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Jacquie D’Alessandro: Un Romance Imposible

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Jacquie D’Alessandro Un Romance Imposible

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Cuando Allie descubre que su marido, muerto en un duelo, había sido un criminal, resuelve intentar reparar los daños que ha causado. Su empeño la lleva de América Inglaterra, donde la esperan extraños accidentes y un romance inesperado… Al quedar viuda como consecuencia de un escandaloso duelo, lo único que le resta a Alberta Brown es un alijo de objetos mal habidos. Decidida a reparar las ofensas de su inescrupuloso marido, Allie se embarca hacia Inglaterra en busca del dueño de un anillo masculino adornado con un misterioso sello. Una serie de extraños episodios a bordo la convencen de que se encuentra envuelta en un juego peligroso. Sin embargo, nada será más peligroso -y tentador- que el atractivo desconocido que la espera en el muelle. Lord Robert Jamison deseaba contraer matrimonio con una mujer que despertara en él algo especial, pero nunca imaginó encontrarla en esa americana de belleza peculiar y espíritu independiente que le habían encomendado llevar a una espléndida mansión en la campiña inglesa. Allie, por su parte, se había jurado a sí misma no volver a casarse…

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– Feos, sucios… -De nuevo el temblor se apoderó de ella-. Horribles.

Agachándose junto a ella, Colin le tendió el pañuelo y le señaló la mejilla.

– Tiene un poco de sangre. Si me permite…

– Sí…

Delicadamente limpió la mancha.

– ¿La golpearon?

– Sí -dijo lady Miranda asintiendo y rodeándose con los brazos-. Antes de cogerme el bolso.

– Le serviré un brandy -dijo Colin levantándose-. La ayudará a calmar los nervios.

Se dio la vuelta y se dirigió al aparador, con el ceño fruncido. Su instinto le decía que algo no cuadraba. Sirvió el brandy, repasando lentamente lo que había ocurrido desde que abrió la puerta. Frunció aún más profundamente el ceño. Ella decía que la habían golpeado y había sangre en su mejilla… Pero no había ningún corte o marca en su piel.

De pronto se dio cuenta y se dio la vuelta. Pero era demasiado tarde. Lady Miranda le apuntaba el pecho con una pistola. Colin calculó rápidamente la distancia que había entre ellos. Demasiada como para cogerle el arma. Dirigió la mirada a la puerta. La había cerrado con llave.

– Las manos en la cabeza -le ordenó con voz tensa y en un susurro.

– Si me disparas -dijo Colin indicando la pistola-, el ruido despertará a toda la casa. Te cogerán antes de que llegues al vestíbulo.

– Ambos sabemos que saldría de aquí antes de que nadie pudiese alcanzarme. Y lo primero que haría es acabar con tu amante, madame Larchmont. Después con tu hermano y lady Victoria. -Sonrió complacida-. Ya he matado a Wexhall, así que podría ocuparme del resto del hogar. -Su sonrisa se desvaneció-. Las manos en la cabeza. Ahora.

Colin sintió tensión y angustia, pero se obligó a permanecer en calma y a no pensar en las espantosas imágenes que las palabras de lady Miranda le provocaron en su mente. Había sobrevivido a situaciones mucho peores que aquella. Solo tenía que esperar el momento adecuado, esperar la oportunidad de desarmarla.

Levantó los brazos despacio y dijo en tono aburrido:

– ¿Tienes intención de decirme a qué obedece todo esto?

– Oh, sí. -Hizo una señal con la cabeza-. Muévete hacia el centro de la habitación. Despacito y sin tretas.

Colin hizo lo que lady Miranda le pedía, y ella se movió al mismo tiempo que él, manteniendo la distancia que los separaba. Cuando él se detuvo, ella se dirigió al aparador donde estaban las bebidas. Sin bajar la pistola, sacó un pequeño frasco del bolsillo y vertió los polvos que contenía en el brandy que Colin le había servido. Tras guardarse el frasco de nuevo en el bolsillo, levantó la copa de cristal y removió el licor de color ámbar.

– Ácido prúsico, supongo -murmuró Colin señalando la bebida.

Ella asintió.

– Tu bebida preferida, pero no la de Malloran ni la de su criado, Walters.

– Walters habría terminado mal de todos modos -dijo encogiéndose de hombros-. Malloran simplemente se metió en medio. Después de su fiesta, lo acompañé al estudio donde encontró una nota. -Sus labios se movieron formando una especie de sonrisa-. Me llevó un tiempo averiguar quién había escrito esa estúpida misiva, pero al final lo logré.

Colin sintió que el terror le recorría la espina dorsal, pero mantuvo una expresión y un tono completamente impasibles.

– ¿Quién la escribió? -preguntó.

