Lynne Graham - Una Joya en su corona

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Una Joya en su corona: краткое содержание, описание и аннотация

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Una mujer virtuosa vale más que los rubíes
Para el príncipe Raja al-Somari sacrificar su libertad por su país no era una opción, sino un deber. Pero tuvo que utilizar ciertas tácticas mucho más placenteras para convencer a su nueva esposa… Hacía apenas unos días, Ruby Sommerton no era más que una chica corriente que iba a trabajar y cotilleaba con su compañera de piso, pero de pronto descubrió que era una princesa y que su príncipe la esperaba, impaciente, en un palacio en el desierto. La nueva esposa de Raja tenía mucho que aprender para comportarse como una noble… además de descubrir lo excitantes que eran las noches con su marido, para quien tener un heredero era una prioridad.

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– ¿Qué haces? -exclamó ella, tensándose.

– No tienes por qué pasar frío estando yo aquí.

– ¡No eres una bolsa de agua caliente! -dijo ella, dejando que brotara su habitual desconfianza hacia las intenciones masculinas.

– Ni tú eres tan irresistible como crees -dijo él con sorna.

Ruby se avergonzó de sí misma, lo que la hizo tensarse aún más. Ignorando su obvia incomodidad, Raja la rodeó con sus cálidos brazos.

– No me gusta -dijo ella, crispada.

– A mí tampoco -dijo Raja-. Prefiero el sexo a los abrazos.

Ruby se indignó y sus ojos brillaron a la luz de las llamas.

Habría querido darle un codazo, pero tuvo que admitir que empezaba a pasársele el espantoso frío, y pensó que resultaría ridículamente mojigata si se empeñaba en separarse de él.

– Además, piensa en el disgusto que se van a llevar los secuestradores cuando sepan que ya estamos casados -dijo él con voz ronca.

– ¿Por qué?

– Porque si no lo estuviéramos, arruinarías tu reputación por pasar la noche conmigo y el consejo impediría que se celebrara la boda.

Ruby giró la cabeza para mirarlo a la cara.

– ¿Eso qué significa?

– Que ningún hombre aceptaría una relación sin sexo.

– Tú la has aceptado -le recordó Ruby.

Hacía rato que Raja había dejado de pensar con la cabeza. De hecho, su mente era incapaz de controlar la increíble erección de su sexo. Mechones del perfumado cabello de Ruby le acariciaba el hombro, su precioso trasero se cobijaba entre sus el deseo sexual que lo quemaba por dentro.

Capítulo 5

CUANDO Ruby se despertó sintió calor al instante y la ropa pegada al cuerpo. Pero en lugar de abrir los ojos en una refrescante ducha, tal y como le habría gustado, se encontró en el claustrofóbico interior de la tienda. Miró el reloj y le sorprendió que fuera ya de tarde. Al no ver a Raja se incorporó de inmediato y vio su maleta en una esquina.

Entonces recordó que todo su equipaje había sido enviado a Ashur por adelantado mientras que con ella se había quedado una maleta con lo básico. También Hermione habría llegado a Ashur, y Ruby sintió lástima por lo atemorizada que debía estar entre desconocidos.

La abrió y buscó unos zapatos en vano antes de salir a ver si encontraba a Raja. En cuanto asomó la cabeza al exterior se quedó atónita al contemplar un mundo que le resultaba completamente extraño. Un manto de arena alcanzaba hasta el horizonte, salpicada por algún pequeño arbusto y coronada por una bóveda de un azul refulgente, en cuyo cenit había un sol tan brillante que cegó a Ruby.

– ¿Quieres café? Has dormido profundamente -dijo Raja, que estaba junto al fuego que había encendido bajo el toldo de la tienda.

– Como un tronco -dijo ella. ¿Cómo era posible que encendiera un fuego con el calor que hacía?

Allí estaba, sentado en actitud relajada, con un aspecto inmaculado, con la túnica que había vestido el día anterior, tan cómodo como si estuviera en un hotel de cinco estrellas.

– ¿De dónde has sacado agua para el café? -preguntó Ruby, intentando no pensar en que tendría el pelo despeinado y el rímel corrido.

– Como te dije, estamos en un oasis. Un arroyo subterráneo alimenta la poza que hay tras las rocas -indicó el otro lado de la tienda-. ¿Quieres beber?

Ruby se giró y vio una pared rocosa con palmeras y vegetación.

– Preferiría no correr el riesgo. Desde ahora solo voy a tomar agua embotellada.

