque qué importa ya. Su vida ha terminado -anunció, apuntando directamente la pistola al pecho de Andrew.
En apenas un segundo, la puerta del establo situado detrás de Carmichael se abrió de improviso, golpeándole con fuerza en la espalda y haciéndole perder el equilibrio. Andrew se lanzó hacia delante. Antes de que Carmichael pudiera recuperar el equilibrio, los puños de Andrew encontraron su objetivo con dos golpes rápidos y potentes que impactaron en la mandíbula y en el diafragma de Carmichael. Éste soltó un gruñido y la pistola se deslizó de sus dedos, aterrizando en el suelo de madera con un golpe sordo. Andrew lo cogió por la corbata y cuando había echado el puño atrás para darle un nuevo golpe, Carmichael puso los ojos en blanco, colgando inerte de la mano de Andrew. Éste lo soltó y Carmichael se derrumbó en el suelo, vio a Catherine quien, respirando pesadamente y con los ojos brillantes en una combinación de furia y triunfo, sostenía entre las manos un cubo lleno de pienso que mostraba una ostensible abolladura.
– Toma, bastardo -dijo al hombre caído.
Andrew quiso decir una docena de cosas, pero al abrir la boca, lo que salió de ella fue:
– Lo ha derribado.
– Le debía una. ¿Está bien?
Andrew parpadeó.
– Sí. ¿Y usted?
– Sí, estoy bien. Sólo lamento no haber tenido la oportunidad de haberle dado dos veces.
Con el cubo abollado en la mano, los ojos encendidos, las mejillas arreboladas, estaba magnífica… como una Furia vengadora, presta a derribar a cualquier canalla que se atreviera a cruzarse en su camino.
– Desde luego, cualquiera diría que no necesita las lecciones de pugilismo de las que habíamos hablado.
Spencer corrió hacia ellos, pálido y con los ojos como platos.
– ¿Está muerto? -preguntó.
– No -dijo Andrew-, aunque gracias a tu madre tendrá un espantoso dolor de cabeza cuando vuelva en sí.
Catherine soltó el cubo, que fue a dar contra el suelo con un ruido metálico, y luego cubrió la distancia que la separaba de Spencer con dos espasmódicos pasos. Abrazándolo acaloradamente, preguntó:
– ¿Estás bien, cariño?
Spencer asintió.
– Me alegro de que no estés herida, mamá. -Miró a Andrew por encima del hombro de Catherine-. Y usted también, señor Stanton.
Cuando Catherine soltó a su hijo, Andrew puso una mano en el hombro de Spencer y sonrió.
– Estoy bien, gracias a ti. Me has salvado la vida. Y también la de tu madre.
El carmesí tiñó las pálidas mejillas de Spencer.
– Quería matarle. Y también a mamá.
– Sí, así es. Has sido extraordinariamente valiente, conservando la calma y manteniéndote en silencio para luego actuar en el momento justo. Estoy muy orgulloso de ti, y en deuda contigo.
Spencer se sonrojó aún más.
– Sólo he hecho lo que usted me ha indicado.
– Y lo has hecho de un modo brillante.
Una sonrisa iluminó los labios del joven.
– Me parece que hemos formado un buen equipo.
– No me cabe duda.
Andrew señaló a Carmichael con la cabeza.
– Tenemos que atarle y luego ir a ver cómo está Fritzborne.
En cuanto Carmichael estuvo perfectamente atado y amordazado, encontraron a Fritzborne detrás de los establos, debatiéndose denodadamente contra las cuerdas que lo ataban. Andrew cortó las ligaduras con su cuchillo, explicándole rápidamente lo ocurrido. Cuando Fritzborne estuvo libre, Andrew le ayudó a levantarse.
– ¿Se encuentra lo bastante bien como para ir a caballo en busca del magistrado?
– Nada en el mundo podría causarme mayor placer -le aseguró Fritzborne.
Después de ver marcharse a Fritzborne, Andrew se volvió hacia Catherine. Se cruzó de brazos para evitar tocarla.
– Y ahora, quizá pueda decirme por qué ha salido de casa, lady Catherine.
– Miré por la ventana y le vi entrando en los establos. Quería hablar con usted antes de que se… marchara. -Alzó la barbilla-. No salí de casa desarmada. Desgraciadamente, Carmichael me vio cuando intentaba sacar la pistola del bolsillo.
– ¿La pistola?
– Sí. Y estaba decidida a usarla en caso de considerarlo necesario.
– Ya… veo. ¿De qué quería hablar conmigo? -Buscó su mirada, esperando una señal que le indicara que quizá había cambiado de opinión, pero la expresión de Catherine no revelaba nada.
– ¿Le importaría que habláramos de esto en casa? -La mirada de Catherine regresó al cuerpo atado de Carmichael y la recorrió un visible escalofrío.
– Por supuesto que no. Pero tengo que quedarme aquí hasta que llegue Fritzborne con el magistrado. Estoy seguro de que querrá también hablar con Spencer y con usted.
– Estoy de acuerdo. -Y volviéndose hacia Spencer, dijo-: ¿Me acompañas, cariño? Hay algo de lo que quiero hablar contigo.
Spencer asintió. Catherine pasó el brazo de su hijo por debajo del suyo y Andrew los vio alejarse, resucitando en él el dolor de saber que después de ese día, no volvería a ser parte de sus vidas.
Catherine se sobresaltó cuando alguien llamó a la puerta del salón. Tras pasarse las manos por el vestido de muselina de color melocotón y pellizcarse las mejillas para asegurarse de que no estaba demasiado pálida, dijo:
– Pase.
La puerta se abrió y Andrew apareció en el umbral. Andrew, ese hombre alto, sólido, masculino y oscuramente atractivo, con sus cabellos de ébano desordenados como si se los hubiera mesado con los dedos. A Catherine se le entrecortó el aliento y tuvo que posar las manos sobre su abdomen en un intento por calmar los espasmos que la sacudían.
– ¿Se ha ido ya el magistrado? -preguntó.
– Sí. Entre lo que tú, Spencer, Fritzborne y yo le hemos contado, Carmichael no volverá a salir jamás de una celda. -Cruzó despacio la habitación, deteniéndose en el otro extremo de la alfombra Axminster que les separaba-. Decías que querías hablar conmigo.
Читать дальше