Maureen Child - Apuesta Segura

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La inapropiada novia de King… ¿y un niño?.Todo el mundo hacía lo que Jefferson King ordenaba. Salvo la gente de cierto pueblo irlandés que había “comprado” para su última producción. Y, cuando el magnate cinematográfico llegó al pueblo, descubrió por qué todos se habían vuelto contra él: había dejado embarazada a una de los suyos.
Parecía como si hubiese estado evitando las llamadas de Maura Donohue, aunque no era así. De hecho, no podía olvidar la noche de pasión que habían compartido. Estaba dispuesto a organizar una boda digna de una reina para la futura mamá.
Pero Maura no quería un matrimonio sin amor… y Jefferson no pensaba ceder en ese punto.

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– Maura suelta a sus ovejas para que interrumpan el rodaje y su perro se ha comido los cables de…

– ¿Tiene un perro?

– Dice que es un perro, pero yo creo que es un caballo -suspiró Harry-. Es enorme y siempre está tirándolo todo. Y el otro día, por si no tuviéramos suficientes problemas, uno de los técnicos tuvo que salir corriendo perseguido por un toro…

Muy bien, allí estaba ocurriendo algo muy extraño. Él sabía que Maura era una mujer muy meticulosa con sus animales.

– ¿Cómo salió el toro del corral? Porque sé que lo tiene encerrado en un corral -suspiró Jefferson, recordando que Maura se lo había enseñado, advirtiéndole que era peligroso.

– No tengo ni idea, pero Davy Simpson estuvo a punto de ser pisoteado por esa mala bestia.

– ¿Se puede saber qué está pasando en Craic? -suspiró Jefferson, atónito. ¿Estaría buscando Maura más dinero? ¿Querría echarse atrás después de haber firmado el contrato?

Y todo el pueblo parecía haberse puesto de su lado, además. Pero no iban a salirse con la suya. Jefferson King no aceptaba presiones y, desde luego, no evitaba un enfrentamiento.

– Eso es lo que me gustaría saber a mí -dijo Harry-, Por lo que tú me contaste pensé que iba a ser un rodaje idílico, pero está siendo un infierno.

– Pero tenemos un contrato firmado que nos permite el acceso a la granja de Maura…

– Sí, ya, el ayudante de producción intentó recordárselo el otro día y le dio con la puerta en las narices.

Jefferson apretó el teléfono, furioso.

– No puede hacer eso. Ha firmado un contrato y ha cobrado el cheque. Nadie la obligó a hacerlo.

– Te lo digo en serio, Jefferson, a menos que esto se solucione de inmediato el rodaje va a costamos el doble de lo que teníamos presupuestado. Hasta el tiempo está contra nosotros porque no deja de llover ni un solo día.

Aquello no tenía sentido, era como si estuviesen hablando de dos sitios diferentes. Y, aparentemente, iba a tener que ir a Craic quisiera o no. Era hora de tener una charla con cierta jovencita irlandesa, hora de recordarle que tenía la ley de su lado y que estaba dispuesto a usarla.

– Muy bien -le dijo-. No puedo hacer nada sobre la lluvia, pero me encargaré de todo lo demás.

– ¿Cómo?

– Iré a Craic personalmente -algo se encogió dentro de él al pensar que iba a ver a Maura otra vez, aunque no quisiera admitirlo.

Aquello no tenía nada que ver con Maura Donohue sino con su negocio. Y esperaba que tuviese una buena razón para no querer cooperar después de haber firmado un contrato.

– Muy bien, pero date prisa.

Después de colgar, Jefferson llamó a gritos a su ayudante mientras sacaba la chaqueta del armario. Tenía previsto un viaje a Austria para hablar con el propietario de un castillo en el que quería rodar una película, pero iba a tener que incluir Irlanda en ese viaje.

No tardaría mucho en solucionar los problemas en Craic, estaba seguro. Se alojaría en el pueblo, hablaría con todo el mundo y luego le recordaría a Maura el maldito contrato. Además, verla le sentaría bien. Así podría mirarla sin recordar aquella noche. La vería por lo que era, una mujer con la que estaba haciendo negocios. Hablarían, se despedirían y tal vez dejaría de aparecer en sus sueños.

Su ayudante, Joan, una mujer mayor que conocía el negocio tan bien como él, entró a toda prisa en la oficina.

– ¿Qué ocurre?

– Tienes que llamar al aeropuerto, me voy hoy mismo a Europa.

– ¿Qué?

