Susan Mallery - Vivir Al Límite

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Quería recuperar su dinero y alejarse de aquella mujer para siempe…
Con su fuerza y su poderosa mirada, el guardaespaldas Tanner Keane era el único que podía proteger a Madison Hilliard. Lo habían contratado para defenderla de su peligroso ex marido, que quería verla muerta a toda costa. Pero, después de tantos días juntos, ¿quién los protegería a ellos de caer en la más deliciosa y salvaje de las tentaciones?
Tanner no tardó en darse cuenta de que la presencia de Madison iluminaba su casa y de que no quería perderla. Aquel hombre acostumbrado a luchar con la vida se dejó llevar por su instinto más protector y se empeñó en salvarla. Sin saber que, en realidad, era él el que estaba en peligro…

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Tanner fijó entonces la mirada en la cicatriz de Madison.

– ¿Cómo se la hizo?

Madison posó la mano en el regazo y clavó la mirada en la mesa.

– No me acuerdo. Sé que suena extraño, pero es la verdad. No sé si me dio un golpe en la cabeza o, sencillamente, he bloqueado ese recuerdo. Estaba peleándome con Christopher. Fue poco antes de dejarlo. No paraba de presionarme para que dejara mi trabajo.

Tanner se quedó mirándola fijamente.

– ¿Usted trabaja?

– Sí. No me pagan, soy voluntaria, pero tengo que ir todos los días para cumplir con determinadas tareas -lo miró a los ojos-. No soy una inútil.

– Déjeme imaginármelo. Christopher le planteó en aquella discusión que su mujer no tenía por qué trabajar.

– Exacto. Y mi padre lo apoyaba. Decían que debería quedarme en casa y concentrarme en ser una buena esposa. Que no era suficientemente fuerte como para hacer las dos cosas.

¿Que no era suficientemente fuerte? Quizá Tanner no fuera un admirador de Madison Hilliard, pero estaba convencido de que era una mujer con gran determinación y fuerza de voluntad.

– Mi padre se marchó y Christopher continuó gritándome. Sé que me abofeteó, pero ya no recuerdo nada más.

– ¿Aquélla fue la primera vez que la pegó? -le preguntó Tanner.

– Sí. Fue la primera vez. Y también uno de los motivos de que lo dejara.

– Me parece motivo suficiente. ¿Y se cayó al suelo cuando él la pegó?

– No. Permanecí de pie, mirándolo a los ojos. Él continuaba gritándome. Creo que ni siquiera sabía lo que hacía.

– Claro que lo sabía -un hombre siempre sabía que estaba pegando a una mujer.

– Lo siguiente que recuerdo es que estaba de rodillas en el suelo. Había atravesado una puerta de cristal y estaba sangrando -se llevó la mano a la mejilla-. Sinceramente, no puedo decirle si tropecé o si él me empujó.

Tanner habría apostado todo su dinero a que aquel canalla la empujó, y no le sorprendía que Madison hubiera bloqueado aquel recuerdo. A nadie le gustaba averiguar que estaba casada con un monstruo.

– Se lanzó sobre mí sin dejar de gritar, pero parecía contento. Me dijo que estaría tan horrible como esos niños a los que intentaba ayudar. Que me lo merecía. Después se marchó. Tuve que ir sola a urgencias. Me dieron unos puntos y me enviaron a casa. Cuando llegué, Christopher había desaparecido. Recuerdo que me alegré. Al día siguiente fui a ver a un abogado para enterarme de cuáles eran los trámites de divorcio. Tardé un par de meses en reunir el valor que necesitaba para marcharme, pero lo conseguí.

Tanner bajó la mirada hacia sus notas, porque mirar a Madison se había convertido en una invasión a su intimidad.

– ¿Con qué clase de niños trabaja?

– Con niños de familias sin recursos que tienen alguna deformidad facial. La organización para la que trabajo les facilita operaciones para reconstruirles el rostro. Lo pagamos todo, incluso los cuidados que necesitan tras la operación -sonrió-. Los niños son increíbles.

Su rostro se transformaba a medida que hablaba. Su expresión se había suavizado y sus ojos estaban rebosantes de un feliz asombro.

– Mi trabajo consiste en coordinar los viajes y en asegurarme de que todos los servicios médicos están disponibles. Y mientras la familia está aquí, yo soy su punto de contacto.

¿Sería ésa la razón por la que conservaba la cicatriz? ¿Para que los niños pudieran verla como a uno de ellos?, se preguntó Tanner.

