Susan Mallery - Vivir Al Límite

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Quería recuperar su dinero y alejarse de aquella mujer para siempe…
Con su fuerza y su poderosa mirada, el guardaespaldas Tanner Keane era el único que podía proteger a Madison Hilliard. Lo habían contratado para defenderla de su peligroso ex marido, que quería verla muerta a toda costa. Pero, después de tantos días juntos, ¿quién los protegería a ellos de caer en la más deliciosa y salvaje de las tentaciones?
Tanner no tardó en darse cuenta de que la presencia de Madison iluminaba su casa y de que no quería perderla. Aquel hombre acostumbrado a luchar con la vida se dejó llevar por su instinto más protector y se empeñó en salvarla. Sin saber que, en realidad, era él el que estaba en peligro…

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– Póngase unos zapatos -le ordenó Tanner-. Los que sean. No vamos a ir a un desfile de modas.

Madison se puso unos mocasines y corrió hacia la puerta. Tanner la siguió. Una vez en el vestíbulo, la agarró de la mano y corrió con ella escaleras abajo.

– Todo despejado -le indicó Ángel quedamente por el auricular-. El helicóptero estará aquí en treinta segundos.

Corrieron hacia la parte de atrás de la casa. Tanner se quitó las gafas de visión nocturna y continuaron avanzando. El sonido del motor del helicóptero comenzó a oírse en la distancia mientras Madison y él esperaban en el final del jardín.

– ¿Cómo me han encontrado? -preguntó Madison.

– En eso consiste mi trabajo.

– Ah, un hombre fuerte y callado. Supongo que eso debe de haberle impresionado a mi padre.

Tanner la miró entonces por primera vez. La miró de verdad. Madison Hilliard ya no era la imagen de una fotografía, sino una mujer de carne y hueso. La melena rubia flotaba alrededor de su rostro mientras el helicóptero descendía. Madison intentó sujetársela y una de las luces del helicóptero iluminó completamente su rostro.

No podía decirse que lo hubiera impactado, pocas cosas lo hacían ya, pero a Tanner sí le sorprendió la cicatriz que marcaba su mejilla izquierda. Madison lo descubrió mirándola fijamente, pero no pestañeó ni desvió la mirada.

El helicóptero aterrizó. Antes de que hubieran podido montarse, se oyó un grito en el interior de la casa. Tanner soltó un juramento y se volvió en aquella dirección.

– Dos guardias. Hijos de perra. Han adelantado el cambio de turno. Acaban de llegar. Kelly agáchate. A tu izquierda. A tu…

El sonido de un disparo interrumpió las palabras de Ángel. El volumen y la procedencia de los disparos le indicaron a Tanner que no se trataba de sus hombres. No era una buena señal, pensó sombrío. Todos los hombres de su equipo le indicaron sus posiciones. Todos excepto Kelly.

– Adelante -le dijo a Madison, y la empujó hacia el helicóptero.

Madison obedeció.

Tanner odiaba tener que subir con ella, pero sus hombres estaban bien preparados. Se abrirían en abanico y recuperarían a los miembros del equipo que habían sido heridos.

Efectivamente, menos de dos minutos después, aparecieron tres hombres, aunque sólo dos de ellos caminaban por su propio pie. Al tercero lo llevaban en volandas.

– Salid cuanto antes de aquí. Kelly ha conseguido disparar a los otros dos tipos después de que le dispararan, pero ya han llamado pidiendo refuerzos -le informó Ángel a través del auricular.

Tanner ayudó a sus hombres a dejar a Kelly en el suelo del helicóptero, y cuando estuvieron todos dentro, le hizo un gesto al piloto para que despegara. En cuanto estuvieron en el aire, examinó a su hombre. Tenía dos disparos, y los dos malos. Uno en el pecho y otro en la pierna. Maldita fuera, pensó sombrío, y fulminó con la mirada a la mujer que se acurrucaba en el asiento más alejado del suyo. Había cosas por las que merecía la pena morir, pero una mujer como aquélla no era una de ellas.

Los otros dos miembros del equipo ya habían sacado el botiquín de emergencias. Tanner se apartó para dejarles espacio. Tomó un par de cascos y le indicó a Madison que hiciera lo mismo.

– Su familia va a tener que esperar -le dijo, hablándole a través del micrófono incorporado a los cascos-. Tengo que llevar a este hombre al médico.

– Por supuesto -contestó Madison-, puedo quedarme con usted en el hospital.

