LaVyrle Spencer - Hacerse Querer

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En el siglo pasado, los hombres emprendedores se aventuraban solos en el lejano territorio de Minnesota, en el noroeste de los Estados Unidos. Así se hizo necesaria la costumbre de mandar a pedir esposas sin conocerlas previamente.
Ansiosa por escapar a la humillación de su sórdida existencia en Boston, Anna acepta convertirse en novia por correspondencia de Karl, un adinerado granjero. El esperaba una muchacha de veinticinco años, hábil cocinera, experta ama de casa, dispuesta al trabajo rural y… virgen. Generoso por naturaleza, Karl deberá perdonar a Anna todas sus mentiras. Pero hay un secreto que ella aún le oculta a fin de preservar el amor incipiente…

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– Y ahora voy a preguntarte algo más -dijo ella, y lo miró a los ojos con tal firmeza, que hizo vacilar a Karl-. ¿Me amas?

Karl tragó saliva. Nunca en su vida una mujer había sido tan audaz con él. No sabía qué decir sin herir sus sentimientos.

Kerstin sonrió y volvió las palmas hacia arriba.

– Así, me has dado tu respuesta. Te has respondido a ti mismo. No me amas. -Se apartó y apoyó las manos sobre la cerca-. Perdóname, Karl, si te hablo tan directamente. Pero creo que ya es hora. Hoy, durante la cena, creo que te vi mirarme de una manera que una mujer intuye… una manera, digamos, diferente. Pero es por algo que ha pasado entre tú y Anna, y no entre tú y yo.

– Lo… lo siento, Kerstin, si te ofendí.

– Oh, por amor de Dios, Karl, no seas tonto. No me ofendí. Si las cosas hubieran sido diferentes, me hubiera sentido orgullosa. Pero no te lo digo para hacerte sentir incómodo. Te lo digo para hacerte hablar sobre lo que pasa entre tú y Anna.

– Nos dijimos palabras terribles -admitió.

– Me parecía, y perdóname otra vez, Karl. No pretendo hablar como si me creyera muy inteligente. No es eso. Pero tan pronto como conocí a Anna, advertí que esta pelea se avecinaba. Sentí como si estuviera celosa de mí. Entre mujeres, hay cosas que se intuyen de inmediato. Me di cuenta, enseguida, de que traería desacuerdos entre ustedes. Hoy, cuando te vi entrar, pensé que eso era lo que había sucedido. Anna por fin le dijo algo a Karl. ¿Tengo razón?

– Sí -dijo, mirando, otra vez a los gansos.

– ¿Y saliste de golpe, como un sueco obstinado, para venir aquí a descargarte?

Kerstin tenía razón en llamarlo sueco obstinado, porque lo era ella también. Lo estaba demostrando ahora mismo al no darle tregua. Pudo, con todo, aceptar su hostigamiento con una sonrisa benevolente.

– Estoy un poco confundido respecto a Anna, y quise alejarme un poco para pensar.

– Pensar está muy bien, mientras pienses en cosas que son ciertas. Lo que yo creo que pensabas hoy en casa, durante la cena, eso no era verdad, Karl.

– No sabía que se notaba tanto lo que estaba pensando, y lo siento, Kerstin. Estuve mal. Es Anna quien puso esas cosas en mi cabeza. -Pero, de repente se interrumpió, arrepentido y confundido-. Oh, no es lo que parece… Te admiro, Kerstin, pero…

– Entiendo lo que estás diciendo, Karl. Lo entiendo. Sigue con lo de Anna.

– El motivo de nuestra pelea era… -Pero Karl comenzó a arrastrar las palabras.

– No necesitas decírmelo, creo que algunas de las cosas que perturban a Anna ya las he adivinado. Las intuí cuando viniste aquí con ella la primera vez. Pero, Karl, debes mirarnos a todos con los ojos de Anna. Me di cuenta de cómo se sintió ella ese día al venir aquí, con todos nosotros excitados y hablando en sueco y ella sin entender una sola palabra. Toda esa charla acerca de nuestro país y todas las cosas que amábamos allá. Cuando hablamos inglés, eso es lo que oye. Y luego, cuando fuimos a tu casa, aprendí muchas otras cosas acerca de tu Anna. Siente que no puede complacerte porque las cosas de la casa le resultan una tarea ardua. Era evidente que cuando mamá y yo trabajamos en tu cocina, Anna deseaba sentirse cómoda en ella, como nosotras. Algo me dice que Anna no tiene experiencia en las cosas que a mí me enseñaron desde que era una niña.

– Anna tuvo una educación diferente de la nuestra.

– Me lo imaginaba. Su modo de vestirse revela eso y mucho más.

– Se crió en Boston y no tuvo una madre como la tuya o la mía. -Hasta le era difícil mencionar la palabra Boston, ahora.

