A pesar de que contaba con un buen motivo para faltar a la cena familiar, Sloane se sintió culpable de haberla preocupado.
– Lo siento. -Se retorció los dedos, intentando encontrar las palabras adecuadas. -Pero necesitaba estar sola. Para pensar.
– ¿En qué? -Madeline le apartó el pelo del hombro, igual que hacía cuando era una niña. -Puedes contármelo.
Sloane asintió.
– Creo que es mejor que nos sentemos. -Siguió a su madrastra al sofá de la zona de estar de la suite, la misma estancia en la que había oído hablar a Frank y Robert la noche anterior. -¿Estamos solas?
Madeline asintió.
– Tu padre está reunido con Frank en su habitación y las gemelas se han ido de compras.
– Espero que les hayas puesto un Límite -dijo Sloane riendo. Como era habitual en las chicas de diecisiete años, a sus hermanas les encantaba ir de compras, y cuando estaban en casa, al norte del estado de Nueva York, siempre se quejaban de la falta de buenos centros comerciales.
– Les he dado dinero y les he confiscado las tarjetas de crédito. -A Madeline le brillaban los ojos de risa pero en seguida se puso seria. -Cuéntame qué sucede.
Las bromas quedaron relegadas. A Sloane le temblaban las rodillas y respiró hondo.
– Ayer sí vine a la cena. Llegué media hora antes, y tú y papá aún no habíais vuelto todavía de comprar. -Apretaba y abría los puños, intentando combatir las náuseas y el miedo. -Frank estaba con Robert, y hablaban sobre una amenaza para la campaña de papá.
Madeline se irguió en el asiento, con los ojos muy abiertos y fijos en ella.
– ¿Qué tipo de amenaza?
– La peor. De tipo personal. -Sloane se mordió la cara interior de la mejilla. Repetir las palabras, le resultaba más difícil de lo que había pensado. -Un hombre llamado Samson dice ser mi padre biológico.
– Mierda.
Sloane abrió unos ojos como platos. Madeline Carlisle nunca decía palabrotas. Sloane sí. Igual que su padre, igual que Edén y Dawne, pero Madeline consideraba que algún miembro de la familia tenía que dar ejemplo. El hecho de que soltara una no era buena señal.
– Entonces, ¿es verdad? -preguntó Sloane con voz queda. Madeline sujetó con fuerza las manos apretadas de Sloane. -Sí, cariño, es verdad.
Sloane no había sigo consciente de ello, pero en lo más profundo de su corazón había albergado la esperanza de que Madeline negara tal afirmación. Sin embargo, acababa de confirmar sus peores sospechas. Se tragó el nudo que se le había formado en la garganta, decidida a enfrentarse a la situación sin derrumbarse.
Madeline la miró y, a pesar de todo, Sloane notó el amor que su madrastra siempre le había mostrado.
– Te mereces una explicación. -A Madeline se le quebró la voz, pero siguió hablando: -Tu madre y yo éramos íntimas amigas. Habría hecho cualquier cosa por ella. Lo sabes. De hecho, así fue. Me casé con tu padre para poder criarte como tu madre habría querido.
Sloane apretó la mano de su madrastra.
– Hiciste lo máximo posible. -Salvo decir la verdad, pensó Sloane, pero la conversación resultaba difícil, e incluso Madeline parecía necesitar que la tranquilizaran. -Nunca sentí que me quisieras menos que a Edén y a Dawne. Te quiero por eso.
Madeline parpadeó para evitar las lágrimas.
– Yo también te quiero. Y quiero a tu padre. Aunque no me enamoré de él hasta mucho después de que nos casáramos.
Sloane sonrió. Ya conocía la historia del matrimonio de Michael y Madeline. A menudo contaban que se habían enamorado compartiendo la tarea de criar juntos a Sloane. Pero eso no explicaba el resto de las piezas que faltaban en el rompecabezas.
– ¿Cómo es posible que mentir fuera mejor para mí?
Madeline se llevó los largos dedos a los labios y se paró a pensar.
