– Querida, yo no diría que eres precisamente aburrida – aseguró Dick sonriente y la abrazó. Compartían la pasión por la fotografía. Dick sólo era un aficionado, pero había realizado algunos bonitos retratos de sus hijos -. ¿Este invierno has hecho algún reportaje?
– Desde el trabajo de Harlem no he hecho nada – replicó con pesar y le habló del reportaje en Corea.
– Habría sido muy duro – comentó Dick.
– No podía dejar un mes a los chicos. Cuando Doug se enteró se puso furioso. Con franqueza, me dijo que no quiere que realice más encargos.
– Sería lamentable que con el talento que atesoras no hagas nada – aseguró él pensativo mientras Jenny hablaba con Sam de los deportes que había practicado durante el invierno -. Debes convencerle de que te deje trabajar más asiduamente – añadió con seriedad, por lo que India recordó la fatídica cena.
– Doug no comparte tu perspectiva – dijo, y sonrió apenada a su viejo amigo -. Tengo la penosa sensación de que para él trabajo y maternidad son incompatibles.
Algo en la mirada de India indicó a Dick que estaba pisando un terreno peligroso.
– Dejemos que Jenny lo convenza. Hace cinco años le propuse que se retirara y casi me mata. Pensé que trabajaba demasiado porque, además de las intervenciones quirúrgicas, se dedicaba a la docencia. Estuvo a punto de separarse de mí y dejarme plantado. Me parece que no volveré a intentarlo hasta que cumpla los ochenta.
Dick miró con afecto a su esposa.
– No se te ocurra ni siquiera entonces – advirtió Jenny que sonrió a su marido y se sumó a la conversación -. Seguiré dando clases como mínimo hasta cumplir los cien años.
– Ya lo creo – dijo Dick y sonrió a India.
La belleza y la naturalidad de India siempre lo sorprendían. Ella no era consciente del efecto que ejercía en los demás. Estaba tan acostumbrada a mirar a través del visor que no se le ocurría pensar que alguien la observara. India le habló de la nueva cámara que había comprado, le dio detalles sobre las especificaciones técnicas y le aseguró que se la dejaría probar. Se había acordado de llevarla a Cape Cod. A Dick le encantaba visitar el cuarto oscuro de India, y allí había aprendido a revelar fotos. El talento de su amiga siempre lo había impresionado mucho más que a Doug, que desde hacía años no le atribuía la menor importancia.
Los Parker debían volver a casa pues esperaban la llegada de unos amigos. India se comprometió a visitarlos con Sam un par de días después y añadió que pasasen por su casa cuando quisieran.
– ¡No te olvides de la fiesta del Cuatro de Julio! – le recordaron mientras se alejaba con Sam y el perro brincaba a sus espaldas.
– ¡Allí estaremos! – exclamó India, saludó y se alejó con Sam de la mano.
Dick Parker comentó con su esposa lo mucho que se alegraba de verlos.
– Es absurdo que Doug no quiera que trabaje – dijo Jenny mientras avanzaban por la playa y pensó en lo que India les había comentado -. No es una fotógrafa de poca monta y antes de casarse realizó reportajes memorables.
– Tienen muchos hijos.
Dick intentó ponerse en la piel de los dos. Siempre había sospechado que Doug no daba importancia a la labor de su esposa. Casi nunca mencionaba las fotos de India ni las alababa.
– ¿Qué quieres decir? – A Jenny no le parecía motivo suficiente para que India rechazara todos los encargos -. Podrían contar con ayuda para el cuidado de los niños. No es justo que India haga eternamente de niñera para aplacar el orgullo de Doug.
– ¡Está bien, está bien, Atila!, te he entendido – bromeó Dick -. Díselo a Doug, pero a mí no me grites.
– Discúlpame. – Jenny sonrió a su marido cuando éste la cogió del hombro. Estaban casados desde que estudiaban en Harvard y se querían apasionadamente -. Me molesta que los hombres adopten esas posturas tan injustas. ¿Y si India le pidiera que dejase el trabajo y se ocupara de los niños? Pensaría que se ha vuelto loca.
