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Carly Phillips: El Seductor

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Carly Phillips El Seductor

El Seductor: краткое содержание, описание и аннотация

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No hay mujer en Yorkshire Falls ajena al atractivo de los hermanos Chandler. Sin embargo, el agente Rick, el mediano de la familia, ha conseguido eludir los intentos de más de una de llevarle al altar. En cuestiones de amor, el compromiso no va con Rick, pues un error del pasado le ha enseñado a no abrir su corazón. Pero todo cambia cuando acude a socorrer a Kendall Sutton, una novia que se ha dado a la fuga y que jura que no se casará jamás. La aversión al matrimonio que ambos comparten hace de Kendall la novia ideal para Rick, la mejor solución para ahuyentar a la legión de admiradoras que intenta darle caza y acabar con las artimañas de su madre para buscarle esposa. Poco a poco, su apasionada farsa acaba convirtiéndose en realidad, y Rick se da cuenta de que quiere pasar el resto de su vida con Kendall. ¿Pero consentirá una mujer que reniega de las bodas casarse con uno de los mejores partidos de Yorkshire Falls?

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Al parecer, ella era más imaginativa de lo que Rick había supuesto, pero se había equivocado en su relación. A Rick Chandler le gustaba rescatar mujeres, pero las novias estaban al final de la lista. La última vez que había acudido a una llamada de socorro como ésa, acababa de volver a casa tras finalizar los estudios y llevaba unos dos años en el cuerpo. Jillian Frank, una de sus mejores amigas y por la que había sentido un gran afecto, había dejado la universidad porque se había quedado embarazada y sus padres la habían echado de casa. Rick había acudido en su ayuda sin pensárselo dos veces. Eran los malditos genes de los Chandler. La lealtad era su punto fuerte, y más aún la necesidad de proteger.

Al principio, le ofreció a Jillian un techo bajo el que dormir, pero acabó casándose con ella. Había planeado darle su apellido al bebé y cobijo a Jillian. Creía que formarían una familia. Teniendo en cuenta que ella siempre le había atraído, no le había costado mucho ayudarla.

Enamorarse había sido una progresión natural… para él. Al vivir juntos durante el embarazo, él había bajado la guardia y se había entregado… Pero el padre del bebé regresó unas semanas antes de la fecha prevista para el parto, y la que fuera su agradecida esposa se marchó y lo dejó con los papeles del divorcio y la lección aprendida.

Rick decidió entonces que jamás volvería a entregarse de esa manera, pero que se divertiría y lo pasaría bien. Al fin y al cabo, le gustaban las mujeres. Aquel breve matrimonio no había cambiado eso. Y, aunque no llegó a colocar una valla publicitaria anunciando que no volvería a casarse, siempre dejaba las cosas muy claras a las mujeres con quienes se relacionaba. La supuesta novia tendría más suerte pidiéndole matrimonio a una pared que a Rick Chandler.

Con una mano en la pistola y la otra en la ventanilla bajada, se inclinó hacia ella.

– ¿En qué puedo ayudarla, señorita?

La mujer se volvió para mirarle. Tenía el pelo de un curioso color rosado y los ojos verdes más grandes que Rick jamás había visto. Tal vez el maquillaje hubiese sido perfecto, pero las lágrimas le habían corrido el rimel y manchado el rostro ruborizado.

Le sonaba de algo, pero Rick no sabía de qué. Conocía a casi todos los habitantes del pueblo, pero a veces alguien le sorprendía.

– Parece que el coche le está dando problemas.

Ella asintió y respiró hondo.

– Supongo que no podrá remolcarme, ¿no? -Tenía la voz ronca, como si acabara de beber coñac caliente.

El deseo de besarla y comprobarlo por sí mismo lo pilló desprevenido. No sólo creía que se había acorazado contra los encantos de las mujeres, sino que, además, no había respondido a ningún intento de seducción desde que su madre había comenzado con lo del matrimonio. Sin embargo, al ver a aquella supuesta novia ruborizada, comenzó a sudar; se trataba de un calor interno que nada tenía que ver con el abrasador sol de verano.

La miró con recelo.

– No puedo remolcarla, pero llamaré a Ralph para que mande la grúa. -Intentó concentrarse en el problema del coche y no en su maravillosa boca.

– ¿Cree que primero podría ayudarme a salir de aquí? -Le tendió una mano sin anillo-. Lo haría yo misma, pero estoy atrapada. -Forcejeó en vano.

Rick todavía no estaba seguro de que aquella mujer se encontrara realmente en un aprieto y sopesó las opciones. Una novia sin anillo de compromiso ni alianza no le inclinaba a pensar que se tratase de una parada rutinaria.

