LaVyrle Spencer - Promesas

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Emily Walcott es una jovencita voluntariosa y temperamental, así como una hija obediente y dispuesta a acatar el futuro que sus padres han decidido para ella. Su vida en Sheridan transcurre plácidamente entre la herrería de su padre y los libros de veterinaria, carrera a la que dedica toda su pasión. Charles, amigo de la infancia y futuro esposo, no parece despertar en ella más que un sentimiento de afecto fraternal.
Tom Jeffcoat, un joven emprendedor y apuesto, llega a la población con el fin de instalar una herrería, convirtiéndose así en competidor del señor Walcott. Su sola presencia provoca en Emily verdadero fastidio.
Ambos librarán una feroz batalla en la que el rechazo acabará dando lugar a una pasión desenfrenada que les arrojará a un abismo insondable. Tan insondable como sus propios sentimientos.
La sociedad victoriana de finales del siglo pasado, con sus debilidades y defectos, es el escenario que la autora elige para sus personajes, describiendo la vida de la época en un pueblo del pujante oeste norteamericano.

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– Todavía en el cobertizo.

– ¡Voy a enseñárselo!

– ¡Espera un minuto!

– ¡Pero Earl está esperando!

Impaciente, Frankie se detuvo e hizo una mueca al comprender el error que había cometido al pasar por la cocina.

– Prometiste volver a casa a las tres para ayudarme.

– No tenía reloj.

– Podías guiarte por el sol, ¿no?

– No pude. -Abrió mucho los ojos para exagerar su inocencia-. ¡En serio, Emily, no pude! Estábamos ahí, junto a los chopos grandes, en el terreno vacío detrás de lo de Stroth, y los árboles me tapaban el sol.

La hermana compadeció a la pobre chica que intentara sujetar a este individuo. Ataviado con un sombrero de paja y un mono, sin camisa ni zapatos, los inmensos ojos brillantes y los labios entreabiertos en fingida inocencia, Frankie resultaba un cuadro encantador, que a ella le costaba resistir. Aun así, lo intentó.

– Toma. -Soltó el agitador de la máquina de lavar-. Te toca a ti. A mi está a punto de caérseme el brazo.

– Pero quiero llevar el pescado al pueblo y enseñárselo a papá. Además, Earl está esperándome y en cuanto se lo enseñe a papá tengo que volver aquí de inmediato y limpiarlo para que puedas freírlo para la cena. Por favor, Emily… ¡pooor faaavoor!

Lo dejó ir, pues cuando ella tuvo doce años, no fue necesario que lavase la ropa a las cuatro de una cálida tarde de verano. Sin la ayuda del niño, el lavado duró más de lo que había pensado y estaba terminando cuando papá llegó a cenar. Fiel a su palabra, Frankie había limpiado la trucha, y esa noche él y el padre se harían cargo de la cena, mientras Emily ordenaba el lavadero y apilaba la ropa mojada para tenderla al día siguiente.

Los platos preparados por el padre dejaban mucho que desear. Las patatas estaban demasiado blandas, las truchas, un poco tostadas, el café, hervido y los bizcochos pegados a la sartén. Pero lo peor de todo era que la madre no se sentaba con ellos a la mesa. Edwin le llevó una bandeja arriba y, cuando volvió a bajar, sorprendió la mirada de Emily al otro lado de la cocina e hizo un triste gesto negativo con la cabeza. Como de costumbre, la silla vacía parecía arrojar un paño mortuorio sobre la cena, pero la muchacha trató de aligerarlo.

– A partir de ahora, yo cocinaré y vosotros limpiaréis el lavadero -bromeó.

– Haremos como hemos venido haciendo -repuso Edwin-. Nos arreglaremos bien.

Pero cuando su mirada se encontró con la de la hija, esta percibió un atisbo de desesperación, similar al que había presenciado aquella noche, en secreto, en el porche. Edwin lo ocultó tan rápido como apareció y se levantó para llevar los platos al fregadero.

– Será mejor que limpiemos. Charles dijo que pasaría esta noche, más tarde.

Charles iba casi todas las noches. Aunque tenía su propia casa, sin duda se sentía solo. Era natural que quisiera estar con los Walcott, a los que conocía de toda la vida y con los que había llegado a Wyoming en la misma época. Desde que se trasladaron a Sheridan, se convirtió en íntimo amigo de Edwin, pese a la diferencia de edad. Y la madre siempre le manifestaba un indudable afecto, pues lo conocía desde pequeño. A menudo repetía que Charles provenía de una crianza religiosa sólida, conocía el valor del trabajo duro y, algún día, sería un buen marido para Emily. En cuanto a Frankie… bueno, idolatraba a Charles.

