Anne Rice - Entrevista con el vampiro

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Entrevista con el vampiro: краткое содержание, описание и аннотация

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Nunca un vampiro le había contado su vida a un mortal. Louis de Pointe du Lac, con un cansancio de siglos a sus espaldas, es el primero en hacerlo frente a un periodista de San Francisco, al que le explica cómo ha sido su existencia desde que fuera vampirizado por Lestat de Lioncourt en 1791. Louis y Lestat no son en realidad como la gente se imagina. Viven de la sangre humana y la muerte no les alcanza, es cierto, pero son sensibles e inteligentes, vulnerables, humanos y tal vez tienen más de víctimas que de verdugos...

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»Así era Nueva Orleans: un lugar magnífico y mágico para vivir. Un lugar en el cual un vampiro, ricamente vestido y caminando con gracia por los charcos de luz de una lámpara de aceite, no atraía más la atención en las noches que cientos de otras exóticas criaturas; si es que atraía alguna, si es que alguien susurraba detrás de un portal: “Oh, ese hombre… ¡qué pálido, cómo relumbra…, cómo se mueve! ¡No es natural!”. Una ciudad en la que el vampiro podía desaparecer antes de que alguien pudiera terminar de decir esas palabras, buscando los callejones en los que podía ver como un gato, en los bares a oscuras donde los marineros dormían con sus cabezas apoyadas en las mesas, en hoteles con habitaciones de altísimos techos donde una figura solitaria podía sentarse, con sus pies sobre un almohadón bordado, con sus piernas cubiertas con medias, su cabeza inclinada bajo la luz mortecina de una única vela, sin jamás ver la gran sombra que se movía por las flores de yeso del techo, sin ver lo largos dedos blancos que se acercaban a apagar la frágil llama.

»Es extraordinario, aunque no fuera por nada más, que muchos de esos hombres y mujeres dejaran detrás de ellos un monumento, una estructura de mármol y piedra y ladrillo que aún permanece de pie, de modo que cuando desaparecieron las lámparas de aceite y los edificios de oficinas llenaron las manzanas de Canal Street, algo irreducible de belleza y romance permaneció; quizá no en todas las calles, pero sí en tantas que el paisaje es para mí siempre el paisaje de aquellos tiempos. Y cuando camino por las calles —iluminadas por las estrellas— del Quarter o del Garden District, nuevamente vuelvo a aquella época. Supongo que ésa es la naturaleza de los monumentos, ya sea una pequeña casa o una mansión de columnas corintias y rejas de hierro forjado. El monumento no dice que este o aquel hombre caminó por aquí. No, es lo que él sintió en un momento lo que continúa en su sitio. La luna que aparecía sobre Nueva Orleans aún aparece. Mientras los monumentos sigan en pie, seguirá apareciendo igual. El sentimiento, al menos aquí… y allí… continúa siendo el mismo.

El vampiro pareció triste. Suspiró como si dudara de lo que acababa de decir.

—¿De qué hablaba? —preguntó de improviso, como si estuviera un poco cansado—. ¿De qué era? Ah, sí de dinero. Lestat y yo teníamos que hacer dinero. Y te contaba que él podía robar. Pero lo que importaba era la inversión posterior. Debíamos utilizar lo que acumulábamos. Pero me he anticipado. Yo mataba animales. Pero ya volveré a ese tema en un momento. Lestat mataba seres humanos todo el tiempo, a veces dos o tres por la noche; a veces más. Bebía de uno nada más que para satisfacer una sed momentánea y luego pasaba a otro. Cuanto mejor era el humano, solía decir en su modo vulgar, más le gustaba. Una jovencita, ése era su plato favorito para las primeras horas del atardecer; pero la matanza triunfal para Lestat era un joven. Un joven de más o menos tu edad lo atraía en especial.

—¿Yo? —susurró el muchacho; apoyado en los codos, se inclinó hacia adelante para mirar fijamente a los ojos del vampiro; luego se volvió a echar para atrás.

—Sí —dijo el vampiro, como si no hubiera observado el cambio de expresión en el joven—. Pues mira, ellos representaban para Lestat la mayor pérdida, porque estaban en la antesala de la máxima posibilidad de vida. Por supuesto, Lestat no lo comprendía. Yo llegué a comprenderlo. Lestat no entendía nada.

