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Julia Quinn: Pescar Una Heredera

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Julia Quinn Pescar Una Heredera

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Cuando la atractiva Caroline Trent es secuestrada por Blake Ravenscroft no lucha para eludir al peligrosamente atractivo agente de la corona. Después de todo, ha pasado la mayoría de sus días huyendo de las indeseadas proposiciones del inútil hijo de su tutor. Sí, Blake cree que ella es la famosa espía Carlotta de Leon, pero ocultarse durante seis semanas -hasta que cumpla 21 años y pueda obtener el control de su fortuna-, junto a su misterioso conveniente, es conveniente y romántico. La misión de Blake Ravenscroft es entregar a `Carlota` a la justicia, no enamorarse de ella. Su corazón se ha endurecido por los años de intrigas y por la perdida de su querida prometida. Pero esta pequeña tentadora demuestra ser extrañamente encantadora y completamente besable, y de repente, lo inconcebible se convierte en posible: que esta desigual pareja esté destinada al amor

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– Le di las buenas noches.

Se giró sobre sus talones y abandonó la habitación dejándola boquiabierta en la puerta. Oyó girar dos llaves en las dos cerraduras antes de recobrar la compostura.

– Dios mío, Caroline – se susurró a sí misma – ¿En qué te has metido?.

Su estómago retumbó y ella deseó haber cogido algo para comer antes de escapar esa noche. Su secuestrador parecía un hombre de palabra, y si le dijo que no le iba a dar comida ni agua, ella lo creyó.

Corrió hasta la ventana y miró afuera; él no le había mentido, había al menos cincuenta pies hasta el suelo; pero había una repisa, si ella encontrara algún tipo de recipiente, podría colocarlo fuera y recoger lluvia y rocío. Había pasado hambre antes, y sabía que ella podía manejar esto. Pero junto con la sed, era demasiado.

Encontró un recipiente pequeño, cilíndrico, usado para sujetar las plumas en el escritorio. El cielo todavía estaba claro, pero el tiempo inglés era como era; Caroline imaginó que habría un cambio decente, y llovería antes que fuera por la mañana, así que colocó el recipiente en el alféizar por si acaso.

Entonces cruzó hasta su cama y volvió a colocar sus pertenencias dentro de la bolsa. Gracias al cielo, su secuestrador no se había percatado del nombre del titular que estaba escrito dentro de la Biblia. Su madre le había dado el libro cuando murió, y seguramente él habría querido saber porqué el nombre de Cassandra Trent estaba escrito en la parte interior de la portada. Y la reacción de él a su pequeño diccionario personal… cielos, hubiera tenido problemas para explicar eso . Entonces ella tuvo una sensación muy extraña… se quitó los zapatos y se deslizó fuera de la cama, caminando en silencio, solo calzada con las medias, hasta que ella alcanzó la pared pegada al vestíbulo. Se movió pegada a lo largo de la pared hasta que alcanzó la puerta, inclinándose y mirando con curiosidad a través del ojo de la cerradura.

¡Aja! Justo lo que había pensado. Un ojo grande y gris también la miraba curiosamente a ella.

– ¡Y buenas noches a usted! – dijo ella en voz alta. Entonces cogió su gorro y lo colgó sobre el tirador de modo que tapase el ojo de la cerradura. No quería dormir con su único vestido, pero seguramente no había forma de desnudarse con la posibilidad de que él estuviera viéndola.

Lo oyó maldecir una vez, y dos veces. Entonces sus pisadas resonaron dirigiéndose hasta cruzar el vestíbulo. Caroline se quitó su falda y se metió en la cama; miró fijamente al techo y comenzó a pensar, y entonces empezó a toser.

CAPITULO 3

a-quim-bo (adjetivo). De los brazos. En una posición en que los dos descansan sobre las caderas, y los codos quedan hacia afuera. No puedo contar el número de veces que lo he hecho antes. Brazos en jarras (aquimbo). De hecho, me estremezco incluso con pensarlo.

Del diccionario personal de Caroline Trent

Caroline tosió durante toda la noche, durante todo el amanecer, hasta que el cielo volvió a ponerse azul claro; parando solo para comprobar su recipiente para el agua que estaba sobre la repisa. Maldición, nada; le bastaba con unas pocas gotas de líquido, sentía como si hubiera fuego en su garganta.

Pero con dolor de garganta ó sin él, el plan que había tramado parecía atractivo; cuando abrió la boca para comprobar su voz, el sonido que llegó avergonzaría a una rana.

