– Es cierto -admitió Margaret con un suspiro-. Hannah, nadie te tiene por una mujer indecisa y desvalida. Supongo que llevas todo este rato riéndote de nosotras en silencio. Posiblemente tengas la boda preparada y no necesites de nuestra ayuda.
Hannah era consciente de que todos los ojos estaban clavados en ella. Los de las damas con tristeza; los de los caballeros con sorna.
– No me estoy riendo -aseguró-. Todo lo contrario más bien. -Y la verdad era que tuvo que parpadear varias veces para no acabar llorando-. Nunca he planeado una boda, tuve una que planearon por mí. Ayer accedí a casarme con Constantine, pero ya veo que también voy a casarme con su familia, y eso me hace tan feliz que no puedo expresarlo con palabras.
El duque le había asegurado que cuando encontrara el amor, encontraría también la sensación de pertenencia que siempre lo acompañaba.
Faltaba poco para que diera comienzo el baile. Los caballeros no siguieron en el comedor cuando las damas lo abandonaron, sino que las acompañaron al salón de baile para esperar la llegada de los primeros invitados.
Hannah sabía que el nuevo título de Constantine se anunciaría en el transcurso del baile. Y también se anunciaría su compromiso. El comienzo de una nueva era. Miró el precioso vestido turquesa que llevaba y se alegró de haberse quitado el blanco, aunque eso la hubiera hecho llegar tarde. Ya no tenía que seguir escondiéndose. No tenía que parapetarse tras una armadura de hielo y diamantes.
Era la duquesa de Dunbarton y pronto se convertiría en la condesa de Ainsley. Pero por encima de todo, era Hannah. Era ella misma tal como la habían moldeado la vida, su personalidad y sus vivencias. Se gustaba. Y estaba enamorada.
Era feliz.
Cuando los invitados comenzaron a llegar, Constantine le cogió la mano y se la colocó en su brazo. Pasearon juntos por el salón de baile, deteniéndose brevemente con algunas amistades. Ambos estaban muy sonrientes.
– ¿Has notado que todo el que entra en el salón te mira dos veces, la primera con franca admiración por tu belleza y la segunda, con asombro cuando te reconocen? -preguntó Constantine.
– Creo que es a ti a quien miran -lo contradijo-. Estás guapísimo cuando sonríes.
– ¿Te alegra celebrar la boda en Warren Hall? -quiso saber Constantine.
– Sí -respondió-. Estarás rodeado por toda tu familia. Jonathan incluido.
– Sí, pero ¿y la tuya?
Lo miró mientras la sonrisa desaparecía de sus labios.
– ¿Estarás rodeada por tu familia? -insistió él.
– Invitaré a Barbara y al señor Newcombe -contestó-. Tal vez les apetezca ponerse otra vez en camino para asistir a mi boda.
– ¿Cuando tú no vas a asistir a la suya? -Señaló Constantine-. ¿Eso es una verdadera amistad?
¿Por qué había sacado el tema a colación en ese momento? El salón de baile comenzaba a llenarse de gente. El ambiente estaba un poco caldeado. Los miembros de la orquesta estaban afinando sus instrumentos.
– Muy bien -claudicó, levantando la barbilla y el abanico, un gesto que la convirtió en la duquesa de Dunbarton-. Invitaré a mi padre, a mi hermana, a mi cuñado y a mis sobrinos. Incluso invitaré a los Leavensworth. E iré a la boda de Barbara. Los dos iremos. ¿Estás satisfecho?
– Lo estoy -respondió él y añadió-: Amor mío. -Y le dio un beso fugaz y discreto, aunque fue todo un escándalo más que nada porque todavía no se había hecho ningún anuncio.
– Tendrá que casarse conmigo después de esto, señor -lo amenazó.
– ¡Maldita sea mi estampa! -Exclamó Constantine con una sonrisa-. No me va a quedar más remedio que hacerlo.
– No vendrá ninguno -le advirtió-. Salvo Barbara, quizá. E incluso ni siquiera ella.
