Danielle Steel - Accidente

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Corría una de esas tardes de sábado de abril tan perfectas, tan deliciosamente tibias, en las que una brisa de seda acaricia las mejillas y uno querría vivir para siempre al aire libre. El día había sido largo y soleado. Mientras al filo de las cinco cruzaba el puente Golden Gate en dirección del condado de Marín, Page contempló las aguas de la otra orilla y quedó maravillada. Miró de soslayo a su hijo, que iba sentado a su lado y cuyas facciones parecían una réplica de ella misma. Su rubio cabello se levantaba muy tieso allí donde lo había aplastado la gorra de béisbol, y tenía la cara cubierta de mugre.

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Y, en cuanto al vino, aunque resultó excitante tomarlo esa noche, tampoco le supo demasiado bien.

– No, en absoluto -respondió Phillip-.

Pero me apetece tomar una copa cuando lo paso bien.

La bebo en casa, con mis padres, y no les importa que lo haga también en las fiestas familiares.

Pero sí les habría importado, y mucho, que se lo procurara valiéndose de un carnet falso, para otro menor y con la intención de conducir después de beberlo.

Y Phillip lo sabía.

Pero la presencia de aquellas chicas tan monas le envalentonaba.

– ¿No te afecta el alcohol para la conducción? -insistió Allie con inquietud.

– No -negó él-.

Nunca me he achispado.

No me atrevería a tomar más de dos copas, y además he bebido un café bien cargado.

– Me he dado cuenta.

Y celebro que lo hayas hecho.

Allie quería ser franca con él.

Tenía un porte imponente y una madurez superior a su edad, pero a ella le resultaba fácil hablarle abiertamente, y a Phillip parecía gustarle.

¿Estabas preocupada? -Un poco.

– Pues olvida tus temores.

Phillip sonrió y extendió la mano sobre la de ella, posada en la mesa.

Se miraron a los ojos, pero enseguida apartaron la vista.

Para Allyson todo aquello era abrumador.

Observaron a Jamie y Chloe, que parloteaban sobre el ingreso de ésta a la escuela de danza de San Francisco.

Jamie le decía cuánto le había entusiasmado su baile con una representación escolar a la que asistió con su hermana.

– ¡Gracias! -exclamó Chloe, exultante.

Estaba loca por Jamie y su aprobación significaba mucho para ella-.

cAsí que te ustó el número? -El número no -puntualizó él-.

Fue aburridísimo.

Pero a ti te encontré fenomenal, y mi hermana también.

– Solía bailar con ella antes de que lo dejara.

– Lo sé.

Ella era una calamidad, pero siempre ha dicho que tú tienes estilo.

– Quizá sí.

Una misma no puede juzgarse.

Unas veces me pesa el trabajo, y otras me entrego con pasión.

– A los nadadores nos pasa lo mismo -comentó Phillip, antes de proponer que fuesen al centro a tomar un cappuccino -.

Podríamos aparcar en Union Street, dar una vuelta y meternos en alguna cafetería.

¿Qué os parece? -Es una buena idea -repuso Jamie.

– Una idea buenísima -terció Chloe.

Por un instante, Allyson sintió una oleada de resquemor.

En casa no sabían una palabra.

Pero, a fin de cuentas, no harían daño a nadie.

En Union Street no pasaba nada extraño, y un café no era exactamente un alucinógeno.

– Estoy de acuerdo, a condición de que me dejéis en casa antes de las once y media -dino, e mtento despreocuparse.

– Entonces, vamos allá.

Phillip dejó una propina sustanciosa y volvieron al automóvil, estacionado delante de Luigi's.

Chapman explicó al grupo que aquél era el coche de su madre.

Por lo general le hacían conducir un destartalado utilitario, pero tenía un aspecto tan innoble que había requisado el Mercedes, otro vejestorio de quince años, aprovechando que sus padres habían ido a pasar el fin de semana a Pebble Beach.

Atravesaron el puente Golden Gate, pagaron el peaje y se dirigieron al este por Lombard Street, y al sur por Filmore, en dirección de Union.

Tras un buen rato de búsqueda encontraron un aparcamiento y pudieron pasear al fin entre tiendas y restaurantes.

Era un sábado muy concurrido, hacía una noche espléndida y era un placer estar allí.

