“Lo que te hizo es imperdonable y tendrás que vivir con las cicatrices el resto de tu vida. Tendrás que decidir si quieres perdonarla u olvidarla como ella hizo contigo. Pero hagas lo que hagas, debes saber que no fue culpa tuya. Cualquier ser humano, salvo los dos con quienes te tocó vivir, te habría querido. Tuviste mala suerte, eso es todo. Fuiste a parar a unos padres malvados. Quizá te parezca una respuesta fácil, pero creo que eso fue lo que pasó. Tu madre era una persona horrible. De haber estado viva, habría sido incapaz de darte una respuesta. Su corazón estuvo vacío de amor desde el día que la conocí. Era muy hermosa y divertida, pero esto último duró poco. Su maldad salió a la superficie en cuanto nos casamos. Y así fue hasta el día de su muerte. No tenía nada que ver contigo, Gabbie. Tú simplemente estabas en la cola equivocada en el cielo, en el momento equivocado, cuando se hizo el reparto de padres.
¿Era eso entonces?, se preguntó Gabriella, ¿así de sencillo? En el fondo sabía que era cierto. El hecho de que sus padres no la hubieran querido no tenía nada que ver con ella. Por fin tenía la respuesta. Todo había sido un error del destino, un capricho de la naturaleza, la colisión de dos planetas que hubieran debido coexistir, y cuya explosión la había alcanzado de lleno. Eloise Harrison Waterford nunca había querido a nadie. No tenía amor para dar, ni siquiera a su hija. Gabbie sintió de repente una gran paz. Había llegado al final del camino y ya podía irse a casa. La odisea había durado veintitrés años. O tras personas tardaban más, pero Gabriella había reunido el valor suficiente para enfrentarse a la suya. Quería respuestas y había tenido e coraje de llegar hasta el final. Todos tuvieron razón desde el principio. Era una persona muy fuerte y ahora lo sabía. Ya no podían hacerle más daño. Había sobrevivido.
Los Waterford le pidieron que se quedara a cenar y Gabriella aceptó encantada. Le conmovía la idea de que Frank hubiera sido su padrastro durante trece años y apenas supiera nada de él. Jane, por su parte, era una mujer encantadora. También viuda, llevaban tres años casados y era evidente que se adoraban. Jane le contó que Frank estaba muy mal cuando lo conoció y que, gracias a Eloise, había empezado a odiar a las mujeres, pero ella había arreglado eso.
– No creas una palabra, Gabbie -rió Frank-. Jane era una viuda indefensa y yo la rescaté de las garras de un viejo ricachón de Palm Beach. Me casé con ella antes de que el tipo se diera cuenta.
La invitaron a pasar la noche, pero Gabriella no quería molestar y dijo que dormiría en un hotel próximo al aeropuerto. Frank, no obstante, insistió. Dijo que se lo debía después de una ausencia tan larga. Gabriella pensó en lo diferente que hubiera sido su vida con él. Pero seguro que su madre lo habría estropeado todo y al final decidió que Frank probblemente tenía razón. Lo mejor que había hecho su madre por ella había sido abandonarla. De lo contrario, arde o temprano habría sucumbido a su crueldad.
Le dieron una habitación muy bonita con vistas a la bahía y el Goleen Gate, y por la mañana la criada le sirvió el desayuno en la cama. S e sentía como una princesa, y decidió telefonear a Peter antes de salir para el aeropuerto. Estaba fuera de servicio y se alegró muchísimo de oírla.
Gabriella le habló de los Waterford y Peter se alegró de que todo hubiera ido bien y no hubiese visto a su madre. Al igual que Frank Waterford, estaba seguro de que ésta habría encontrado alguna forma de herir a Gabbie, no se sorprendía de lo que Frnak había dicho y estaba encantado de que la búsqueda hubiese terminado. Gabriella hablaba con una serenidad desconocida. Dijo que tenía previsto regresar a Nueva York esa misma noche, pero él tenía una idea mejor. Disponía de cuatro días libres y comentó que le encantaba San Francisco.
– ¿Por qué note quedas y me reúno contigo? -le sugirió.