Charles llegó a tiempo para ayudar a secar los platos. Cada vez que llegaba, últimamente, siempre había algo en qué ayudar y lo hacía con gusto. Emily se había hartado de oír decir al padre:

– Sin duda, este Charles sabe lo que es el trabajo.

Por supuesto que sabía lo que era el trabajo… ¿acaso no lo sabían todos?

Después de secar, Frankie lo convenció para jugar una partida de dominó. Se instalaron todos en el recibidor, y los dos colocaron las piezas mientras Emily miraba y Edwin fumaba una última pipa antes de subir a leerle a la esposa.

– Supongo que habéis conocido al forastero que llegó al pueblo -dijo Charles, para nadie en particular.

– Tenemos sus caballos en el establo -respondió Edwin.

– ¿Qué forastero? -preguntó Frankie.

– Se llama Jeffcoat. Tom Jeffcoat -contestó Charles, colocando un cinco junto a otro cinco.

– ¿Así que tú también lo has conocido? -preguntó Edwin.

– Sí. Loucks me lo mandó, le informó que yo era carpintero.

– Por supuesto, querrá contratarte -comentó Edwin.

Charles alzó la vista, sus ojos se encontraron con los de Edwin y Emily percibió la ambivalencia de su expresión.

– Sí, en efecto.

– Bueno, si su dinero es genuino, más vale que lo aceptes.

– Edwin, ¿sabes lo que está construyendo?

– Un establo para alojar caballos, él me lo dijo.

– ¿Te lo dijo ?

– Como dice Emily, sería difícil ocultar un establo cuando empieza a construirse.

– ¿Emily también lo ha conocido?

Charles miró a la aludida, que se inclinaba sobre el hombro del hermano para verle el juego.

– Lamento confirmarlo -repuso con frialdad, sin levantar la vista hacia Charles ni una vez.

– Ah.

La joven levantó una de las piezas de Frankie y la jugó, mientras comentaba:

– Primero me dijo "muchacho", y después, intentó aconsejarme cómo cuidar el casco cuarteado de Sergeant. No me gustó ninguna de las dos cosas.

Con la boquilla de la pipa a un lado de la boca, Edwin rió.

– Lo puedo corroborar. Cuando entré y salvé el valor de una semana de transacciones, estaba afilando en él su lengua y acababa de mandarlo al infierno.

– ¡Papá! -exclamó Emily, irritada-. ¡No tienes por qué difundirlo!

– ¿Eso hizo Emily? -preguntó Frankie, perdiendo interés en el juego y riendo maravillado de la actitud de su hermana.

– Caramba, Emily, no tenemos secretos para Charles.

Lo que, a su juicio, era uno de los motivos por los que no podía entablar un vínculo romántico con el joven. Sentía como si ya hubiese vivido con él los últimos dos años, por lo mucho que lo frecuentaba. Abandonó las fichas de Frankie y se dejó caer en el diván.

– ¡Espero que le hayas escupido un ojo, Charles! -dijo, en tono provocador.

– Sé sensata, Emily. ¿Cómo crees que Charles puede hacer algo así? -se burló el padre.

– Yo lo hice, ¿no?

Para sorpresa de Emily, Charles dijo:

– A decir verdad, a mí me agradó.

– ¡Te agradó! -exclamó-. ¡Charles, cómo es posible!

– ¡Emily, al parecer, olvidas que Charles tiene que preocuparse por su negocio! -la reconvino el padre en tono áspero y se suavizó al dirigirse al joven-: Diga Emily lo que diga, yo no te echaría en cara que trabajases para Jeffcoat.

– También quiere ver mi colección de planos. Después del cobertizo para caballos, quiere construir una casa.

– Me lo dijo. Y eso podría representar buenos beneficios para ti, Charles.

– Es posible, pero no me gusta trabajar para tu competidor.

Edwin dio una chupada a la pipa, la encontró apagada, sacó un clavo de herradura del bolsillo de la camisa y comenzó a escarbar la cazoleta, vaciando el contenido en un cenicero.

– Charles, yo no soy tu padre -empezó, tras un silencio pensativo-, pero creo saber qué consejo te daría él en esta circunstancia. Diría que es una de esas ocasiones en que primero tienes que ser comerciante y, en segundo lugar, amigo. En lo que a mí se refiere, te respetaré tanto por adoptar una sabia decisión comercial como por ser leal, de modo que puedes decirle que sí a Jeffcoat. Por eso viniste aquí, ¿no es cierto? Porque creías que el pueblo prosperaría y tú con él, ¿verdad? Bueno, no podrías prosperar si rechazaras clientes.

Charles posó sus ojos grises en Frankie.

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