Fue increíble. Ardiente y húmedo, rápido y lento, y todo lo demás. Kane la chupó toda, la hizo gemir hasta hacerle rogarle que no se detuviera.
Kane movió la lengua sin tregua, llevándola casi al clímax para luego detenerse. Willow estuvo a punto de tener un orgasmo dos veces, pero Kane se paró, impidiéndoselo.
Ella respiraba trabajosamente. Se agarró a las sábanas e hincó los talones en el colchón. Kane continuó chupándola y lamiéndola acelerando el ritmo, llevándola casi al clímax otra vez. Estaba a punto, tan a punto…
– Kane -jadeó ella.
Él se detuvo. Willow no alcanzó el orgasmo y casi gritó de frustración. Entonces, Kane le introdujo un dedo. Dentro y fuera, dentro y fuera. La intensidad del tenso placer que sentía la dejó atónita. Casi no podía respirar. Kane le cubrió con la lengua su punto erógeno más sensible y lo succionó; al mismo tiempo, le acarició con la punta de la lengua.
Willow estalló entonces. Fue un estallido sobrecogedor, casi violento. Nunca había sentido nada igual.
El placer pareció durar una eternidad. Por fin, empezó a disiparse y Kane, alzando la cabeza, la miró.
Aún había deseo en esos ojos oscuros, pero también satisfacción.
– Me siento como si no tuviera huesos -susurró ella.
– Como debe ser.
– Se te da muy bien esto.
– Contigo es fácil.
Willow sonrió.
– Justo lo que a una mujer le gusta oír.
Kane se arrodilló entre las piernas de ella y alargó un brazo hacia el cajón de la mesilla de noche.
– Eres muy apasionada.
– Muy bien, sigue así.
Kane se puso un condón y se colocó entre los muslos de ella. Sus oscuros ojos reflejaban ardor y deseo. Con una mano, Willow lo introdujo en su cuerpo; entonces, al sentirlo dentro, jadeó.
Pero Kane se movió lentamente, dándole tiempo.
Willow quería que a él le resultase la experiencia tan placentera como lo había sido para ella, y se movió. Kane jadeó.
Mientras se movía en su interior, la excitó otra vez. Entonces, empezó a moverse cada vez con más rapidez.
Willow no sabía qué le estaba pasando. Era todo tan maravilloso, tan increíble, tan…
El orgasmo la arrolló como olas de perfecto placer. Kane empezó a mover las caderas sin compasión, y ese movimiento fue suficiente para prolongarle a ella el orgasmo casi infinitamente.
Nunca había tenido una experiencia igual. Jamás había imaginado que su cuerpo fuera capaz de sentir todo eso. Se aferró a Kane, entregándosele por completo, sintiéndolo más y más cerca hasta que lo oyó lanzar un gemido y luego notó que se quedaba quieto.
Willow trató de recuperar la respiración. Estaba segura de que nunca podría ser la misma después de aquello.
Kane se tumbó boca arriba y la atrajo hacia sí.
Willow se acurrucó junto a él y apoyó la cabeza en su hombro.
– No has estado nada mal.
Kane lanzó una carcajada.
– Gracias.
– Sabes lo que haces. Podrías curar unas cuantas enfermedades con tu técnica -dijo ella sonriendo.
– Como he dicho antes, contigo es fácil.
Willow no iba a poner objeciones. Hasta aquella noche, su experiencia sexual podía contarse con dos dedos de una mano. Ninguno de los dos encuentros la había preparado para la maestría de Kane.
Kane se despertó poco antes del amanecer y notó dos cosas extrañas: por una parte, la mujer que estaba en su cama; por otra, el intruso que se movía por el cuarto.
Sabía que la mujer era Willow, pero… ¿quién era el intruso? Sin embargo, antes de que le diera tiempo a saltar de la cama y a atacar, una esquelética gata saltó a su pecho y maulló junto a su rostro.
– Buenos días -murmuró Kane alzando una mano. La gata se frotó contra sus dedos antes de acomodarse encima de su pecho y ronronear.
