– Un cuarto cheroqui. Y Thorpe nunca permite, que lo olvide.
Brown miró las plumas, pero se abstuvo de formular comentarios.
– En otras palabras, que el viejo Thorpe sabe de qué lado está la mantequilla de su rebanada, ¿verdad?
– Así es. Me ha pedido por lo menos cinco veces que aceptara el título honorario de vicepresidenta.
– Veamos. -Brown se inclinó hacia delante. -De ese modo él podría afirmar que es un contratista que da trabajo a miembros de las minorías, ¿verdad?
Ella sonrió de mala gana.
– Y por lo tanto podría presentar ofertas en todas las obras relacionadas con los programas de ayuda a las minorías, las obras que el gobierno federal se propone realizar; podría presentarse como contratista principal o como subcontratista. Como usted sabe, parece que ahora son los proyectos más lucrativos.
Él la examinó frunciendo las gruesas cejas negras que parecían bumeranes.
– Entiendo que usted haya rechazado la vicepresidencia.
– Con muchísimo placer.
De nuevo Sam Brown se inclinó en su asiento y rió de buena gana.
– En Kansas City hay unos pocos contratistas que sonreirían de oreja a oreja si supieran que alguien le ha jugado una mala pasada a Floyd A. Thorpe, después de todas las veces que él los ha engañado.
– Yo sonreiría también con mucho entusiasmo por el placer de incomodar a Thorpe si no fuera por el aumento de sueldo.
– ¿Sería más sensato decir que le está aplicando el tratamiento cheroqui? -bromeó Sam, mirando con mucha atención a Lisa.
Ella sonrió y sus ojos oscuros chispearon un momento antes de que una expresión pensativa los dominara. Movió unos trozos de lechuga en el cuenco de la ensalada y juntó las manos bajo la barbilla. Apoyó un codo sobre la mesa, afirmó el otro antebrazo contra el borde y tamborileó sobre el vidrio húmedo del vaso frío.
– Verá -murmuró, mirando los cubitos de hielo en el vaso vacío-. Mi orgullo no me permite adoptar ciertas actitudes. Ni siquiera por dinero.
– Pero creí que usted decía que el dinero era la razón por la cual había aceptado este empleo.
– En efecto, era la razón. Pero ahora gano lo suficiente para mantenerme. Es todo lo que necesito.
Lisa vio que los ojos de Sam Brown se fijaban en la mano que jugaba con el vaso. Mostraba únicamente una turquesa grande y ovalada engastada en una base de plata.
– ¿No está casada? -preguntó él.
Los ojos de Brown se elevaron, encontraron la mirada de Lisa, y los dedos de la joven cesaron de tamborilear sobre el vaso húmedo.
– No -contestó ella, y comprendió que debía aclarar su respuesta; después, desechó su conciencia, y pensó que no le debía nada a aquel hombre. En todo caso, solo estaban compartiendo una mesa… dos extraños en una ciudad solitaria, lejos del hogar.
Llegó el plato principal, y Sam Brown cambió de tema.
– Entiendo que nuestro amigo comenzará a subirse por las paredes cuando se entere de que usted ha perdido el concurso, ¿eh?
Lisa miró a su interlocutor, sonrió y dijo:
– Usted sí tiene un sentido irrespetuoso del humor, ¿no es verdad? En todo caso, él está siempre perdiendo los estribos por una razón o por otra. En su caso es un modo de vida. Si no se descontrola porque perdió la licitación, usará como pretexto que yo me quedé a pasar la noche aprovechando la tarjeta de crédito de su preciosa empresa… precisamente lo que me advirtió que no hiciera.
– Pero usted lo hace de todos modos. -El ceño fruncido unió las cejas de Brown.
– Tenía que hacer eso o llegar a Kansas City en mitad de la noche, después de perder el vuelo de las seis de la tarde. Después del día que he pasado, no deseaba estar media noche en un avión.
– Y todo porque yo tenía su maleta, ¿verdad?
Lisa encontró la mirada de Brown, pero se limitó a encogerse de hombros y volvió a su cena.
