– De tu vida secreta. Desapareces a todas horas y no le dices a tu esposa dónde estas, lo que es asunto tuyo, pero ella te vino a buscar a mi casa porque allí era donde le dijiste que ibas a estar y este hecho lo convierte en asunto mío.
– Mira, Riley, lo siento mucho, pero…
– No quiero tus lamentaciones. Está la campaña. Sólo te voy a preguntar esto una vez. ¿Estás haciendo algo que pudiera tener un impacto negativo en mi candidatura? Antes de que me respondas déjame recordarte que Los Lobos es una ciudad muy pequeña y que si la gente descubre que mi jefe de campaña está teniendo una aventura a espaldas de su esposa eso sería muy negativo para mí.
– No estoy engañando a Alexis -afirmó Zeke, poniéndose de pie-. Jamás lo haría. La amo. No se trata de eso. De hecho, no se trata de nada que te importe a ti o a la campaña.
– Entonces, ¿de qué se trata?
– No tengo por qué decírtelo.
– ¿Y si yo te exijo que lo hagas para poder seguir trabajando conmigo?
– En ese caso, tendrás que despedirme porque no voy a decirte lo que estoy haciendo. No tiene nada que ver contigo ni con Alexis. Eso es lo único que te puedo decir. ¿Te basta?
– Si no me lo vas a decir a mí, al menos deberías decírselo a tu esposa. Está muy preocupada. Le estás haciendo pensar que tu actitud no es el mejor modo de demostrarle que la amas.
– De acuerdo. Se lo explicaré a ella.
– ¿Le vas a decir lo que estás haciendo?
– No puedo hacerlo todavía. Aún no, pero te aseguro que no se trata de nada malo. Tienes que creerme.
Riley había aprendido hacía mucho tiempo a no confiar en nadie. Por mucha simpatía que sintiera por Zeke, no iba a cambiar aquella regla por él.
– Si lo que estás haciendo termina por afectar mi campaña, no sólo te despediré, sino que haré todo lo que pueda para arruinarte -dijo Riley-. ¿Nos entendemos?
– Claro. Sé que no conociste nunca a tu tío, pero yo sí. Probablemente no quieras escuchar esto, pero te pareces mucho a él.
– Gracias por decírmelo -le espetó Riley muy secamente.
Efectivamente, no le había agradado.
– Hablaremos muy pronto,
Cuando Zeke hubo recogido sus papeles y hubo marchado, Riley se quedó mirando la puerta durante un largo tiempo. Quería creer que el problema estaba solucionado, pero la tensión que sentía en su interior le decía todo lo contrario. Zeke estaba tramando algo y Riley deseaba saber de qué se trataba.
Tomó el teléfono, y sacó un trozo de papel del bolsillo de la camisa.
– Hola, soy Gracie -dijo una voz femenina, después de que el teléfono sonara en dos ocasiones.
Riley sonrió. ¿Quién le habría dicho a él que iba a llamar a Gracie Landon a propósito?
– Soy Riley. He estado hablando con Zeke.
– ¿Y? -preguntó ella. Riley le describió rápidamente la conversación-. Alexis no se va a quedar satisfecha con eso.
– Ni yo tampoco. Voy a seguirlo esta noche para ver adónde va.
– Quiero ir contigo.
El instinto le decía a Riley que debía responder que no, pero entonces recordó con quién estaba tratando. La Gracie que conocía se limitaría a seguirlo, lo que significaba que la situación se podría complicar aún más.
– Está bien. Te recogeré alas seis y media. ¿Te alojas en la casa de tu madre?
– No. Tengo una casa alquilada -contestó ella. Le dio la dirección-. Todo esto es genial. Jamá he seguido antes a nadie.
– Estupendo. Ésta es la oportunidad perfecta para recordar tu pasado como acosadora.
Gracie no estaba segura de qué ropa se debía llevar para seguir a alguien. En las películas, todo el mundo llevaba colores oscuros y tomaba café. Ella no podía tomar café tan tarde, en primer lugar para poder dormir y en segundo para que el estómago no le ardiera. Ya se sentía suficientemente nerviosa.
