Robert Chambers - El Rey de Amarillo

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Chambers - El Rey de Amarillo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Ужасы и Мистика, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Rey de Amarillo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Rey de Amarillo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En El Rey de Amarillo. Relatos macabros y terroríficos -título que hace referencia a una obra imaginaria, «El Rey de Amarillo», cuya lectura provoca estupor, locura y tragedia espectral, y de la que el Necronomicón lovecraftiano es deudor- hemos seleccionado los cinco relatos de corte fantástico de la colección original (dejando de lado los que no lo son): La máscara, En el Pasaje del Dragón, El Reparador de Reputaciones, La demoiselle d’Ys y, el más famoso, El Signo Amarillo -obra maestra del cuento macabro de suspense, con un final escalofriante-. El volumen se completa con El Creador de Lunas y Una velada placentera, proc…

El Rey de Amarillo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Rey de Amarillo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Eres muy sabia -dije-. Le enseñaré inglés a su Majestad.

– Y yo bretón -exclamó Lys celosa.

– Le traeré juguetes al rey -dije-: grandes lagartos verdes del yermo, pequeñas lisas grises para que naden en globos de cristal, conejillos del bosque de Kerselec…

– Y yo -dijo Lys- le traeré la primera prímula, la primera rama de espino albar, el primer junquillo al rey… a mi rey.

– Nuestro rey -dije; y hubo paz en Finistére.

Me apoyé en el respaldo de mi asiento hojeando ocioso las páginas del curioso viejo volumen.

– Estoy buscando el timbre -dije.

– ¿El timbre, querido? Es la cabeza de un sacerdote con la marca de una flecha en la frente, sobre un campo…

Me enderecé y miré fijamente a mi esposa.

– Dick ¿qué te sucede? -dijo sonriendo-. La historia figura en ese libro. ¿Quieres leerla? ¿No?, ¿Quieres que te la cuente? Bien, pues: sucedió en la tercera cruzada. Había un monje al que llamaban el Sacerdote Negro. Se volvió apóstata y se vendió a los enemigos de Cristo. Un Sieur de Trevec irrumpió en el campamento sarraceno al mando de sólo un centenar de lanceros y les arrebató al Sacerdote Negro del medio mismo de su ejército.

– ¿De modo que así fue cómo se hicieron del timbre? -dije tranquilamente; pero pensé en el cráneo marcado en el fondo del foso y quedé meditabundo.

– Sí -dijo Lys-. El Sieur de Trevec le cortó la cabeza al Sacerdote Negro, pero antes le marcó la frente con la cabeza de una flecha. El libro dice que esa fue una acción pía, y el Sieur de Trevec obtuvo gran honra con ella. Pero yo pienso que marcarlo fue una crueldad -dijo suspirando.

– ¿Oíste hablar de algún otro Sacerdote Negro?

– Sí. Hubo otro el siglo pasado, aquí en St. Gildas. Arrojaba una sombra blanca al sol. Escribió en lengua bretona. Crónicas, según me parece. Nunca las he visto. Su nombre era el mismo del viejo cronista y del otro sacerdote, Jacques Sorgue. Algunos dijeron que descendía en línea directa del traidor. Claro que el primer Sacerdote Negro tuvo maldad suficiente como para cometer cualquier cosa. Pero si tuvo un hijo, no necesariamente tuvo que ser el antecesor del último Jacques Sorgue. Dicen que éste fue un santo. Dicen que era tan bueno que no se lo dejó morir, sino que un buen día fue arrebatado al cielo -añadió Lys con ojos crédulos.

Yo sonreí.

– Pero desapareció -insistió Lys.

– Me temo que su viaje fue en otra dirección -dije jocoso e, irreflexivamente, le conté la historia de la mañana. Había olvidado por completo al hombre enmascarado a su ventana, pero antes de haber terminado, lo recordé perfectamente, y advertí lo que había hecho al verla empalidecer.

– Lys -la insté con ternura-, esa no fue sino la jugarreta de un torpe bufón. Tú misma lo dijiste. No eres supersticiosa, mi querida.

Su mirada estaba fija en la mía. Lentamente se quitó la pequeña cruz de oro que llevaba en el escote y la besó. Pero sus labios temblaban al presionar sobre el símbolo de la fe.

III

A las nueve de la mañana del día siguiente, poco más o menos, entré en la taberna de Groix y me senté a una larga mesa de roble descolorido, dando los buenos días a Marianne Bruyère, quien a su vez, me saludó con su cabeza tocada de una cofia blanca.

– Mi inteligente doncella de Bannalec -le dije- ¿qué copa estimulante tenéis en la taberna de Groix?

– ¿Schist? -sugirió en bretón.

– Con unas gotas de vino tinto, entonces -repliqué.