La camarera les trajo café, e interrumpió por un momento la conversación. Cuando de nuevo estuvieron solos, Lisa estudió reflexivamente a Sam y preguntó:
– Si usted ha estado trabajando en Kansas City el tiempo suficiente como para conocer las dudosas prácticas comerciales de mi ilustre jefe, ¿por qué no nos hemos visto antes?
– Quizá porque nos dedicamos sobre todo a los contratos de lampistería, y solo hace un tiempo decidimos pasar a la distribución de agua y el tratamiento de aguas residuales.
– ¿Nosotros? -preguntó ella con curiosidad-. ¿Quién es el otro Brown en la firma Brown & Brown?
– Fue mi padre. Era el hombre que conocía los secretos de los contratistas de toda la ciudad. Estuvo años enteros en el sector de los contratos de construcción.
– ¿Estuvo?
– Falleció hace cuatro años -dijo Sam con voz neutra, mientras cortaba su chuleta.
– Yo… lo siento.
Él la miró animado.
– No es necesario. Mi padre tuvo una vida excelente, consiguió todo lo que siempre deseó, y cuando falleció era un hombre feliz… murió nada menos que en un campo de golf, en el sexto hoyo. -Sus ojos pardos pestañearon-. El sexto hoyo siempre le acarreó problemas.
Aunque Sam Brown relató todo esto sin tristeza evidente, Lisa se sintió avergonzada por estar compartiendo de ese modo un relato personal cuando apenas conocía a su interlocutor. Pero él continuó.
– Era un noruego que bebía mucho y trabajaba duro…
– ¿Un noruego llamado Brown?
– El nombre deriva de Brunvedt, que era el apellido de la familia.
– Discúlpeme… lo he interrumpido.
– Como le decía, era un noruego de carácter fuerte, y cuando afirmo que él hizo todo lo que quería, eso incluyó desobedecer las órdenes del médico. Sufrió un pequeño ataque y le ordenaron que viviera tranquilo algunos meses; pero, cuando a un noruego obstinado se le mete en la cabeza que quiere salir a jugar golf, nadie puede impedírselo.
Lisa comprobó que ahora disfrutaba con la compañía de Sam Brown, y ella misma se sorprendió al contestar:
– Y cuando a un noruego obstinado se le mete en la cabeza que saldrá a cenar con una mujer, tampoco nadie puede impedírselo, ¿verdad?
Sam esbozó una sonrisa al ver el moño que los cabellos formaban detrás de las orejas de Lisa; y después miró los ojos de la joven y por último sus labios. Lisa pensó que de ningún modo se parecía a cualquiera de los noruegos que ella había llegado a conocer. Tenía los cabellos castaños y la piel tan bronceada que parecía reflejar la cara de la propia Lisa. Mientras levantaba la taza de café y, sin quitarle los ojos de encima, dijo en broma:
– Bien, después de todo no fue tan doloroso, ¿verdad?
Ella hubiera deseado contestar de otro modo, pero comprobó que eso era imposible.
– En efecto, no fue tan difícil -dijo.
– Tal vez podamos volver a hacerlo en Kansas City.
Durante un momento ella se sintió tentada, pero al recordar los aspectos menos favorables de la personalidad de Brown, le advirtió:
– No trace planes en ese sentido. A menos que yo gane una licitación.
– Hum… -Levantó su taza de café. Los ojos maliciosos chispearon por encima del borde de la taza-. Tal vez valga la pena arreglar un concurso a su favor la próxima vez.
– No dudo de que usted es capaz de hacerlo. -Lo estudió unos instantes, y después reconoció-. Tengo la costumbre de asignar títulos a la gente a la cual conozco. ¿Sabe cuál le he aplicado?
– ¿Cuál?
Los ojos de los dos se cruzaron en un agradable duelo de ingenio.
– El honorable Sam Brown.
– Eh, me agrada… muy inteligente.
– Y su expresión es del sarcasmo más puro y concentrado. Brown, usted es un canalla muy deshonesto, y yo no sé por qué estoy ahora sentada en esta mesa con usted.
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