Carly Phillips - Soltero… ¿y sin compromiso?

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Soltero… ¿y sin compromiso?: краткое содержание, описание и аннотация

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Los hermanos Chandler se han convertido en los tres solteros más atractivos de Yorksire Falls. Son muy protectores con su madre viuda y muy cobardes a la hora de decidirse a amar. La madre, conocedora de sus temores, finge un infarto para hacerlos volver a casa y convencerlos de que el amor y la familia son lo que realmente importa. Y ellos, con tal de no defraudarla, deciden echar a suertes quién será el primero que tendrá que encontrar pareja.
Roman, el menor, pierde la apuesta. Su trabajo le obligó a renunciar a todo, incluida Charlotte, su primer amor. Pero cuando se reencuentran, ambos entienden que tienen muchos temas pendientes. ¿Podrá el amor de esta mujer hacer que un hombre independiente y amante de la libertad se comprometa para el resto de sus días?

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– Mentirosa. -Beth dejó la servilleta encima de la mesa y cruzó los brazos sobre el pecho esbozando una sonrisa-. He visto cómo lo mirabas antes de que él se volviese y te viera. Y he visto cómo desviabas la mirada y venías directa hacia aquí, como si ni siquiera lo hubieras visto.

Charlotte se movió incómoda en el asiento.

– ¿Es demasiado tarde para preguntarte a quién he visto y dónde?

– Cobarde.

– Todo el mundo tiene sus debilidades, así que deja de chinchar. Ahora, si me disculpas, tengo que ir al baño.

Charlotte huyó rápidamente sin mirar en dirección a Román Chandler. Pero en cuanto llegó al estrecho pasillo que conducía a los servicios, tuvo que secarse las palmas de las manos en la falda de gasa.

Cinco minutos más tarde se había retocado el pintalabios y se había recordado todos sus logros, para así asegurarse de que podría mantener una conversación educada con Román con aplomo y ligereza si era necesario.

Con fuerzas renovadas, abrió la puerta y se encontró de narices con el amplio pecho de Román. El inconfundible aroma a loción almizclada para el afeitado y a poderosa masculinidad la embargó. La excitó. Tomó aire sorprendida.

Mientras ella retrocedía con paso vacilante, él le agarró los antebrazos con ambas manos.

– Tranquila.

¿Tranquila? ¿Estaba de broma? El tacto de sus palmas era cálido, fuerte y demasiado bueno sobre su piel desnuda. Miró sus ojos azules.

– Esto es el lavabo de señoras -dijo como una tonta. Suspiró. Y eso que quería mantener una conversación animada, con aplomo e ingenio.

– No, esto es el pasillo. El lavabo de señoras está detrás de ti y el de caballeros está pasillo abajo. -Sonrió-. Lo sé perfectamente, casi podría decirse que me crié aquí.

– Tengo que volver a mi mesa. Beth me está esperando. Beth Hansen, te acuerdas de ella, ¿verdad? -Charlotte puso los ojos en blanco. Aquello iba de mal en peor.

Para su disgusto, Román se echó a reír.

– Bueno, por lo menos ahora sé que te acuerdas de mí.

No fingió malinterpretarlo y se sentía incapaz de mentirle.

– Llegaba tarde, tenía prisa, Beth me estaba esperando. -Levantó las manos y luego las dejó caer a ambos lados del cuerpo.

– O sea que no pretendías ignorarme.

Se sonrojó.

– No. Yo… tengo que irme. Beth me está esperando. Otra vez será.

Él le rozó la mejilla con la mano y un temblor de reconocimiento embargó su cuerpo; estremecimiento que a él no le pasó desapercibido.

– Te dejaré volver a la mesa en cuanto te haya hecho una pregunta. Han pasado más de diez años y la atracción que sentimos el uno por el otro sigue viva. ¿Cuándo vas a ceder?

«Cuando el infierno se hiele», le vino a la cabeza, pero mantuvo la boca cerrada. En parte porque en realidad no lo pensaba y en parte porque él no se merecía un rechazo tan aplastante.

Charlotte se humedeció los labios secos.

– ¿Cuándo vas a dejar de intentarlo?

Él se rió.

– Cuando el infierno se hiele.

Estaba claro que le leía el pensamiento. Se apoyó en la pared a modo de protección, pero de poco le sirvió cuando Román dio otro paso adelante y aprisionó su cuerpo entre la pared y su armazón esbelto, duro y masculino.

