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Rachel Gibson: Daisy Vuelve A Casa

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Rachel Gibson Daisy Vuelve A Casa

Daisy Vuelve A Casa: краткое содержание, описание и аннотация

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Daisy Lee creía haberse sacudido de sus zapatos de tacón alto el polvo de Lorett, Texas, hacía muchos años. Sin embargo, cuando regresa a casa, se da cuenta de que todo allí continúa más o menos igual. Su hermana sigue estando loca de remate, su madre sigue teniendo los flamencos rosas de plástico en el jardin y Jackson Lamott Parrish, el chico malo que dejó atrás cuando se marchó, sigue siendo tan sexy como antes. Nada le gustaría más que poder evitar cualquier contacto con Jackson, pero Daisy ha vuelto para contarle algo, y no se irá de Lovett hasta que él escuche lo que tiene que decirle. …NO ME QUIERE Jackson aprendió la lección de manos de Daisy de la forma más dura posible, y lo único que le interesa de ella es oír de sus rojos labios un adiós. Pero se está encontrando con ella en todas las partes y no cree que sea pura coincidencia. Parece que la única forma de conservar la tranquilidad que tanto ansía es besándola, pero eso supondría una rendición. ¿Será lo suficientemente fuerte como para resistirse?, ¿lo suficientemente fuerte para ver como vuelve a salir otra vez de su vida?… ¿lo suficientemente fuerte para conseguir que se quede?

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– ¿A ti te parece que esos pechos son naturales? -preguntó.

Jack se encogió de hombros y se llevó la botella de cerveza a los labios. Era evidente que Marvin hacía demasiado tiempo que estaba casado: empezaba a hablar como una mujer.

– ¿A quién le importa?

– Tienes razón -respondió Marvin con una sonrisa-. ¿Sabías que Daisy Brooks ha vuelto?

Jack miró a Marvin y se retiró la botella de los labios.

– Sí, ya me lo han dicho.

De nuevo le invadió una oleada de ira, y de nuevo consiguió controlarse hasta no sentir nada. Volvió a centrarse en las bailarinas, que en ese momento emparedaron a Jimmy entre sus cuerpos casi desnudos y empezaron a besarse por encima de su cabeza. La visión de esas bocas entreabiertas, de esas lenguas entremezclándose, espoleó a los muchachos, que ahora ya pedían algo más. Jack inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió. Se estaba poniendo interesante.

– Vi a Daisy en el Minute Mart -prosiguió Marvin-. Joder, Jack, sigue estando tan buena como en el instituto.

La sonrisa de Jack se esfumó: el imborrable recuerdo de sus grandes ojos pardos y labios suaves y rosados amenazaba con arrastrarlo de nuevo hacia el oscuro pozo de su pasado.

– ¿Recuerdas lo bien que le sentaba el traje de animadora?

Jack se apartó de la puerta y se adentró en la sala, pero no le sirvió de nada. Al parecer, todo el mundo quería recordar el pasado. Todo el mundo excepto él.

Mientras las bailarinas se iban quitando mutuamente la parte superior del bikini, el tema de conversación no era otro que Daisy. Entre silbidos y aullidos, Cal Turner, Lester Crandall y Eddy Dean Jones le preguntaron si ya la había visto.

Asqueado, Jack se alejó de allí y regresó a la barra. No había derecho, que no le dejasen a uno disfrutar del espectáculo de ver a un par de mujeres montándoselo justo delante de sus narices. No tenía ni idea de cuánto tiempo iba a quedarse Daisy en el pueblo, pero deseó con todas sus fuerzas que se tratase de una visita relámpago. Quizá de este modo la gente volviera a tener algo mejor de lo que hablar. Pero, sobretodo, esperaba que Daisy tuviese el suficiente sentido común para no cruzarse en su camino.

Dejó la botella vacía sobre la barra y se dispuso a salir del Road Kill, dejando atrás los comentarios y los chismorreos sobre Daisy. La lluvia golpeaba con fuerza la copa de su sombrero y le iba empapando los hombros a medida que cruzaba el aparcamiento. A cada paso los recuerdos se hacían más presentes. El recuerdo de aquellos hermosos ojos pardos mientras la besaba. La suavidad de sus muslos cuando deslizaba la mano por debajo de su faldita azul y dorada de animadora. Daisy Lee con su par de botas vaqueras con corazones blancos… y nada más.

– ¿Ya te marchas? -le preguntó Gina corriendo tras él.

Jack volvió para mirarla.

– Me estaba aburriendo.

– Podríamos montar una fiesta por nuestra cuenta. -Muy típico de Gina: nunca esperaba a que él diese el primer paso. Por lo general, a Jack esa actitud le incomodaba. Pero esa noche no. Gina acercó los labios para besarle: sabía a cerveza y avidez. Jack le devolvió el beso. Cuando sus firmes pechos se estrecharon contra su cuerpo, Jack sintió la primera arremetida de deseo en sus entrañas. Atrajo a Gina hacia sí y la temperatura entre ambos fue aumentando, hasta sentir únicamente el empuje de la lujuria y la humedad de la lluvia que había calado su camisa. Borró de su mente cualquier pensamiento relacionado con ojos pardos y falditas de animadora y los reemplazó por el roce de aquella hembra contra su entrepierna.

