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Rachel Gibson: Daisy Vuelve A Casa

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Rachel Gibson Daisy Vuelve A Casa

Daisy Vuelve A Casa: краткое содержание, описание и аннотация

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Daisy Lee creía haberse sacudido de sus zapatos de tacón alto el polvo de Lorett, Texas, hacía muchos años. Sin embargo, cuando regresa a casa, se da cuenta de que todo allí continúa más o menos igual. Su hermana sigue estando loca de remate, su madre sigue teniendo los flamencos rosas de plástico en el jardin y Jackson Lamott Parrish, el chico malo que dejó atrás cuando se marchó, sigue siendo tan sexy como antes. Nada le gustaría más que poder evitar cualquier contacto con Jackson, pero Daisy ha vuelto para contarle algo, y no se irá de Lovett hasta que él escuche lo que tiene que decirle. …NO ME QUIERE Jackson aprendió la lección de manos de Daisy de la forma más dura posible, y lo único que le interesa de ella es oír de sus rojos labios un adiós. Pero se está encontrando con ella en todas las partes y no cree que sea pura coincidencia. Parece que la única forma de conservar la tranquilidad que tanto ansía es besándola, pero eso supondría una rendición. ¿Será lo suficientemente fuerte como para resistirse?, ¿lo suficientemente fuerte para ver como vuelve a salir otra vez de su vida?… ¿lo suficientemente fuerte para conseguir que se quede?

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– Tengo que hablar contigo, es importante. Por favor.

La miró durante un buen rato; luego se volvió y se adentró en las profundidades de la casa. No le abrió la puerta para que pasase, pero tampoco se la cerró en las narices. Había dejado bien claro que no iba a ponérselo fácil. Pero ¿acaso le había facilitado las cosas alguna vez?

Al igual que antaño, la puerta con mosquitero chirrió cuando Daisy la abrió. Le siguió por el salón hacia la cocina. Su alta silueta desapareció al doblar la esquina, pero ella conocía a la perfección el camino.

El interior de la casa olía a pintura fresca. Le pareció ver muebles oscuros y la gran pantalla de un televisor; entrevió la silueta del piano de pared de la señora Parrish; se preguntó cuánto habría cambiado todo desde la última vez que había recorrido esa casa. La luz de la cocina se encendió cuando ella entró, y entonces tuvo la sensación de haber cruzado el túnel del tiempo. Le pareció ver a la señora Parrish delante del horno, haciendo pan o preparando las galletas preferidas de Daisy. Las marcas que el linóleo verde siempre había tenido al os pies del fregadero todavía seguían allí y las encimeras eran del mismo color azul turquesa y moteado.

Jack tenía la mitad superior del cuerpo oculta tras la puerta abierta de la nevera. Agarraba el tirador cromado con sus bronceados dedos, y todo lo que Daisy podía ver era la curva de sus nalgas y sus largas piernas. Uno de los bolsillos de sus ajustados Levi’s tenía un desgarrón en forma de triángulo, y el zurcido parecía algo gastado.

La adrenalina corría libre por las venas de Daisy, que tuvo que cerrar los puños con fuerza para evitar que le temblaran las manos. Jack se incorporó y entonces todo pareció ralentizarse, como si fuera a cámara lenta. Jack, con un cartón de leche en la mano se volvió mientras cerraba la puerta de la nevera. La atención de Daisy se centró durante unos segundos en la fina línea de vello que ascendía desde la cintura del pantalón y que acababa rodeando el ombligo. Paseó la mirada por su vientre, totalmente plano, y llegó a los marcados músculos del pecho. Si tenía alguna duda acerca del tiempo que había transcurrido, la visión de Jack la borró de golpe. Sin duda, aquél no era el muchacho que ella había conocido. Aquél era un hombre en toda regla.

Se obligó a alzar la mirada hacia su recio mentón, el definido contorno de sus labios, y la fijó en sus ojos. Sintió que se le secaba la garganta. Jack Parrish siempre había sido un chico muy guapo, pero ahora su belleza tenía un toque letal. Un mechón de pelo le colgaba sobre la frente rozándole una ceja. Aquellos claros ojos verdes que ella tan bien recordaba, aquellos ojos que antaño la habían mirado con una mezcla de pasión y posesión, la miraban ahora con el mismo interés que habrían mostrado por un perro callejero.

– ¿Has venido aquí sólo para mirarme?

Daisy dio un par de pasos por la cocina y se metió las manos en los bolsillos del chubasquero.

– No, he venido para decirte que pasaré unos días en el pueblo visitando a mi madre y a mi hermana.

Él alzó el cartón de leche y le dio un trago, como si esperara que ella elaborase un poco más su respuesta.

– Creí que tenías que saberlo.

