El también gritó, con un gruñido casi animal, espantando a un grupo de papagayos de un árbol cercano. Se dejó caer sobre ella, envolviéndola con su peso, sus brazos, su aliento y el latido de su corazón.
Estaba atardeciendo ya cuando volvieron a su cabaña y el cielo se había cubierto de nubes.
Comenzó a llover en cuanto se sentaron a cenar en el restaurante del hotel. Vieron los relámpagos en la distancia y oyeron el agua golpeando con fuerza el tejado del local.
La tormenta refrescó el ambiente, y Emma se relajó en su cómoda silla de teca. Estaba disfrutando mucho del momento.
La lamparita de la mesa resaltaba las apuestas facciones de Alex. No podía creerse que hubieran consumado su matrimonio. Había sido increíble.
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó él.
Ella sonrió.
– Pensaba que estoy casada con el hombre más guapo de todo el restaurante.
El miró a su alrededor.
– Muy bien. Pero el resto de los hombres son, en su mayoría, jubilados.
Llegó un camarero en ese instante.
– Señores Garrison, soy Peter, el director del restaurante. El chef quiere saber si les gustaría conocer sus sugerencias para esta noche.
– Encantado, Peter. Por favor, dígale al chef que estaremos encantados de oírlas.
– Muy bien -replicó Peter, alejándose.
– ¿Champán? -le preguntó Alex al ver que se acercaba el camarero.
– Por supuesto, es nuestra noche de bodas -contestó ella con una gran sonrisa.
No podía evitarlo. Aún era sábado, y la mirada de Alex le prometía una noche de pasión.
El camarero se alejó, yAlex le acarició una mano.
– Entonces, ¿quieres hablar de esto o prefieres que simplemente ocurra y no analizarlo?
– ¿Hablas del champán? -preguntó ella con cara de inocente.
– No. Pero como veo que cambias de tema, me imagino que no quieres hablar de ello.
– Aún no sé a qué te refieres.
– Yo creo que sí -repuso él con seriedad. Peter los interrumpió en ese instante.
– Señores Garrison, les presentó al chef Olivier.
– Encantado -contestó Alex, levantándose. La brisa era cada más fuerte.
– ¿Tiene frío? ¿Quiere que cierre las ventanas? -le preguntó Peter a Emma.
– No, por favor.
Le encantaba ver, oír y sentir la tormenta tropical. Había algo excitante y salvaje en ella. Le recordaba a la tormenta que estaba formándose en su interior.
– Déjame decirlo -insistió Alex, incorporándose en su enorme cama con dosel.
– No, por favor -respondió Emma.
– Pero es verdad.
Hacía horas que se había dado cuenta de que estaba enamorado de su mujer. De una forma apasionada y loca.
Ella le colocó un dedo sobre los labios.
– Lo prometiste.
– Seguro que puedo hacer que tú también lo digas -repuso él, besándole el dedo.
Ella negó con la cabeza, pero Alex sabía que podía conseguirlo. Una caricia, un beso y un mordisco en los lugares apropiados y podía conseguir todos los secretos de Emma.
Le acarició el muslo.
– No hagas eso -le dijo Emma.
– Entonces, dilo.
– Así no vale.
– Todo vale en la guerra y en el…
– ¡Alex! -lo interrumpió ella.
– Sólo estoy bromeando -le dijo él, besándole la punta de la nariz.
– Pues no me gusta -repuso ella sin poder reprimir una sonrisa.
El teléfono sonó en la mesita de noche.
– ¿Qué hora es? -gruñó ella, cubriéndose los oídos.
– Cerca de la una -repuso él-. ¿Diga?
– ¿Dónde demonios estabas? -le gritó Nathaniel al otro lado de la línea.
– Cenando y después en la playa. ¿Por qué?
– Porque estás ha punto de perder quinientos millones de dólares, por eso.
Alex se sentó rápidamente, pensando de nuevo como un hombre de negocios.
– ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estás?
– David es lo que ha ocurrido. Y aún estoy en Nueva York.
