Susan Mallery - Rozados por el Peligro

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¿Cómo podría convencerla de que quería cuidar de ella para siempre?
Elizabeth Duncan estaba acostumbrada a centrar todas sus energías en el trabajo en lugar de en el placer… excepto durante aquella única noche que pasó con el agente especial David Logan, que desapareció en una misión secreta tras su breve y dulce encuentro.
Cinco años después, durante una misión en Rusia, David se quedó de piedra al volver a ver a Elizabeth y comprobar que nada había cambiado entre ellos. Aunque ahora Elizabeth y su pequeña recién adoptada estaban en peligro. Y David decidió que debía protegerlas…

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– Llámame a la oficina -le dijo, mientras le metía el papel en el bolso-. Si quieres salir, conozco algunos restaurantes muy buenos. Si quieres que nos quedemos en casa, cocinaré.

Entonces, sin poder evitarlo, tuvo que rendirse. Se inclinó hacia ella y la besó.

– Llámame -le dijo después, mientras acariciaba a Natasha en la mejilla y les sonreía a las dos.

– Lo haré -prometió Liz.

David salió de la guardería, más que satisfecho al notar que con aquel beso, la había dejado casi sin aliento.

David llegó a su despacho a tiempo para asistir a la reunión informativa semanal con sus empleados. Recogió los expedientes sobre los diferentes casos en los que su departamento estaba trabajando en aquel momento y se dirigió hacia la sala de juntas. Mientras caminaba, se apartó a Liz de la cabeza. No podía dejar que ella lo distrajera, aunque fuera la mejor clase de distracción que hubiera tenido nunca.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, la mayoría de sus empleados le había informado de lo que estaba ocurriendo en Rusia y en los demás países de la antigua federación soviética. Ainsley Johnson habló en último lugar.

– Ha desaparecido otro niño de otro orfanato -dijo-. El número quince durante los pasados doce meses.

David abrió el expediente sobre el mercado negro de niños. Aunque no tenían jurisdicción para investigar el suelo ruso, tenían la teoría de que la mayoría de los niños iban a parar a Estados Unidos.

– Siempre ocurre lo mismo -continuó Ainsley-. Los bebés están sanos, son demasiado pequeños para ser adoptados oficialmente y desaparecen de sus cunas como por arte de magia. Todos tienen entre dos y ocho semanas y son tanto niños como niñas -añadió y sacudió la cabeza-. Pero ahí terminan las coincidencias. Han sido robados en diferentes orfanatos y en diferentes ocasiones. Ninguno de los empleados de los orfanatos desaparece de repente, ni nadie tiene dinero extra. Los intrusos son estrechamente vigilados. Entonces, ¿quién lo hace?

David se dio cuenta de que ella no preguntaba por qué. El motivo estaba claro: por dinero.

Pensó en Natasha y en Liz. No quería que aquello les sucediera a ellas.

– ¿Ninguno de los bebés estaba en proceso de adopción?

Ainsley sacudió la cabeza.

– No. Lo habrían estado si hubieran sido un poco mayores, pero ninguno había avanzado mucho en el proceso. Ningún posible padre los había visitado, si es eso a lo que se refiere.

Él le dio el nombre de un par de contactos.

– Es posible que sepan algo.

– Gracias, jefe.

Cuando terminó la reunión, David volvió a su despacho. Por el camino, iba pensando en los bebés secuestrados. ¿Estarían comprándolos parejas desesperadas que no podían conseguir un hijo de ninguna otra manera?

Desde aquel pensamiento, no tardó mucho en llegar a Liz y al breve beso que se habían dado en el orfanato. No recordaba la última vez que alguien le hubiera gustado tanto. Claramente, había una fuerte química entre ellos.

Dividido entre lo que quería y lo que era correcto, pensó en retirar su ofrecimiento de cocinar aquella noche. Tenía el presentimiento de que si ella aparecía en su casa, no iban a conseguir cenar.

– Soy una boba -dijo Liz, mientras se secaba las lágrimas de las mejillas.

– Mañana volverá a verla -le dijo Sophia mientras caminaban hacia las escaleras.

– Lo sé. Es sólo que estoy aquí y quiero llevármela ahora. Detesto la idea de que pase otra noche aquí sola.

La adolescente se quedó mirándola fijamente.

– ¿Quiere al bebé?

