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Susan Mallery: La Princesa Embarazada

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Susan Mallery La Princesa Embarazada

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Cleo Wilson no era ninguna Cenicienta y sin embargo hacía unos meses había hecho algo impensable: se había enamorado del arrogante e irresistible príncipe Sadik… ¡y se había quedado embarazada! Y ahora que había regresado a Bahania tendría que esconder sus curvas para no perder a su futuro hijo. Sin embargo, el guapísimo Sadik no tardó en volver a seducir a Cleo, desvelar su secreto… y pedirle que se casara con él. Pero, ¿cómo podría ella convertirse en princesa y enamorar a un hombre tan orgulloso como Sadik?

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Aquella pregunta la pilló por sorpresa. Cleo se lo quedó mirando fijamente durante unos segundos mientras aquellas palabras le daban vueltas en la cabeza. ¿Acaso estaba loco?

– No tengo nada de qué disculparme. Estaba preparada para terminar con aquello así que me marché.

– Ninguna mujer se marcha de mi cama sin que yo se lo pida -respondió Sadik apretando la mandíbula.

– Al parecer eso no es completamente cierto -aseguró ella, enfurecida ante tanta arrogancia-. Yo sí lo hice. Y ya que hablamos de disculpas, ¿dónde está la mía?

– ¿Por qué debería yo disculparme? -preguntó Sadik apretando todavía más los dientes.

– No me sorprende que no lo sepas -murmuró ella casi para sí misma-. Es algo típicamente masculino -aseguró cruzándose de brazos y mirándolo fijamente-. Me regalaste joyas, Sadik. Después de hacer el amor conmigo me hiciste regalos muy caros. Para el caso fue como si me hubieras dejado dinero en la mesilla de noche. Tal vez yo no sea una princesa de sangre azul, pero eso no te da derecho a intentar pagarme por mis servicios.

Cleo tuvo la satisfacción de ver a Sadik completamente desconcertado. Apretó todavía más la mandíbula durante unos instantes antes de abrir la boca para hablar.

– Esos regalos no eran un pago -aseguró tratando claramente de controlar la furia-. Eran la expresión de lo honrado que me sentía por el tesoro que se me había ofrecido.

Cleo tuvo que repasar mentalmente aquella frase un par de veces antes de que cobrara sentido para ella. ¿Al decir tesoro quería decir sexo?

– Por si acaso no te habías dado cuenta te diré que no era virgen. Allí no había ningún tesoro. Algo que tú por cierto ya sabías porque hablamos de eso antes de…

Sadik la besó. Cleo no se lo esperaba y él actuó tan deprisa que no tuvo tiempo de prepararse. Un segundo antes estaban hablando y de pronto la tomó entre sus brazos y la atrajo hacia sí.

Al sentir su cuerpo robusto contra el suyo, Cleo se quedó sin respiración. Abrió la boca para tomar aire, lo que la dejó indefensa. Ésa fue al menos la explicación que se dio a sí misma al rendirse cuando él colocó la boca sobre la suya.

Atrapada en aquel momento de pasión obnubilado, pensó algo mareada que había pasado mucho tiempo. Todos los nervios de su cuerpo se encendieron ante aquella oleada de calor sensual. Le entraron ganas de quitarse la ropa y permitir que él la acariciara por todas partes.

Sadik la besó con más firmeza y luego le recorrió el labio inferior con la lengua. Ella sintió escalofríos recorriéndole los brazos. Sus senos, tan sensibles, se hincharon provocándole cierta incomodidad. Y eso que ni siquiera le había metido la lengua en la boca. No se veía con fuerzas para resistir.

Como si le hubiera leído la mente, Sadik se introdujo dentro de su boca. Al primer contacto supo que estaba perdida. Recordó de golpe el ritmo familiar de su danza íntima. La pasión de antaño se unió al deseo del momento, intensificando la sensación, atrayéndola sin remedio hacia él.

Cleo se le colgó de los hombros e, incapaz de detenerse, le acarició con los dedos el cabello. Podía aspirar el aroma de su cuerpo, sentir su calor, su deseo. El hecho de imaginárselo dentro de ella la hacía sudar de excitación.

Cuando Sadik le colocó las manos en las caderas, ella sintió que desfallecía. En cuestión de segundos estaría perdida. Él la besó con más pasión todavía al tiempo que subía las manos desde su cintura hasta su caja torácica.

