Stephanie Laurens - La Prometida Perfecta

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente.
Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio.
Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y… marido.

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– He confiado en que saldrías de allí, vendrías a buscarme y me rescatarías… y lo has hecho. He confiado en que me salvarías, y sí, has aparecido y te has encargado de Mountford. Pero haciendo alarde de la típica mira estrecha de los hombres, ¡te niegas a verlo!

Él le cogió el dedo. Leonora lo miró a los ojos con la cabeza alta.

– He confiado en ti y tú no me has fallado. Lo entendí… lo entendimos… bien.

Leonora le sostuvo la mirada. Había un leve brillo en sus ojos azules.

– Y tengo una advertencia que hacerte -añadió en voz baja-. No… lo… estropees.

Si Tristan había aprendido algo en su larga carrera, era que, en ciertas circunstancias, la retirada era la opción más sensata.

– Oh. -Estudió sus ojos, luego asintió y le soltó la mano-. Ya veo. No me había dado cuenta.

– ¡Ja! -Ella bajó la mano-. Mientras lo entiendas ahora…

– Sí. -Una oleada de euforia lo inundó, amenazando con arrastrarlo consigo-. Lo entiendo…

Leonora lo observó y esperó, aún no convencida por su tono.

Tristan vaciló, luego preguntó:

– ¿Realmente has pensado en confiarme tu vida?

Los ojos de ella se veían brillantes pero no por la furia. Le sonrió.

– Sí, lo he hecho. Y si no te hubiera tenido a ti, no sé qué habría hecho.

Se pegó a él y Tristan la abrazó. Finalmente, ella alzó la cabeza para mirarlo.

– Contigo en mi vida, la decisión ha sido fácil. -Levantó los brazos y le rodeó los hombros con ellos mientras lo miraba a los ojos-. Así que ahora todo está bien.

Tristan estudió su rostro y luego asintió.

– Sí. -Ya estaba bajando la cabeza para besarla cuando su estratégico cerebro emprendió una comprobación rutinaria de que todo estuviera bien en su mundo y se detuvo en un punto.

Vaciló, abrió los ojos, esperó hasta que ella hizo lo mismo y después frunció el cejo.

– Supongo que Jonathon Martinbury aún está en el salón, pero ¿qué les ha pasado a Humphrey y a Jeremy?

Leonora abrió los ojos como platos; su expresión se convirtió en una mueca de horror.

– ¡Oh, cielo santo!

CAPÍTULO 20

– ¡ Lo siento mucho! -Leonora ayudó a salir a su tío del armario-. ¡Las cosas… han ido así!

Jeremy salió después de Humphrey, apartando de una patada unos trapos y la fulminó con la mirada.

– La tuya ha sido la peor interpretación que he visto nunca, y esa daga estaba afilada, ¡por Dios!

Leonora lo miró a los ojos y luego lo abrazó rápidamente.

– Da igual, ha funcionado. Eso es lo que importa.

Su hermano soltó un bufido y miró hacia la puerta cerrada de la biblioteca.

– Menos mal. No queríamos hacer ruido y atraer la atención hacia nosotros, no sabíamos si distraeríamos a alguien en el peor momento. -Miró a Tristan-. Supongo que lo habéis atrapado, ¿no?

– Por supuesto. -Señaló hacia la puerta de la biblioteca-. Entremos, estoy seguro de que St. Austell y Deverell ya le habrán explicado cuál es su situación.

La escena que se encontraron sugería que ése era el caso. Mountford… Duke estaba sentado en una silla de respaldo recto, con la cabeza y los hombros gachos, en medio de la biblioteca. Tenía las manos atadas con una cuerda y le colgaban flácidas entre las piernas. También le habían sujetado un tobillo a una pata de la silla.

Charles y Deverell estaban apoyados en el borde delantero del escritorio, uno al lado del otro con los brazos cruzados, mirando al prisionero como si estuvieran pensando qué podrían hacerle a continuación.

Leonora contempló a Duke, pero sólo pudo verle un rasguño en uno de los pómulos. No obstante, a pesar de la ausencia de daños físicos, no tenía muy buen aspecto. Ayudó a su tío a sentarse en su sillón.

Deverell alzó la vista y miró a Tristan a los ojos.

