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Melissa P.: Los cien golpes

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Melissa P. Los cien golpes

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A los dieciséis años se tienen pocas cosas: un cuerpo que provoca perplejidades, un espejo, un diario. Y muchas ganas de experimentar con la nostalgia de lo nunca probado: el amor. Los cien golpes es el relato estremecedor de una iniciación erótica en las profundidades de la sexofóbica Sicilia. Con precisión de entomólogo, Melissa P. describe sus encuentros sexuales, que empiezan con la acostumbrada decepción frente al gatillo mediterráneo y terminan en orgías con desconocidos experiencias lésbicas y relaciones peligrosas.

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Teníamos hambre, así que Letizia y Floriana se ofrecieron para ir a comprar las pizzas en la tienda de comidas para llevar de la esquina. Cuando estaban a punto de salir, Wendy me miró con el rostro alegre y una sonrisa necia, caminaba como si estuviera saltando, parecía una especie de duende enloquecido. Tenía miedo de quedarme sola con ella, así que salí a la puerta y llamé a gritos a Letizia diciéndole que quería hacerle compañía. Me molestaba quedarme dentro. Mi amiga lo intuyó todo en seguida y con una sonrisa invitó a Floriana a regresar. Mientras esperábamos que las pizzas se cocieran, hablamos poco, luego dije:

– Joder, tengo los dedos helados!

Ella me miró maliciosa pero también irónicamente y dijo:

– Mmm… excelente información, ¡lo tendré en cuenta!

Mientras nos encaminábamos por la calle, de regreso, encontramos a un chico amigo de Letizia. Todo en él era tierno: el rostro, la piel, la voz. La dulzura infinita que tenía me produjo una gran felicidad interior. Entró con nosotras y durante un rato estuvimos hablando en el sofá mientras las demás preparaban la mesa. Me dijo que es empleado de banca, aunque su corbata, decididamente muy atrevida, daba la impresión de estar fuera de lugar en el frío mundo bancario. Por su voz parecía triste, pero me pareció indiscreto preguntarle qué le pasaba. Me sentía como él. Luego, Gianfranco se marchó y nos quedamos nosotras solas en torno a la mesa, charlando y riendo. O mejor, charlaba sólo yo, sin parar, mientras Letizia me miraba atenta y a veces desconcertada cuando hablaba de algún hombre con el que había estado en la cama.

Después me levanté y salí al jardín, ordenado pero no exactamente cuidado, donde había palmeras altas y extraños árboles de tronco espinoso y flores grandes y rojas en la copa. Letizia se reunió conmigo y me abrazó por detrás, mientras con los labios me rozaba el cuello con un beso.

Me volví instintivamente y encontré su boca: cálida, blanda y extremadamente suave. Ahora entiendo por qué a los hombres les agrada tanto besar a una mujer: la boca de una mujer es inocente, pura, mientras que los hombres que he encontrado siempre me han dejado con una estela viscosa de saliva, llenándome vulgarmente con la lengua. El beso de Letizia era distinto, era aterciopelado, fresco e intenso al mismo tiempo.

– Eres la mujer más hermosa que haya tenido nunca -me dijo, sujetándome la cara.

– También tú -respondí, y no sé por qué lo hice, ¡era superfluo decirlo ya que ella era mi única mujer!

Letizia ocupó mi puesto y esta vez era yo quien dirigía el juego, frotando mi cuerpo contra el suyo. La ceñí con fuerza y respiré su perfume, luego me condujo a la otra habitación, me bajó los pantalones y acabó la dulce tortura que había comenzado hacía semanas. Su lengua me enloquecía, pero la idea de tener un orgasmo en la boca de una mujer me hacía estremecer. Mientras su lengua me lamía, mientras ella estaba de rodillas debajo de mí, consagrada a mi placer, cerré los ojos y con las manos plegadas como las patitas de un conejo asustado, me vino a la mente el hombrecito invisible que hacía el amor conmigo en mis fantasías infantiles. El hombrecito invisible no tiene rostro, no tiene colores, es sólo un sexo y una lengua que uso para mi disfrute. En ese momento mi orgasmo llegó fuerte y jadeante, su boca estaba llena de mis humores y cuando abrí los ojos la vi, maravillosa sorpresa, con una mano dentro de la braguita retorciéndose por el placer que también a ella le llegaba, quizá más consciente y sincero de lo que había sido el mío.

Después nos recostamos en el sofá y creo que me dormí un rato. Cuando el sol ya había bajado y el cielo estaba oscuro, me acompañó hasta la puerta y le dije: -Lety, será mejor que no volvamos a vernos. Asintió con la cabeza, sonrió levemente y dijo: -También yo lo creo.

