Fern Michaels - Huyendo de todo

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Cathy Bissette creía haberlo dejado todo atrás: su trabajo de publicista, el glamour de la ciudad de Nueva York y su corazón roto… Lo único que quería era disfrutar de sus tres meses de vacaciones en las maravillosas costas de Carolina del Norte.
Pero, nada más ver aparecer a Jared Parsons a bordo de su barco, supo que se había acabado la tranquilidad. No estaba segura de qué la molestaba más de él, si su arrogancia, o la pasión que provocaba en ella…
¿Volvería a huir de todo… o acabaría en los brazos de un hombre al que no quería amar?

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Para ella, la falta de respuesta de su padre indicaba que no había considerado aquella posibilidad en particular.

– Lo único que te puedo decir es que me dijo que te iba a llamar. Parsons es un hombre de palabra y yo, por una vez, lo creo. Quizá no se haya puesto todavía al día con sus negocios.

– No te preocupes, papá, puedo superarlo y, si me meto en líos, te llamaré. -¿Estás comiendo bien y durmiendo lo suficiente?

Cathy se echó a reír.

– Claro. Esta noche voy a tomar pollo Kiev con ensalada. Ayer, compré mazorcas de maíz frescas en el mercado y, de postre, me voy a preparar un pastel de melocotón. Después de comerme todo eso, me voy a retirar a descansar, lo que debería ser en tomo a las ocho en punto.

– Yo voy a tomar un poco de guiso de cordero de ayer. Bueno, adiós, Cathy.

La joven se encogió de hombros. Deseó tener un poco del guiso que su padre acababa de mencionar.

Tras recogerse el pelo con una toalla, al estilo turco, Cathy colocó el recipiente de comida congelada en una cacerola de agua caliente. Entonces,, se encogió de hombros. La comida china había sido siempre una de sus especialidades favoritas. Incluso tenía una galleta de la fortuna para que la cena fuera completa.

Mientras el recipiente se calentaba al baño María, Cathy se dio una ducha y luego se envolvió en una bata de franela demasiado gastada.

Tenía la mesa puesta con un solitario cubierto y un único plato. Las margaritas daban un aire festivo a la escena. Con mucho cuidado, vertió el contenido del recipiente de comida china en un plato y colocó la galleta de la fortuna en lo alto. Puso también un botellín de cerveza y un vaso y se sentó. Estaba a punto de meterse la primera porción de comida en la boca cuando llamaron al timbre. Debía de ser la portera con el correo. Mientras masticaba, abrió la puerta. Se quedó atónita y luego palideció por completo.

– Hola hola, Jared -susurró con un hilo de voz. -Qué sorpresa.

– ¿Vas o vienes?

– Bueno, en realidad estaba Entra -le dijo, abriendo la puerta de par en par para que él pudiera pasar.

Tenía la boca seca, lo que le dificultaba el poder tragar la comida. Vio que Jared miraba a su alrededor y se fijaba en su solitaria cena.

– ¿Te gustan mis margaritas? -le preguntó ella, sin saber por qué.

– Creo que son demasiadas.

– Bueno, pues a mí me gustan y no me importa que sean muchas. Creo que el ramo es perfecto. Me las ha enviado Teak Helm.

– Creo que ya entiendo -respondió él-. Te gustan las cosas simples de la vida, como este pequeño apartamento y los campos de margaritas. Mira, no quería interrumpirte la cena. Solo había pasado para preguntarte si te gustaría cenar conmigo el martes.

Cathy se sonrojó. Sabía muy bien con quién había estado pasando sus días. Con Erica. Ella debía de estar ocupada. ¿Por qué no iba a buscarla?

– De acuerdo -respondió. La pérdida de Erica sería su oportunidad-. ¿Dónde?

– ¿Dónde qué?

– Que dónde vamos a ir a cenar. Me gustaría saberlo para que me pueda vestir de manera adecuada.

– Perdóname, sí. Ya veo a lo que te refieres. Estaba pensando en otra cosa. Lo siento.

– Has dicho dos veces que lo sientes -comentó Cathy, perpleja. Aquel no era el Jared que recordaba de Swan Quarter.

– ¿De verdad que las margaritas son tus flores preferidas? Iremos al restaurante que hay al lado de Central Park. Siento que se te haya quedado fría la cena. Te compensaré por ello el martes.

