Y agitando la mano en señal de despedida, entró a su casa.
Molly se sacó las llaves del coche del bolsillo y, al hacerlo, el sobre se le cayó de las manos. Lo recogió rápidamente. El papel le quemaba en las manos. Se debatió entre el ansia por apartarse todos los recuerdos de la cabeza y la curiosidad por saber lo que había dentro. Venció la curiosidad; Molly abrió el sobre y encontró una tarjeta y una nota en su interior.
La tarjeta era el anuncio del nacimiento de un bebé. La otra hija de su padre, Jennifer, había tenido una niña. El padre de Molly se había convertido en abuelo. Molly no conocía a su hermanastra, y lo único que sintió al saber la noticia de su maternidad fue otra punzada de dolor en el corazón. La nota, sin embargo, hizo que todo cambiara.
Cuando terminó su lectura se sintió mareada, y se dio cuenta de que se había quedado sin aliento. Inspiró profundamente y se apoyó en la puerta del coche para leer la carta una vez más.
Querida Molly:
Como ves, ya soy abuelo. Es algo asombroso, incluso más que ser padre. Y esta nueva fase de mi vida me ha hecho meditar sobre algunas decisiones que tomé cuando era joven. Ahora entiendo mucho mejor lo que representan los lazos biológicos y familiares, y creo que te debo esta información. Lo que hagas con ella es cosa tuya.
Los dos sabemos que tu madre es una mujer con sus propios planes. Siempre lo fue. Se casó conmigo y fingió que estaba embarazada de mí, pero pronto supe que tú eras fruto de una aventura que había tenido con un hombre al que conoció antes de venir a California. Él se llama Frank Addams. General Frank Addams. Su pertenencia al ejército explica por qué tu madre eligió al dueño de unas bodegas con dinero para que le diera el apellido a su descendencia en vez de a un hombre que quería tener una carrera militar. Como yo sabía que no te faltaría de nada, acepté guardarle el secreto a Francie, pero ahora he entendido que el hecho de que tuvieras comida y techo no ha podido sustituir al hecho de tener una familia.
Me he tomado la libertad de averiguar algunas cosas por ti. El general Addams vive actualmente en Dentonville, Connecticut.
Te deseo lo mejor,
Martin.
Molly sintió náuseas. Tuvo que inclinarse hacia delante porque sentía un dolor físico. Sólo saber que no había perdido a su padre, al menos no un padre a quien ella le importara, le dio fuerzas para seguir adelante, aunque no para asimilar aquella noticia.
Con las manos temblorosas, dobló el papel e intentó meterlo con la tarjeta en el sobre, pero no encajaba; de la misma manera que ella nunca había encajado en ninguna parte. Acababa de descubrir el motivo.
El hombre que ella siempre había considerado su padre no lo era, y él lo había sabido desde siempre.
– Bien, eso explica su desinterés -murmuró.
En cuanto a su madre, Francie, era una diva egoísta y siempre lo había sido. Molly se enfrentaría a ella en otra ocasión.
La magnitud de la revelación la había dejado aturdida. Ella había rechazado a Hunter, el que seguramente hubiera sido el amor de su vida, porque sabía que le faltaba algo por dentro. Cinco minutos antes no tenía idea de qué podía ser, ni de dónde iba a encontrarlo. En aquel momento, al mirar la dirección que le había proporcionado Martin, tenía un destino y algo más. Tenía el nombre de su verdadero padre.
Al pensarlo se le aceleró el corazón. Se dio cuenta de que las piezas que faltaban en su vida quizá estuvieran en Dentonville. Tal vez fuera aceptada, o tal vez fuera rechazada, pero lo sabría.
Se sentó tras el volante de su coche y arrancó el motor para ponerse en marcha. No iba a aparecer de repente en la puerta de la casa del general Addams. De hecho, quizá fuera antes a California para ver a Martin, que era quien le había desvelado la noticia. A Molly le parecía conveniente tener primero una confirmación y un poco más de información.
No obstante, esperaba encontrar algo bueno al final del viaje, porque había renunciado a algo demasiado valioso para llegar hasta allí.