– ¡No me digas! Doctora Parker, sea más explícita.
– De acuerdo. Reconozco que Simone de Beauvoir fue mi modelo. Mátame si quieres.
– Da la casualidad de que te quiero aunque tengas opiniones muy firmes sobre muchísimos temas.
– ¿Me amarías si no las tuviera?
A Jenny le bastaba fijarse en su esposo para que se le encendiese la mirada. Era evidente el amor que se profesaban.
– Probablemente no te amaría tanto y me habría hartado hace años.
Estar casado con Jenny Parker había sido de todo menos aburrido. Lo único que Dick lamentaba era no tener más hijos. Jenny siempre había estado muy ocupada con su trabajo para ser madre más de una vez y Dick estaba orgulloso de su único hijo. Phillip era igual a su madre y estaban convencidos de que se convertiría en un excelente médico. De momento, quería especializarse en pediatría; los niños lo adoraban y sus padres consideraban que era una buena elección.
Mientras continuaban el paseo por la playa Sam hablaba de los Parker con su madre. Los quería mucho y los comentarios de Dick sobre el velero no cayeron en saco roto.
– ¿Has oído que unos amigos vendrán en velero para asistir a la fiesta del Cuatro de Julio? – preguntó India y Sam asintió con la cabeza -. Es un barco enorme.
– ¿Podremos subir? – preguntó el niño con interés.
Sam adoraba los barcos y ese verano tomaría clases de vela en el club náutico.
– Supongo que sí. Dick ha dicho que nos llevaría.
Semejante posibilidad llenó de emoción a Sam. Por su parte, India deseaba conocer a Serena. Había leído dos o tres novelas suyas y le habían encantado, pero no había tenido tiempo de disfrutar con las más recientes.
Llegaron al final de la playa y emprendieron el regreso paseando por el borde del agua. Sam lanzaba la pelota y Crockett la recuperaba.
Cuando arribaron a casa no había nadie, así que India preparó la comida y luego salieron en bici. Visitaron las casas de amigos e hicieron un alto para saludar. Era fantástico estar en un sitio querido y rodeados de conocidos. Cape Cod era el lugar perfecto para todos. En la última casa que visitaron Sam coincidió con todos sus amigos e India accedió a que se quedase a cenar.
Regresó sola y al llegar oyó sonar el teléfono. Pensó que podía ser Doug y titubeó antes de responder. No tenía ganas de hablar con él. Pero era Dick Parker.
– Los Ward acaban de telefonear – informó entusiasmado -. Llegan mañana. Mejor dicho, Paul llega mañana con un grupo de amigos. Serena vendrá en avión el fin de semana. Quería que lo supieras y que trajeses a Sam. Paul dice que llegará por la mañana. Ya te avisaremos.
– Se lo diré a Sam – replicó India.
Se dirigió a la cocina y se preparó un plato de sopa. Ninguno de sus hijos cenó en casa, aunque llamaron para avisar. La independencia de los niños le sentó bien. Era una de las cosas que más apreciaba de las estancias en Cape Cod. Se trataba de una comunidad segura, formada por personas que conocía y en quienes confiaba. Prácticamente no había forasteros y muy pocos alquilaban casas en verano. Los propietarios adoraban tanto el lugar que no veraneaban en otros sitios. Era uno de los motivos por los que Doug no tenía ganas de visitar Europa y, hasta cierto punto, India no se lo reprochaba.
Cuando Sam apareció su madre le dijo que el velero llegaría por la mañana.
– Han prometido avisarnos en cuanto atraque.
– Espero que no se olviden – murmuró Sam preocupado mientras India lo arropaba, lo besaba e insistía en que estaba segura de que sus amigos no olvidarían avisarles.
Los demás regresaron poco después. India les sirvió palomitas y limonada. Estuvieron charlando y riendo en la terraza hasta que, uno tras otro, se fueron a dormir. Doug no telefoneó e India tampoco. Estaba contenta de disponer de tiempo para sí y se metió en el cuarto oscuro en cuanto los chicos se durmieron.
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