No tenía sentido decirle que no iban a ir a ningún hospital. La sanidad pública les obligaría a contestar a demasiadas preguntas. Tanner tenía su propio centro médico, con sus propios especialistas, todos ellos antiguos militares.

– Uno de mis hombres la llevará a un lugar seguro -le dijo Tanner-. Tendrá que esperar allí hasta que pueda devolverla con su familia.

Suponía que Madison y su marido podrían esperar una o dos horas más antes de volver a verse. Se quitó los auriculares e intentó dominar su enfado. Aquél debería haber sido un trabajo fácil, se dijo a sí mismo. No tendrían por qué haber herido a nadie. Y menos a Kelly el miembro más joven de su equipo. Kelly acababa de comprometerse con su novia. Era de Iowa, por el amor de Dios. Se suponía que no tenía por qué pasarle algo así a un muchacho de Iowa.

Madison Hilliard paseaba a lo largo y lo ancho de una habitación diminuta. No tenía la menor idea de cuánto tiempo llevaba allí retenida. No había ventanas y no tenía reloj. Suponía que un par de horas. Quizá más.

La habitación era sobria, casi monástica: una cama, un lavabo y una toalla. Ni armario ni mesa. Nada que leer, nada que mirar, nada que hacer. Imaginaba que debería haber dormido, puesto que apenas había conseguido hacerlo desde que la habían secuestrado. Pero la ansiedad la mantenía activa.

El miedo la dominaba. Durante los últimos doce días, se había acostumbrado a aquella fría garra que se aferraba a su estómago. Intentaba decirse que alguien, en alguna parte, la echaría de menos. Que alguien preguntaría por ella, que sus amigas notarían que había desaparecido. ¿Pero no habría pensado ya Christopher en ello?

La única puerta de la habitación estaba cerrada. Así que estaba atrapada hasta que su rescatador decidiera reunirla de nuevo con su familia. ¿Y después?

¿Cuánto tiempo la mantendría Christopher viva? ¿Semanas? ¿Meses? No conocía sus planes, de modo que no estaba segura de que la necesitara. Y aquella necesidad era su única esperanza.

Oyó un débil ruido procedente del pasillo. Madison se volvió y se preparó para lo inevitable. Para ver a los hombres que querían matarla. Pero en cambio, la puerta se abrió y vio a su rescatador frente a ella.

Era un hombre alto, moreno y de complexión atlética. La autoridad y la confianza lo rodeaban como un aura casi visible. Iba vestido de negro y llevaba una pistola a la cintura. ¿Pretendería utilizarla con ella?

– Siento haberla hecho esperar -le dijo, aunque lo que parecía era enfadado.

– No se preocupe. ¿Cómo está su amigo?

– Todavía está en el quirófano.

– Espero que se ponga bien.

No necesitaba cargar con el peso de las heridas de un hombre sobre su conciencia.

– ¿Tiene hambre? ¿Le han dado bien de comer?

– Estoy bien -era incapaz de imaginarse volviendo a comer otra vez-. Lo siento, no sé cómo se llama.

– Keane. Tanner Keane.

– Señor Keane, supongo que mi familia lo ha contratado para que me rescatara.

– Sí, su marido y su padre vinieron a verme hace unos días. Habían contratado a otra empresa para que la liberara después de su secuestro, pero no habían conseguido nada -se encogió de hombros-. Yo soy el mejor.

Interesante. ¿Por qué iba a contratar Christopher a alguien que no fuera el mejor? Él odiaba tratar con cualquiera que no estuviera completamente cualificado. Intentó concentrarse en aquella cuestión, en encontrarle algún sentido. Pero la falta de sueño se lo impedía. Tenía que ser una cuestión de dinero.

– ¿Cuánto pedían de rescate?

– Veinte millones.

Madison sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas.

– Eso es mucho dinero -se acercó a la cama para sentarse-. ¿Y lo han pagado?

– Tendrían que pagarlo… -Tanner miró el reloj-, dentro de un par de horas. Interceptaremos ese dinero y se lo devolveremos a su familia.

– ¿Lo ha contratado mi padre?

– Y su marido. Ambos estaban muy preocupados. Esta situación también ha sido muy difícil para ellos.

Madison resistió las ganas de echarse a reír.

– Señor Keane, no quiero volver con mi familia.

Tanner arqueó lentamente las cejas.

– ¿Por qué?

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