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Iain Banks: Inversiones

Здесь есть возможность читать онлайн «Iain Banks: Inversiones» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 2007, ISBN: 978-84-9800-272-0, издательство: La Factoría de Ideas, категория: Космическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Iain Banks Inversiones

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En el palacio de invierno, la nueva doctora del Rey tiene más enemigos de los que cree. Pero, por otra parte, también dispone de remedios insólitos que ellos desconocen. En otro palacio tras las montañas, el guardaespaldas jefe del Protector General se enfrenta a sus propios adversarios, aunque no lo tiene tan fácil: son más rápidos y eficaces y él solo dispone de métodos tradicionales para hacerles frente…

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—El general avergüenza a los jóvenes de muchas maneras —murmuró DeWar mientras alisaba el mapa—. Pero no sería algo insólito que un asesino tuviera menos respeto por la privacidad del harén de un gran líder que…, por ejemplo, el jefe de sus guardaespaldas.

—Un asesino dispuesto a afrontar la ira de mis queridas concubinas casi merecería salirse con la suya —dijo: UrLeyn con un centelleo en la mirada mientras se mesaba los largos y grisáceos bigotes—. La Providencia sabe que su afecto adopta a veces formas muy violentas. —Alargó el brazo y propinó al joven unos golpecitos en el codo—. ¿Eh?

—En efecto, señor. Más, sigo pensando que el general podría…

—¡Ah! El resto de la pandilla —dijo UrLeyn con una palmada al ver que las puertas dobles del otro lado de la sala se abrían para dejar entrar a varios hombres, ataviados de manera similar al general, y rodeados por una auténtica hueste de ayudas de campo, burócratas con hábito y un sinfín de ayudantes más—. ¡YetAmidous! —exclamó el Protector mientras caminaba a paso vivo hacia el hombretón de cara ruda que encabezaba el grupo, le estrechaba la mano y le daba unas palmadas en la espalda. Saludó por su nombre a todos los demás generales y luego se situó al lado de su hermano—. ¡RuLeuin! ¡Has vuelto de las islas Arrojadas! ¿Va todo bien? —Rodeó con el brazo la figura más alta y más voluminosa del otro hombre, quien sonrió lentamente mientras asentía y dijo:

—Sí, señor.

Entonces el Protector vio a su hijo y lo cogió en brazos.

—¡Y Lattens! ¡Mi favorito! ¡Has terminado los estudios!

—¡Sí, padre! —dijo el niño. Vestía como un soldado en miniatura y estaba armado con una espada de madera.

—¡Bien! ¡Puedes venir y ayudarnos a decidir cómo resolver el problema de los barones rebeldes de las marcas!

—Solo un rato, hermano —dijo RuLeuin—. Prométemelo. Su tutor lo quiere de regreso antes de la próxima campanada.

—Tiempo más que suficiente para que Lattens elabore un plan perfecto —dijo UrLeyn mientras sentaba al niño en la mesa de madera.

Los burócratas y los escribas se encaminaron arrastrando los pies hacia el enrejado de los mapas, luchando por ser el primero en llegar.

—¡No os molestéis! —gritó el general tras ellos—. ¡El mapa ya está aquí! —exclamó mientras su hermano y los generales tomaban asiento alrededor de la mesa—. Alguien ya lo ha… —empezó a decir el general. Recorrió la mesa con la mirada en busca de DeWar, sacudió la cabeza y devolvió su atención al mapa.

Tras él, oculto a su mirada por los hombres más altos que se habían reunido a su alrededor, pero nunca a más de una estocada de distancia, se encontraba el jefe de sus guardaespaldas, con los brazos cruzados y las manos apoyadas en el pomo de sus armas más visibles, discreto y casi invisible, recorriendo la multitud con la mirada.

—Había una vez un gran Emperador, temido en todo lo que entonces era el orbe conocido salvo los páramos exteriores, que a nadie con dos dedos de frente le importaban un rábano y en los que solo vivían salvajes. El Emperador no tenía iguales ni rivales. Su propio reino cubría la mayor parte del mundo y todos los reyes del resto se inclinaban ante él y le pagaban generosos tributos. Su poder era absoluto y había llegado a tal punto que no temía a nada salvo la muerte, que acaba por alcanzada todos los hombres, aunque sean emperadores.