»Te daré un ejemplo perfecto de lo que le gustaba a Lestat. Al norte, por el río, estaba la plantación Freniere, una magnífica extensión de tierra que tenía grandes esperanzas de hacer una fortuna con el azúcar poco después de que se hubiera inventado el proceso de refinamiento. En esto hay algo perfecto e irónico; esa tierra que yo amaba producía azúcar refinada. Digo esto con más tristeza de lo que creo que te imaginas. Esa azúcar refinada es un veneno. Fue la esencia de la vida de Nueva Orleans, tan dulce que puede ser fatal, tan ricamente provocativa que todos los demás valores se pueden olvidar… Pero te estaba diciendo que por el río vivían los Freniere, una antigua familia que en esa generación había producido cinco jovencitas y un joven. Pues tres de esas mujeres estaban destinadas a no casarse, pero dos de ellas aunaran lo bastante jóvenes, y todas dependían del único varón. Él iba a dirigir la plantación del mismo modo que yo lo hacía para mi madre y mi hermana; iba a negociar las bodas, hacer los ahorros cuando toda la riqueza del lugar estuviera en peligro, debido a una mala cosecha de caña, y luchar y mantener a distancia al universo entero. Lestat decidió que lo quería a él. Y cuando únicamente el destino casi se burla de Lestat, se puso fuera de sí. Arriesgó su propia vida para conseguir al muchacho Freniere, quien se había comprometido en un duelo. En una fiesta, había insultado a un joven criollo español. En realidad, el incidente no tenía la menor importancia, pero como la mayoría de los criollos, éste estaba dispuesto a morir por nada. Ambos estaban dispuestos a morir por nada. El hogar francés se convulsionó. Debes comprender que Lestat lo sabía perfectamente. Ambos habíamos estado en la plantación de los Freniere; él, cazando esclavos y ladrones de gallinas; yo, animales.

—¿Mataba usted únicamente animales?

—Así es, pero ya volveré a ese tema, como te he dicho. Ambos conocíamos la plantación y yo me había permitido uno de los grandes placeres de un vampiro: el de espiar a la gente sin que se den cuenta. Conocía a las hermanas Freniere como a los magníficos rosales que crecían alrededor del oratorio de mi hermano. Eran un grupo único de mujeres. Cada una, a su manera, era tan inteligente como el hermano; y una de ellas, la llamaré Babette, no sólo era inteligente como el hermano, sino mucho más sabia. No obstante, ninguna de ellas había sido educada para cuidar la plantación; ninguna comprendía ni siquiera las cosas más simples de su estado financiero. Todas eran enteramente dependientes del joven Freniere. Y todas lo sabían. Y entonces, llenas de amor por él, de una fe apasionada que cualquier amor conyugal que pudieran llegar a experimentar sólo sería un pálido reflejo de su amor por el hermano, fue tan grande su desesperación como el ansia de supervivencia. Si Freniere moría en el duelo, la plantación fracasaría. Su frágil economía, y una vida de esplendores montada en una perenne hipoteca de la cosecha del siguiente año, únicamente estaban en sus manos. Te puedes imaginar entonces el pánico y el dolor del hogar Freniere la noche en que el hijo fue al pueblo para jugarse la vida. Y ahora imagínate a Lestat, con sus dientes castañeteando como el demonio de una ópera cómica porque no iba a poder matar al joven Freniere…

—¿Quiere decir… que usted lo sentía por las mujeres Freniere?

—Totalmente —dijo el vampiro—. Su situación era terrible. Y lo sentía por el muchacho. Esa noche se encerró en el estudio de su padre y redactó su testamento. Sabía absolutamente bien que si perecía a las cuatro de la mañana siguiente, su familia caería con él. Deploraba su situación pero no podía hacer nada al respecto. Evitar el duelo sólo podía significarle la ruina social, pero eso posiblemente le hubiera sido imposible. El otro joven lo hubiera perseguido hasta obligarlo a pelear. Cuando a medianoche dejó la plantación contempló el rostro de la muerte con la presencia de un hombre que, sabiendo que sólo tenía un camino por delante, ha resuelto seguirlo con perfecta valentía. Mataría al joven español o moriría. Era algo impredecible, pese a sus habilidades. Su rostro reflejaba una profundidad de sentimiento y de sabiduría que yo jamás he visto en las caras de las víctimas de Lestat. Tuve mis encontronazos con Lestat aquí y allí. Hacía meses que yo evitaba que matase al joven, y ahora quería matarlo antes de que pudiera hacerlo el español.

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