– Podría ser una buena idea que trajéramos a Martinbury para que oiga esto. -Miró a su alrededor, evaluando el limitado espacio disponible para sentarse-. Podríamos traerlo en el diván.

Tristan asintió.

– ¿Jeremy?

Los tres salieron, dejando a Charles de guardia.

Un minuto después, se oyó un grave ladrido que venía de la parte delantera de la casa, seguido del repiqueteo de las patas de Henrietta sobre el suelo.

Sorprendida, Leonora miró a Charles, que no apartó la mirada de Mountford.

– Pensamos que nos ayudaría a convencer a Duke de lo equivocado que ha sido su comportamiento.

Henrietta ya estaba gruñendo cuando apareció en la puerta. Estaba enfadada y clavó sus resplandecientes ojos ámbar en Duke. Rígido, paralizado, atado a la silla, él la miró horrorizado. El gruñido de la perra bajó una octava. Agachó la cabeza y avanzó dos pasos amenazadora. Duke parecía a punto de desmayarse, pero Leonora chasqueó los dedos.

– Aquí, Henrietta . Ven aquí.

– Vamos, vieja amiga. -Humphrey se dio unas palmaditas en el muslo.

La perra volvió a mirar a Mountford, luego soltó un bufido y se dirigió hacia Leonora y Humphrey. Después de saludarlos, se dejó caer en el suelo entre los dos, apoyó la enorme cabeza sobre las patas y clavó una mirada implacablemente hostil en Duke.

Leonora miró a Charles. Parecía complacido.

Jeremy regresó y abrió la puerta de la biblioteca de par en par; Tristan y Deverell entraron el diván del salón con Jonathon Martinbury reclinado en él.

Cuando los vio, Duke soltó un grito ahogado. Se quedó mirando a su primo y el último resto de color abandonó su rostro.

– ¡Dios santo! ¿Qué te ha pasado?

Ningún actor podría haber hecho semejante interpretación; estaba sinceramente afectado por el estado en que se encontraba Jonathon.

Tristan y Deverell dejaron el diván en el suelo; el joven miró a Duke a los ojos.

– Creo que he conocido a algunos de tus amigos.

Duke parecía enfermo. Pálido, siguió mirándolo y luego negó con la cabeza.

– Pero ¿cómo lo supieron? Yo no sabía que estabas en la ciudad.

– Tus amigos son gente decidida y tienen muchos recursos. -Tristan se sentó en el diván junto a Leonora.

Deverell volvió a colocarse al lado de Charles mientras Jeremy, después de cerrar la puerta, atravesó la estancia y se sentó en su silla, detrás de la mesa.

– Bien. -Tristan intercambió miradas con Charles y Deverell y luego miró a Duke-. Estás en una situación muy grave y desesperada. Si tienes un mínimo de sentido común, responderás a las preguntas que te hagamos rápido, con claridad y sinceridad. Y, lo que es más importante, con exactitud. -Hizo una pausa y luego continuó-: No estamos interesados en escuchar tus excusas ni tus justificaciones, así que no malgastes saliva. Pero para que podamos comprenderlo, queremos saber qué te hizo empezar con todo esto.

Los oscuros ojos de Duke estaban fijos en el rostro de Tristan. Desde su lugar, al lado de este último, Leonora le podía ver la cara. Toda su violenta bravuconería lo había abandonado; la única emoción que había ahora en sus ojos era miedo.

Tragó saliva.

– Newmarket. Era la feria de otoño del año pasado. Yo nunca había tratado con los usureros de Londres, pero vi ese caballo… Estaba seguro… -Hizo una mueca-. Da igual, la cuestión es que me lié, me metí hasta el cuello. Y esos prestamistas tenían matones que actuaban como recaudadores. Me fui al norte, pero me siguieron. Y entonces recibí la carta sobre el descubrimiento de A. J.

– Así que fuiste a verme -intervino Jonathon.

Duke lo miró y asintió.

– Cuando los recaudadores me encontraron, unos días después, les hablé de ello, me hicieron escribirlo todo y se lo llevaron a su jefe. Pensé que mi promesa lo mantendría calmado durante un tiempo… -Miró a Tristan-. Ahí fue cuando las cosas pasaron de estar mal a convertirse en un infierno.

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