Gabriella no sabía qué decir. Todo era demasiado reciente, pero por lo menos había dejado atrás sus fantasmas. Había hecho las paces con ellos. Con Joe, con Steve e incluso con sus padres. Ahora comprendía lo que le había sucedido. En cierto modo, Frank estaba en lo cierto: no había tenido suerte a la hora del reparto de padres. Era como si un rayo la hubiese alcanzado. Y durante todos estos años había creído que era culpa suya. Las palizas, la crueldad, el abandono, incluso el hecho de que no la hubiesen querido. Había aceptado la culpa de todo. Y ahora se daba cuenta de que ni siquiera la muerte de Joe era enteramente culpa suya. Él había tomado la decisión de quitarse la vida.
– ¿Qué me respondes? -preguntó Peter, y ella sonrió lentamente mientras contemplaba la vista desde la habitación de invitados de los Waterford
– Me encantaría -dijo, capaz por fin de abrirle su corazón.
Ignoraba qué ocurriría entre ellos, pero si era algo bueno, probablemente lo merecía. Ya no sentía que estaba maldita o destinada al castigo para siempre. Por eso había ido allí, para liberarse del peso con que le habían condenado vivir.
– Saldré esta misma tarde -dijo entusiasmado Peter-. Reservaré una habitación de hotel.
Pero cuando los Waterford se enteraron, insistieron en que ambos se alojaran en su casa. Eran las personas más amables y hospitalarias que Gabriella había conocido en su vida, y parecían realmente encantados de tenerla.
– Quiero echarle un vistazo a mi nuevo yerno para asegurarme de que no te equivocas -bromeó Frank.
Gabbie les había contado cómo lo había conocido y también lo ocurrido con Steve Porter. La historia les había horrorizado, pero estaban impacientes por conocer a Peter.
Y cuando Gabriella fue buscarlo en taxi al aeropuerto, Frank explicó a su mujer lo mucho que lamentaba la terrible infancia que había padecido Gabriella. Y se culpó a sí mismo por no haberlo percibido y a Elosie por el monstruo que había sido. Deseaba compensar a Gabbie de algún modo. Y se alegraba de ver que era una muchacha sensata. Le costaba creer que hubiera sobrevivido a tanta tragedia.
– Es una buena chica -dijo y Jane estuvo de acuerdo.
Y en el momento en que salían al jardín para contemplar la vista que tanto querían, Peter aterrizaba en el aeropuerto.
El avión aterrizó suavemente en la pista. Gabriella ardía en deseos de ver a Peter, pero por otro lado estaba nerviosa. Durante su convalecencia habían hablado mucho, mas no se habían visto desde entonces, ni fuera del hospital. Le costaba creer que sólo hubieran pasado tres días. Le habían ocurrido tantas cosas, había superado tantos fantasmas. Gabriella y Peter habían aceptado pasar el fin de semana en casa de los Waterford. Después de eso él tendría que volver al hospital y Gabbie quería regresar a la librería.
Aguardaba algo apartada y Peter no la vio cuando bajó del avión. Caminaba con la mirada al frente y sonrió alegremente cuando Gabriella le sorprendió cruzándose en su camino. Y al ver sus ojos azules y su pelo rubio y brillante sintió un deseo irresistible de besarla, pero en lugar de eso le rodeó los hombros y echaron a andar hacia la salida. Con la mirada radiante de felicidad, Gabriella hablaba relajadamente de sus descubrimientos. Sus ojos todavía tenían la profundidad que tanto había atraído a Peter al principio, pero ya no reflejaban dolor. Se detuvo y sonrió a Gabreilla.
– Te he echado de menos. El departamento de traumatología no es el mismo sin ti.
Nada lo había sido. Peter había estado muy preocupado por ella.
– Yo también te he echado de menos -Gabriella le sonrió, con ojos de mujer. Eran ojos sabios, ojos fuertes, ojos valientes, ojos que ya no temían verle-. Gracias por venir.
– Gracias por venir al departamento de traumatología -y por haber sobrevivido a tu horrible vida a fin de llegar hasta aquí, pensó.
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