– Tu madre nació y creció en Yorkshire Falls. Eso está a unos veinte minutos de nuestra casa de Newtonville. Ella estudiaba en la universidad y pasaba el verano en el pueblo, y allí se enamoró de un hombre llamado Samson Humphrey.
O sea que ése era su apellido. Le dolía la cabeza y respiró lentamente, intentando, en vano, aliviar el dolor.
– ¿Qué pasó entre mi madre y… Samson? -Se obligó a pronunciar el nombre, como si hablar fuera a ayudarle a aceptar la dolorosa verdad.
Madeline negó con la cabeza.
– Es una larga historia. Pero el padre de Jacqueline, tu abuelo, era un político que creía tener la sangre azul en vez de roja. No consideró que Samson fuera lo bastante bueno para su hija, y le preocupaba que pudiera entorpecer su carrera.
– Porque el abuelo Jack también era senador. -No conocía a ese abuelo, que había muerto cuando ella era pequeña.
Madeline asintió.
– Tu abuelo investigó y encontró algo turbio en la familia de Samson, y lo utilizó para obligarlo a alejarse de tu madre.
Sloane negó con la cabeza con incredulidad, intentando asimilar toda la información que le habían ocultado durante años.
– Es de suponer que Samson pensó que no tenía otra opción.
– O que era débil -musitó Sloane.
– No si tu madre lo quería, cariño. Y lo quería. Así que algo bueno debía de tener. -Madeline miró a Sloane.
A Madeline le brillaban los ojos de lágrimas y de emoción. ¿También tristeza? ¿Arrepentimiento? ¿Culpabilidad? Sloane no lo sabía a ciencia cierta.
– Por supuesto que era un buen hombre -insistió Madeline con contundencia. -Al fin y al cabo, mira todo lo bueno que hay en ti.
Sloane tragó saliva. En esos momentos no estaba para pensar en ella misma. Si bajaba la guardia, iba a desmoronarse, y antes quería saber el final de la historia.
Madeline se enjugó los ojos con el dorso de la mano antes de continuar.
– Tu madre se quedó destrozada cuando él rompió la relación. Lo quería mucho. Cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, hizo las maletas para volver con Samson.
Sloane se inclinó hacia adelante en el asiento, escuchaba la historia como si no tuviera nada que ver con ella.
– ¿Qué ocurrió?
– A tu abuelo le dio igual. Reconoció haber sobornado a Samson para librarse de él. Jacqueline creía en él lo suficiente como para saber que Samson no la había dejado por codicia. Cuando su padre la amenazó con destruir a la familia de Samson si volvía con él, ella se sintió derrotada. Lo mismo que había sentido Samson. -Madeline alzó las manos y luego las volvió a bajar en señal de frustración. -Esto es increíble.
– Lo sé. Y ni siquiera hoy sé cuál era el secreto con que amenazó a Samson. Tu abuelo se lo llevó a la tumba, pero bastó para hacer que tu madre se quedara, protegiendo así a tu padre. A tu verdadero padre, claro está.
A Sloane le daba vueltas la cabeza. Al reconocer el mareo y el aura que acompañaban a la migraña, se levantó y se acercó al mueble bar situado en una esquina para servirse una Coca-Cola light.
– ¿Te apetece tomar algo? -le preguntó a Madeline.
– No. Prefiero acabar con toda esta historia. Aunque tu padre me matará por habértela contado sin estar él delante.
Sloane comprendió el sentimiento de culpa que destilaba la voz de su madrastra. Sabía que sus padres nunca se mentían. Eran un gran ejemplo para sus hijas. Hasta aquel momento.
– ¿Alguna vez pensó en decírmelo? -Regresó al sofá y dio un buen sorbo del refresco antes de sentarse.
– Quería decírtelo. Igual que yo. Pero no sabía cómo.
El apremio en la voz de Madeline le suplicaba que la creyera, pero las pruebas eran demasiado condenatorias.
– ¿Michael sabe cómo gestionar hasta el detalle más ínfimo de una campaña pero no es capaz de mirarme a la cara y decirme que no es mi padre?
Madeline se miró las manos.
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