Antes de que ella pudiera saber lo que estaba ocurriendo, Jared volvió a abrir la puerta y se marchó. Ni le dijo adiós, ni se despidió de ella con un beso Nada. Y lo más importante de todo era que no se había burlado de ella. Resultaba muy extraño, pero le parecía que le gustaba más el Jared que había visto en Swan Quarter. Tal vez todo aquello era una broma. Podría ser que la hiciera prepararse para salir el martes y que luego la dejara plantada. Algo confusa, se sentó de nuevo a la mesa y miró el montón de margaritas blancas y amarillas. Sin saber por qué, tomó una de ellas y empezó a arrancar los pétalos. Me quiere, no me quiere ¡No me quiere! Cathy dejó caer el último pétalo como si le quemara en los dedos. Solo los niños hacían ese tipo de cosas. Tomó otra flor. Me quiere, no me quiere ¡No me quiere! Decidió que la cuestión se resolvería a la de tres y se olvidó de la cena por completo. Me quiere, no me quiere, me quiere ¡Me quiere! ¿Quién, Teak Helm, la persona que le había regalado las flores, o Jared Parsons? Jared Parsons, por supuesto. Ni siquiera conocía a Teak Helm.

Cathy miró el reloj y recogió la mesa. Si se daba prisa, podría cumplir su palabra y estar en la cama a las ocho. Dado que la cena había sido un fiasco, al menos no quería ser una completa mentirosa. Primero bajaría a recoger el correo.

«No pienses en Jared Parsons», se decía. «Si lo haces, te pasarás otra noche sin dormir». Sin embargo, se había molestado en ir en persona a invitarla a cenar en vez de hacerlo por teléfono. Mientras tiraba la cena a la basura, notó que las manos le temblaban.

Después de recoger el correo, subió de nuevo a su apartamento. Echó la cadena y el cerrojo. Entonces, apagó todas las luces y se fue a su dormitorio.

Eran las cuatro menos diez cuando Cathy dejó el libro que su padre le había enviado y miró el reloj. Era imposible. Era imposible que su adorado Teak Helm hubiera plagiado al famoso Lefty Rudder. Por eso Lucas le había enviado el libro. Quería que ella lo viera con sus propios ojos. Tenía que haber una explicación. Tenía que haberla.

¿Por qué se sentía tan traicionada, tan herida? ¿Qué iba a hacer? ¿Podría no prestarle atención o avisarlo a través de una de sus secretarias? Tal vez sería mejor que fuera a hablar con el señor Denuvue y que le entregara aquel libro junto con las galeradas de Teak Helm. ¿Por qué tenían que ocurrirle a ella todas aquellas cosas? ¿Es que llevaba colgado algún cartel invisible que dijera que se la podía engañar con tanta facilidad?

– Tiene que haber una explicación, tiene que haberla -susurró.

Las lágrimas se le acumularon en los ojos. Se deslizó entre las sábanas. Le parecía que el mundo entero se desmoronaba a su alrededor. ¿Se quedaría Jared Parsons el tiempo suficiente como para recoger los pedazos?

Cathy se incorporó en la cama con una mirada atónita en el rostro. Abrió los ojos y miró a su alrededor como si estuviera poseída. De repente, lo había comprendido.

– ¡Lo amo! ¡Amo a Jared Parsons!

Capítulo Diez

El fin de semana pasó para Cathy en un completo estado de confusión. Iba de ataques de depresión a momentos en los que no dejaba de comer. Dormir era algo imposible y le dolían todos los huesos del cuerpo por el cansancio. El lunes por la mañana parecía estar todavía muy lejos.

Cuando llegó por fin, Cathy dio las gracias, a pesar de que empezó a llover cuando salía del edificio en el que estaba su apartamento. Encajaba a la perfección con su estado de ánimo, gris y apagado. Para cuando llegó a su oficina, tenía los zapatos empapados y el pelo le caía a ambos lados de la cara, chorreando, lo que le daba el aspecto de una niña de dieciséis años.

Tras encontrar una nota en la puerta de Walter Denuvue, en la que informaba que no iba a regresar al despacho hasta el miércoles, Cathy sintió que caía en un estado de frenesí. ¿Qué iba a hacer?

No tenía a nadie con quien hablar, nadie con el que quejarse ni que le dijera lo que había que hacer. Siempre parecía estar sola cuando más le importaba.

Se sentó ante su escritorio durante una hora. Por fin, tomó el teléfono y marcó el número que la secretaria de Teak Helm le había dado.

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