Kane dejó a la gata encima de la cama y se levantó. Después de ponerse una bata, fue a la cocina y puso la cafetera. La gata lo siguió. Al ver que el cuenco de comida de la gata estaba vacío, se lo volvió a llenar y se marchó al cuarto de estar.
Los gatitos estaban aún en la caja. Uno de ellos estaba despierto y maullaba. Kane se agachó y acarició al diminuto animal. Los recién nacidos no veían y eran completamente indefensos. Si los dejara en el campo, apenas durarían unas horas. Así era la vida.
Él lo aceptaba, pero Willow no. Willow quería salvar el mundo. Todavía no se había enterado de que gran parte del mundo no merecía ser salvado.
Cuando Willow se despertó, el sol inundaba la habitación y olía a café. Miró el reloj de la mesilla de noche; eran las ocho y aún seguía en la cama de Kane. Y desnuda.
Sonrió y se estiró, tenía agujetas. Había hecho mucho ejercicio porque, pasadas las tres de la mañana, Kane había vuelto a ocuparse de ella.
Se levantó, fue al cuarto de baño y allí encontró su ropa doblada. Después de darse una ducha, se vistió y se calzó sin problemas. La hinchazón del tobillo casi había desaparecido y apenas le dolía. Fue a la cocina, se sirvió un café y se dirigió al cuarto de estar.
Kane estaba sentado detrás de su escritorio en un rincón de la estancia y miraba algo en el ordenador portátil. Él también se había duchado y se había vestido, y debía de haberlo hecho en el cuarto de invitados porque ella no había oído ningún ruido.
Kane la miró, pero no dijo nada. Sus ojos se veían oscuros y peligrosos, pero no había deseo en ellos.
– No te asustes -dijo Willow con una sonrisa-, voy a marcharme tan pronto como me tome el café, así que puedes mostrar algo de amabilidad. Te prometo que no vas a verte obligado a echarme.
– ¿Por qué iba a creerte? No te ha costado nada acomodarte en mi casa -comentó él con ironía.
– Tengo cosas que hacer -contestó Willow-. Cosas importantes.
– No quiero ni pensar qué puede ser.
Willow se acercó al escritorio.
– ¿Qué estás haciendo? ¿Estás trabajando?
– El trabajo ya lo he terminado. No, esto es personal.
– Ah, ya, una novia por Internet.
Kane sacudió la cabeza y giró el ordenador para que ella pudiera ver la pantalla. Vio una foto de una hermosa isla de cielo imposiblemente azul y arena casi blanca.
– ¿Vacaciones?
– Jubilación. Voy a jubilarme dentro de ocho años; cinco, si mis inversiones siguen dándome más beneficios de los que esperaba.
¿Jubilación? Willow frunció el ceño.
– Pero si apenas tienes treinta años, ¿no?
– Treinta y tres.
Willow se sentó en la otra silla al lado del escritorio.
– ¿Por qué quieres jubilarte?
– Porque puedo. Ya he trabajado lo suficiente.
Y ella apenas había empezado a vivir.
– ¿Cómo qué?
– Mentí respecto a mi edad, falsifiqué el certificado de nacimiento y entré en el ejército a los dieciséis años. Pasé allí diez años, ocho de ellos en las Fuerzas Especiales.
Lo que explicaba las cicatrices, pensó Willow. Un guerrero.
– Cuando dejé el ejército, pasé cuatro años protegiendo a gente rica en lugares peligrosos. Ganaba bastante dinero, pero me aburrí de que me disparasen. Acepté trabajar para Todd y Ryan porque la empresa estaba empezando y se me presentaba la posibilidad de ganar una fortuna.
– ¿Es eso lo que quieres, hacerte con una fortuna? -si tenía pensado jubilarse dentro de cinco u ocho años, probablemente ya la tenía.
– Sí.
– ¿Por qué?
Kane señaló la foto que se veía en la pantalla del ordenador.
– La intimidad y la soledad no son baratas. Quiero vivir en un lugar aislado y fácil de defender, un lugar en el que haya poca gente y posibilidades para hacer lo que me gusta.
Willow no entendía la necesidad de soledad de Kane.
– ¿No quieres tener una familia? ¿No quieres casarte y tener hijos?
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