Lynne Graham - El Hijo del Griego

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El Hijo del Griego: краткое содержание, описание и аннотация

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¡Como novia sí, pero como esposa no! Lindy no se podía creer que fuera la novia del armador Atreus Dionides. ¡Ella, que estaba rellenita y se ganaba la vida haciendo velas! Pero Atreus parecía encantado con sus curvas cuando le hacía el amor apasionadamente en su casa de campo. Claro que Lindy se iba a llevar dos buenas sorpresas: la primera, que ella sólo era la amante de los fines de semana y que Atreus se quería casar con una joven de la alta sociedad griega; y la segunda, imposible de esconder, que estaba embarazada de él.

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Lindy tomó aire para controlar su enfado y se dijo que era bueno que Atreus se preocupara por su estado de salud.

– No te preocupes, no voy a hacer ninguna estupidez.

– Como nunca aceptas ayuda de nadie, podrías cometerla en cualquier momento -insistió Atreus con una precisión irritante-. Por favor, contrata un ayudante y yo lo pagaré. Sólo hasta que des a luz.

Lindy no pudo seguir aguantando por más tiempo.

Estaba furiosa.

– Te agradezco tu preocupación, pero mi vida y mi trabajo no son asunto tuyo.

– ¿Cómo que no? Tú y todo lo que te incumbe es asunto mío -ronroneó Atreus.

– ¿Desde cuándo? -lo increpó Lindy.

– Desde el mismo momento en el que te quedaste embarazada -contestó Atreus-. Si me lo hubieras dicho cuando te enteraste, seguiríamos juntos.

Lindy bajó la mirada.

– Eso lo dices ahora… claro… te recuerdo que hace cinco meses me dijiste muy claramente que un embarazo no deseado destrozaría nuestra relación.

– Lo dije por lo que me ha pasado con otras mujeres. No hagas caso de lo que dije entonces -le dijo con convicción-. He venido a pedirte que te cases conmigo.

Lindy, que estaba sirviéndose un vaso de limonada, lo miró con los ojos desorbitados. Se había quedado tan estupefacta, que no se dio cuenta de que el líquido estaba rebosando ya sobre la bandeja. Atreus se puso en pie y le retiró la jarra de la mano para parar el estropicio.

– No me lo puedo creer -contestó Lindy.

– ¿No te parece natural? Vamos a tener un hijo.

– ¡De natural no tiene nada! -contestó Lindy-. Lo dejamos, precisamente, porque dijiste alto y claro que jamás te casarías con alguien como yo. ¿Y Krista?

Atreus apretó los dientes.

– Agua pasada.

– ¡Pero te ibas a casar con ella! -protestó Lindy.

– ¿Ah, sí?

– La llevaste a que conociera a tu familia. Estaba claro que ibas en serio -contestó Lindy, dolida todavía por el hecho de que a ella, que había mantenido una relación con Atreus durante año y medio, nunca la había llevado a casa de los Dionides.

Atreus no quería enturbiar la situación removiendo el asunto de Krista, así que se encogió de hombros.

– Es absurdo ponernos a hablar ahora de lo que podría haber sido.

Lindy no estaba convencida.

– Quiero que hablemos de nosotros -insistió Atreus.

– ¿Nosotros? ¿Qué nosotros? No hay ningún nosotros. Sí, estoy embarazada, pero eso no hace que los últimos meses no hayan existido ni me hace olvidar la razón por la que nos separamos.

Atreus tomó aire. La tensión se palpaba en el aire.

– No quiero casarme por estar embarazada, ¿sabes? -continuó Lindy-. Supongo que te debo agradecer que me lo hayas propuesto, pero te recuerdo que cuando lo dejamos fue porque me dijiste que no sería una buena esposa para ti. Me lo dejaste bien claro. No creo que haya cambiado nada desde entonces a ese respecto.

Atreus estaba furioso.

– Nuestro hijo nos va a necesitar a los dos y en mi familia nos casamos cuando dejamos embarazada a una mujer.

– Ya… -contestó Lindy agarrando el vaso de limonada con ambas manos-. Me temo que no estoy de acuerdo con el planteamiento. Algún día me lo agradecerás. Estoy siendo razonable.

– ¿Razonable? ¿Se puede saber qué tiene de razonable que le estés negando a mi hijo el derecho a llevar mi apellido?

– Eso no tiene importancia. Le puedes dar tu apellido sin que estemos casados -le informó Lindy.