»Decidió tratar de engañar a la muerte edificando un palacio monumental tan grande, tan magnífico, tan cautivadoramente suntuoso, que la propia Parca (que, según se creía, se presentaba a los hombres de sangre real bajo la forma de un gran pájaro de fuego que solo veían los moribundos) sucumbiría a la tentación de quedarse en el gran monumento y morar allí, sin regresar a las profundidades celestes con el Emperador entre las garras.

»Por tanto, el Emperador ordenó que se construyera un gran palacio monumental en una isla situada en el centro de un gran lago circular que había al borde de las llanuras y el océano, a cierta distancia de su capital. El palacio tenía la forma de una enorme torre cónica y alcanzaba los ciento cincuenta pisos de altura. En su interior rebosaban todos los lujos y tesoros que el Imperio y los demás reinos podían proporcionar, guardados a buen recaudo en los rincones más profundos del monumento, donde estarían ocultos a los ladrones vulgares, pero serían visibles para el pájaro de fuego cuando acudiera a buscar al Emperador.

»Había también estatuas mágicas de todas las favoritas, esposas y concubinas del Emperador, las cuales, según le habían asegurado los más santos de sus santones, cobrarían vida en el momento en que él expirara y el gran ave de fuego viniera a llevárselo.

»El arquitecto jefe del palacio era un hombre llamado Munnosh, afamado en todo el mundo como el mayor constructor que había conocido la historia, cuya habilidad e inteligencia habían hecho posible el gran proyecto. Por esta razón, el Emperador cubrió a Munnosh de riquezas, favoritas y concubinas. Pero Munnosh era diez años más joven que el monarca y, a medida que este iba envejeciendo y el gran monumento se acercaba a su conclusión, el Emperador empezó a pensar que su arquitecto lo sobreviviría y podría hablar, o ser obligado a hacerlo, y revelar dónde y cómo se habían situado los grandes escondrijos del tesoro, una vez que hubiera muerto y estuviera allí viviendo con el gran pájaro de fuego y las estatuas mágicas. Hasta puede que tuviera tiempo de completar un monumento aún más grande para el siguiente rey que ascendiera al trono imperial y se convirtiera en Emperador.

»Con esta idea en mente, el Emperador esperó hasta que el gran mausoleo estuvo prácticamente terminado y entonces hizo que Munnosh fuera atraído al lugar más profundo del vasto edificio y, mientras el arquitecto esperaba en una pequeña cámara subterránea lo que, según se le había prometido, sería una gran sorpresa, la Guardia Imperial lo emparedó cerrando toda el ala del piso en el que se encontraba.

»El Emperador ordenó a sus cortesanos que comunicaran a la familia de Munnosh que el arquitecto había muerto al caerle encima un gran bloque de piedra mientras estaba inspeccionando el edificio, y todos lo lloraron desconsoladamente.

»Pero el Emperador había subestimado la astucia y prudencia del arquitecto, quien desde hacía algún tiempo sospechaba que algo parecido podía ocurrir. Por ello, había hecho construir un gran pasadizo secreto que iba desde los pisos inferiores del gran palacio monumental hasta el exterior. Al comprender que lo habían dejado encerrado, abrió el pasadizo secreto y lo utilizó para salir al exterior, donde esperó a que cayera la noche para alejarse por el lago circular en el bote de uno de los trabajadores.

»Cuando regresó a su casa, su esposa, que se tenía por viuda, y sus hijos, que se creían sin padre, pensaron al principio que era un fantasma y se alejaron de él, llenos de temor. Finalmente logró convencerlos de que estaba vivo y tenían que acompañarlo al exilio, lejos del Imperio. Toda la familia escapó a un reino lejano, cuyo rey necesitaba a un gran arquitecto para que supervisara la construcción de fortificaciones para mantener a raya a los salvajes del desierto y en el que la gente, o no conocía quién era el gran constructor, o fingía no conocerlo por el bien de su programa de fortificaciones y por la seguridad del reino.

»Sin embargo, el Emperador se enteró de que un gran arquitecto estaba trabajando en un reino lejano y, por medio de diferentes rumores e informes, llegó a la conclusión de que este hombre no era otro que Munnosh. El monarca, que a estas alturas era un hombre anciano y consumido, y cuya muerte estaba próxima, ordenó que se abrieran en secreto los niveles inferiores del mausoleo. Sus órdenes fueron obedecidas y, como es lógico, sus hombres descubrieron que Munnosh no se encontraba allí y encontraron el pasadizo secreto.

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