– Boston está lejos de aquí. ¿Cómo la conociste?

– Eso es parte de nuestro problema. Anna y yo no nos conocimos antes de casarnos. Yo… nosotros acordamos casarnos a través de las cartas que nos escribíamos. Aquí, en América, llamarían a Anna “mi novia por correspondencia”.

– Oí hablar de esas cosas, pero no sabía lo de ustedes dos.

– Nos casamos sólo al comenzar el verano.

– Pero, Karl, ¡son recién casados!

Karl se quedó pensando un momento.

– Ésa es la verdad -dijo, aunque le parecía que la tirantez entre él y Anna venía de hacía muchos años.

– Y tienen algunos problemas, como todos los recién casados: acostumbrarse uno al otro.

– Parece que hay mucho a lo que jamás podremos acostumbrarnos.

– Oh, Karl, creo que estás poniendo el acento en lo negativo. Tuvieron su primera pelea. Eres muy duro con Anna y contigo mismo. Las cosas llevan tiempo, Karl. Ustedes no tuvieron demasiado.

– ¿Por qué diría Anna tal cosa acerca… bueno, acerca de ti y de mí?

Kerstin era una muchacha que hacía frente a las cosas.

– ¿Qué es lo que dijo, Karl? No lo sé.

– Que yo… -Se apoyó en la cerca y frotó una de sus enormes manos contra la palma de la otra-. Que yo prefiero estar aquí, contigo, con tu pastel de frutas y tus trenzas, a estar con ella.

Kerstin se echó a reír, lo que sorprendió a Karl.

– ¡Oh, Karl, es tan simple! Eres un poco tonto, creo. Anna te ve venir aquí, hacia todo lo que te es familiar, y yo represento todas las cosas que has dejado atrás, en Suecia. Naturalmente, Anna piensa que deseas esas cosas, cuando ve lo alegre y feliz que te pones cuando estás entre nosotros. No advierte que somos todos nosotros los que te hacemos feliz, y no sólo yo. ¿Sabes qué me pidió que hiciera cuando estábamos en tu casa?

– No, pero pienso que quería que le enseñaras a hacer bien el pan.

– ¡Ahí está, Karl! ¡Lo ves! Trata por todos los medios de complacerte pero esas cosas le resultan difíciles. No, no fue eso lo que me pidió. Quería aprender a recogerse el pelo en trenzas.

Karl se volvió hacia Kerstin, realmente sorprendido.

– ¿Trenzas? -repitió-. ¿Mi Anna con trenzas?

– Sí, trenzas, Karl. Ahora, ¿por qué crees que una mujer con un pelo ondulado tan hermoso como el de Anna querría recogérselo en esas trenzas tan horribles?

Karl permaneció silencioso.

– Karl, ¿por qué piensas que salió a juntar frutillas para ti?

Pero él estaba absorto, tratando de imaginarse a Anna con trenzas, lo que no la favorecería para nada.

– No seas tonto -continuó Kerstin-. Anna te quiere mucho. Una chica irlandesa que trata con tanto ahínco de parecer sueca porque piensa que es lo que su hombre desea… Bueno, Karl, ¿no te das cuenta?

– Pero nunca le dije que necesitaba juntar frutillas o usar trenzas para complacerme. Una vez, hace mucho tiempo, llegué a decirle que las trenzas no eran importantes.

– ¿Hace mucho, Karl? ¿Cuánto hace? ¿Antes de que yo viniera?

– Seguro. Pero ¿qué importa eso?

– Lo que importa es que Anna te ve más feliz en nuestro hogar que en el tuyo. Hasta yo lo veo. Tendría que ser al revés.

– Hay cosas que tú no sabes, Kerstin.

– Siempre las habrá, Karl. Siempre las hay. Reconozco a una mujer enamorada cuando la veo, y sé que Anna está luchando por complacerte. Pero también advierto que tú no permites que te complazca, por alguna razón. Es por eso que Anna te acusa de que gustas más de mí que de ella.

Karl bajó la cabeza y se cubrió la cara con sus manos ásperas, los codos apoyados sobre la cerca.

– Anna tendría que saber que no es así -afirmó.

– ¿Por qué? ¿Ahora que la dejaste, enojado? Es ella la que, tal vez, esté sufriendo más que tú ahora, preguntándose dónde estarás y cuándo volverás. Debes regresar y poner las cosas en orden con ella, Karl.

Karl sabía que la joven tenía razón. Admitió, entonces, el resto de las transgresiones de ese día.

– Le grité también al muchacho hoy. No me porté bien con ninguno de los dos, creo.

– Entonces, ¿qué hay de malo en que pidas disculpas cuando regreses, Karl? James necesita saber que la gente comete errores. La gente no usa siempre el sentido común en todo lo que hace. Seguro que el chico… y Anna también… lo comprenderán y te perdonarán.

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