Descartó aquella idea en cuanto se le ocurrió. Nadie era tan altruista y mucho menos, una mujer tan atractiva como Madison.

– Intentamos convertir el viaje en una aventura -continuó explicándole Madison-. Si nos es posible, los llevamos a Disneylandia -sonrió-. No sabe la diferencia que puede representar para ellos tener un rostro normal. Que no se rían de ellos, que dejen de señalarnos por la calle.

Creía firmemente en lo que hacía. Se reflejaba en su voz.

– ¿Cómo llegó a participar en esa asociación?

– En realidad fue algo del destino -le explicó-. Estaba en uno de los momentos más bajos de mi vida. Sí, la mujer rica estaba deprimida porque no era feliz. ¡Qué pena! -sacudió la cabeza-. Era tan tonta… Estaba dando un paseo, intentando pensar, cuando vi a una mujer y a su hija sentadas en el banco de la parada del autobús. Estaban llorando. Normalmente no me habría parado, pero había algo especial en ellas, algo que no podía ignorar. Así que me acerqué y les pregunté si podía ayudarlas.

Bebió un sorbo de agua.

– De esa forma me enteré de que eran de Oregón. Lacey, la niña, tenía el paladar hendido y habían venido para operarla. Pero cuando habían llegado al hospital, allí no sabían nada de la operación. Se debía de haber perdido la solicitud o algo parecido. No tenían dinero ni un lugar en el que quedarse. Les dieron un vale para pasar una noche en un hotel y un billete de vuelta para el autobús, pero no era ésa la razón por la que habían venido. Las llevé al hotel y después localizamos esa organización para la que ahora trabajo. Tardamos un par de días, pero al final Lacey consiguió que la operaran y yo encontré mi vocación.

Tanner podía sentir su entusiasmo y su energía.

– Le gusta lo que hace.

– Me encanta. Es la razón por la que vivo. Después de dejar a Christopher, me volqué completamente en el trabajo -lo miró-. Pero, desde hace dos semanas, no sé nada de mi trabajo.

– No puede ir a trabajar.

– Lo sé, no puedo arriesgarme, pero podría utilizar el ordenador y trabajar por Internet. Si pudiera tener acceso a mi correo electrónico…

– No.

– ¿Qué daño puede hacerme?

– Aquí las normas las pongo yo -le recordó.

– Bueno, pues esas normas son una estupidez. No voy a comprarme unos zapatos en la página de Nordstrom, sólo quiero estar en contacto con mis niños.

– No.

Madison apoyó las dos manos en la mesa y lo fulminó con la mirada.

– Esto es muy importante. Usted no sabe lo que es crecer siendo un niño diferente, feo y deformado.

– Usted no sabe nada sobre mí.

Y entonces Madison se echó a reír. Fue una carcajada limpia y clara que le golpeó a Tanner en lo más profundo de las entrañas.

– Oh, por favor, mírese en el espejo. Es un hombre fuerte y atractivo, y probablemente siempre lo ha sido -volvió a ponerse seria-. Esos niños, no. Esos niños son unos pobres inadaptados que tienen que soportar que se rían de ellos a diario. Me necesitan y yo quiero estar disponible para ellos. Si estar aquí significa que alguno de esos niños no va a conseguir ser operado, entonces nada de esto merece la pena.

– Un bonito discurso -contestó Tanner, esforzándose para no ceder a su pasión.

– Creo todas y cada una de las palabras que he dicho.

– ¿Está dispuesta arriesgar su vida por ello?

– Sí -contestó sin vacilar-. Haré todo lo que me diga. Puede controlar mi correo, incluso puede permanecer a mi lado mientras escribo, no me importa, pero necesito tener acceso a mi correo y a mis archivos.

Sintiéndose repentinamente incómodo, Tanner se levantó y guardó sus notas.

– Pensaré en ello -le dijo-. Pero no prometo nada.

Capítulo 6

Madison durmió durante toda la noche. Era la primera vez desde hacía dos semanas y cuando se despertó a la mañana siguiente, se sentía como si fuera otra persona. Después de una larga ducha, se vistió y salió en busca de un café.

No la sorprendió descubrir que Tanner ya estaba levantado. Lo vio en la sala de control mientras se dirigía a la cocina. Estaba sentado frente al ordenador, tecleando algo. La camisa oscura del día anterior había sido sustituida por una camiseta negra en la que se marcaban sus impresionantes músculos.

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