Carly Phillips - Soltero… ¿y sin compromiso?

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Soltero… ¿y sin compromiso?: краткое содержание, описание и аннотация

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Los hermanos Chandler se han convertido en los tres solteros más atractivos de Yorksire Falls. Son muy protectores con su madre viuda y muy cobardes a la hora de decidirse a amar. La madre, conocedora de sus temores, finge un infarto para hacerlos volver a casa y convencerlos de que el amor y la familia son lo que realmente importa. Y ellos, con tal de no defraudarla, deciden echar a suertes quién será el primero que tendrá que encontrar pareja.
Roman, el menor, pierde la apuesta. Su trabajo le obligó a renunciar a todo, incluida Charlotte, su primer amor. Pero cuando se reencuentran, ambos entienden que tienen muchos temas pendientes. ¿Podrá el amor de esta mujer hacer que un hombre independiente y amante de la libertad se comprometa para el resto de sus días?

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Todo aquello resultaba muy irónico. Roman no era el hombre que ella había necesitado que fuera. Charlotte había necesitado que Roman fuera el trotamundos sin sentimientos, el soltero que coleccionaba conquistas sin preocuparse de nadie aparte de sí mismo. Había necesitado que Roman fuera todo aquello porque eso le daba una excusa para mantenerlo alejado desde un punto de vista emocional. Para evitar que le hiciera daño igual que creía que le había sucedido a su madre.

Ahora lo necesitaba y punto.

Se acurrucó todavía más en la cama, se tapó con las mantas y bostezó. Charlotte pensó que el amor tenía la capacidad de desmontar todas las redes de seguridad. Y al día siguiente daría su salto de fe sin garantías de adónde iría a parar.

En algún momento, Charlotte debió de quedarse dormida, porque el sol que entraba por la ventana la despertó al amanecer. Había dormido bien por primera vez en un montón de tiempo y abrió los ojos al notar una subida de adrenalina que no esperaba. Se duchó, se tomó un yogur de melocotón y decidió que era una hora adecuada para llamar a Rick.

Él contestó después del primer ring.

– Rick Chandler a su servicio.

– Veo que estás de buenas -dijo Charlotte.

– Sí, bueno, es lo que pasa cuando uno sale a correr. ¿Qué ocurre, Charlotte? ¿Todo va bien?

– Sí -afirmó ella, pensando en su decisión de seguir a Roman-, y no -farfulló, sabiendo que todavía tenía que contarle a Rick lo de Samson y hacerle prometer que protegería y no entregaría al inofensivo hombre-. Tengo que hablar contigo.

– Ya sabes que siempre tengo tiempo para ti. Pero estoy saliendo por la puerta. Tengo que asistir a varias reuniones en Albany y no volveré hasta más tarde.

Charlotte se llevó una gran decepción. Ahora que ya había tomado una determinación, estaba preparada para actuar.

– ¿Qué te parece si me paso cuando vuelva a casa? -sugirió él-. A eso de las siete.

Sujetó el auricular entre la oreja y el hombro y lavó la cuchara mientras repasaba las actividades de la jornada.

– Es la noche de los patrocinadores. Se supone que hoy tengo que hacer el lanzamiento inaugural del partido de los Rockets. -Por mucho que quisiera dejar de lado todo lo que tenía que hacer ese día y reunirse con Roman lo antes posible, no podía, ni quería, dejar plantados a los niños.

No podía darle la información a Rick en público y tendría que esperar hasta la noche.

– ¿Por qué no vienes a mi casa después del partido? -sugirió ella.

– Me parece buena idea. ¿Seguro que estás bien?

Charlotte puso los ojos en blanco.

– ¿Quieres hacer el favor de no preguntármelo más? Empiezas a parecerte al hermano mayor que nunca he tenido.

– Bueno, vale, lo prometí.

– ¿Qué es lo que prometiste? -Empezó a notar un cosquilleo en el estómago-. ¿Y a quién?

Se hizo el silencio en la línea telefónica.

– Venga ya, Rick. ¿Qué querías decir?

Rick carraspeó.

– Nada. Sólo que tengo la misión de asegurarme de que estás bien.

¿Su misión como policía o su misión como hermano?, se preguntó Charlotte. ¿Acaso Roman le había hecho prometer a Rick algo antes de marcharse?

– Bueno, pues estoy bien. -Aunque le picaba la curiosidad, Charlotte aceptó la respuesta vaga de Rick. Era consciente de que no iba a conseguir que uno de los hermanos Chandler delatara a otro.

– Hasta la noche.