– Primero la ropa y luego la intendecia -se dijo delante del armario.
No se había llevado mucha ropa. La mayor parte del espacio de su Subaru había estado dedicado a suministros para su trabajo, por lo que había tenido que limitar su guardarropa a dos maletas y pequeñas. Por supuesto, cuando las preparó, no había tenido en cuenta que podría jugar a ser chica Bond con un atractivo Riley 007.
– Negro -murmuró mientras buscaba unos pantalones. Vio unos negros. Seguramente tenía una camiseta negra en alguna parte. Con eso serviría.
Encontró la camiseta en un cajón. Desgraciadamente, estaba decorada con una silueta blanca de unos novios y que llevaba escrito el logo de Novias en la Playa 2004, acontecimiento al que había acudido el verano anterior.
A pesar de todo, decidió ponérsela. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que cabello rubio llamaría demasiado la atención en la oscuridad. Tras rebuscar un poco más, encontró una gorra de béisbol. Era de color azul, por lo que no iba demasiado – bien con la camiseta negra, pero no se trataba de un desfile de modas. Además, no creía que Riley se fijara en lo que llevaba puesto.
Riley… Sólo su nombre conseguía que se le tensara el cuerpo y que se le cuadriplicaran los latidos del corazón. Iba a tener que encontrar el modo de contrarrestar la reacción que él le producía. Sólo estaban juntos para averiguar lo que estaba tramando Zeke. Le daba la sensación de que, si pudiera elegir, Riley preferiría pasar la velada con un asesino en serie que con ella. Cualquier atracción por su parte era una mala idea.
Se puso unas sandalias y se dirigió a la parte delantera de la casa. El ligero golpeteo en el techo le dijo que la lluvia prometida por la predicción meteorológica había llegado por fin. Tomó un chubasquero y se fue a buscar su bolso y las llaves.
Segundos más tarde, unos faros iluminaron las ventanas. Había llegado.
Gracie no sabía qué hacer, por lo que decidió esperar hasta que él llamara a la puerta.
– Hola -dijo al abrirla. Entonces, se alegró de haber hablado antes de verlo.
Estaba tan guapo… Como ella, se había vestido completamente de negro, pero la camiseta que él llevaba puesta no anunciaba nada más que las acerados músculos de su torso y la estrechez de la cintura. Las gotas de lluvia le brillaban sobre el cabello como si estuvieran presumiendo de la intimidad que compartían con él.
– ¿Estás lista? -le preguntó, sacudiéndose el agua de los brazos- Veo que tienes un chubasquero. Bien. Está lloviendo mucho.
Gracie no sabía qué decir. Se sintió incapaz de moverse, como si los pies se le hubieran pegado por completo al suelo. Al fin consiguió hablar.
– ¿Vamos… vamos a ir en tu coche?
– Lo preferiría.
A ella le pareció bien. No le apetecía conducir. Dudaba que, en aquel momento, fuera capaz de realizar poco más que las funciones corporales involuntarias, No sólo se sentía abrumada por la atracción que sentía hacia Riley, sino también por la injusticia de la situación. Había estado fuera tanto tiempo y había sido capaz de seguir adelante con su vida. ¿Era demasiado pedir poder regresar a casa durante unas pocas semanas sin hacer el ridículo?
No encontró respuesta a aquella pregunta retórica, por lo que se limitó a tomar bolso y llaves, a apagarlas luces y a salir al exterior.
Riley se dirigía hacia su coche, un elegante Mercedes plateado que aún olía a coche nuevo y a cuero recién estrenado. Gracie se sentó y trató de no pensar en que iban a pasar sólo Dios sabía cuánto tiempo a solas.
En cierto modo, algunas personas hubieran podido considerar aquello una cita.
– ¿Por qué no te alojas en la casa de tu madre? -preguntó él.
– Lo había pensado, pero necesito espacio para mi trabajo. Suelo trabajar por la noche y muchas personas no aprecian el ruido a las tres de la mañana.
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