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Susan Mallery: La Princesa Embarazada

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Susan Mallery La Princesa Embarazada

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Cleo Wilson no era ninguna Cenicienta y sin embargo hacía unos meses había hecho algo impensable: se había enamorado del arrogante e irresistible príncipe Sadik… ¡y se había quedado embarazada! Y ahora que había regresado a Bahania tendría que esconder sus curvas para no perder a su futuro hijo. Sin embargo, el guapísimo Sadik no tardó en volver a seducir a Cleo, desvelar su secreto… y pedirle que se casara con él. Pero, ¿cómo podría ella convertirse en princesa y enamorar a un hombre tan orgulloso como Sadik?

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Se movieron en silencio. Cleo se relajó con el ritmo de la música. Tal vez fuera una locura, pero estar con Sadik era como volver a casa.

A pesar de la diferencia de altura bailaban bien juntos. Ella se anticipaba con facilidad a sus movimientos. El calor que emanaba el cuerpo del Príncipe la hacía sentirse segura.

«Segura», pensó con tristeza. Aquél era un concepto extraño. Al lado de Sadik podría experimentar muchas cosas, pero la seguridad no era desde luego una de ellas.

– Deberías buscarte una morena alta y delgada y dejarme a mí en paz -gruñó Cleo.

– Y tú deberías callarte. Estás estropeando nuestro momento juntos.

– ¿Es eso lo que estamos haciendo? ¿Compartir un momento?

– Sí. Y tú lo estás disfrutando. Además, la única mujer a la que deseo eres tú.

Aquellas palabras le entraron directamente en el corazón, deshaciendo los muros que protegían su sentido común. Cleo sabía que estaba hablando únicamente de sexo, pero no pudo evitar pensar… desear… esperar… algo más. Sadik la tenía sujeta lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir el calor de su cuerpo. Ella dio el medio paso adelante que faltaba para acurrucarse entre sus brazos. La única respuesta del Príncipe fue suspirar suavemente.

Cleo cerró los ojos para tratar de conjurar el dolor que le provocaba pensar en el pasado. Si se hubiera tratado sólo de sexo habría sacado fuerzas de flaqueza para resistirse. Pero Sadik y ella habían compartido mucho más. Después de una o dos horas, tras quedarse ambos satisfechos, habían hablado. Primero de asuntos intrascendentes, aunque más tarde habían compartido detalles de su pasado. Cleo lo había escuchado hablar de su infancia solitaria en un mundo de riqueza y privilegios, ignorado por sus padres y criado primero por una niñera y luego por un tutor. Ella le había contado cómo había transcurrido su vida con su madre y su hermana adoptiva.

Cleo creyó firmemente que había conseguido atravesar la coraza de la arrogancia y había llegado hasta el hombre que había debajo. Se convenció a sí misma de que era importante para él. Y se había equivocado en ambas cosas.

– Ven conmigo esta noche -le susurró Sadik al oído-. Podemos redescubrir juntos el paraíso.

Cleo estuvo a punto de caer en la tentación. Saber que él la deseaba le daba alas para dejarse llevar. Estar cerca de Sadik la hacía olvidar las cosas importantes. Se tomó unos segundos para tratar de convencerse de que no pasaba nada por ser débil, pero enseguida recordó lo que estaba en juego.

Hizo todo lo posible por parecer aburrida cuando levantó los ojos para mirarlo.

– Me siento muy halagada, pero será mejor que no. Eres un tipo estupendo, Sadik, de verdad, pero es que he conocido a alguien. Empezamos a salir juntos poco después de que yo regresara a Spokane.

– ¿Hay otro hombre en tu vida? -preguntó Sadik alzando las cejas -. ¿Cómo se llama?

A Cleo se le quedó la mente completamente en blanco. Tenía que pensar en un nombre. En cualquiera.

– Rick. Es fontanero -aseguró sin pestañear-. Es un hombre maravilloso. Fue amor a primera vista, en cuanto nos conocimos. De verdad. Allí, justo delante del fregadero de mi cocina – dijo abriendo mucho los ojos para dar sensación de sinceridad.

– Tu hermana no me ha mencionado nada de ningún Rick -murmuró el Príncipe con gesto de no parecer convencido.

– No le he contado nada. Zara está tan metida en el asunto de la boda y todo lo demás que no quería distraerla – aseguró Cleo tragando saliva.