– De acuerdo. Conduce con cuidado. -Charlotte colgó el teléfono y suspiró con fuerza. Tenía por delante toda una jornada de trabajo y siete turnos para batear, después de eso descubriría adónde había ido Roman. Charlotte disponía de doce horas para hacer acopio de valor y viajar hasta donde fuera. Dejar Yorkshire Falls y presentarse en la puerta de casa de Roman sin haber sido invitada, sin saber cómo la recibiría.

El día fue más largo de lo que Charlotte había previsto puesto que cada hora le parecía una eternidad. Oír a Beth hablando todo el rato de Thomas Scalia le producía sentimientos encontrados, felicidad por su amiga y envidia porque ella estaba sola y se enfrentaba a un futuro incierto.

Pero el día pasó y Charlotte por fin hizo el lanzamiento inaugural mientras sus padres la observaban desde las gradas. Juntos. Charlotte negó con la cabeza asombrada. No es que se hiciera muchas ilusiones. Russell regresaría a California a comienzos de la semana siguiente. Solo en aquella ocasión, pero quizá no durante mucho tiempo.

Annie había aceptado seguir una terapia. En Harrington había una clínica de salud mental fabulosa y su madre había decidido, alentada por su padre, ver al psiquiatra que el doctor Fallon le había recomendado. Mientras tanto, su padre había decidido atar algunos cabos sueltos en Los Ángeles y pasar algún tiempo en casa, por lo menos el tiempo suficiente para que Annie empezara la terapia y viera si era capaz de plantearse la posibilidad de trasladarse a la Costa Oeste.

¿Se acabarían las sorpresas en algún momento?, caviló Charlotte, más feliz y esperanzada con la vida que nunca. Como si lo supieran, los Rockets de Charlotte volvieron a ganar el partido, a pesar de que el lanzador estrella no jugara por tener la muñeca rota y hubiera otros jugadores lesionados. Aunque todavía estaban al comienzo de la temporada, habían decidido que Charlotte era su talismán de la suerte, e incluso le habían entregado un medallón honorario en forma de nave espacial para que se lo colgara con una cadena al cuello como agradecimiento por su patrocinio y por no faltar a ninguna de sus citas. El gesto la emocionó y se alegró de no haber dejado plantados a los chicos en favor de su vida privada.

– ¿Qué vida privada? -se preguntó en voz alta cuando por fin regresó a su apartamento por la noche.

Parecía haberle salido el tiro por la culata. Incluso su madre tenía vida privada mientras que en esos momentos Charlotte era quien no la tenía. Pero en cuanto viera a Rick y consiguiera información sobre Roman, se pondría en camino, no sabía hacia qué, pero por lo menos daría pasos hacia adelante.

Charlotte dejó las llaves en la mesa de la cocina, se acercó al contestador automático que parpadeaba y pulsó el botón «play».

– Hola, Charlotte, soy yo, Rick. Me he entretenido en Albany y luego en cuanto he llegado al pueblo me han llamado por un caso. Tenemos que hablar, así que espérame.

Como si tuviera algún otro sitio adónde ir. Como no estaba cansada y se sentía sobreexcitada después del partido, se dirigió a la cocina y rebuscó en la nevera el helado de dulce de leche que guardaba en el fondo. Cuchara en mano, decidió esperar en el dormitorio. Desde que había malgastado el dinero comprando un pequeño televisor en color de trece pulgadas para su habitación, había descubierto que disfrutaba más repantigada en el dormitorio que sola en la salita del pequeño apartamento. Con un poco de suerte, encontraría algo en la tele para matar el tiempo hasta que llegara Rick.

Se acercó a su habitación mientras iba tomando cucharadas de helado. La luz tenue que salía por la puerta la pilló desprevenida. No recordaba haberse dejado la luz de la mesita de noche encendida al irse a trabajar por la mañana. Se encogió de hombros antes de entrar en su santuario privado al tiempo que se lamía el dulce de leche de los labios.

– Podría ayudarte a hacer eso si estuvieras dispuesta a hablar conmigo.

Charlotte se paró en seco. El corazón le dejó de latir durante unos segundos antes de continuar, más irregular y rápido que antes.

– ¿Roman? -Pregunta estúpida. Por supuesto que aquella voz profunda y grave era de Roman.

Y era Roman, eróticamente tumbado con un chándal gris, una camiseta azul marino y los pies descalzos encima de su colcha blanca de volantes y almohadones varios. Sólo un hombre de su estatura y complexión podía presentar un aspecto incluso más viril rodeado de volantes femeninos y lazos. Sólo una mujer enamorada podía querer arrojar toda precaución por la ventana y lanzarse a sus brazos.

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