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Susan Mallery: Inmune A Sus Encantos

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Susan Mallery Inmune A Sus Encantos

Inmune A Sus Encantos: краткое содержание, описание и аннотация

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Siempre causó admiración en el campo. Pero, ¿y entre las sábanas? Un malicioso artículo sobre Reid Buchanan había puesto en duda el talento del ex jugador de béisbol para los juegos de cama. Pero ése era sólo uno de sus problemas. Con una cadera rota, la abuela de Reid necesitaba cuidados constantes, y él había contratado a las dos primeras enfermeras por sus habilidades… con él. Y cuando tuvo que encontrar a una tercera, eligió a Lori Johnson, la primera candidata que parecía inmune a sus encantos. Lori nunca perdía el tiempo con hombres como Reid Buchanan. ¿Entonces por qué estaba debilitando sus fuertes defensas con aquella sexy sonrisa y con la amabilidad que le demostraba constantemente? Sólo había una explicación para lo que estaba pasando entre ellos… la química. Una química muy ardiente.

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Gloria entrecerró los ojos.

– No es una de esas personas que está siempre contenta, ¿verdad?

– No. Soy sarcástica y exigente.

– ¿Se ha acostado con mi nieto?

Lori se rió. Quizá lo hubiera echo en sueños, pero no en la vida real. Al fin y al cabo, ni era atractiva ni estaba bien dotada.

– No he tenido tiempo. ¿Es un requisito?

– Ese hombre es incansable -Gloria suspiró-. Si usted tiene vagina, seguramente haya estado dentro.

– No en la mía. Efectivamente, es guapo y superficial. Siempre es lo mismo, ¿no? ¿Ha hecho la maleta?

– Nunca me hago la maleta -respondió Gloria tajantemente-. Además, si lo hiciera, mi estado lo desaconsejaría.

Vaya, el entendimiento se había esfumado. Fue divertido mientras duró.

– No importa. Yo recogeré todo. ¿Tiene maleta? Si no, estoy segura de que podré encontrar algunas bolsas de plástico.

La anciana chirrió de furia.

– No va a meter nada mío en una bolsa de plástico. ¿Sabe quién soy?

Lori le dio la espalda mientras sacaba la maleta del armario que había junto al cuarto de baño. Las cosas se complicarían si Gloria se daba cuenta de que la conversación le parecía divertida.

– Claro. Es Gloria Buchanan. Por cierto, la llamaré Gloria. Señora Buchanan es demasiado serio y vamos tener una relación bastante personal.

– No lo creo. Voy a despedirla.

Lori dejó la maleta en la butaca y la abrió.

– No quieres despedirme, Gloria. Hago muy bien mi trabajo. Tengo experiencia con pacientes del corazón y ortopédicos. Soy suficientemente implacable para obligarte a hacer todo lo que tienes que hacer. Gracias a eso podrás levantarte antes. Te lo diré claramente. Las ancianas que se rompen la cadera solo tiene dos alternativas: o se mueren o se ponen bien. Mis pacientes no se mueren.

Gloria la miró con recelo.

– No eres una persona simpática.

– Tampoco lo eres tú.

– ¿Cómo te atreves? -Gloria se puso tensa-. Soy increíblemente educada y considerada.

– ¿Estás segura? ¿Quieres saber lo que opina el personal de aquí?

– Son un pandilla de ineptos. Aquí todo es de ínfima categoría.

– Entonces le encantará mi forma de trabajar -se inclinó hacia ella y bajó la voz-. Soy una maniática de las cosa bien hechas. Tendrás que respetarlo.

– No dirás palabrotas en mi presencia, jovencita. No lo tolero.

– De acuerdo. Y tú no serás un incordio.

– Yo nunca soy un incordio.

– ¿Se lo preguntamos a tus allegados?

– No tengo allegados.

Lori se acordó, un poco tarde, de que eso era verdad. Cuando la contrató, Reid le contó que Gloria no tenía amigos y que sus nietos la veían muy rara vez. No era de extrañar que fuera complicada, era una situación descorazonadora.

Lori terminó de hacer la maleta. Había metido un par de camisones, alguna ropa interior, la ropa que llevaba puesta cuando la ingresaron, dos libros y algunos cosméticos. Nada más. Ni flores ni un osito de peluche para que se recuperara, nada personal. Nada de la familia.

Una cosa era que una persona mayor estuviera sola, se dijo Lori enfadándose con los nietos Buchanan, pero le indignaba cuando esa persona tenía una familia numerosa que sólo pensaba en sus asuntos. Lori dejó a un lado los sentimientos y se acercó a la cama.