Los años se disiparon cuando él le sujetó la cabeza con las manos y acercó los labios a su mandíbula. La calidez de su aliento en contacto con su mejilla y la presión de su cuerpo contra el de ella le produjeron una sensación tan sumamente placentera que le hizo preguntarse por qué se le había resistido durante tanto tiempo. Parpadeó, cerró los ojos y se permitió disfrutar de la erótica sensación que le recorría las venas. «Sólo por un momento», se dijo a sí misma. Nada más.

Él era atractivo e inalcanzable, igual que los destinos exóticos sobre los que se informaba y soñaba pero que nunca visitaría. Porque ella no era como su padre, y su vida estaba allí. La estabilidad y un futuro sólido estaban ligados a aquel pueblo, a sus raíces. Pero el roce de los labios de Román en la suave zona situada entre la mandíbula y la oreja le hacían querer olvidar la seguridad y la rutina. Una oleada de calidez le inundó las venas, sintió que se humedecía y quiso mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer.

– Cena conmigo el viernes. -Su voz gutural reverberó en su oído.

– No puedo… -Él le posó sus labios en el lóbulo de la oreja y sus dientes rozaron el punto exacto. Cálidas flechas de deseo atravesaron otras zonas más íntimas y sensibles y el baño de sensaciones avivó su cuerpo femenino. Charlotte gimió en voz alta e interrumpió la frase sin explicitar la negativa que había iniciado.

Él la iba mordisqueando y dándole deliciosos lametones, a veces fieros y otras suaves y ligeros como una pluma, y más seductores de lo que ella hubiese podido desear en lo más profundo de su interior. Si la intención de él era dominarla, la tenía rendida a sus pies. Posaba sus labios, húmedos y cálidos, en distintos puntos, sin exigencias pero extremadamente seductores. Una vocecita en su interior intentó rebelarse, recordándole que se trataba de Román y que se marcharía en cuanto su madre se recuperara o en cuanto se aburriera del pueblo. De ella.

Tenía que apartarse de él. Entonces Román le acarició la oreja con la lengua y le sopló ligeramente en la piel húmeda. Oh, cómo la excitaba. Dejó escapar un gemido por entre los labios apenas entreabiertos.

– Me tomo eso como un sí -susurró él.

Ella abrió los ojos a la fuerza. ¿Sí a una cita con él?

– No.

– Eso no es lo que me transmite tu cuerpo.

Román no retrocedió, lo cual hizo que ese rechazo le resultara más difícil que todos los del pasado, porque él estaba en lo cierto.

– Mi cuerpo necesita un guarda.

El esbozó una sonrisa encantadora.

– Vaya, no me importaría ocupar ese puesto.

– Sólo mientras estés en el pueblo, por supuesto. -Le dedicó una sonrisa forzada.

– Por supuesto. -Él acabó retrocediendo y por fin le dejó el espacio para respirar que tanto necesitaba-. Deberías saber que soy un hombre al que le gustan los retos, Charlie.

Se puso tensa al oír el apodo que le había puesto su padre. Había elegido el nombre, Charlotte Bronson, en honor de su actor preferido, Charles Bronson.

– Charlotte -le corrigió ella.

– De acuerdo, Charlotte; me atraes. Siempre lo has hecho. Y si yo soy capaz de reconocerlo, tú también puedes.

– ¿Qué más da lo que esté dispuesta a reconocer? En la vida no siempre se tiene lo que uno quiere. -Estaba claro que ella pocas veces lo había conseguido.

– Pero si alguna vez pruebas, a lo mejor consigues lo que necesitas. -Apoyó un hombro en la pared y sonrió.

– Estoy impresionada. Me recuerda a una canción de los Rolling Stones. -Aplaudió para exagerar su reacción.

– Mejor que eso. Yo sé cómo aplicar sus letras a la vida. -Se separó de la pared y se irguió-. Que te quede claro, Charlotte. Tendremos otra cita. -Empezó a caminar por el largo pasillo y se volvió-. Y, teniendo en cuenta tu reacción y la mía, probablemente compartiremos mucho más. -Lo dijo con un tono de certidumbre y promesa.

– Sí, claro, Román. Tendremos esa cita, lo que tú digas.

Él abrió los ojos como platos al oír sus palabras.

– El día en que decidas quedarte en el pueblo. -Y como eso no iba a pasar nunca, pensó Charlotte, su propuesta de cita no se materializaría. Él no suponía ninguna amenaza para ella. «Sí, ya.»

– Cuanto mayor sea tu desafío, más decidido estaré. -Se echó a reír porque era obvio que no creía lo que ella acababa de decirle.

Román no se dio cuenta en absoluto de que ella hablaba muy en serio. Entre ella y el viajero despreocupado no iba a ocurrir nada más, a no ser, claro está, que quisiera acabar sola y abandonada, como su madre.

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