No se le daba nada bien mentir. Tal vez tendría que haber practicado un poco más.

– ¿Y vas en serio con ese tal Rick?

– Eh… estamos prácticamente comprometidos.

Sadik inclinó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Cleo sintió deseos de clavarle uno de sus afiladísimos tacones en la espinilla.

– No le veo la gracia -musitó entre dientes-. Tú me deseas. Existe la posibilidad de que haya otro hombre en el planeta al que le pase lo mismo.

Sadik dejó de reírse y la atrajo hacia sí con fuerza.

– No dudo de tus encantos, Cleo, sino de tu historia. Eres muy deseable y seguro que tendrás muchos admiradores, pero no has podido estar con ningún otro hombre después de mí.

Hablaba con tal exceso de confianza en sí mismo que ella sintió deseos de darle una bofetada.

– Estoy empezando a enfadarme -aseguró apartándose de él-. Tienes una opinión muy elevada de tu persona. Sinceramente, esta conversación me aburre.

Al menos estaban en el borde de la pista de baile, pensó Cleo agradecida mientras se marchaba. Sadik no la siguió, pero tampoco tenía que hacerse muchas cábalas sobre a dónde iría. Su única elección era su habitación. Por enésima vez aquel día, Cleo sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Como si no fuera suficiente con estar continuamente vomitando. Aquella situación era muy injusta.

Y lo peor de todo era que Sadik tenía razón. De ninguna manera hubiera podido estar con otro hombre después de estar con él.

Pero el Príncipe sólo quería llamar su atención como si se tratara de una especie de juego. Quería llevársela a la cama, no meterla en su vida. Cleo odiaba aquello. Pero tampoco quería pensar mucho en qué era lo que ella deseaba porque tenía el presentimiento de que la verdad la aterrorizaría. Desear la luna era dar el primer paso para que a una se le rompiera el corazón. El problema era que Cleo podía sentir como levantaba el zapato para dar aquel primer paso.

Capítulo 4

CLEO le echó un visazo a las mesas repletas de regalos. Cada uno de ellos era lo suficientemente hermoso como para figurar en una vitrina. Zara abrió una caja envuelta en papel de seda blanco y sacó un impresionante jarrón de cristal pulido a mano. La pieza brillaba bajo la luz del día como un gigantesco diamante.

– Vaya, qué cosa más bonita -dijo Sabrina entrando en la sala de los regalos-. ¿Llego demasiado tarde? ¿Has abierto ya la caja en la que te envían un par de elefantes?

Zara soltó una carcajada y corrió a abrazar a su hermanastra.

– Me alegro mucho de que hayas regresado – dijo Sabrina girándose después para abrazar también a Cleo-. La última vez estuviste muy poco tiempo. En esta ocasión tienes que quedarte algo más.

Cleo asintió con la cabeza y sonrió al ver a las dos jóvenes charlar de los regalos. Estaba claro que durante los últimos cuatro meses se habían hecho muy amigas. Era normal que sucediese. Aunque acabaran de conocerse eran parientes. Ambas eran princesas y Zara iba a casarse con la mano derecha del marido de Sabrina. Ambas vivirían en la Ciudad de los Ladrones, una hermosa localidad situada a varios kilómetros de la capital de Bahania.

– Anoche te vi bailando con cierto príncipe -aseguró Sabrina girándose hacia Cleo y pasándole el brazo por el hombro-. Daba la impresión de que entre vosotros había algo…

– Siento decírtelo, pero no estoy destinada a ningún príncipe arrogante por muy guapo que sea – se apresuró a defenderse Cleo sintiendo sin embargo cómo le ardían las mejillas.

– O sea, que lo encuentras guapo.

– No está mal -respondió Cleo apretando los labios, molesta por haber caído en su propia trampa.

– Claro, claro -dijo Sabrina soltando una carcajada-. Zara, creo que tenemos que hacer un poco de celestinas con tu hermana.

Cleo pensó en cómo Sadik estaba más que dispuesto a irse a la cama con ella y en cambio no había intentado ni una sola vez ponerse en contacto con ella cuando se marchó. Cleo no había sabido absolutamente nada de él en cuatro meses.

– No necesito celestinas. Ya os he dicho que los príncipes arrogantes no son mi estilo.

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