– Te diré lo que vamos a hacer -tocó levemente el brazo de Gloria-. Le diré a una enfermera que te dé un analgésico fuerte. El viaje te va a zarandear y eso te dolerá. Te pondrá algo bastante fuerte para que te alivie durante un rato.

Gloria entrecerró los ojos y apartó la mano del contacto de Lori.

– No hace falta que me hables como si tuviera ocho años. Puedo entenderlo sin que me des un explicación larga y prolija. Muy bien. Llama a la enfermera. Estará encantada de dar rienda suelta a sus tendencias sadomasoquistas conmigo.

– De acuerdo. Ahora vuelvo.

Lori fue a la sala de enfermeras, donde Vicki ya estaba preparada.

– Estamos preparadas. Si quieres pincharla, luego nos iremos.

Vicki salió de detrás del mostrador.

– Bueno… ¿qué te ha parecido?

– Me cae bien.

Vicki se paró en seco y la miró fijamente.

– ¿Es una broma? ¿Te cae bien? ¿Gloria Buchanan? Es un bicho.

– Está sola, doLorida y asustada.

– Le das demasiado margen de confianza, pero si así se va a su casa, por mí encantada.

Reid estaba sentado en su casa flotante y deseó haberse comprado un buen piso. Allí, en el agua, estaba demasiado al alcance de cualquiera. Había cerrado todas las persianas, pero eso no había disuadido a la prensa. Estaban por todos lados. Habían puesto cámaras en el embarcadero y las lanchas no paraban de acosarlo. Querían una historia inmediatamente. Les daba igual que se sintiera humillado. Su representante le había dicho que el interés decaería en un par de días y que desapareciera hasta entonces. Era un consejo fantástico, pero ¿adonde podía ir? Aquella era su cuidad y lodo el mundo en Seattle lo conocía.

Sonó su móvil. Miró la pantalla antes de contestar y frunció el ceño al ver el nombre de su abuela. Si había leído el periódico, iba a vapulearlo verbalmente y dejarlo hecho un trapo.

– ¿Sí…? -contestó él con un hilo de voz.

– Soy Lori Johnston, la enfermera de día de tu abuela. Tu abuela está saliendo ahora del servicio de rehabilitación y estará en su casa dentro de una hora.

– A ver si lo adivino -Reid sonrió-. Quieres que pase por allí para animarla.

Doña Sabelotodo lo necesitaba. Al final, todas lo necesitaban.

– No precisamente. Le han dado un analgésico muy potente y está drogada.

– ¿Has drogado a mi abuela? -preguntó él con furia.

– No seas ridículo -Lori suspiró-. Claro que no la he drogado. Le pedí al médico que le recetara algún analgésico. En su estado, el viaje en coche podía ser insoportable. Algo que a ti te da igual…

– ¿De dónde has sacado su teléfono? -preguntó él sin hacer caso de la reprimenda.

– Lo saqué de su bolso y, antes de que empieces a protestar, lo hice porque tenía que ponerme en contacto contigo. Nadie le ha mandado flores ni una tarjeta deseando que se recupere. Me parece asombroso. Me sorprende que la llevarais al hospital. Podrías haberla subido a un témpano de hielo y dejarla flotando en el mar.

Reid abrió la boca y volvió a cerrarla. Para cualquiera que no conociera bien a Gloria, esa falta de interés era espantosa.

– No le gustan las flores -replicó al cabo de un rato.

– ¿Es lo mejor que se te ocurre? Habría sido más ingenioso decir que tiene alergia. Tú eres el jugador de béisbol rico y famoso, ¿no?

– Ex jugador de béisbol.

– Me da igual. Encarga flores para tu abuela. Muchas flores. Que las vayan entregando periódicamente. ¿Me has oído? Añade algunos animales de peluche: osos, gatos, jirafas, lo que sea. Algo que le haga creer que a su familia le importa si vive o se muere. Si no lo haces, tendrás que darme explicaciones y te aseguro que no va a gustarte.

A él le pareció que Lori se preocupaba por lo que no debía, pero respetó su entusiasmo.

– No me asustas.

– Todavía, pero ya le asustaré.

Capítulo2

Lori instaló a Gloria, casi sin problemas, en el despacho que habían adaptado como dormitorio. Naturalmente, que la paciente estuviera casi inconsciente facilitó las cosas. Deshizo la maleta de Gloria, confirmó la cita con el fisioterapeuta para la mañana siguiente y eligió algo ligero para la cena. Si bien la anciana estaba recuperándose, había perdido peso durante las últimas semanas y quería que sus huesos recuperaran algo de la came que los rodeaba.

Iba a ver cómo estaba la paciente cuando llamaron a la puerta. Abrió y se encontró con dos repartidores con varios floreros llenos de flores. Uno de ellos, además, tenía una jirafa enorme debajo del brazo.

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