Liz se secó una lágrima y asintió.

– Más de lo que puedas pensar -dijo. El dolor que sentía era cada vez más intenso-. Intento consolarme pensando que sólo serán unas cuantas horas más y que después podré llevármela a casa y nunca nos separaremos.

A la salida del orfanato, Liz se detuvo y miró la fachada del edificio gris.

– Estará bien, ¿verdad? -preguntó con desesperación-. ¿No creerá que la he abandonado?

Los grandes ojos de Sophia tenían una mirada solemne.

– Estará aquí mañana por la mañana y pronto usted se la llevará a América y le dará una buena vida. Mucha gente viene y se lleva a los bebés a una vida mejor. Es así, ¿verdad?

– Eso espero.

Sophia sonrió ligeramente y después esperó con Liz al taxi al que había llamado la muchacha. Liz había pensado en volver al hotel a refrescarse un poco, pero de repente, estaba impaciente por llegar a casa de David.

Le entregó a Sophia el trozo de papel con la dirección de David, que le había pedido cuando lo había llamado un rato antes. La adolescente se la dio al taxista y le dio también unas cuantas instrucciones.

– La tarifa está ya convenida. No le pague más -le dijo Sophia a Liz.

– Gracias. Hasta mañana.

Sophia se despidió de ella y se apartó del taxi. Liz se metió al asiento trasero y cerró la puerta. Veinte minutos después, llegó al elegante edificio donde vivía David y llamó al portero automático.

– Hola -saludó David, segundos después-. Pasa al portal. Yo bajaré ahora mismo.

El timbre de la puerta sonó y Liz entró en el edificio.

Después de un par de minutos, oyó pasos en el mármol del suelo y se volvió. David bajaba por las escaleras curvas y se acercaba a ella. Le tomó las manos y la miró a la cara.

– Has estado llorando. ¿Qué ha pasado?

– Nada, nada. No quería dejar a la niña. Sé que es una tontería. Natasha ha vivido en ese orfanato desde que su madre la abandonó, hace casi cuatro meses. Estará bien. Sólo tengo que esperar hasta mañana, lo sé. Pero no quería.

Él la abrazó y le dio un beso en el pelo.

– No es una tontería. La quieres y quieres estar con ella.También estás cansada del viaje y además, estás en un lugar extraño. Todo esto acaba pasando factura.

– Eres muy razonable -le dijo ella, abrazándolo con fuerza.

– Razonable, encantador y un gran anfitrión. Vamos arriba y te enseñaré la casa.

– De acuerdo.

De mala gana, Liz lo soltó. David la rodeó con un brazo y la acompañó al ascensor. El viejo mecanismo se puso en marcha y subieron al quinto piso. Allí entraron al espacioso piso. Tenía techos muy altos y molduras de madera en las paredes.

– Es precioso -le dijo ella, observando las antigüedades y los muebles-. ¿Lo has decorado tú mismo?

– No, no. Lo alquilé amueblado. Tiene unas vistas preciosas, el precio está bien y está muy cerca del trabajo. ¿Qué te apetece tomar? ¿Un vodka, una copa de vino?

– Me apetece un vino, gracias.

Los dos fueron a la cocina y allí David le sirvió una copa de vino blanco. Ella le dio un sorbo.

– ¿Te sientes mejor?

– Es posible que necesite dos copas para alegrarme -respondió Liz, con un suspiro-. Lo siento. No estoy siendo una compañía muy alegre.

– ¿Prefieres dejarlo para otro momento?

– Prefiero quedarme. ¿Lo soportarás?

– No eres difícil.

De repente, la tensión estalló. Ella lo agradeció, no sólo porque era una distracción, sino también porque era parte de su relación con David.

– Entonces, ¿qué soy?

– No me lo preguntes.

– ¿Por qué?

– Porque los dos sabemos lo que ocurrirá.

– ¿Qué soy?

– Una fantasía.

– No sé si estaría a la altura de eso.

– ¿Quieres intentarlo?

Ella sonrió.

– Oh, sí.

Capítulo 4

David se acercó a ella. Le quitó la copa de vino de la mano, la dejó sobre el mostrador y después besó a Liz. Al primer roce de sus labios, el calor fluyó entre ellos, la pasión explotó y lo único que sintieron fue la desesperada necesidad de estar desnudos, piel contra piel.

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