Daisy Monroe alargó la mano hacia la puerta con mosquitero, pero la retiró. El corazón le latía desbocado y tenía un nudo en la boca del estómago. La lluvia repicaba en el tejado del porche y el agua caía desde la bajante sobre el lecho de flores. A su espalda, el cartel del taller mecánico iluminaba todo lo que se alzaba alrededor de Clásicos Americanos Parrish. La zona donde se encontraba Daisy, sin embargo, estaba a oscuras; era como si la luz no se atreviese a adentrarse en el jardín de la casa.

El taller era nuevo; lo habían remodelado por completo desde que ella se había ido. También habían limpiado el jardín y retirado los coches viejos y las piezas sueltas. Al parecer, la casa seguía exactamente igual; recordó entonces la brisa del verano perfumada de rosas revolviéndole el pelo, y todas esas noches que había pasado en ese mismo porche, sentada entre Steven y Jack, riéndose con sus estúpidos chistes.

Los truenos restallaron en la lejanía y los relámpagos iluminaron el cielo nocturno, alterando sus recuerdos. Era como si algo pretendiese decirle que se marchase y volviese en otro momento. No se le daban bien las confrontaciones. No era una de esas personas a las que les gusta mirar los problemas cara a cara. Había mejorado un poco en ese sentido, pero… tal vez debería haber llamado antes por teléfono. No era lo más adecuado presentarse en casa de alguien a las diez de la noche sin avisar; y menos aún con la pinta de gato remojado que llevaba.

Antes de salir de casa de su madre, se había peinado a conciencia: llevaba el pelo perfectamente cepillado con todas las puntas hacia dentro. Se había maquillado con esmero y puesto una camisa blanca y unos pantalones caqui. Ahora tenía el pelo hecho un desastre, el maquillaje había desaparecido y llevaba los pantalones manchados de barro. Se volvió con la intención de marcharse, pero entonces se detuvo en seco y se forzó a permanecer allí. Su aspecto era lo de menos, y sabía muy bien que nunca iba a encontrar el momento adecuado para hacer lo que debía hacer. Llevaba ya tres días en el pueblo. Tenía que hablar con Jack. Esa misma noche ya lo había pospuesto demasiado. Tenía que decirle lo que le había ocultado durante quince años.

Alargó la mano una vez más y casi dio un brinco cuando la puerta de madera se abrió antes de darle tiempo a llamar. A través del mosquitero de la puerta, y a pesar de que estaba todo bastante oscuro, pudo ver la silueta de un hombre. No llevaba camisa, y la luz que brillaba al fondo de la casa le aportaba a sus brazos y hombros desnudos un cálido alo dorado. No había duda: debería haber telefoneado antes.

– Hola -se apresuró a decir Daisy antes de que la invadieran las dudas de nuevo-. Estoy buscando a Jackson Parrish.

– Pe… pero… -Su voz resonó en la penumbra-. Vaya…, Daisy.

Habían pasado quince años, pero tenía la misma voz de siempre. Era algo más profunda que la del muchacho que había conocido, pero ese tono malicioso la hacía inconfundible. Sólo Jack podía transmitir tal carga de burla únicamente con la voz. Lo había descubierto hacía tiempo, y ahora sabía lo que se ocultaba tras aquella. Ya no se engañaba a sí misma pretendiendo que lo conocía.

– Hola, Jack.

– ¿Qué quieres, Daisy?

Ella miró a través del mosquitero intentando descubrir entre las sombras la silueta de ese hombre que tan bien había llegado a conocer en el pasado. El nudo que tenía en el estómago se estrechó aún más.

– Quería… Tengo que hablar contigo, y he pe… pensado que… -Respiró hondo y se esforzó para dejar de tartamudear. Tenía treinta y tres años. La misma edad que él-. Quería decirte que estaba en el pueblo antes de que te avisasen los demás.

– Demasiado tarde. -El repiquetear de la lluvia en el tejado del porche evitaba el silencio entre los dos. Sintió el peso de la mirada de Jack sobre su rostro y la parte delantera de su chubasquero amarillo; y justo cuando Daisy se convenció de que Jack no volvería a abrir la boca, le dijo:

– Si eso es lo que has venido a decirme, ya puedes irte.

Pero había algo más. Mucho más, de hecho. Le había prometido a Steven que le entregaría a Jack la carta que le había escrito pocos meses antes de morir. La llevaba en el bolsillo del chubasquero. Tenía que contarle a Jack todo lo que realmente había ocurrido hacía quince años y a continuación entregarle aquella carta.

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