– ¿David?
Emma también se sentó.
– ¿Qué pasa con David? ¿Está Katie bien? -preguntó, alarmada.
Alex levantó un dedo para hacerla callar.
– David, ese canalla zalamero, está intentando vender el hotel de la isla de Kayven -le dijo Nathaniel-. Por favor, primo, dime que ya eres el director de los hoteles McKinley. Dime que ya se han firmado todos los papeles. Dime que Katie y Emma ya no tienen el control de la compañía.
Alex miró a Emma.
– ¿Qué pasa? -le preguntó ella.
– ¿Alex? -insistió Nathaniel.
– Los abogados están preparando los documentos ahora mismo.
– ¿Me estás diciendo que no hay nada firmado?
– Sólo el préstamo para la empresa McKinley.
– ¡Maldición!
– ¿Qué es lo que está pasando? -le preguntó Alex.
– David aduce que tiene un poder notarial firmado por esas dos mujeres.
Pero eso no tenía ningún sentido.
– Espera -repuso Alex, tapando el teléfono.
Emma lo miraba con impaciencia y confusión.
– Nathaniel me está diciendo que David Cranston tiene un poder notarial.
– ¿Para qué? -preguntó ella.
– Has firmado algún documento para él?
– No -contestó ella-. ¡Espera! Sí firmamos algo, una autorización para redecorar un hostal en Knaresborough, pero no es nada importante. Es un sitio muy pequeño.
Alex volvió su atención al teléfono.
– Me dice Emma que sólo tiene autorización para redecorar un hostal.
– Pues no está redecorando. Y no se trata de un hostal. El hombre tiene autorización para vender cualquiera de las propiedades de los McKinley. Está en negociaciones con Murdoch, de Dream Lodge. Y su comisión en la venta es obscena.
– ¿Cómo sabes…? No, no me contestes -dijo Alex mirando de nuevo a Emma-. ¿Leíste con cuidado el documento?
Emma abrió mucho los ojos y palideció.
– ¿Lo leíste?
– Ya habíamos hablado de ello. Y con lo de la boda y todo eso… Tuve mucho trabajo los últimos días y había mucho que firmar.
Alex soltó una palabrota que la dejó temblando.
– Sí -le dijo Nathaniel-. Ya estás reaccionando. Métete ahora mismo en un avión y vuelve.
Pero aún persistía la fuerte tormenta tropical.
– ¿Puedes ralentizar las cosas?
– Ya he paralizado a todo su equipo legal, haciendo que declaren que existe un conflicto de intereses. Ahora tiene que encontrar nuevos abogados. No sabes cuánto me ha costado.
– ¿Has hablado con Katie?
– Por supuesto.
– ¿No puede parar todo eso?
– No sin Emma.
Alex cerró los ojos y rezó para que dejara de llover.
– Iremos tan pronto como nos sea posible.
– ¡Venid ahora mismo! -ordenó Nathaniel antes de colgar.
Emma lo miraba con atención.
– Alex…
– David está intentando vender este hotel -le dijo, mirándola a los ojos.
– ¿Por qué?
Se le hizo un nudo en el estómago al oír su pregunta.
«Porque su valor está a punto de subir hasta quinientos millones de dólares. Supongo que se me olvidó comentártelo antes de que accedieras a casarte conmigo», pensó él, angustiado.
Emma había entendido las palabras, pero no entendía el porqué.
David iba a redecorar el hostal de Knaresborough y, que ella supiera, no sabía nada del hotel de Kayven.
– ¿Por qué iba a hacer algo así? -repitió ella. Sabía que algo iba mal, pero no podía hacer encajar las piezas del puzzle.
– Porque quiere la enorme comisión que le ha prometido Murdoch -le dijo Alex, pasándose la mano por el pelo-. ¿Cómo no vio Katie que…?
– ¡Espera! -lo interrumpió Emma, dejando la cama y poniéndose un albornoz del hotel-. ¿Murdoch?
– Murdoch pagó a David para que encontrara la forma de venderle Kayven.
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