Allyson se sintió toda una mujer paseando por las calles con el brazo de Phillip alrededor de su hombro.

Era alto, subyugador, y le contó todos sus proyectos estu diantiles.

Acababan de aceptarle en la UCLA y esperaba con gran ilusión el mes de septiembre.

Al principio se había empeñado en ir a Yale, pero sus padres le disuadieron de estudiar en el otro extremo del país.

Eran ya mayores, y él su único hijo, así que preferían tenerle un poco más cerca.

Phillip dijo que la U C LA era una buena universidad y sugirió a Allyson que fuese a visitarle en el otoño, después de instalarse.

A ella, la idea la encandiló.

Sin embargo, no imaginaba cómo iba a explicarlo en casa.

Se rió al pensarlo, y Chapman lo entendió.

– Para ser la primera noche, temo que me estoy precipitando.

¿Te apetece un café? Phillip se mostró comprensivo en muchas otras cuestiones y, sentados en la terraza de un café, saboreando sus cappuccinos, Allie supo que había empezado a calar hondo en sus sentimientos.

En cierto momento se inclinó sobre la mesa para susurrarle algo, y sus labios casi se tocaron.

La presencia de Chloe y Jamie apenas se notaba, enfrascados como estaban en su propia conversación.

En la cafetería no tomaron bebidas alcohólicas, y emprendieron el regreso a las once menos cinco.

Caminaron lentamente hacia el coche, porque sabían que a esa hora ya tardía no tendrían problemas en llegar antes de que sonara el toque de queda de Allyson.

– Lo he pasado muy bien -le dijo tiernamente a Phillip mientras se ajustaba el cinturón.

– También yo.

él sonrió, pero parecía tan mayor que Allie barruntó si la citaría para otro día o sólo trataba de ser amable.

Era difícil adivinarlo, y lamentó no conocerle mejor.

El Mercedes recorrió despacio y con suavidad Lombard Street, camino del Golden Gate.

Hacía una noche mágica.

Parecía que todas las estrellas del cielo destellaban al mismo tiempo.

La luna reverberaba en las aguas, y las luces de la bahía brillaban de un modo especial.

La brisa era tibia y acariciadora como nunca lo es en San Francisco, y la niebla nocturna se había evaporado.

Se desplegaba ante ellos el panorama más romántico que Allyson había visto jamás, o al menos que recordase.

– ¡Es maravilloso! -susurró al enfilar el puente.

En el asiento trasero se oyeron risas.

– ¿Os habéis abrochado los cinturones? -preguntó Phillip, serio una vez más, pero Jamie le mandó a paseo.

– Ocúpate de tus asuntos, Phillip Chapman.

– Si no os los ponéis, en cuanto hayamos pasado el puente pienso pararme en el arcén.

Por favor, hacedme caso.

No se oyó el chasquido de ningún cierre metálico.

De hecho, lo que se produjo fue un significativo silencio, y Allyson no quiso girar la cabeza para mirarles.

Con una sonrisa tensa, miró a Phillip.

– ¿Qué harás mañana por la noche, Allyson? -preguntó entonces.

– No lo sé…

Verás, es que los domingos no me dan permiso para salir.

Quería ser completamente sincera con Phillip.

No era una estudiante de preuniversitario, sino una adolescente de quince años que vivía conforme a ciertas normas, le gustasen o no.

Había disfrutado cada segundo de aquella noche, pero le incomodaba tener que escabullirse de casa y hacer algo prohibido.

Le encantaba la perspectiva de que él conociera a su familia, pero no volvería a mentir para poder verle, al margen de las decisiones que tomara Chloe respecto a su Jamie.

A Phillip no pareció contrariarle mucho la negativa.

Sabía la edad de Allie, pero ella demostraba una madurez inusual y además era un auténtico bombón.

Había disfrutado de su compañía, y estaba dispuesto a someterse a ciertas reglas para consolidar su amistad.

– Mañana por la tarde tengo entrenamiento.

A lo mejor podría pasar luego por tu casa, si no te importa, y quedarme un rato, saludar a tus padres…

¿te parece bien? -¡Magnífico! -exclamó ella con entusiasmo-.

¿De verdad no te molesta? -Phillip meneó la cabeza y le dedicó una mirada que la derritió por dentro-.

He pensado que tal vez…

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