Nos intercambiamos un último beso. Mientras regresaba a casa en la moto me sentí usada por enésima vez, usada por alguien y por mis malos instintos.

18 de mayo

Me parece oír la voz cálida y tranquilizadora de mi madre contándome ayer, mientras estaba en cama con gripe, esta historia:

«Una cosa difícil y no deseada puede revelarse como un gran don. Sabes, Melissa, a menudo recibimos regalos sin saberlo. Este relato cuenta la historia de un joven soberano que asume el gobierno de un reino. Él era amado ya antes de convertirse en Rey y los súbditos, felices por su coronación, le llevaron numerosos dones. Después de la ceremonia, el nuevo Rey estaba cenando en su palacio. De pronto, alguien golpeó a la puerta. Los sirvientes salieron y encontraron a un viejo miserablemente vestido, con aspecto de mendigo, que quería ver al soberano. Hicieron lo posible por disuadirlo, pero fue inútil. Entonces el Rey salió a su encuentro. El viejo lo cubrió de alabanzas, diciéndole que era guapísimo y que todos en el reino estaban felices de tenerlo como soberano. Le había traído como obsequio un melón; el Rey detestaba los melones pero, para ser amable con el viejo, lo aceptó y le agradeció y el hombre se alejó contento. El Rey volvió al palacio y entregó el fruto a los sirvientes para que lo arrojaran al jardín.

»A la semana siguiente, a la misma hora, golpearon otra vez a la puerta. El Rey fue llamado de nuevo y el mendigo lo ensalzó y le ofreció otro melón. El Rey lo aceptó y saludó al viejo y, nuevamente, tiró el melón al jardín. La escena se repitió durante varias semanas: el Rey era demasiado amable para ofender al viejo o despreciar la generosidad de su obsequio.

»Luego, tina tarde, precisamente cuando el viejo estaba a punto de entregar el melón al Rey, un mono saltó desde un pórtico del palacio e hizo caer el fruto de sus manos. El melón se partió en mil pedazos contra la fachada del palacio. Cuando el Rey miró, vio una lluvia de diamantes cayendo del corazón del melón. Ansiosamente, corrió al jardín trasero: todos los melones se habían podrido en torno a una colina de joyas».

La detuve y le dije, exaltada por la historia:

– ¿Puedo deducir yo la moraleja?

Me sonrió y dijo:

– Claro.

Respiré como respiro cada vez que me preparo para repetir la lección en la escuela:

– A veces las situaciones enojosas, los problemas o las dificultades esconden oportunidades de crecimiento: muy a menudo en el corazón de las dificultades brilla la luz de tina piedra preciosa. Por eso es de sabios acoger lo que es enojoso y difícil.

Sonrió de nuevo, me acarició el pelo y dijo: -Has crecido, pequeña. Eres una princesa. Quería llorar pero me contuve: mi madre no sabe que los diamantes del Rey han sido para mí las desalmadas bestialidades de hombres zafios e incapaces de amar.

20 de mayo

Hoy el profe ha venido a buscarme otra vez a la salida del colegio. Lo estaba esperando y le di una carta junto con un par de braguitas especiales.

Estas bragas soy yo. Son el objeto que mejor me describe.} De quién podrían ser, tan de diseño, tan raras, con esos dos lacitos colgando, si no de una pequeña Lolita?

Más que pertenecerme, son mi cuerpo y yo.

Muchas veces he hecho el amor sin quitármelas, quizá nunca contigo, pero no importa… Esos lacitos obstruyen mis instintos y mis sentidos, son unos cordones que además de dejar su marca sobre la piel bloquean mis sentimientos… Imagina mi cuerpo semidesnudo llevando sólo estas braguitas: desatado un nudo, se liberará como un espíritu sólo una parte de mí, la Sensualidad. El espíritu del Amor está aún obstruido por el nudo del lado izquierdo. He aquí entonces que quien ha desatado la parte de la Sensualidad verá en mí solamente a la mujer, la niña, o genéricamente la hembra, en condiciones sólo de recibir sexo, nada más. Me posee sólo a medias y es, probablemente, lo que quiero en la mayoría de los casos. Cuando luego alguien desate sólo la parte del Amor también en ese caso daré únicamente una parte de mí, una parte mínima, aunque profunda. A lo largo de la vida, un día cualquiera quizá llegue ese carcelero que te ofrece ambas llaves para liberar tus espíritus: Sensualidad y Amor están libres y vuelan. Te sientes bien, libre y satisfecha y tu mente y tu cuerpo ya no piden nada, ya no te atormentan con sus solicitudes. Como un tierno secreto son liberados por una mano que sabe cómo acariciarte, que sabe hacerte vibrar, y el solo pensamiento de esa mano te llena de calor el cuerpo y la mente.

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