Los chicos estaban en casa cuando Sam e India llegaron. Todos lo habían pasado bien y se alegraron de verlos. Sam contó cosas acerca de Paul, del velero y de las aventuras en el bote. Sus hermanos lo escucharon con cariño, aunque con poco interés. Para Sam los barcos eran lo que los aviones o los tanques para otros críos. A sus hermanos les traían sin cuidado. Mientras hablaban India fue a la cocina para ocuparse de la cena.
Preparó pasta, ensalada, pan de ajo y metió en el horno pizzas congeladas. Sospechaba que se sumarían varias bocas más a la cena y no se equivocó. A las siete se sentaron a la mesa y en ese momento se presentaron cuatro chicos, dos amigos de Jason y dos de Aimee. Era típico del estilo de vida estival. La actividad era informal y relajada y a India no le preocupaba que los niños invadiesen la casa. Formaba parte de la vida en la playa, era lo que cabía esperar y le gustaba.
Cuando terminaron de cenar Jessica la ayudó a recoger la mesa mientras los demás jugaban. Doug telefoneó justo cuando pusieron el lavavajillas en marcha. Sam le contó a su padre las aventuras vividas en el Sea Star . Describió la embarcación como si fuese el transatlántico más grande del mundo y precisó con todo lujo de detalles la complejidad de las velas y el programa informático para izarlas y arriarlas. Era evidente que Sam había aprendido muchas cosas y había prestado mucha atención a lo que Paul le explicaba.
Cuando India se puso al teléfono Doug se mostró sorprendido por el entusiasmo del pequeño.
– ¿Qué es lo que ha alegrado tanto a Sam? ¿El barco es tan grande como dice o sólo se trata de una cáscara de nuez del club náutico?
– Es una hermosa cáscara de nuez – respondió India con una sonrisa, recordando la deliciosa jornada que habían pasado -. El propietario es amigo de Dick y Jenny. He oído hablar de él y estoy segura de que lo conoces. Se llama Paul Ward y está casado con la escritora Serena Smith. Serena está en Los Ángeles supervisando una película, y Paul y un grupo de amigos han venido en el velero a pasar una semana aquí. Puede que todavía esté cuando vengas.
– Prefiero ahorrármelo – repuso Doug y le bastó pensarlo para marearse -. Ya sabes que los barcos me desagradan. De todos modos, me gustaría conocer a Paul Ward. ¿Cómo es? ¿Es un hombre infernalmente arrogante, cuya máscara encubre a un auténtico cabrón?
Era lo que Doug esperaba de una persona con influencias y éxito en Wall Street. Le resultaba inconcebible que alguien pudiera ostentar tanto poder y siguiese siendo un ser humano íntegro.
– De hecho parece muy humano. Fue muy comprensivo con Sam y le enseñó a navegar en el bote – explicó India, molesta porque Doug había supuesto que Paul era un cabrón.
– Tengo entendido que es implacable. Tal vez se las da de bueno ante sus amigos. Parece la clase de persona que devora sus crías y las de cuantos lo rodean.
India no estaba dispuesta a discutir sobre el tema.
– No se comió nuestras crías y Sam quedó encantado.
Iba a contarle que al día siguiente volverían a navegar con Paul, pero recapacitó y decidió no mencionarlo.
– ¿Cómo estás?
Doug cambió de tema e India se abstuvo de dar más explicaciones sobre Paul. No había mucho más que decir, salvo que le parecía una persona fuera de lo común que opinaba que ella debía volver a trabajar lo antes posible. India estaba segura de que a Doug le habría encantado oír esos comentarios.
– Estoy bien, muy ocupada con los chicos. Las mismas caras de los amigos de siempre. Para variar, Jenny y Dick se han portado de maravilla. Los niños han recuperado a sus compinches. Aquí no hay nada nuevo. – Era precisamente lo que le gustaba de Cape Cod, la uniformidad y la familiaridad sempiternas. Era como abrazar la almohada de toda la vida arropada con tu camisón preferido -. Y tú, ¿cómo estás?