La miró con el cartón de leche todavía en la boca. Algunas cosas no habían cambiado. A pesar de ser un chico malo y tener fama de peleón, Jack Parrish siempre había sido un bebedor de leche empedernido.

– ¿Qué te ha hecho pensar que eso iba a importarme? -le preguntó secándose la boca con el reverso de la mano.

– No sabía si te importaría. O sea, me pregunté qué te parecería, pero no lo tenía claro. -Estaba resultando mucho más duro de lo que había imaginado. Y lo cierto es que lo que había imaginado ya lo era bastante.

– Ahora ya no tienes que preguntártelo. -Señaló hacia la puerta con el cartón de leche-. Si has acabado, allí esta la puerta.

– No, no he acabado. -Daisy se miró la punta de las botas, la lluvia había humedecido la piel negra-. Steven quería que te dijese algo. Quería que te dijese que lo lamenta… Todo. -Sacudió la cabeza y se corrigió a sí misma-. No… Lo que quiero decir es que lo lamentaba. Ya hace siete meses que murió, pero sigue costándome mucho hablar de él en pasado. De algún modo, no me parece correcto. Es como si al hacerlo él dejase de existir para siempre. -Miró a Jack, su expresión no había variado un ápice-. Te agradezco mucho que enviases flores.

Jack se encogió de hombros y dejó la leche sobre la encimera.

– Fue Penny quien las envió.

– ¿Penny?

– Penny Colten. Se casó con Leon Kribs. Ahora trabaja para mí.

– Pues dale las gracias a Penny de mi parte. -Pero Penny no las habría enviado ni habría firmado a su nombre si él no hubiera dado su consentimiento.

– No le des más importancia.

Ella sabía lo mucho que Steven había significado para él durante una época.

– No finjas que no te afectó su muerte.

Jack enarcó una de sus oscuras cejas.

– Olvidas que intenté matarle.

– Tu no le habrías matado, Jack.

– No, tienes razón. Supongo que el esfuerzo no habría merecido la pena.

La conversación estaba tomando un rumbo equivocado y ella tenía que hacer todo lo posible para enderezarla.

– No seas desagradable.

– ¿Te parezco desagradable? -Jack dejó escapar una risa forzada-. Esto no es nada, florecita. Si te quedas un rato más vas a ver lo desagradable que puedo llegar a ser.

Ella ya estaba al corriente de lo desagradable que podía llegar a ser. Pero si bien Daisy podía pecar de cobarde, también era muy testaruda. Así como Jack tenía poco que ver con el muchacho que ella conoció, Daisy tampoco era la misma chica de entonces. Había ido a su casa para contarle la verdad. De una vez por todas. Para poder seguir adelante con su propia vida, tenía que hablarle de Nathan. Le había costado quince años llegar hasta ahí, de modo que Jack podía ponerse todo lo desagradable que quisiera, que de todos modos tendría que escucharla.

Justo después de que Daisy percibiera un destello blanco con el rabillo del ojo, una mujer entró en la cocina vestida con una de las camisas blancas de Jack.

– Hola a todos -dijo la mujer acercándose a Jack.

Él la miró.

– Te dije que te quedases en la cama.

– Sin ti me aburría.

A Daisy se le subieron los colores; fue la única de los presentes que se sintió incómoda por la situación. Jack tenía novia, así que aquello no era nada raro. Siempre había salido con alguien. Hubo un tiempo en que la situación habría destrozado a Daisy.

– Hola, Daisy. No sé si te acuerdas de mí. Soy Gina Brown.

Ahora ya no le dolía, y casi le daba vergüenza admitir que, en gran medida, lo que sintió en ese momento fue una sobrecogedora sensación de alivio. Había viajado desde Seattle para hablarle de Nathan, y todo lo que sentía en ese momento era alivio… Como si de pronto algo hubiese liberado su estómago del nudo que lo había estado oprimiendo. Se dijo que posiblemente era más cobarde de lo que creía. Daisy sonrió y cruzó la cocina para tenderle la mano a Gina.

– Por supuesto que me acuerdo de ti. Íbamos juntas a clase de historia en el último año de instituto.

– Con el señor Simmons.

– Exacto.

– ¿Recuerdas cuando tropezó con el borrador? -le preguntó Gina como si no estuviese en la cocina vestida tan sólo con una de las camisas de Jack.

– Nos reímos de lo lindo. Fue como…

– ¿Qué demonios es esto? -la interrumpió Jack-. ¿Una maldita reunión de ex alumnas?

Ambas mujeres le miraron y Gina dijo:

– Estaba intentando ser amable con tu invitada.

– No es mi invitada, y además ya se iba. -Le dedicó a Daisy una mirada tan fría e implacable, como lo que había visto en sus ojos a su llegada.

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