Daba igual. La mujer tenía que salir del maldito coche. Rick abrió la puerta y le tendió la mano. Se estremeció al notar sus pequeños dedos. No sabría cómo definirlo, pero cuando aquellos ojos verdes intensos y sorprendidos lo miraron, supo que ella también lo había sentido.

Para quitarse de encima esa sensación inquietante, tiró de ella hacia sí. La mujer se cogió de su mano con fuerza, pero al ponerse en pie se tambaleó y cayó en brazas de Rick. Sus pechos chocaron contra el pecho de él, su dulce fragancia lo envolvió con intensidad y el corazón comentó a palpitarle con furia.

– ¡Malditos tacones! -farfulló junto a su oído.

Rick no pudo evitar sonreír.

– Pues a mí me gustan las mujeres con tacones.

Ella se apoyó en los hombros de Rick y se irguió. Aunque ahora la tenía más lejos y eso le permitía pensar con más claridad, la fragancia lo había aturdido; un aroma que parecía más puro gracias al vestido blanco y a la diadema que llevaba en la cabeza.

– Gracias por ayudarme, agente. -Ella le sonrió y Rick vio que al hacerlo se le formaban hoyuelos en ambas mejillas.

– No hay de qué -mintió. Deseó no haber acudido a esa llamada de socorro.

Rick había estado con muchas mujeres en su vida y ninguna le había afectado hasta ese punto. Lo que no entendía era por qué le había pasado precisamente con aquélla.

Le recorrió el cuerpo con la mirada para ver cuál era su atractivo. Vale, los pechos apuntaban hacia arriba de forma seductora bajo el vestido hecho a medida. Pero nada del otro mundo. Ya había visto muchos pechos. Joder, todas las mujeres que habían tratado de seducirle se habían asegurado de que estuviesen a la vista; sin embargo, ninguna había logrado que le entrasen unas ganas locas de arrastrarla hasta el bosque más cercano y hacerle el amor hasta el atardecer.

Se estremeció ante la mera idea y continuó observando sus múltiples virtudes. Se fijó en la boca voluptuosa. Llevaba un pintalabios claro que le daba un aire seductor que parecía gritar «bésame», y Rick tuvo que luchar contra las ganas de hacerlo.

Saltaba a la vista que la química era intensa y tuvo que admitir que su madre le había enviado un cebo de lo más atractivo, si es que era obra de su madre. ¿Acaso se le habían acabado las mujeres del pueblo y había decidido traerlas de fuera? Tal vez eso lo explicara todo. Quizá le llamaba la atención el hecho de que ella fuera una novedad, se tratase de una trampa o no.

– ¿Qué pasa? -Ella arrugó la nariz-. ¿Es que nunca había visto a una mujer con traje de novia?

– He tratado de evitarlo.

Ella sonrió.

– Solterón empedernido, ¿eh?

No le apetecía hablar de ello, así que decidió que había llegado el momento de averiguar la verdad.

– ¿Necesita que la lleve a la iglesia? -preguntó como el policía que era y no como el hombre al que ella había excitado.

Ella tragó saliva.

– Ni iglesia ni boda.

Vaya, si había sido novia, ya no lo era. De hecho, era probable que hubiera dejado a algún pobre lelo esperándola en la iglesia.

– ¿Así que no hay boda? Vaya sorpresa. ¿Y el novio todavía está ante el altar?

Los ojos de Kendall Sutton se encontraron con los de color avellana del atractivo agente que la miraba. Nunca había visto a un hombre con unas pestañas tan espesas ni unos ojos tan hermosos… ni tan escépticos.

Era obvio que pensaba que había huido poco antes de decir «sí, quiero» y que aquello no le impresionaba lo más mínimo. En lugar de ofenderse, sintió curiosidad por esa actitud cínica. ¿Por qué un hombre tan atractivo era tan receloso con las mujeres? No lo sabía, pero, por algún motivo inexplicable, no quería que la incluyese en esa visión negativa del mundo femenino.

Parpadeó bajo el sol del atardecer y recordó cómo había ido a parar allí, cuando apenas unas horas antes había estado en la sala nupcial de la iglesia en la que pensaba casarse. Había tratado de convencerse a sí misma de que la cintura del vestido era demasiado estrecha y de que apenas la dejaba respirar. Cuando esa mentira no surtió efecto, se dijo que volvería a recuperar el ritmo respiratorio normal en cuanto los nervios del «sí, quiero» se le hubiesen pasado. Otra mentira.

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