Trajo la deliciosa cidra de Quimperlé y le agregó un poco de Bordeaux. Marianne me observaba con sus rientes ojos negros.

– ¿Cómo es que tienes las mejillas tan rojas, Marianne? -pregunté- ¿Ha estado aquí Jean Marie?

– Estamos comprometidos para casarnos, monsieur Darrel -dijo riendo.

– ¡Ah! ¿Desde cuándo ha perdido la cabeza Jean Marie Tregunc?

– ¿La cabeza? ¡Oh,! monsieur Darrel, quiere usted decir el corazón!

– Así es, en efecto -dije-. Jean Marie es un individuo práctico.

– Y todo se lo debe a su bondad… -empezó la muchacha, pero yo levanté la mano y sostuve en alto la copa.

– Se lo debe a sí mismo. A tu felicidad, Marianne -y bebí un largo trago del schist-. Dime ahora -le dije- dónde puedo encontrar a Le Bihan y Max Fortin.

– Monsieur Le Bihan y monsieur Fortin están arriba en la estancia grande. Creo que están examinando los efectos del Almirante Rojo.

– ¿Para enviarlos a París? Oh, ya sé. ¿Puedo subir, Marianne?

– Y Dios vaya con usted -dijo la joven sonriendo.

Cuando llamé a la puerta de la amplia habitación arriba, el pequeño Max Fortin la abrió. Tenía las gafas y la nariz cubiertas de polvo; el sombrero, con las pequeñas cintas de terciopelo esparcidas, estaba torcido.

– Pase usted, monsieur Darrel -dijo-; el alcalde y yo estamos empacando los efectos del Emperador Púrpura y del pobre Almirante Rojo.

– ¿Las colecciones? -pregunté entrando en la estancia-. Deben tener mucho cuidado al empacar esas cajas de mariposas; el más ligero movimiento puede romper alas y antenas, ya saben.

Le Bihan me estrechó la mano y señaló la gran pila de cajas.

– Están todás forradas de corcho -dijo-, pero Fortin y yo estamos poniendo fieltro en cada una de las cajas. La Sociedad Entomológica de París paga los gastos del envío.

Las colecciones combinadas del Almirante Rojo y el Emperador Púrpura constituían una magnífica exhibición.

Levanté y examiné una caja tras otra, llenas de coloridas mariposas y polillas, cada uno de los especimenes cuidadosamente rotulado en latín. Había cajas llenas de carmesíes mariposas nocturnas de la especie llamada tigre que parecían llamear; cajas consagradas a las mariposas amarillas comunes; sinfonías de anaranjado y amarillo pálido; cajas de mariposas nocturnas de la especie llamada esfinge, de suave color gris o arena; y cajas de llamativas mariposas de las ortigas pertenecientes a la numerosa familia de Vanessa .

Sola en una caja estaba clavado el emperador púrpura, el Apatura Iris, ese especimen fatal que le había dado al Emperador Púrpura el nombre y la muerte.

Recordaba la mariposa y me quedé allí mirándola con el entrecejo fruncido.

Le Bihan miró desde el suelo donde estaba clavando la cubierta de un cajón lleno de cajas.

– ¿Está acordado entonces -dijo que madame, su esposa, dona la entera colección del Emperador Púrpura a la ciudad de París?

Asentí con la cabeza.

– ¿Sin aceptar nada a cambio?

– Es una donación -dije.

– ¿Incluido el emperador púrpura en la caja? Esa mariposa vale mucho dinero -insistió Le Bihan.

– No supondrá que deseamos vender ese especimen ¿no es cierto? -respondí con algo de aspereza.

– Si fuera usted, lo destruiría -dijo el alcalde con su agudo timbre.

– Eso sería una tontería -dije-, como lo fue que enterrara ayer el cilindro de latón y el rollo.

– No fue una tontería -dijo Le Bihan tercamente-, y preferiría no discutir el asunto del rollo.

Miré a Max Fortin, que inmediatamente esquivó mis ojos.

– Son ustedes un par de viejas supersticiosas -dije, metiéndome las manos en los bolsillos-; se tragan todos los cuentos de parvulario que se inventan.

– ¿Y qué? -dijo Le Bihan malhumorado-; hay más verdad que mentira en la mayor parte de ellos.

– Oh -dije con befa ¿el alcalde de St. Gildas y St. Julien cree en el Loup - garou ?

– No, no en el Loup-garou .

– ¿En qué, entonces? ¿En Jeanne-la-Flamme?

– Eso -dijo Le Bihan con convicción- es historia.

– ¡El diablo lo es! -dije-. Y quizá monsieur el alcalde ¿su fe en los gigantes es increbrantable?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Rey de Amarillo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Rey de Amarillo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Rey de Amarillo»

Обсуждение, отзывы о книге «El Rey de Amarillo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x