En realidad, pensó que las ranas se avergonzarían de hacer un sonido como ese, no lo dudaba. Caroline tenía que hacerse temporalmente la muda. Ese hombre podría preguntarle lo que quisiera, que a ella no le sería posible responderle a nada.

Seguro que su secuestrador no pensaría que estaba fingiendo la dolencia; abrió mucho su boca y miró al espejo, inclinando su cabeza de forma que el sol iluminara su garganta; enrojecida; le pareció definitivamente monstruosa; y las bolsas que habían comenzado a aparecer bajo sus ojos, por seguir sin acostarse en toda la noche, la hacían parecer incluso peor.

Caroline casi saltó de alegría. Si hubiera alguna manera de fingir fiebre para que pareciera incluso más débil. Supuso que podía poner su cara cerca de una vela con la esperanza de que su piel se calentara antinaturalmente; pero si él llegaba en ese momento, le costaría muchísimo explicarle porque tenía una vela encendida, con una mañana tan luminosa.

No, la garganta muda tendría que ser suficiente; e incluso si no lo fuera, ella ya no tenía ninguna elección en cuanto a eso, porque podía oír sus pisadas sonando ruidosamente abajo en el vestíbulo.

Cruzo corriendo la habitación y se metió deprisa en la cama, tirando de las mantas hasta su barbilla. Tosió un par de veces, y pellizcó sus mejillas para darles la apariencia de estar acalorada; entonces tosió un poco más.

Tos, tos, tos.

La llave giró en la cerradura.

Tos, tos, tos, tos, TOS. Estaba matando a su garganta, pero Caroline quería hacer una estupenda actuación porque él ya estaba entrando.

Entonces otra llave giró en otra cerradura. Demonios, había olvidado que había dos cerraduras en la puerta.

Tos, tos, tos, tos seca, tos seca, tos, TOS FALSA.

– ¡Dios mío! ¿Qué es ese ruido infernal?

Caroline levantó los ojos, si no fuera porque ya estaba muda habría perdido su voz. Su secuestrador parecía arrogante y peligroso en la oscuridad, pero de día avergonzaría al mismo Adonis. De un modo u otro él parecía más grande cuando había luz; más fuerte también, como si su ropas apenas refrenasen el poder de su cuerpo. Su pelo negro estaba arreglado pulcramente, pero un mechón suelto, caía hacia su ceja izquierda. Y sus ojos que eran grises y claros, pero esto era lo único inocente en ellos, parecían mirar al más allá, muy lejos de donde se encontraban.

El hombre la cogió del hombro, su tacto quemaba su piel a pesar de llevar puesto el vestido; sofocó un grito y lo ocultó con otra tos.

– Creo que anoche le dije que me había cansado de su comedia.

Ella sacudió su cabeza rápidamente, asió su garganta con las manos y tosió otra vez.

– No piense ni por un momento que la creo.

Ella abrió mucho la boca y apuntó a su garganta.

– No voy a mirar su garganta, pequeña.

Ella señaló de nuevo, esta vez golpeando con el dedo en su boca.

– Oh, muy bien. – Sus labios se cerraron firmemente en una línea inflexible cuando se volvió sobre sus talones, cruzando a grandes zancadas la habitación, y arrancando una vela fuera de su soporte. Caroline miró con gran interés como él tropezaba con la vela y cruzaba por detrás de la cama. Se sentó cerca de ella y el peso de su cuerpo hizo bajar su lado del colchón; ella rodó un poco hacia él y puso sus manos por fuera para parar el descenso.

Al hacer esto tocó su muslo.

TOS!

Estuvo a punto de volar al otro lado de la cama.

– Oh, por el amor de Dios, me han tocado mujeres más atractivas y más interesantes que usted – dijo bruscamente, – no debe tener miedo; puedo hacerle pasar hambre para que diga la verdad, pero no la violaré.

Aunque parezca mentira, Caroline le creyó. Aparte de sus inclinaciones hacia el secuestro, no parecía del tipo de los que toman a una mujer en contra de su voluntad. De alguna extraña manera, ella confiaba en este hombre. Podía haberla herido, podía incluso haberla matado, pero no lo había hecho. Sintió que él tenía un código de honor y moralidad, que había estado ausente en sus tutores.

– ¿Y bien? – Insistió.

Ella retrocedió hasta donde acababa la cama y colocó sus manos remilgadamente sobre su regazo.

– Abra.

Ella aclaró su garganta (como si eso fuera necesario) y abrió su boca; él puso la llama de la vela cerca de su cara y miró dentro. Después de un rato se retiró, y ella cerró su boca de golpe, mirándolo fijamente a los ojos con gran expectación.

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