– Amor mío, lo que cuenta es que vas a tenderles la mano -replicó él-. No puedes hacer otra cosa. Es lo máximo que podemos hacer. Vamos a bailar. Y después acataré con gran renuencia todas las reglas y bailaré solo una pieza más contigo. La posterior a la pausa y al anuncio. Será un vals. Tuve que luchar con Stephen e inmovilizarlo contra el suelo hasta que accedió a que fuera un vals.
Se echó a reír al escucharlo.
– ¿Y si ya he prometido esa pieza en concreto? -preguntó.
– Lucharé con tu pareja y lo inmovilizaré contra el suelo hasta que recuerde que lleva zapatos nuevos que le han provocado unas terribles ampollas en los dedos -contestó.
– Qué tontería-replicó Hannah entre carcajadas.
Otro asunto que también llevaban discutiendo desde el día anterior era el lugar donde establecerían su residencia una vez que se casaran. Ese tema había sido mucho más fácil de zanjar.
Con había abandonado Ainsley Park para instalarse en la residencia de la viuda a fin de dejar espacio para nuevos residentes. La residencia de la viuda satisfacía perfectamente sus necesidades de soltero; pero, sin embargo, resultaría pequeña para añadir una esposa y, ojalá sucediera, una familia. Además, si desalojaba sus aposentos, le explicó a Hannah, también podrían utilizarse todas las estancias de la casa. Tal vez como alojamiento para el administrador o para los instructores. Ellos solo necesitarían una suite en la que instalarse durante sus visitas.
Porque pensaba ir a Ainsley Park un par de veces al año, claro. Esas personas eran muy importantes para él, y creía que sus sentimientos eran correspondidos.
Si establecían Copeland Manor como su lugar de residencia, Hannah estaría cerca de El Fin del Mundo y de los ancianos a los que tanto cariño les tenía. Y la propiedad en sí sería su refugio particular. Un lugar precioso, con sus terrenos agrestes y la mansión emplazada en una suave loma desde la que se disfrutaba de unas maravillosas vistas en cualquier dirección. En los años venideros sería el paraíso para cualquier niño. Y estaba cerca de Londres.
Que sería, por supuesto, el lugar donde pasarían la primavera todos los años. Porque al año siguiente Constantine tendría que ocupar su escaño en la Cámara de los Lores. Y se alojarían en la casa que tenía alquilada, aunque no estuviera en la parte más elegante de la capital. Podían prescindir de la ostentación.
De modo que Copeland Manor sería su hogar.
Y se alegraba por ello, pensó Con mientras bailaba y observaba bailar a Hannah. De hecho, se alegraría de vivir incluso en un cuchitril con ella. Aunque tal vez fuera mejor no comprobarlo.
La hora de la pausa llegó en un abrir y cerrar de ojos, y Stephen anunció a la alta sociedad que su primo, Constantina Mutable, sería honrado por Su Majestad el rey con el título de conde de Ainsley antes de que la temporada social llegara a su fin. Y que el nuevo conde de Ainsley convertiría en su condesa a la duquesa de Dunbarton poco después de que eso sucediera, en una ceremonia privada que se celebraría en Warren Hall.
Con intentó contar las semanas que habían pasado desde el día que vio a Hannah en Hyde Park después de dos años, mientras cabalgaba con Monty y con Stephen, y sufrió su rechazo. No eran muchas, pero le costaba recordar la imagen que tenía de ella en aquel entonces. Era sorprendente lo mucho que cambiaban las personas cuando se conocía el interior además del exterior.
Ya en aquel momento estaba planteándose el tema del matrimonio. ¿Quién le iba a decir mientras la observaba aquel día en el parque que acabaría casándose con ella?
Que sería ella.
Su amor verdadero.
El baile tardó en reanudarse. Todos querían felicitarlos y expresarles sus buenos deseos. Muchos hombres juraron que llevarían brazaletes negros en señal de duelo desde el día siguiente. Hannah los golpeó con fuerza con el abanico en el brazo.
Y llegó el momento del vals.
Un baile que a Con le gustaba mucho, siempre y cuando pudiera elegir con quién lo bailaba, por supuesto. Por suerte, los hombres disfrutaban de un mayor control del asunto. Sin embargo, Hannah no parecía contrariada al tener que bailar con él cuando la sacó a la pista de baile.
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