– Y dile al piloto del jet que tenemos que pasar por Irlanda antes de ir a Austria.

– Sí, claro, Irlanda, Austria… prácticamente son vecinos -replicó Joan, irónica.

– Voy a mi casa a hacer la maleta, pero dile al piloto que llegaré en unas dos horas.

Una de las ventajas de ser un King era que siempre tenía un jet a su disposición. Su primo Jackson era el propietario de una empresa que alquilaba aviones de lujo a aquéllos que estaban dispuestos a pagar sumas enormes de dinero por viajar cómodamente. Pero la familia King siempre tenía prioridad, lo cual hacía que sus numerosos viajes fuesen más tolerables.

Y podía estar en el aire antes de la cena y en Irlanda a la hora de desayunar.

– ¿Te envío por fax la documentación de McClane o espero a que vuelvas?

Jefferson lo pensó un momento y luego negó con la cabeza. J. T. McClane era el propietario de un pueblo fantasma en el desierto de Mohave y él quería rodar un western moderno allí, pero el tipo llevaba semanas regateando, de modo que no estaría mal recodarle que los estudios King iban a seguir a cargo de las negociaciones.

– Hazle esperar hasta que yo vuelva. Nos vendrá bien que sude un poco.

Joan sonrió.

– Muy bien, jefe. Buena suerte.

Jefferson se limitó a sonreír mientras salía del despacho. No tenía sentido decirle a su ayudante que la única que iba a necesitar suerte era Maura Donohue.

Cinco

Jefferson se detuvo en el pueblo para reservar una habitación en el hostal en el que se había alojado la última vez. Estaba cansado, hambriento e irritado. Y cuando la propietaria del hostal, Francés Boyle, lo fulminó con la mirada, la irritación se convirtió en enfado.

– Vaya -dijo Francés, cruzando los brazos sobre su amplio busto-, Pero si es el propio Jefferson King, volviendo a la escena del crimen.

– ¿Qué crimen? Perdone, pero no la entiendo.

– Ja! A buenas horas pides perdón… aunque no es a mí a quien deberías pedírselo.

Jefferson cerró los ojos brevemente. Francés Boyle estaba regañándolo como si fuera un crío de cinco años que hubiese roto un cristal.

– Señora Boyle, llevo horas metido en un avión y luego he venido hasta aquí desde el aeropuerto en un coche al que se le ha pinchado una rueda y ahora… -Jefferson respiró profundamente- me estoy calando. Pero si me alquila una habitación, estaré encantado de escuchar sus quejas…

– Está acostumbrado a dar órdenes, ¿eh? Pues yo no soy uno de sus lacayos y no tengo tiempo para gente como usted.

¿Qué estaba pasando allí? Era como si hubiese entrado en un universo paralelo. Aquella gente que se había mostrado tan amable con él unos meses antes ahora lo miraba como si fuera un criminal.

– ¿Se puede saber qué he hecho? Hace meses que no vengo por aquí…

– Desde luego, eso ya lo sabemos. Nos hemos llevado una buena decepción con usted, señor King.

– ¿Una decepción? -Jefferson no entendía nada-. ¿Se puede saber qué demonios está pasando?

– Un hombre decente sabría la respuesta a esa pregunta -contestó Francés-, Y no me gusta nada que se nombre al demonio en mi casa.

– No estoy en su casa -dijo él, señalando el porche-. Usted no me ha dejado pasar, así que me estoy mojando.

– Y no pienso hacerlo.

Muy bien, estaba experimentando de primera mano lo que había tenido que sufrir el equipo del rodaje. Pero era incomprensible. Fuese cual fuese el problema, lidiaría con él más tarde. Por el momento, lo que necesitaba era una habitación y un buen desayuno. Sólo entonces estaría listo para ir a la granja de Maura Donohue.

– Señora Boyle, sólo necesito una habitación para un par de días.

– Una pena que el hostal esté lleno.

– ¿Lleno? Pero si no es temporada de turistas.

– Pues está lleno -repitió Francés.

Y luego cerró la puerta en sus narices. Muy bien, buscaría otro hostal o una casa de huéspedes… o algo. Si no recordaba mal, había una cerca de la granja de Maura.

Aun así, le dolió. Desde luego, no era el recibimiento que esperaba. Jefferson se volvió para mirar el pueblo de Craic, con sus tiendas, sus casitas de puertas rojas y el humo de las chimeneas volando al capricho del viento… era una imagen de postal.

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