– ¿Te marchas? -la oyó preguntar entonces.
– Sí -respondió Jefferson- Tengo que volver a trabajar. He estado fuera más tiempo del que había planeado y ahora que el contrato está firmado no hay ninguna razón para quedarme.
– Ah, sí, el contrato.
Maura apartó el edredón para mirarlo a lo ojos y, por un momento, Jefferson temió que fuera a pedirle que se quedase. Esperaba que no lo hiciera porque no tendría que esforzarse mucho para convencerlo y eso sólo prolongaría lo inevitable. Pero Maura Donohue lo sorprendió de nuevo. Apartando el pelo de su cara se levantó de la cama y, absolutamente cómoda con su desnudez, se puso de puntillas y le dio un beso en los labios.
– Entonces tendremos que decirnos adiós, Jefferson King.
Cuando Jefferson puso las manos sobre sus caderas, los dedos le quemaban de deseo. Nada como una mujer cálida, desnuda, recién levantada de la cama para que un hombre soñase con pasar el día entero en el dormitorio. Pero él era un King y tenía un avión esperando, un negocio y una vida a la que volver.
– ¿Ya está? ¿No vas a pedirme que me quede?
Maura negó con la cabeza.
– ¿Para qué? No somos niños, Jefferson. Nos gustamos y nos hemos acostado juntos. Ha sido una noche estupenda, dejemos que el final sea igualmente estupendo.
Por lo visto, se había preocupado innecesariamente, pensó Jefferson. Ella no iba a suplicarle que se quedara, no iba a llorar, a decirle que lo echaría de menos ni a pedirle que volviese pronto. Ninguna de las cosas que él había esperado evitar.
¿Entonces por qué estaba tan molesto?
– Te acompaño a la puerta -Maura tomó un albornoz verde del armario, pero esconder lo que Jefferson había pasado horas explorando no iba a cambiar nada.
– No tienes que bajar conmigo.
– No es por ti. Voy a hacerme un té y luego tengo que ponerme a trabajar.
Jefferson levantó una ceja. Y él esperando una cariñosa despedida… Sencillamente, Maura estaba haciendo lo que hacía todos los días. Y él también. Pero entonces, volvió a preguntarse, ¿por qué seguía sintiéndose tan molesto?
Maura abrió la puerta y se apoyó en ella, con una sonrisa en los labios.
– Que tengas buen viaje.
– Gracias -Jefferson salió al porche, donde el viento irlandés lo golpeó como una bofetada-. Cuídate, Maura.
– Siempre lo hago -dijo ella-. Cuídate tú también. Y no te preocupes por tu gente, todo esto seguirá aquí cuando lleguen.
– Muy bien.
Sonriendo, Maura cerró la puerta, sin darle más opción que dirigirse hacia su coche. De espaldas a la puerta, Maura se abrazó a sí misma mientras lo oía arrancar el coche. No quería mirarlo, pero tuvo que acercarse a una ventana para verlo por última vez.
Un segundo después, Jefferson había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí.
– Bueno… -murmuró, secándose las lágrimas con la manga del albornoz-. Es mejor así. No tenía sentido entregarle tu corazón para que lo pisoteara antes de irse del país.
No era la primera mujer que se enamoraba de quien no tenía que enamorarse. Y sin duda no sería la última.
– Da igual porque se ha ido -suspirando, se dirigió a la cocina para hacerse un té. Tenía que volver a su vida normal, a atender a los animales y sus tierras, al mundo que ella conocía-. Se te pasará -se prometió firmemente a sí misma-. Pronto lo olvidaré.
Cuatro
No lo había olvidado. Habían pasado dos meses y seguía pensando en Jefferson King cada día. Su única esperanza era que Jefferson también pensara en ella, eso sería lo más justo. El problema era que estaba demasiado tiempo sola, pensó. Pero con Cara en Dublín, no tenía a nadie con quien hablar salvo su perro, que acababa de adoptar.