– Cansado y con mucho trabajo. Desde que os fuisteis no he podido descansar. Pensaba hacer un esfuerzo y tomarme tiempo libre, pero no podré estar ahí para el Cuatro de Julio.
– Lo imaginaba, ya me lo habías dicho.
India no dejó traslucir sus sentimientos pues seguía afectada por la conversación sostenida durante la fatídica cena.
– No quiero que los niños o tú os llevéis una desilusión – dijo Doug a modo de disculpa.
– Descuida. Iremos a la barbacoa de los Parker.
– Tomad filetes, es lo único que Dick no quema.
India sonrió al recordar otras barbacoas y contó a su marido que habían contratado un servicio de catering .
– Os echo de menos – dijo Doug.
Se había referido a todos, no le había dicho «te echo de menos», que era lo que a ella le habría gustado oír. De todas maneras, India tampoco le dijo que lo añoraba. Lo cierto es que no lo echaba de menos. Aún albergaba sentimientos contradictorios hacia Doug.
India tuvo la sensación de que Doug se había olvidado de todo. No era consciente de hasta qué punto la había trastornado ni de lo herida que se había sentido cuando le explicó sus ideas acerca del matrimonio. Por momentos, India ya no sabía quién era: su amiga, su ama de llaves o su compañía de confianza. No estaba dispuesta a desempeñar esos papeles, sólo deseaba ser su amante. Pero no lo era. Se sentía como una asalariada, una esclava, algo conveniente, un objeto cuya existencia Doug daba por supuesta, como el vehículo con el que transportaban a los niños. Sentía que para Doug era tan importante como la camioneta con que habían ido hasta Cape Cod. Aquella situación le provocaba sensación de vacío y creaba una distancia que India jamás había experimentado.
– Llamaré mañana – concluyó Doug impersonalmente -. Buenas noches, India.
Ella esperó a que le dijese que la quería o la añoraba, pero Doug guardó silencio. Al colgar se preguntó si ésa era la forma en que Gail había llegado al estado en que desde hacía años estaba instalada y en el que se sentía usada, aburrida, vacía y sin amor. Por eso necesitaba citarse con otros hombres en habitaciones de hotel. Era un punto final al que India no deseaba arribar. Haría lo que fuera antes de acudir con hombres a moteles o acostarse con casados. No había recorrido un camino tan largo para llegar a esa situación. Se dirigió ensimismada al cuarto oscuro y se preguntó para qué había recorrido ese camino.
Preparó los productos químicos e inició el proceso de revelado mientras reflexionaba sobre la charla con su marido. Miró las cubetas con las fotos y vio a Paul, que le son reía, se divertía con Sam y agachaba la cabeza en el bote, indescriptiblemente apuesto con el horizonte de fondo. Todos los retratos eran sorprendentes y narraban la historia de la tarde mágica que el hombre y el niño habían compartido. Parecían las fotos de un héroe y ella las estudió largo rato sin dejar de pensar en Paul y Serena. El magnate había empleado una curiosa combinación de palabras para describir a su esposa. En algunos aspectos semejaba una mujer aterradora y en otros fatalmente seductora. India comprendió que Paul estaba enamorado y fascinado a la vez; además, aseguraba ser feliz con Serena. Por su descripción, India supo instintivamente que aquella escritora era cualquier cosa menos una mujer de trato fácil. Lo que compartían sugería intensas emociones. Esta realidad la llevó a cuestionarse su relación con Doug. ¿Qué significaba? Y, aún más importante, ¿cuáles eran los elementos imprescindibles de un buen matrimonio? Ya no lo sabía. Doug había precisado que los ingredientes que ella consideraba necesarios carecían de importancia y las afirmaciones de Paul sobre Serena – que era difícil de tratar, obstinada, desafiante y por momentos agresiva – correspondían a lo que, aparentemente, hacía que la amase. India llegó a la conclusión de que, de momento, era incapaz de descifrar las relaciones y lo que permitía que funcionasen. Ya no tenía respuestas a lo que hasta hacía poco había estado tan segura.
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