– ¡Sólo podré ser un buen padre para nuestro hijo si estamos casados! -exclamó Atreus, al que no le había hecho ninguna gracia que le dijera que podían arreglar lo del apellido sin estar casados.

– Los dos somos adultos y sabemos que eso no es cierto. Me encantaría que tuvieras un papel relevante en la vida de tu hijo, pero para ello no hace falta que nosotros nos compliquemos las nuestras -declaró Lindy, elevando el mentón-. Seamos sinceros, Atreus. Me dejaste muy tranquilamente, te olvidaste de mí con facilidad y ninguno de los dos quiere retomar la relación.

– No me digas lo que quiero y no quiero porque no tienes ni idea -le reprochó Atreus, mirándola intensamente.

Lindy estaba convencida de que estar casada con Atreus sería maravilloso, pero sólo durante un tiempo. En cuanto se le hubiera pasado la emoción de ser padre, lo único que le quedaría sería un matrimonio vacío y un marido que no la quería.

Lindy era consciente de que no podría volver a pasar por el dolor de perderlo, así que no debía arriesgarse. ¿Para qué se iba a exponer a eso? ¿Para poder vivir durante un corto período de tiempo la felicidad de poder decir que era su mujer?

– Podemos seguir cada uno nuestra vida y compartir a nuestro hijo. Tendremos una relación de respeto mutuo. Sin embargo, si nos casáramos, terminaríamos divorciándonos porque no soy ni nunca seré la esposa que tú quieres, Atreus -le dijo con firmeza.

– ¿Y eso cómo lo sabes? -protestó Atreus. Lo cierto era que estaba anonadado ante la batería de negativas de Lindy.

– Lo sé porque la mujer que elegiste para casarte, Krista Perris, y yo no tenemos absoluta-mente nada en común. Ella es griega, rica y delgada. No puedo competir con eso. Ni siquiera lo voy a intentar.

Lo estaba diciendo muy en serio. No quería volver a sufrir. No quería ser una mujer de segunda a la que él aguantara por ser la madre de su hijo. Era consciente de su vulnerabilidad y estaba decidida a protegerse.

– .¡No pretendo que compitas con ella! -le espetó Atreus-. Lo que quiero es que pienses en lo mejor para el niño que va a nacer. Ser padre implica ciertos sacrificios. No se trata de lo que tú y yo queramos, sino de lo que nuestro hijo necesita para ser feliz.

A Lindy no le había hecho ninguna gracia que Atreus no le dijera que ella también tenía cualidades como las de Krista en otros aspectos y aquello hizo que se enfureciera.

– ¿Me vas a sermonear? -le increpó-. No hace falta, ¿sabes? Estoy familiarizada con los sacrificios de la maternidad. Para que lo sepas, durante los primeros cuatro meses del embarazo he estado vomitando, por lo menos, una vez al día. La ropa ya no me sirve, mi cuerpo se ha deformado, me canso con mucha facilidad y no puedo hacer esfuerzos físicos que antes hacía.

Atreus la tomó de las manos.

– Me lo imagino… perdona, he sido un grosero -concedió-. Es que había dado por hecho que ibas a querer casarte conmigo. Qué arrogante soy…

Las lágrimas que solían acudir a sus ojos con facilidad desde que se había quedado embaraza-da estuvieron a punto de desbordarle los ojos. La petición de Atreus le había llegado directamente al corazón.

Lindy parpadeó para apartar las lágrimas y le acarició la mejilla.

– Si me lo hubieras pedido hace seis meses, cuando no estaba embarazada, habría sido la mujer más feliz del mundo, pero no podemos recuperar el tiempo perdido. Ese momento pasó, ya es historia. Todo ha cambiado. Si nos casáramos y nos divorciáramos sería mucho más traumático para nuestro hijo que tener padres no casados desde el principio.

– ¡Podría ser un marido muy bueno! -gritó Atreus enfadado.

– No lo dudo, pero con la mujer adecuada y esa mujer no soy yo -contestó Lindy con pena-. Nunca sería lo que tú quieres que sea y acabarías odiándome.

Atreus la estrechó entre sus brazos y la besó con pasión porque ya estaba harto de hablar. Completamente tomada por sorpresa, Lindy se encontró con la respiración entrecortada y siendo testigo de cómo su cuerpo reaccionaba encantado ante la intrusión de la lengua de Atreus en la boca.

Atreus le metió la mano por debajo de la camiseta, le desabrochó el sujetador y se apoderó de uno de sus pechos con un gemido de satisfacción.

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