Desgraciadamente, King, llamado así por razones evidentes, no era un gran conversador. Ahora, aparte de la tristeza por un hombre al que nunca debería haber dejado entrar en su corazón, el trabajo y su nuevo perro, Maura se encontraba mal físicamente. Tenía mareos y aquella mañana había tenido que sentarse en el establo cuando estaba a punto de caer al suelo.
– Es la gripe, lo sé -le dijo al médico del pueblo cuando fue a recoger las pruebas-. No he dormido bien últimamente v tengo tanto trabajo… imagino que me ha pillado baja de defensas.
El doctor Rafferty llevaba cuarenta años en el pueblo y había atendido el parto de Maura y el de Cara, de modo que la conocía perfectamente. Y, siendo así, miró a Maura a los ojos y le dijo la verdad:
– Tengo los resultados de la prueba -el doctor Rafferty miró los papeles que tenía en la mano como para asegurarse de lo que estaba diciendo-, Si es la gripe, es de la variedad de los nueve meses. Estás embarazada, Maura.
Ella lo miró, en silencio, convencida de haber oído mal.
– No, no puede ser -dijo por fin-. Es imposible.
– ¿Tú crees? -el médico se dejó caer sobre un taburete-, ¿Estás diciendo que no has hecho nada que pueda haber dado como resultado esa condición?
– Bueno, no…
Maura empezó a echar cuentas. En realidad, no le había prestado mucha atención a su período últimamente, pero ahora que lo pensaba… no lo había tenido en algún tiempo. Luego hizo un rápido cálculo matemático y cuando llegó a la única conclusión a la que podía llegar en esas circunstancias, dejó escapar un suspiro.
– Dios mío…
– Pronto empezarás a sentirte bien, no te preocupes. Los primeros meses son los peores. Mientras tanto, quiero que te cuides un poco mejor. Come a intervalos regulares, no tomes demasiada cafeína y pídele a la enfermera que te dé un frasco de vitaminas -el doctor Rafferty se levantó para poner una mano en su hombro-. Maura, cielo, tal vez deberías contárselo al padre del niño.
El padre del niño. El hombre al que había jurado olvidar.
– Sí, claro -murmuró. Tenía que decirle a Jefferson King que iba a ser padre. Ah, genial, una conversación fabulosa.
– ¿Estás bien?
– Sí, sí…
Pronto estaría bien, se dijo. Ella era una mujer fuerte. Se le había pasado el susto de repente y, casi sin darse cuenta, empezaba a sentir una emoción extraña en su interior.
Iba a tener un hijo.
– ¿Quieres que hablemos?
– ¿Qué? -Maura levantó la cabeza para mirar los amables ojos del médico-. No, doctor Rafferty, estoy bien, de verdad. Después de todo es una buena noticia, ¿no?
– Tú siempre has sido una buena chica -sonrió el hombre-, A partir de ahora me gustaría verte una vez al mes. Pídele a la enfermera que te dé una cita en treinta días. Ah, y no levantes objetos pesados.
Cuando salió de la consulta, Maura se quedó a solas con sus pensamientos. Aunque…
– No tan sola como cuando llegué -dijo en voz alta, llevándose una mano al abdomen.
Había un niño creciendo dentro de ella, una nueva vida. Una vida inocente que contaría con ella para todo. Pero ella era una persona acostumbrada a las responsabilidades, de modo que eso no la preocupaba. Que su hijo tuviera que crecer sin un padre era un problema, sí. Siempre que se había imaginado a sí misma teniendo un hijo había imaginado también un hombre a su lado. Nunca se le había ocurrido ser madre soltera. No lo había planeado. De hecho, tomaba precauciones… pero no las había tomado con Jefferson King.
¿Cómo había podido pasar?
Debería haberle pedido que usara un preservativo, pero ninguno de los dos pensaba con claridad esa noche.Y ahora, aparentemente, esa noche había tenido consecuencias.
Pero era una consecuencia feliz, pensó. Un hijo.
Ella siempre había querido ser madre.
Una vez fuera de la clínica, Maura miró el cielo cubierto de nubes. Estaba a punto de estallar una tormenta y se preguntó si sería una metáfora de lo que estaba a punto de ocurrir en su vida.
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