Ocho meses después
– Quiero que mi padre salga de esa celda ahora mismo -le exigió Molly al abogado defensor de oficio que le habían asignado a su padre.
Bill Finkel rebuscó entre los papeles de su escritorio. Cada vez que Molly le hacía una pregunta a aquel hombre, él respondía moviendo de un lado a otro sus expedientes desordenados y su maletín. Por fin, la miró.
– Es un caso de asesinato -dijo.
Ella arqueó una ceja.
– ¿Y qué?
Finkel bajó la mirada y volvió a remover documentos.
Molly se estaba cansando de mirarle la calva.
– Yo no estoy especializada en derecho penal, pero sé que como el general es un soldado condecorado y un héroe de guerra, un militar retirado del servicio con honores, usted puede conseguir la libertad bajo fianza con una cantidad pequeña de dinero -dijo.
Tenía la sensación de que los años que había pasado estudiando derecho inmobiliario eran inútiles en aquel momento.
Bill carraspeó.
– No es tan fácil. Su padre está acusado de asesinar a su socio y amigo. Tenía la llave del despacho en el que fue hallado el cuerpo, y tenía un móvil, ya que había descubierto que Paul Markham había desfalcado los activos de su negocio inmobiliario -recitó el abogado, leyendo un papel que tenía frente a sí.
– Todo eso es circunstancial. Pídale al juez que compense el peso de las pruebas con la reputación de mi padre en su comunidad, sus lazos familiares y su trabajo, y con el servicio que le ha prestado a su país -replicó Molly con frustración-. Y hablando de mi padre, ¿dónde está? Se suponía que tenían que haberlo traído hace veinte minutos a esta reunión.
– Ah, iré a ver a qué se debe el retraso -dijo Finkel, que se puso en pie y salió corriendo del despacho para huir de Molly.
A ella no le remordía la conciencia asustarlo. Aquel abogado era todo lo que podía permitirse su padre después de descubrir el desfalco llevado a cabo por su socio, lo cual significaba que, a menos que a Molly se le ocurriera una idea mejor, Bill Finkel tenía la vida del general en sus manos.
Desde el momento en que Molly había aparecido en casa de su padre, él la había aceptado de corazón y la había acogido de pleno en su familia. Tal vez Molly aún no se sintiera como una más, pero no podía negar que lo deseaba con todas sus fuerzas. Además, en aquellos ocho meses había llegado a querer mucho al general, y tenía intención de conseguir que saliera de la cárcel.
Pasaron diez minutos más hasta que Bill volvió al despacho.
– Dicen que están cortos de personal y que no pueden custodiarlo ahora mismo.
¿Y él había aceptado aquella excusa? Molly ya tenía suficiente. Necesitaba un abogado que se ocupara de representar legalmente a su padre y de conseguir su libertad. Necesitaba a Daniel Hunter. Sin pararse a pensar lo que suponía aquello, se puso el bolso al hombro y se dirigió rápidamente hacia la salida.
– ¿Adónde va? -le preguntó Finkel, corriendo tras ella-. Tenemos que hablar de la estrategia legal. Los guardias dijeron que vendrían con él en menos de una hora.
Molly miró hacia atrás.
– Voy a hacer lo que debería haber hecho en cuanto supe que mi padre estaba arrestado -respondió ella-. Dígale que lo veré mañana, pero que no se preocupe. Tengo un plan.
Bill palideció.
– ¿Y no me lo va a contar? Yo soy su abogado.
«No por mucho más tiempo», pensó Molly.
– Todavía no lo tengo completamente detallado, y en este momento aún no necesita saberlo -le dijo.
Su plan consistía en contratar al mejor abogado criminalista que conocía para que defendiera a su padre. Sin embargo, Molly sabía que había muy pocas posibilidades de que Hunter accediera. Después de todo, las cosas no habían terminado bien entre ellos: Daniel le había ofrecido desarraigar su vida y su profesión para ir con ella, le había ofrecido acompañarla al lugar al que ella quisiera huir con tal de estar juntos, y en vez de aceptar, ella lo había abandonado.
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