Varios pensamientos fugaces atravesaron la mente de Cleo al mismo tiempo. Por un lado, no podía correr el riesgo emocional de entregarse a él. Por otro lado, si seguía tocándola, tal vez descubriera los cambios que habían tenido lugar en su cuerpo. Y por último, que su desequilibrio hormonal le provocara una crisis de llanto en cuestión de segundos.

Ninguna de las opciones le otorgaba alguna seguridad, así que se obligó a sí misma a apartarse.

Sadik tenía la respiración tan agitada como la suya. Le gustó ver al fuego de la pasión ardiendo en sus ojos oscuros. Al menos el deseo era recíproco. Ninguno de los dos dijo nada. Cleo tuvo la sensación de que ambos esperaban que el otro hablara primero.

– No pienso hacer esto -dijo finalmente ella pensando que si no hablaba se quedarían así toda la noche-. La única razón por la que estoy aquí es porque mi hermana va a casarse. Si te pica algo, te sugiero que te busques a otra persona para que te rasque.

La pasión desapareció de los ojos de Sadik dando paso a la furia. No dijo ni una sola palabra. Se limitó a darse la vuelta y marcharse. Cleo se apoyó contra la barandilla y trató de disminuir el acelerado latido de su corazón. Instintivamente se llevó la mano al vientre. No era culpa de Sadik que ella siguiera loca por él. Pero a pesar de sus sentimientos no podía dejarse llevar. Lo último que deseaba en el mundo era que él averiguara la verdad.

Capítulo 3

SADIK escuchaba a medias mientras el ministro de economía de El Bahar le ponía al día sobre su propuesta de crear una fuerza aérea conjunta para los dos países. En circunstancias normales Sadik estaría calculando mentalmente el precio de dicha operación y haciendo docenas de preguntas.

Pero aquéllas no eran circunstancias normales.

No podía dejar de pensar en Cleo. Le había hechizado la mente del mismo modo que los fantasmas encantaban los castillos. Se movía, aparecía, desaparecía durante unos instantes y volvía a aparecer cuando menos lo esperaba.

La deseaba. El tiempo que habían permanecido separados no había servido para mitigar su pasión ni para olvidarla. Estaba más hermosa todavía de como la recordaba… y más tentadora. Su cuerpo lujurioso, sus ojos azules, su cabello rubio… No había una parte de ella que no deseara. Besarla había sido un error. Le había dado oportunidad de saborear el paraíso perdido y al que deseaba desesperadamente regresar.

Quería hacer el amor con ella. Quería explorar cada curva, cada rincón. Quería saborearla y acariciarla, volverla loca, obligarla a rendirse para poder volver a tomarla una y otra vez.

– ¿Está usted de acuerdo, Alteza?

Sadik miró fijamente al ministro, que estaba sentado delante de él. No tenía ni la menor idea de qué estaban hablando. Sintió una oleada de rabia. ¿Cómo se atrevía Cleo a invadir su mente y mantenerlo alejado de sus obligaciones? Amaba su trabajo con una pasión que no había sentido nunca por una mujer. No había motivo para que estuviera distraído. En su momento volvería a tener a Cleo. Mientras tanto se olvidaría de ella.

– Lo lamento, señor ministro -dijo con sequedad-. ¿Le importaría repetirme la pregunta?

Cleo se detuvo un instante a la entrada del salón de baile. Tenía el estómago sorprendentemente tranquilo teniendo en cuenta lo nerviosa que ella estaba. Casi doscientas personas bebían cócteles y charlaban. La suma de la ropa y las joyas que llevaban todos sería seguramente suficiente para acabar con la deuda exterior de un país pequeño. Cleo le echó un vistazo a su vestido nuevo, regalo de Zara. Su hermana había invitado a los dueños de un par de boutiques para que llevaran sus diseños y le había pedido a Cleo que escogiera un guardarropa nuevo.

Cuatro meses atrás era Zara la que se había sentido extraña aceptando la ropa que le regalaba su recién encontrado padre. Cleo había considerado entonces el tiempo que pasaron en Bahania como una aventura. Pero ahora comprendía y compartía el recelo de su hermana. ¿Acaso estar esperando un hijo de Sadik era lo que le provocaba la diferencia?

Mientras caminaba hacia la barra Cleo pensó que aquél era un pensamiento absurdo. Su vestido de noche azul con bordados se movía al andar. Los zapatos dorados de tacón alto le daban un par de centímetros más, pero lo que más le gustaba del conjunto era su aire suelto. Le realzaba las curvas sin marcárselas. Por el momento nadie se había percatado de su vientre abultado y quería que las cosas continuaran así.

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