El príncipe sonrió al verla tan menuda y desprotegida, pero tan decidida a no mostrar la menor señal de fragilidad. Aunque estuviera desaliñada, su cabello brillaba como seda y su piel tenía un resplandor nacarado. Su belleza no requería artificios.

– Me temo que no tenemos agua embotellada.

– Ya lo sé, no soy tonta -dijo Ruby, airada-. Nunca me ha gustado ir de acampada, nunca le he visto el encanto y no voy a descubrírselo ahora.

– Lo entiendo -dijo él sin inmutarse.

Consciente de la mala impresión que debía estar causando a un hombre que con toda seguridad habría recibido entrenamiento en tácticas de supervivencia, Ruby le lanzó una mirada de odio.

– ¡Me da lo mismo que te rías de mí! -exclamó, volviendo a la tienda.

Cuando abrió la maleta descubrió con indignación que sus secuestradores la habían registrado, con toda seguridad para cerciorarse de que no tenía un móvil. Sacó un neceser, un cambio de ropa y unas deportivas, y mirando a su alrededor comprobó que Raja no había tenido tanta suerte. Se cambió de ropa interior, se puso una camiseta y un pareo a la cintura, y salió, moviéndose con lentitud para no sudar. Al llegar al borde de la sombra del toldo, dijo:

– Tengo un cepillo de dientes nuevo y una cuchilla que te dejo usar, y podemos compartir mi toalla.

Teniendo en cuenta el estado de ánimo en el que se encontraba su esposa, Raja pensó que era una oferta extremadamente generosa. Una sonrisa maliciosa curvó sus sensuales labios e iluminó su rostro de bronce, y Ruby no pudo evitar mirarlo fijamente mientras un reguero de fuego la recorrió de abajo arriba hasta estallar en forma de rubor en sus mejillas.

Comenzó a trepar la pendiente hasta que divisó la poza que se formaba en una hondonada, protegida por una roca. Raja la siguió y la tomó por el codo para ayudarla a mantener el equilibrio y a sortear las dificultades.

A Ruby no dejaban de sorprenderle sus buenos modales y le agradeció mentalmente que se esforzara en mantenerlos. Por su parte, era consciente de no estar siendo una buena compañera en la desventura, y se sentía en inferioridad por encontrarse en un medio que le resultaba ajeno.

Llegaron a la balsa de agua cristalina bordeada de palmeras y bebieron de una fuente natural que brotaba de la roca. Luego Ruby se quitó las deportivas para meter los pies en el agua. La temperatura le resultó maravillosa en contraste con su piel caliente. Obligándose a no ser pudorosa, se quitó la ropa y se quedó en ropa interior, diciéndose que era como llevar un bikini. Raja la imitó y dejó la túnica sobre una roca. Ruby no pudo evitar admirar sus anchos y musculosos hombros y espalda, y solo cuando recordó cuánto odiaba que su padrastro la observara con avidez, retiró la mirada, avergonzándose de sí misma.

Con el agua por la mitad de los muslos, Raja contempló a Ruby lavarse, y su cuerpo reaccionó al instante al ver lo que la ropa interior mojada dejaba intuir. Sus endurecidos pezones parecían querer atravesar la tela y Raja se preguntó cómo reaccionarían si los mordisqueaba.

Cuando Ruby salió, las bragas dejaron entrever el triángulo oscuro entre los muslos, el territorio vedado, y Raja pensó que era más excitante aquella insinuación que la desnudez completa.

Para contener la enorme erección que sintió, desvió la mirada hacia el agua esforzándose por recordar que aunque fuera su esposa, había prometido no tocarla. Y de hecho pensó que la fuerza de su deseo era tal que si llegaba a tocarla no sería capaz de contenerse.

Ruby salió del agua y tomó la toalla para secarse, al tiempo que se ponía al sol.

– Es la hora más calurosa del día. Tápate antes de quemarte -dijo Raja.

Desoyendo lo que consideró una nueva orden de Raja, Ruby se alejó unos pasos. Se envolvió el pareo alrededor del pecho y se peinó el cabello mientras observaba de soslayo el imponente físico de Raja. Su torso era puro músculo, sus brazos fuertes y torneados; tenía las caderas estrechas, y los muslos, fibrosos. Mientras se salpicaba la espalda con agua y las gotas se depositaban en su piel como pequeños diamantes al trasluz, Ruby apreció un revelador bulto en el medio de sus boxers. Sintiéndose como una voyeur apartó la vista al instante, al tiempo que se preguntaba si era posible que fuera su cuerpo la causa de esa reacción física.

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