– Madame Larchmont, como bien sabes. Ha resultado ser una incómoda complicación.

– Así que intentaste matarla con la urna.

– Sí. Desgraciadamente, tiene una suerte endiablada.

– ¿Por qué Wexhall? ¿Por qué yo?

– Tú mataste a mi marido -dijo con los ojos llenos de odio.

Las palabras, pronunciadas con un susurro ronco que supo era la voz que Alexandra debía de haber reconocido, planearon en el aire tenso que los separaba, y su mente calibró con rapidez lo que implicaban. Solo había matado a un hombre. Pero ella no podía saberlo. Y él tenía que alterarla.

– He matado a muchos hombres -dijo encogiéndose de hombros-. ¿Quién era tu marido?

– Richard Davenport -dijo lady Miranda con el rostro ensombrecido.

– Ah, el cobarde traidor.

– Era fiel a Francia -dijo ella con el rostro enfurecido.

– Precisamente eso lo convertía en un traidor. -La repasó con la mirada de un modo deliberadamente insultante-. El nombre de su esposa no era Miranda, ni era de origen noble. ¿Quién eres tú?

– Sophie, su esposa de origen francés -dijo la mujer irguiendo la barbilla.

– Ya veo. Así que esa era la razón por la que cambio su lealtad. Tu acento inglés es impecable.

– Gracias. Soy buena con los acentos y he trabajado mucho para perfeccionarlo.

– ¿Y la verdadera lady Miranda?

– Reside en el campo, en los alrededores de Newcastle.

Le llegó un débil ruido. ¿Eran cristales rotos? Tosió para ocultar el sonido pero ella no pareció darse cuenta y continuó:

– Lady Malloran no ha visto a lady Miranda desde que eran unas niñas, así que estuvo encantada de dar la bienvenida a su casi olvidada pariente que venía de tan lejos para pasar la temporada en Londres. Cumpliría mi misión antes de que nadie descubriera que era una impostora.

– ¿Y tu misión era…?

– Matar al hombre que había asesinado a mi marido y al que le ordenó hacerlo.

– Richard murió hace cinco años. ¿Por qué has esperado tanto?

– Cuando me enteré de que Richard había muerto -dijo Sophie después de un ligero parpadeo-, enfermé de dolor. Perdí el bebé que esperaba y tardé muchos meses en recuperarme. Tuve mucho tiempo para reflexionar. Richard me había contado todo sobre su trabajo para la Corona, sobre Wexhall y sobre ti y la misión que teníais asignada juntos. Cuando murió, supe que eras tú el responsable y que ibas a morir por haberme quitado todo lo que tenía, a mi marido y a mi hijo. -Su voz tembló de odio-. Una vez me recuperé, necesitaba un cuidadoso plan y me llevó su tiempo. -Inclinó la cabeza y añadió-: Y aquí estamos.

– No creerás que saldrás de esta viva.

– Todo lo contrario. Estoy convencida de que así será. ¿Quién sospecharía que la dulce lady Miranda pudiera cometer actos tan malvados? E incluso si lo hicieran, Wexhall ya no se encuentra entre nosotros y tú estás a punto de morir. Madame Larchmont estará muerta por la mañana. Después, lady Miranda simplemente desaparecerá y volverá a aparecer Sophie.

Agitó una vez más la copa y la colocó sobre la mesa. Dio un paso atrás y señaló el licor con la cabeza.

– Bébetelo.

– Gracias, pero no tengo sed.

– Si no te lo bebes, te dispararé. El veneno es un modo mucho menos doloroso de morir.

– Ah, veo que estás preocupada por mi bienestar.

Acababa de hablar cuando oyó un ruido muy débil y muy familiar y su corazón se detuvo. Era el sonido de una cerradura al abrirse. ¿Nathan? ¿O alguno de los hombres de Wexhall?

Rezó para que no fuese su hermano sino uno de estos últimos el que se estaba metiendo en aquel lío. Y esperaba que, fuera quien fuese, viniese armado.

Con la mirada fija en Sophie, se movió despacio hacia la puerta, formando un ángulo con la intención de obligar a la mujer a dar la espalda a la puerta si quería mantener la pistola apuntándole al pecho. Tal como había esperado, ella se movió y justo en ese momento la puerta detrás de ella se abrió despacio unos centímetros.

– ¿Te importaría tomar tú también una copa? -preguntó señalando el aparador-. Estaría encantado de compartirla contigo.

– Bébetela -dijo en un tono que no admitía réplica-. No hagas movimientos bruscos.

Colin abrió la boca para responder pero no llegó a pronunciar palabra alguna. Porque no era Nathan ni ninguno de los bien entrenados hombres de Wexhall quien había entrado en la habitación. Era Robbie.

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